Entradas etiquetadas como ‘Chile’

Illustraciencia 11 presenta las mejores ilustraciones científicas del año

¿Sabías que el desierto de Chihuahua vive una culebra con un ‘parche’ en el ojo? ¿Y que los flamencos se alimentan filtrando el agua a través de su pico? ¿Habías oído que nuestro cerebro es un ‘bosque neuronal’? Estos son solo algunos de los fenómenos que las imágenes premiadas en Illustraciencia 11 te invitan a descubrir.

El certamen internacional de ilustración científica y naturalista organizado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Asociación Catalana de Comunicación Científica (ACCC) acaba de anunciar las ocho obras ganadoras de su undécima edición, seleccionadas entre las cerca de 500 que se presentaron. Infografías, acuarelas, ilustraciones digitales, dibujos a tinta o a lápiz… las propuestas escogidas por el jurado y el público demuestran un año más que cualquier técnica es válida para transmitir el conocimiento científico.

Culebra chata del desierto. / Alejandro González Gallina (México)

La culebra ‘pirata’ del desierto de Chihuahua

Premio Ilustración Naturalista

La culebra chata del desierto (Salvadora deserticola) es endémica del desierto chihuahuense, ubicado entre México y Estados Unidos. Se trata del desierto más grande en Norteamérica y el segundo con mayor diversidad a nivel mundial, e incluye los estados mexicanos de Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Durango, Zacatecas y San Luis Potosí y, en Estados Unidos, Arizona, Nuevo México y Texas. De complexión esbelta y tamaño mediano, la Salvadora deserticola es un animal ágil y veloz, reconocible por la singular característica que le da su nombre común: una escama prominente en el rostro y que recuerda a un parche. Algunos investigadores especulan que se trata de una adaptación para cavar en busca de huevos de reptiles (Degenhardt, et al, 1996), aunque la mayor parte de su dieta la componen lagartijas que caza activamente durante el día.

Alimentación por filtración del flamenco común. / Ana Fernández Pero (España)

Pelícanos filtradores

Premio Ilustración Científica

Los flamencos comunes (Phoenicopterus roseus) filtran el agua con su pico para obtener las algas, el plancton y los moluscos de los que se alimentan. Cuando quieren comer, sumergen su cabeza y se desplazan o la mueven de un lado a otro (f). El agua entonces atraviesa su robusto y curvado pico, que posee una serie de laminillas filtradoras y, a continuación, se encuentra con una carnosa lengua provista de pilosidades que facilitan la ingesta de alimento (c). La infografía representa también la cabeza de estos animales (a), el cráneo (b) y la parte superior (d) y las terminaciones nerviosas de su pico (e).

Bosque neuronal. / Blanca Gimeno Capmany (España)

Un bosque de neuronas

Premio Año Cajal

El cerebro es un gigantesco y complejo bosque neuronal. En un milímetro cúbico, el tamaño de la cabeza de un alfiler, hay 27.000 neuronas y mil millones de conexiones sinápticas: un intrincado sistema donde múltiples redes neuronales trabajan en conjunto para resolver problemas complejos, manejar grandes conjuntos de datos y adaptarse a nuevas situaciones. Esta ilustración digital representa este frondoso entramado celular.

Instrumentos musicales cerámicos del pueblo extinto Muisca. / Ariadna Valenzuela (Colombia)

Instrumentos con formas humanas y animales de un pueblo extinto

Mención especial Ilustración Científica

Los muiscas habitaron en el centro de la actual Colombia durante cerca de 2.000 años, pero su civilización se extinguió tras la conquista española. Esta lámina reproduce, con técnicas tradicionales de ilustración arqueológica, algunos de sus instrumentos musicales, que se caracterizan por incluir representaciones de formas humanas y animales. La mayoría son flautas de cuerpo circular (b, d, e y f) que aparentan ser aves con alas extendidas, una forma de representar el vuelo y la cercanía al Sol que la mitología de este pueblo atribuía a estos animales. La imagen también incluye tres instrumentos de percusión: una estatuilla sonajero con forma de mujer (a), un cascabel con forma de ave (c) y una copa sonajero que representa un ser híbrido entre felino y serpiente (g).

Colores del chile de árbol. / Gabriela Zamora Martinez (México)

Los colores del chile

Mención especial Ilustración Naturalista

Picante y de buen aroma, el chile de árbol (Capsicum annuum L. var. annuum) es un ingrediente básico de la gastronomía mexicana. Se trata de un fruto carnoso, brillante y de forma alargada que puede alcanzar los 15 centímetros de longitud. Su etapa de maduración se reconoce por el color. La tonalidad verde intenso es señal de que el fruto se encuentra inmaduro, pero listo para ser recolectado. Con el paso del tiempo, adquiere tonalidades amarillas y naranjas hasta llegar a un rojo brillante, que indica que llegó a su madurez.

