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Alimentación agroecológica para enfriar el planeta

Por Daniel López García (CSIC)*

El sistema agroalimentario global está en el centro del actual cambio climático y de la pérdida de biodiversidad en el planeta. Emite un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero, consume el 80% del agua disponible y ocupa el 80% del suelo en nuestro territorio. Por otro lado, pensemos, por ejemplo, en las sequías e inundaciones provocadas por el cambio climático o en la disminución de la fertilidad y la capacidad de los suelos de retener agua y CO2 que trae consigo la pérdida de biodiversidad. Todo ello pone en riesgo la propia producción de alimentos.

Urge buscar soluciones y cambiar el modelo alimentario, pero, ¿hacia dónde? ¿Cómo puede alimentarse la humanidad sin hacer cada vez más difícil la vida en el planeta?

Los huertos comunitarios y familiares cumplen una importante labor en la soberanía alimentaria, recuperan el conocimiento de la naturaleza y los recursos naturales y facilitan comunidades resilientes frente a la crisis climática. / Rawpixel

Lo insostenible sale caro

Vivimos tiempos difíciles. La resaca de la crisis financiera de 2008 se ha solapado con los efectos del calentamiento global (incendios de sexta generación, sequías, inundaciones, etc.), el declive de los combustibles fósiles y otras emergencias, como la pandemia de COVID-19 o la guerra en Ucrania. Esta combinación de distintas crisis empeora nuestra calidad de vida, nos llena de miedo y nos empuja a una huida hacia adelante.

Una de las principales respuestas frente a estas crisis está siendo la suspensión temporal de algunas normativas ambientales y sociales, lo que incrementa los impactos negativos de nuestro modelo económico y productivo. En algunos discursos se opone sostenibilidad ecológica a sostenibilidad económica y se dice que las agriculturas sostenibles, como la agroecología, no pueden alimentar el mundo. Algunas voces plantean que hay que seguir apretando el acelerador con más tecnología, más escala y más inversión para dar de comer a una población creciente con producciones decrecientes. Es como el tren de los hermanos Marx, que iba siendo quemado para poder alimentar la caldera.

‘¿Cómo afecta la crisis climática a la agricultura y a la seguridad alimentaria?’. Infografía del informe ‘Producir alimentos sin agotar el planeta’, de la colección Ciencia para las Políticas Públicas (Science For Policy)* del CSIC. / Irene Cuesta (CSIC)

Sin embargo, presentar la viabilidad económica como opuesta a la sostenibilidad social y ecológica es falso, aunque se repita muchas veces. Los modelos de producción agraria de gran escala, con una agricultura altamente tecnificada, sin agricultores ni agricultoras, generan alimentos de baja calidad y con tóxicos, a menudo vinculados con dietas poco saludables. Además, consumen muchos recursos en forma de agua, nutrientes, energía y maquinaria, producen la pérdida de conocimientos para el manejo sostenible de la naturaleza, y desvinculan la actividad agraria de los territorios. Por el contrario, la agricultura familiar, que produce alimentos de calidad y fija empleo y población en el territorio, lleva décadas con una renta decreciente y cada vez está más endeudada y presionada hacia modelos altamente insostenibles y dependientes de los mercados globales.

Algo falla cuando los modelos de producción más nocivos son los más rentables. Alguien no está pagando sus facturas. Y entre todas las poblaciones del planeta pagamos el cambio climático o las enfermedades relacionadas con la alimentación, como la diabetes, las alergias o el cáncer.

Imagen del informe ‘Producir alimentos sin agotar el planeta’, de la colección Ciencia para las Políticas Públicas (Science For Policy)* del CSIC/ Irene Cuesta (CSIC)

Y lo sostenible cada vez cuesta menos

Sin embargo, los desórdenes climáticos y el alza en los precios de la energía y de los recursos minerales hacen que algunos costes ocultos de la comida barata se hagan cada vez más visibles. Vemos que, frente a la ‘comida basura’, rica en grasas saturadas, sal, azúcares, harinas refinadas y alimentos ultraprocesados, la alimentación fresca cada vez resulta más barata. Y eso que en 2030 tan solo el 29% de la producción agrícola mundial se destinará al consumo humano directo. El resto alimentará a la ganadería industrial (mucho menos eficiente en la producción de alimentos para los humanos que la agricultura) y a la industria agroalimentaria y de otro tipo.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) lleva décadas promoviendo dietas saludables sostenibles, con muy bajo peso de alimentos animales y procesados. El motivo es que una dieta basada en alimentos vegetales frescos y de temporada, que reduce los productos de origen animal y se limita a los de la ganadería extensiva, es más sostenible, más saludable, y también más barata.

