‘Rewilding’: volver al Pleistoceno para recuperar ecosistemas

Por Fernando ValladaresXiomara Cantera y Adrián Escudero*

Hace unos 10.000 años, al final de la época del Pleistoceno, desaparecieron los grandes mamíferos. Hoy solo quedan huesos fosilizados y el eco de las pisadas de mamuts, gigantescos gliptodontes, leones, camellos, lobos enormes o tigres con dientes de sable que se estudian en yacimientos paleontológicos repartidos por todo el planeta. Volver a recuperar esos ecosistemas anteriores a la proliferación transformadora del Homo sapiens es el objetivo de lo que se conoce como rewilding, concepto que se podría traducir al castellano como resilvestración o renaturalización.

Recreación de la fauna de la Edad de Hielo en Altamira. / Mauricio Antón (MNCN, CSIC)

Recreación de la fauna de la Edad de Hielo en Altamira. / Mauricio Antón (MNCN, CSIC)

Se trata de una concepción de la conservación a gran escala, destinada a devolver los ecosistemas actuales a un supuesto estado previo a la intervención humana. Esto se lograría proporcionando conectividad entre las diversas zonas que conforman una región y protegiendo o reintroduciendo grandes depredadores y especies clave para aumentar la biodiversidad.

Una parte de la comunidad científica sostiene que deberíamos traer de vuelta algunos de esos “fantasmas” como parte de un controvertido movimiento para “resilvestrar” partes de Europa y América del Norte, ya sea reintroduciendo especies existentes, reviviendo otras extintas o intentando reconstruir ecosistemas enteros. Esta tendencia, no exenta de polémica, sostiene que una restauración así recuperaría procesos y beneficios ecológicos vitales pero perdidos.

De Siberia a los Cárpatos

En la década de 1980, el ecologista holandés Frans Vera encabezó la idea de introducir razas primitivas de ganado y caballos en la Oostvaardersplassen, una reserva natural de 6.000 hectáreas al este de Ámsterdam. Hoy los animales sobreviven gracias al manejo humano, ya que no existen depredadores que regulen las poblaciones de herbívoros y el incremento de especímenes hace que no dispongan de suficiente alimento.

Del mismo modo, el científico ruso Sergey Simov emprendió una búsqueda personal para reintroducir el buey almizclero, el bisonte, los caballos de Yakutia y otros grandes herbívoros, así como los tigres, en una zona de 14.000 hectáreas en el oeste de Siberia, que bautizó como Parque del Pleistoceno y que se conoce también como la pradera del mamut. Aunque tal vez la mejor prueba del beneficio ecológico de la renaturalización proceda de las islas del océano Índico, donde la reintroducción de tortugas gigantes ha aumentado la germinación de plantas en peligro de extinción, como el raro árbol de ébano de Mauricio.

Sin embargo, parte de la comunidad científica plantea la preocupación de que los animales reintroducidos puedan actuar como especies invasoras dañinas. Reintroducir especies que eran autóctonas es algo bueno, pero devolver especies equivalentes o proxies para llenar un supuesto nicho ecológico vacío es terreno abonado para generar problemas. Los efectos se pueden propagar en cascada por todo el ecosistema y la red alimentaria afectando a todo, desde las plantas e insectos hasta los pequeños roedores, y podrían llevar a otras especies en peligro de extinción a números más bajos.

La idea de recuperar ecosistemas del Pleistoceno suena tremendamente atractiva y puede recibir un gran impulso si las nuevas herramientas genéticas hacen posible la reingeniería (o “desextinción”) de los mamuts lanudos y otras especies perdidas que seducen a la sociedad. Sin embargo, más allá de las dificultades técnicas y éticas que plantea la propuesta de renaturalizar, lo que podemos afirmar es que no existe conocimiento científico concluyente sobre sus implicaciones reales y a largo plazo para la biodiversidad y la funcionalidad de los ecosistemas receptores.

Paisaje mixto con la vega de un río, zonas arboladas y áreas de cultivo en la zona del Nordeste de Segovia. / Carlos Antón

Paisaje mixto con la vega de un río, zonas arboladas y áreas de cultivo en la zona del Nordeste de Segovia. / Carlos Antón

Una apuesta por los paisajes culturales

Los ecosistemas de hoy son fruto de la interacción humana desde hace miles de años. Nuestra presencia ha generado los actuales paisajes culturales, donde las especies que los habitan han evolucionado y a los que se han adaptado, es decir, no existen bosques que mantengan las estructuras anteriores a la aparición del ser humano.

En cuanto a conservación se refiere, cada vez tenemos más claro que la crisis de biodiversidad resulta principalmente de la sobrexplotación y la transformación de esos paisajes culturales, y no tanto de la entrada reciente del ser humano en ecosistemas originales o prístinos. Por lo tanto, no se puede abordar la restauración de ecosistemas obviando que debemos convivir con el resto de especies. En primer lugar, porque ecosistemas prístinos hace mucho tiempo que apenas hay y, en segundo lugar, porque los paisajes culturales son ya tan antiguos que numerosas formas de vida han surgido y se mantienen en el seno de esos sistemas en los que el ser humano juega ya un papel ancestral.

Describir el uso humano de la naturaleza como una perturbación reciente y negativa de un mundo natural libre de seres humanos es simplemente incorrecto, ya que ignora el largo pasado de intervención humana que cuenta con más de 12.000 años de historia. Una intervención que ha generado altos niveles de biodiversidad y que ha favorecido procesos propios de estabilización de esa biodiversidad.

La restauración de los ecosistemas con los que convivimos hoy debe ser una prioridad para frenar la pérdida de biodiversidad y paliar los efectos del cambio climático. En esta labor, los referentes para conservar y recuperar la naturaleza deben ser los paisajes históricos de los que el ser humano forma parte, abandonando la explotación desmedida y la relación tóxica que tenemos con la naturaleza. Estamos de acuerdo en que la visión centrada en el ser humano que plantea nuestro marco cultural es parte de los problemas a los que nos enfrentamos, pero también que una visión excluyente en la que el ser humano como entidad biológica no está en los ecosistemas es también una reducción que nos lleva casi al absurdo.

 

* Fernando Valladares es investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN, CSIC), Xiomara Cantera es la responsable de prensa del MNCN y Adrián Escudero es investigador de la Universidad Rey Juan Carlos. Los tres son autores de La salud planetaria, perteneciente a la colección ¿Qué sabemos de? (CSIC-Catarata).

1 comentario

  1. Dice ser emigrante

    Gran artículo, totalmetne de acuerdo con él.

    La teoría detrás el parque pleistoceno de Siberia es que la nieve es muy buen aislante térmico y en invierno evita que el suelo se congele demasiado. Los hervívoros escarban en la nieve en busca de hierba o líquenes dejando el suelo denudo que se enfría y congela más profundamente estabilizando el permafrost.

    El problema con la desextinción del mamut es que vivió en un ecosistema que ya no existe, la sabana ártica similar a la tundra. La tundra actual está muy al norte y el invierno es una noche eterna. La tundra donde vivió el mamut estaba a latitudes tan bajas que salía el sol en invierno.

    «Describir el uso humano de la naturaleza como una perturbación reciente y negativa de un mundo natural libre de seres humanos es simplemente incorrecto» Exacto, el asilvestramiento del paisaje por el abandono del campo y la extinción del ganado suelto nos ha traído los megaincendios.

    27 septiembre 2022 | 14:49

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