Archivo de mayo, 2024

Illustraciencia 11 presenta las mejores ilustraciones científicas del año

¿Sabías que el desierto de Chihuahua vive una culebra con un ‘parche’ en el ojo? ¿Y que los flamencos se alimentan filtrando el agua a través de su pico? ¿Habías oído que nuestro cerebro es un ‘bosque neuronal’? Estos son solo algunos de los fenómenos que las imágenes premiadas en Illustraciencia 11 te invitan a descubrir.

El certamen internacional de ilustración científica y naturalista organizado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Asociación Catalana de Comunicación Científica (ACCC) acaba de anunciar las ocho obras ganadoras de su undécima edición, seleccionadas entre las cerca de 500 que se presentaron. Infografías, acuarelas, ilustraciones digitales, dibujos a tinta o a lápiz… las propuestas escogidas por el jurado y el público demuestran un año más que cualquier técnica es válida para transmitir el conocimiento científico.

Culebra chata del desierto. / Alejandro González Gallina (México)

La culebra ‘pirata’ del desierto de Chihuahua

Premio Ilustración Naturalista

La culebra chata del desierto (Salvadora deserticola) es endémica del desierto chihuahuense, ubicado entre México y Estados Unidos. Se trata del desierto más grande en Norteamérica y el segundo con mayor diversidad a nivel mundial, e incluye los estados mexicanos de Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Durango, Zacatecas y San Luis Potosí y, en Estados Unidos, Arizona, Nuevo México y Texas. De complexión esbelta y tamaño mediano, la Salvadora deserticola es un animal ágil y veloz, reconocible por la singular característica que le da su nombre común: una escama prominente en el rostro y que recuerda a un parche. Algunos investigadores especulan que se trata de una adaptación para cavar en busca de huevos de reptiles (Degenhardt, et al, 1996), aunque la mayor parte de su dieta la componen lagartijas que caza activamente durante el día.

Alimentación por filtración del flamenco común. / Ana Fernández Pero (España)

Pelícanos filtradores

Premio Ilustración Científica

Los flamencos comunes (Phoenicopterus roseus) filtran el agua con su pico para obtener las algas, el plancton y los moluscos de los que se alimentan. Cuando quieren comer, sumergen su cabeza y se desplazan o la mueven de un lado a otro (f). El agua entonces atraviesa su robusto y curvado pico, que posee una serie de laminillas filtradoras y, a continuación, se encuentra con una carnosa lengua provista de pilosidades que facilitan la ingesta de alimento (c). La infografía representa también la cabeza de estos animales (a), el cráneo (b) y la parte superior (d) y las terminaciones nerviosas de su pico (e).

Bosque neuronal. / Blanca Gimeno Capmany (España)

Un bosque de neuronas

Premio Año Cajal

El cerebro es un gigantesco y complejo bosque neuronal. En un milímetro cúbico, el tamaño de la cabeza de un alfiler, hay 27.000 neuronas y mil millones de conexiones sinápticas: un intrincado sistema donde múltiples redes neuronales trabajan en conjunto para resolver problemas complejos, manejar grandes conjuntos de datos y adaptarse a nuevas situaciones. Esta ilustración digital representa este frondoso entramado celular.

Instrumentos musicales cerámicos del pueblo extinto Muisca. / Ariadna Valenzuela (Colombia)

Instrumentos con formas humanas y animales de un pueblo extinto

Mención especial Ilustración Científica

Los muiscas habitaron en el centro de la actual Colombia durante cerca de 2.000 años, pero su civilización se extinguió tras la conquista española. Esta lámina reproduce, con técnicas tradicionales de ilustración arqueológica, algunos de sus instrumentos musicales, que se caracterizan por incluir representaciones de formas humanas y animales. La mayoría son flautas de cuerpo circular (b, d, e y f) que aparentan ser aves con alas extendidas, una forma de representar el vuelo y la cercanía al Sol que la mitología de este pueblo atribuía a estos animales. La imagen también incluye tres instrumentos de percusión: una estatuilla sonajero con forma de mujer (a), un cascabel con forma de ave (c) y una copa sonajero que representa un ser híbrido entre felino y serpiente (g).