Bull Kelp (‘Nereocystis leutkeana’). / Amanda García García (España)

Una macroalga mitológica

Mención especial Ilustración Naturalista

El nombre científico de este organismo, Nereocystis leutkeana, viene del latín y quiere decir ‘vejiga de sirena’. Se trata de una macroalga que puede llegar a medir hasta 36 metros. Su estructura la forman unas raíces (a) que se agarran a las rocas de las profundidades. Les sigue un tallo hueco (b) terminado en un bulbo (c) que contiene monóxido de carbono, lo que permite que se mantenga erguida. De este órgano brotan entre 30 y 64 hojas (d) que ondulan con el movimiento de las mareas, lo que le da el aspecto mitológico que inspira su nombre. Nereocystis leutkeana es la única alga que produce parches de esporas (e), que caen en la cercanía de sus progenitores. De esta forma, surgen los llamados ‘bosques de Kelp’, localizados en el Océano Pacífico. Estas algas sirven como hábitat para muchas especies y son consideradas un preciado bien económico, ecológico y cultural. También podemos encontrarlas en la gastronomía de América y Asia, donde son consideradas un manjar, así como en múltiples referencias del imaginario popular.

‘Cistanche phelypaea – C. violacea’. / Juan Luis Castillo Gorroño (España)

La belleza de las plantas parásitas

Mención especial Ilustración Científica

Existe un grupo fascinante de plantas incapaces de realizar la fotosíntesis y que obtienen sus nutrientes de otras plantas: las plantas parásitas. Estos organismos representan alrededor del 1%, unas 4.000 especies, de todas las plantas con flor y sobreviven conectándose al sistema vascular de sus huéspedes. Cistanche phelypaea (a-k) y C. violacea (l-m) son dos plantas parásitas presentes en la península ibérica. Su tallo subterráneo emerge a la superficie en primavera, exhibiendo una colorida inflorescencia formada por decenas de flores de color amarillo, blanco-amarillento o violáceo en el caso de C. phelypaea y púrpura o violeta en el de C. violacea. Parasitan la raíz de diferentes especies de la familia Chenopodiaceae.

‘Ara glaucogularis’: el guacamayo azul de los Llanos de Moxos. Patricia Nagashiro Vaca (Bolivia)

El guacamayo barbazul, en peligro de extinción

Mención especial del público

El guacamayo azul o guacamayo barbazul (Ara glaucogularis) destaca por su colorido plumaje, pero se caracteriza por el azul con tonalidades turquesa bajo su pico, de ahí su nombre. Las parejas monógamas de esta especie pueden gestar hasta tres huevos al año. Sin embargo, esto no garantiza el nacimiento de polluelos, ya que los huevos son acechados por monos y otros animales. Lamentablemente, esta ave endémica de Bolivia se encuentra en riesgo crítico de extinción debido al tráfico ilegal, los incendios forestales y el cambio climático. La población descubierta en 1993 no superaba los 36 ejemplares, pero, gracias a proyectos de protección y a la creación de cajas nido, su número ascendió a 600 ejemplares libres en 2022. Habitan en los huecos de palmeras (Attalea princepsphalerata, Acrocomia aculeata y Mauritia flexuosa), aprovechando los frutos que les proporcionan como parte de su alimentación.

Si te has quedado con ganas de más ilustraciones científicas, puedes ver las cuarenta imágenes que formarán parte de la exposición Illustraciencia 11 en la web del certamen.

La Isla de Pascua y los misterios más remotos del planeta

Por Valentí Rull (CSIC)*

2.000 kilómetros separan a la Isla de Pascua del lugar habitado más cercano, y más de 3.600 la aíslan del continente más próximo, Sudamérica. Situada en pleno océano Pacífico, cerca del Trópico de Capricornio, es el lugar de origen de las misteriosas figuras de piedra conocidas como moai que habitan toda la isla y que, con el paso de los años, se han convertido en su símbolo. No obstante, éste no es su único enigma.

La diminuta Isla de Pascua, llamada así por el día en que los europeos llegaron a ella en 1722, pertenece a la región chilena de Valparaíso desde 1888 y cuenta con una población no superior a los 6.000 habitantes. Sin embargo, su historia comenzó muchos siglos atrás. El aislamiento de este territorio ha sido, en gran parte, el catalizador de una historia ambiental y cultural muy peculiar y controvertida que todavía requiere de años de investigación.

