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Así eran los inmigrantes detenidos en la Isla Ellis (Nueva York)

La memoria es frágil. Parece un disco duro con una carga de tres tristes gigas. Los Estados Unidos no son una excepción en este proceso de olvido mecánico. La inmigración que tantos temen lleva cruzando mares y desiertos desde los tiempos homéricos (y mucho antes). Personas de diversos orígenes y costumbres exóticas llegaron a países que les parecieron también exóticos, donde fueron capaces de integrarse con el tiempo y aportar riqueza y nuevas ideas a la nación que los cobijó.

Las fotografías amateur de Augustus Sherman nos recuerdan este devenir sufriente y silencioso que parece eterno para esta raza de simios caminantes que representamos. Mucho antes de que dijéramos «globalización», y de que los humanos de las distintas partes del mundo fueran cada vez más iguales, hubo una pequeña isla llamada Ellis que, entre 1892 y 1954, sirvió de centro de detención para los migrantes pobres que esperaban poder cruzar a Nueva York como paso franco hacia los Estados Unidos. Por allí, sin ir más lejos, pudo colarse la familia del actual presidente, Donald Trump. Durante esa época sortearon la aduana unos 12 millones de pasajeros. Se estima que solo un 2% fue deportado.

En las fotografías de Sherman, que fue Jefe de Registro de la Isla entre 1892 y 1925, podemos ver los rostros y vestidos tradicionales de los recién llegados, muchos de los cuales no sabían hablar inglés y parecían salidos de las zonas más profundas de los Urales. La mayoría de ellos tuvieron que esperar en este centro de detención para ser desparasitados y registrados legalmente, hasta conseguir dinero, un billete de partida o algún familiar que los viniera a recoger.

En estas fotografías únicas podemos observar la diversidad y multiculturalidad que un día fue capaz de acoger una nación -entonces poderosa y llena de confianza– que hoy tiende a reclamar una homogeneidad neurótica y expela un miedo contagioso hacia el diferente por sus poros mediáticos.

Pastor rumano. Augustus Sherman. New York Public Library.

Pastor rumano. Augustus Sherman. New York Public Library.

Polizón alemán. Augustus Sherman. New York Public Library.

Polizón alemán. Augustus Sherman. New York Public Library.

Mujeres rumanas. Augustus Sherman. New York Public Library.

Mujeres rumanas. Augustus Sherman. New York Public Library.

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Hoy solo regalo flores

Hoy me he despertado con aliento de néctar, trompa de lepidóptero, bombo de abejorro, y he decidido llenar este blog de flores. Nada más. Me sobreviene el espíritu del buen zángano, la casualidad de los insectos melíferos, el azar colectivo de la miel.

Salgo raudo de la colmena en busca del polen artístico…

Abeja de miel o melífera. Por Ivar Leidus. CC BY-SA 4.0. Wikimedia Commons.

Abeja de miel o melífera. Por Ivar Leidus. CC BY-SA 4.0. Wikimedia Commons.

En las pinturas de Mona Caron, artista afincada en San Francisco, terminan posadas mis múltiples patitas de himenóptero.

Es una artivista que apuesta por los murales en el espacio público. Narraciones para los vecinos, que también viven en colmenas y a veces apestan a gris.

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Nazis paseándose por Nueva York

Marshall Curry ha sido nonimado dos veces a los Oscar y firma esta pieza que se titula a A night at the Garden, emitida por la plataforma Field of Vision.

El corto documental usa metraje de archivo y recupera un suceso olvidado por la mayoría de estadounidenses: cuando los nazis se paseaban con marcial simpatía por las calles de Nueva York, una estampa para la estupefacción, escenografía hitleriana que se perdió en el tiempo, con actores secundarios borrados del recuerdo, demasiado molestos con sus brazos alzados. Esta es la historia de cuando Hitler era un tío cool en los Estados Unidos.

Ocurrió en 1939, en un encuentro llamado Pro American Rally. La misión de los amigos del Reich era la de convencer a las masas americanas de las bondades políticas de una supuesta raza superior que acabaría en su delirio de nibelungo por destruir Europa, exterminando a millones de judíos, homosexuales, gitanos, comunistas, disidentes, críticos, seres humanos inocentes, y todo a ritmo de Wagner y de tubas ensalzando un trastorno freudiano.

20.000 americanos acudieron a esta llamada racista en el Madison Square Garden. Escucharon las proclamas antisemitas. Sintieron el poder del dios primitivo en la movilización popular. En principio el director quiso hacer un documental de corte tradicional, narrado con voz en off, pero en seguida se dio cuenta de la potencia de un mensaje sin más adorno que los hechos: imágenes de George Washington y la bandera de los EEUU unidos a esvásticas, sorprendiendo al moderno espectador. Un insulto a la memoria de Indiana Jones.

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Stephen Wilts, la ‘cámara humana’ que memoriza la arquitectura de una ciudad

Stephen Wiltshire dibujando una panorámica de Tokio - Foto: www.stephenwiltshire.co.uk

Stephen Wiltshire dibujando una panorámica de Tokio – Foto: www.stephenwiltshire.co.uk

Tenía cinco años cuando dijo su primera palabra: papel. Al británico Stephen Wiltshire (Londres, 1974) se le ha llamado «la cámara humana» por su extraordinario talento como ilustrador arquitectónico. Sólo con echar un vistazo a un paisaje urbano, desde un helicóptero o un edificio elevado, es capaz de dibujarlo al detalle, con monumentos, edificios, trazados de calles.