Colores del chile de árbol. / Gabriela Zamora Martinez (México)

Los colores del chile

Mención especial Ilustración Naturalista

Picante y de buen aroma, el chile de árbol (Capsicum annuum L. var. annuum) es un ingrediente básico de la gastronomía mexicana. Se trata de un fruto carnoso, brillante y de forma alargada que puede alcanzar los 15 centímetros de longitud. Su etapa de maduración se reconoce por el color. La tonalidad verde intenso es señal de que el fruto se encuentra inmaduro, pero listo para ser recolectado. Con el paso del tiempo, adquiere tonalidades amarillas y naranjas hasta llegar a un rojo brillante, que indica que llegó a su madurez.

Bull Kelp (‘Nereocystis leutkeana’). / Amanda García García (España)

Una macroalga mitológica

Mención especial Ilustración Naturalista

El nombre científico de este organismo, Nereocystis leutkeana, viene del latín y quiere decir ‘vejiga de sirena’. Se trata de una macroalga que puede llegar a medir hasta 36 metros. Su estructura la forman unas raíces (a) que se agarran a las rocas de las profundidades. Les sigue un tallo hueco (b) terminado en un bulbo (c) que contiene monóxido de carbono, lo que permite que se mantenga erguida. De este órgano brotan entre 30 y 64 hojas (d) que ondulan con el movimiento de las mareas, lo que le da el aspecto mitológico que inspira su nombre. Nereocystis leutkeana es la única alga que produce parches de esporas (e), que caen en la cercanía de sus progenitores. De esta forma, surgen los llamados ‘bosques de Kelp’, localizados en el Océano Pacífico. Estas algas sirven como hábitat para muchas especies y son consideradas un preciado bien económico, ecológico y cultural. También podemos encontrarlas en la gastronomía de América y Asia, donde son consideradas un manjar, así como en múltiples referencias del imaginario popular.

‘Cistanche phelypaea – C. violacea’. / Juan Luis Castillo Gorroño (España)

La belleza de las plantas parásitas

Mención especial Ilustración Científica

Existe un grupo fascinante de plantas incapaces de realizar la fotosíntesis y que obtienen sus nutrientes de otras plantas: las plantas parásitas. Estos organismos representan alrededor del 1%, unas 4.000 especies, de todas las plantas con flor y sobreviven conectándose al sistema vascular de sus huéspedes. Cistanche phelypaea (a-k) y C. violacea (l-m) son dos plantas parásitas presentes en la península ibérica. Su tallo subterráneo emerge a la superficie en primavera, exhibiendo una colorida inflorescencia formada por decenas de flores de color amarillo, blanco-amarillento o violáceo en el caso de C. phelypaea y púrpura o violeta en el de C. violacea. Parasitan la raíz de diferentes especies de la familia Chenopodiaceae.

‘Ara glaucogularis’: el guacamayo azul de los Llanos de Moxos. Patricia Nagashiro Vaca (Bolivia)

El guacamayo barbazul, en peligro de extinción

Mención especial del público

El guacamayo azul o guacamayo barbazul (Ara glaucogularis) destaca por su colorido plumaje, pero se caracteriza por el azul con tonalidades turquesa bajo su pico, de ahí su nombre. Las parejas monógamas de esta especie pueden gestar hasta tres huevos al año. Sin embargo, esto no garantiza el nacimiento de polluelos, ya que los huevos son acechados por monos y otros animales. Lamentablemente, esta ave endémica de Bolivia se encuentra en riesgo crítico de extinción debido al tráfico ilegal, los incendios forestales y el cambio climático. La población descubierta en 1993 no superaba los 36 ejemplares, pero, gracias a proyectos de protección y a la creación de cajas nido, su número ascendió a 600 ejemplares libres en 2022. Habitan en los huecos de palmeras (Attalea princepsphalerata, Acrocomia aculeata y Mauritia flexuosa), aprovechando los frutos que les proporcionan como parte de su alimentación.

Si te has quedado con ganas de más ilustraciones científicas, puedes ver las cuarenta imágenes que formarán parte de la exposición Illustraciencia 11 en la web del certamen.