Los alimentos ecológicos son más saludables porque carecen de fitosanitarios de síntesis. También son más sostenibles porque no usan fertilizantes químicos contaminantes ni semillas transgénicas y, a través de la fertilización orgánica, fijan carbono y nitrógeno, regeneran los suelos y amplifican y restauran la biodiversidad. También demandan menos agua, algo fundamental en el actual contexto de estrés hídrico.

Además, los alimentos ecológicos frescos y de temporada se pueden adquirir a precios asequibles al mismo tiempo que se remunera de forma adecuada el trabajo de la agricultura familiar ecológica. Si nos abastecemos directamente de los productores y productoras en mercados locales o en grupos de consumo o acudimos a pequeños comercios especializados, los precios se ajustan más y, en muchos casos, resultan más baratos que los alimentos procedentes de la agricultura industrial.

Finca de horticultura ecológica en Sartaguda, Navarra. / Daniel López

Más riqueza natural y social

Una buena alimentación es viable económicamente y posible en nuestros territorios si cambiamos la dieta y el tipo de alimentos, como demuestran estudios recientes. De hecho, la superficie de agricultura ecológica certificada (según el Reglamento EU 848/2018) en España alcanzaba 2,63 millones de hectáreas en 2021, lo que supone un 10,79% de la superficie agraria útil. Esto nos coloca como tercer país del mundo y primero de Europa.

Según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA), la superficie con certificación ecológica ha aumentado un 8% sólo en 2021 y el número de explotaciones agrarias ecológicas casi un 17%. Al mismo tiempo, entre 2010 y 2020 desaparecieron en España el 7,6% de las explotaciones agrarias en términos absolutos. Es decir, frente a un abandono generalizado de las explotaciones agrarias por falta de rentabilidad, la producción ecológica consiguió aumentar el número de agricultores y agricultoras de forma muy sensible.

Viñedo de producción ecológica, Navarra. / Daniel López

El gasto de los hogares en alimentos ecológicos también subió. En un contexto de contracción general del gasto, se incrementó en un 14,3% entre 2020 y 2021, llegando a suponer el 3,4% del gasto alimentario familiar.

Por otra parte, se estima que la producción ecológica es, en líneas generales, más rentable y genera más empleo por hectárea cultivada (entre un 40 y un 70%) que la agricultura convencional. Esto se explica en parte porque los alimentos ecológicos y producidos en iniciativas de pequeña escala requieren menos recursos insostenibles para su producción y se ajustan mejor a las condiciones locales y a los recursos disponibles. Además, la producción ecológica es más rentable a medio y largo plazo, pues ayuda a paliar las consecuencias del calentamiento global y a regenerar los recursos naturales.

Las lombrices de tierra son una indicación de la buena salud del suelo. / Flickr

Hacia sistemas alimentarios de base agroecológica

En el actual contexto de creciente escasez de recursos minerales, incluidos los combustibles fósiles, así como de agua, necesitamos impulsar un sistema alimentario menos consumidor y más regenerador de recursos naturales. Incluso a corto y medio plazo, saldrá más barato a toda la sociedad. Es la única manera de alimentarnos bien y a la vez enfriar el planeta y frenar la desaparición de explotaciones agrarias y empleo rural.

Por ello, la producción y el consumo de alimentos ecológicos ya han sido objeto de dos planes de acción en la Unión Europea. A su vez, la Estrategia ‘De la Granja a la Mesa’ y el Pacto Verde Europeo, aprobados en 2020, establecen como objetivo para 2030 alcanzar un 25% de superficie agraria útil en producción ecológica certificada, así como reducciones del 50% en el consumo de fertilizantes, pesticidas de síntesis y de antibióticos de uso en ganadería.

Las coberturas vegetales y la diversidad de plantas benefician la fertilidad y la salud del suelo y del huerto. / Flickr

Estos objetivos han de convertirse en compromisos legales para los estados miembros de la UE este otoño, durante la presidencia española del Consejo de la Unión Europea. La buena noticia es que ya tenemos decenas de miles de explotaciones agrarias ecológicas y estas nos muestran que el cambio es posible. Merecen el apoyo de la sociedad, y la sociedad se merece sus alimentos de calidad, sostenibles, saludables, generadores de resiliencia ecológica y justos.

* Daniel López García es investigador del CSIC en el Instituto de Economía, Geografía y Demografía (IEGD-CSIC).

* Puedes encontrar información relacionada en los informes Producir alimentos sin agotar el planeta y Nutrición sostenible y saludable, de la colección Ciencia para las Políticas Públicas (Science For Policy) del CSIC. Recientemente publicados, los informes están elaborados por equipos de investigadores e investigadoras del CSIC y tienen el objetivo de servir de puente entre los centros de investigación y los decisores políticos, a fin de contribuir a la definición de políticas públicas basadas en la evidencia científica.