‘Moai’ en fila en la Isla de Pascua. / Valentí Rull

Como decíamos, el primer gran enigma científico de la Isla de Pascua (‘Rapa Nui’ en idioma aborigen), desconocida por la civilización occidental hasta la llegada de los holandeses en el siglo XVIII, fue la presencia de los imponentes moai, más de 900 estatuas gigantes de piedra que pueblan la isla y le confieren su imagen más emblemática. Dado que los moai no forman parte de las manifestaciones culturales actuales, se ha supuesto que fueron erigidos por una civilización anterior prácticamente desconocida. Además, las dimensiones de estas esculturas (algunas alcanzan 20 m de altura y más de 250 toneladas de peso) plantean un problema tecnológico importante relacionado con su transporte y emplazamiento. Por otra parte, dada la posición intermedia de la isla entre América y Polinesia, se han propuesto estos dos posibles orígenes para la civilización ancestral de la isla. El momento de esta colonización inicial también sigue siendo una incógnita, igual que la fecha y el porqué de la desaparición de aquella civilización original.

Hasta finales del siglo XX, las evidencias utilizadas para descifrar el pasado cultural de la Isla de Pascua procedían principalmente de la Arqueología, con aportes procedentes de la Antropología física, la tradición oral y la Lingüística. A partir de 1980, se inició una nueva etapa en la investigación científica de Rapa Nui, caracterizada por la posibilidad de reconstruir los climas y ecosistemas del pasado a través de la Paleoecología. El resultado más espectacular de estos estudios fue el descubrimiento de que la isla, actualmente tapizada por praderas de gramíneas, había estado totalmente cubierta de bosques dominados por palmeras desde, por lo menos, 40 milenios atrás. Pero el otro hallazgo sorprendente fue la desaparición súbita de estos bosques hacia el siglo XV, algo que produjo un cambio radical en la historia ecológica y cultural de la isla. A partir de ese momento, el gran reto científico fue explicar la supuesta deforestación masiva y repentina de la isla.

Distribución de los ‘moai’ en la isla. / Eric Gaba.

Hasta ahora se han planteado dos teorías principales que explicarían este suceso. En la primera, la coincidencia aproximada de la deforestación con el fin de la cultura de los moai se interpretó como una evidencia de que los antiguos habitantes de Rapa Nui habían sobreexplotado los recursos naturales de la isla hasta deforestarla, lo cual provocó no sólo un colapso ecológico sino también cultural, en otras palabras, un ‘ecocidio’. La segunda teoría sugiere la posibilidad de que el colapso ecológico no fuera la causa directa de la desaparición de la sociedad ancestral, que habría permanecido más o menos estable a pesar de la deforestación. Sin embargo, a principios del siglo XIX, esta sociedad habría sido víctima del contacto prolongado con la civilización occidental, y desembocaría en la desaparición casi total de la población insular por la introducción de enfermedades infecciosas desconocidas en la isla (viruela, sífilis…) y la práctica del esclavismo, hipótesis que se conoce como del ‘genocidio’. Estudios recientes han podido constatar que la deforestación no fue súbita, sino gradual, y que no ocurrió en toda la isla al mismo tiempo. Hasta hace un par de décadas, la deforestación de Rapa Nui se asociaba exclusivamente con actividades humanas, bien sea directa o indirectamente, pero nuevas evidencias corroboran que en esa época también se produjeron cambios climáticos relevantes en forma de sequías pronunciadas, que podrían haber jugado un papel importante en la deforestación y en la sociedad insular.

‘Moai’ al atardecer en el costa de Rapa Nui. / Valentí Rull

La historia de la Isla de Pascua trasciende el interés local, ya que puede considerarse un modelo a pequeña escala, un experimento natural en un sistema prácticamente cerrado, aplicable a muchos otros lugares del planeta y posiblemente también a nivel global. Los grandes cambios experimentados por el clima, los ecosistemas y la sociedad de la isla a través de milenios pueden servir de modelo para pronosticar nuestro posible destino y el de nuestro planeta frente a las alteraciones ambientales y culturales que se avecinan en un futuro cercano. Este remoto territorio nos proporciona información básica para optimizar nuestras predicciones, pues nos permite conocer de primera mano las respuestas ecológicas y culturales a los cambios ambientales, así como diferenciar los factores naturales de los antrópicos (producidos por el ser humano) como causas de cambios socioecológicos. Esto es posible gracias a disciplinas como la Paleoecología o la Arqueología, que ayudan a reconstruir fenómenos ecológicos y culturales imposibles de estudiar de otra manera, sin cometer ecocidios o genocidios experimentales. Además, estas paleociencias, al ser empíricas, contribuyen a evitar la proliferación de especulaciones infundadas que a veces se utilizan para defender posiciones extremas, como el catastrofismo o la pasividad interesadas, en temas ambientales y de conservación.

 

*Valentí Rull es investigador del Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera (ICTJA – CSIC)
** Este post ha sido extraído del libro ‘La isla de Pascua’, disponible en la editorial CSIC y La Catarata.