Del Valle de la Muerte a Toledo: el misterio de las rocas que se mueven solas

Por Javier Carmona (CSIC)*

Hace años, en el Valle de la Muerte (California, EEUU), en el lugar más caluroso y más deprimido topográficamente de nuestro planeta (85,5 metros bajo el nivel del mar) junto con el Mar Muerto, se descubrieron unos surcos de arrastre que dejaban tras de sí rocas de tamaño considerable. Las trazas no se encontraban en zonas con pendiente que pudiesen facilitar el desplazamiento de las rocas y, en ocasiones, cambiaban inexplicablemente de dirección.

Roca deslizada en el Valle de la Muerte / Wikipedia

En el lago seco de Racetrack, la zona del valle donde este fenómeno es más frecuente, las rocas tienen un tamaño de entre 15 y 45 centímetros y pesan hasta 30 kilos. La longitud de los surcos que dejan a su paso es de centenares de metros y su profundidad media, de 2,5 centímetros.

A lo largo de los años se han formulado diversas hipótesis para poder explicar estos movimientos: terremotos, huracanes, inundaciones puntuales o un origen biológico, incluso la presencia de extraterrestres o civilizaciones pasadas. Pero, en la naturaleza, la explicación más sencilla suele ser la correcta y este caso no iba a ser de otra manera.

70 años de observaciones

En 1948 comenzaron las observaciones empíricas en la zona. Los movimientos se fueron identificando con estacas, que marcaban la posición original de las rocas y su nueva ubicación si experimentaban desplazamientos en años o meses sucesivos. Pero fue en 2014 cuando el misterio empezó a resolverse. Ese año se publicó un estudio en la revista científica PLOS ONE que incluía observaciones precisas de GPS colocados sobre las rocas y datos obtenidos por una estación meteorológica. También, y por primera vez, se logró grabar una secuencia de imágenes donde se podía observar el movimiento de un bloque a lo largo de más de 200 metros.

Los datos recogidos dejaban claro que el desplazamiento sólo se producía durante el día y en invierno. En ese momento del año las temperaturas diurnas alcanzan los 30 grados centígrados, pero por la noche pueden descender hasta los -10. A esas temperaturas, el agua vertida por las escasísimas precipitaciones invernales se congela. Durante el día, el hielo se funde originando una pequeña lámina de agua, pero, bajo la roca, persiste una fina capa agua congelada. Esto propicia que un poco de viento sea capaz de empujar una roca situada encima del hielo y hacer que se deslice por la superficie sin apenas esfuerzo. Además, si la dirección del viento cambia, el desplazamiento y el surco lo hacen en esa nueva dirección.

De hecho, se pudo comprobar que, con tan solo con una fina capa de hielo de entre 3 y 6 milímetros de espesor, se podía producir este movimiento. También, que una velocidad del viento de 4 o 5 metros por segundo era suficiente para desplazar las rocas a velocidades de entre 2 y 5 metros por minuto. Además, se observó que según la velocidad y la dirección del viento y de la corriente de agua superficial, el movimiento de la roca podía variar. ¡Misterio resuelto!

Rocas que se desplazan en la provincia de Toledo

Se han descrito manifestaciones parecidas de rocas que se mueven solas en España, concretamente en la laguna Altillo Chica, en la localidad de Lillo (Toledo). En este caso, las rocas eran de un tamaño inferior, pero de hasta 8 kilos de peso. Sin embargo, aquí no se desplazan por la presencia de hielo.

Roca deslizada en Lillo, Toledo / Wikipedia

Roca deslizada en Lillo, Toledo / Wikipedia

Esta laguna puede estar parcialmente seca en algunas épocas del año. Cuando aumenta su superficie acuosa, en las zonas menos profundas se generan tapices microbianos. En momentos de tormentas con fuertes precipitaciones y vientos, este tapiz puede actuar como lubricante o incluso romperse, permitiendo el desplazamiento de la roca sobre la superficie, lo que a su vez deja un surco de arrastre. A pesar de que el espesor de la lámina de agua es muy reducido, de apenas 2 o 3 centímetros, y el fondo de la laguna es muy plano, se han medido velocidades en la corriente de agua de 2 metros por segundo con vientos de 14 metros por segundo.

Nuestro planeta es un lugar fascinante, y todavía ocurren multitud de fenómenos sorprendentes que a veces pasan desapercibidos. Solo es cuestión de observar.

 

*Javier Carmona es responsable de comunicación y cultura científica del Instituto de Geociencias (CSIC-UCM).