Que a los tres años le diagnosticaran autismo fue solo el comienzo de la historia. A los siete empezó a dibujar con esmero edificios representativos de Londres, el interés de los medios de comunicación lo convirtió en un famoso niño artista, publicó un primer libro de dibujos con apenas 13 años, empezó a recibir encargos, exponer, viajar al extranjero… Ha sido condecorado Miembro del Imperio Británico por sus servicios prestados al arte, cuenta con su propia galería de arte en el centro de Londres y tiene una lista de encargos con una previsión de entre cuatro y ocho meses de espera. Desde el verano pasado, sus vastas panorámicas de Londres reciben a los viajeros en el aeropuerto de Heathrow.

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Cuando vivir es protestar, el Instagram rebelde del jamaicano Ruddy Roye

Untitled, 2016 © Ruddy Roye

Untitled, 2016 © Ruddy Roye

Ruddy Roye, un fotógrafo jamaicano que vive en Nueva York y tiene 47 años, no duda al definirse: «Humanista/Activista», con iniciales tan mayúsculas como grandes son los significados esas dos palabras, separadas por una barra inclinada que en realidad engarza aún más los términos.

Amplía así el radiograma: «Fotógrafo con conciencia, pelando la cornea de mis ojos para compartirla en Instagram«. Todo reluce excepto la empresa con que finaliza la frase. Compartes, sí, pero también les regalas contenido, engordas su cash flow, trabajas sin que ni siquiera te consideres trabajador.

@ruddyroye es el ojo que nunca duerme. Lo conocen y defienden más de 250.000 seguidores. En cada imagen que sube a su cuenta —lleva más de 4.000 y tiene otra, solo para fotos en blanco y negro, @ruddynegus— añade una reflexión escrita. Es también el dedo que nunca duerme sobre el teclado que resplandece como una retina.

No me emociona Instagram, ni me gusta el estilo que impera, tampoco el de Roye —demasiado filtro de enfoque, ninguna duda en el tema de cada imagen, escasos puntos de fuga, una búsqueda algo robótica de una perfección que no existe, porque es el fuera de foco, lo confuso, quien va de nuestra mano en esta trinchera…—, pero en el caso del jamaicano hay un sesgo peculiar: Roye hace fotos como cantando en el dancehall.

Parece puesto, siempre un gramo por encima de la realidad… Puedes notar el retumbe selvático del bajo, la llamada de la espesura.

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El MoMA repone, 30 años después, la serie de fotos que inauguró el ‘heroin chic’

Nan Goldin - Trixie on the Cot, New York City. 1979. The Museum of Modern Art, New York © 2016 Nan Goldin

Nan Goldin – Trixie on the Cot, New York City. 1979. The Museum of Modern Art, New York © 2016 Nan Goldin

El infierno en la tierra y el cielo infernal que todo ángel negro codicia con venas hambrientas: el Bowery, al sur de Manhattan, paseo de la fama de muchachos viciosos. La fotógrafa Nan Goldin acababa de cumplir 26 años cuando llegó al barrio. En las calles se movía la fricción más bruta, el hielo más frío: 1979, año de psychos, canciones que decían «rompe la cabeza del mocoso con el bate», «estoy en E», «somos la generación en blanco»…

Goldin venía de estudiar fotografía en Boston, que es al Bowery lo que Chamartín a La Cañada Real.

Sin saber muy bien por qué —el espíritu del tiempo era: a nadie le importa por qué lo haces, sino que lo hagas—, empezó a disparar diapositivas, aquellas fotos transparentes que, una vez reveladas y colocadas en marquitos, se proyectaban en la pared, sobre los muebles, el edificio de enfrente o los cuerpos en frenesí. Goldin no tenía otra ambición que animar las fiestas con diaporamas más o menos sincrónicos con la música de la Velvet Underground, James Brown o Nina Simone que sonaba en las noches sin amanecer.

Las fotos mostraban a gente haciendo el amor, trabada en peleas, intentándolo, fumando, cayendo, subiendo, con signos físicos de violencia en la piel, dando besos como dentelladas, esperando que el anterior en el turno terminase el trabajo con la jeringa… Nadie prestó demasiada atención a lo que hacía Golding. Todos estaban demasiado colocados y la fotógrafa no era excepción. Disparó miles de fotos entre 1979 y 1986, cuando el Bowery era como Mogadiscio y los carcas pedían la intervención de la ONU.

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Regresan los setenta, la década de la que nadie salió ileso

Cubiertas de 'Ciudad en llamas' y 'Reyes de Alejandría, y, en el centro, póster de 'Vinyl'

Cubiertas de ‘Ciudad en llamas’ y ‘Reyes de Alejandría, y, en el centro, póster de ‘Vinyl’

La década de los años setenta fue la última de la que emanó el presentimiento constante de que todo estaba a punto de estallar, la creencia, como decía la canción, de que cualquier esfuerzo era inútil porque nadie saldría vivo del mundo y la opción más adecuada, quizá la única, era entregarse al torrente de la locura y arder en el magma de la disipación. Uno de los personajes del escritor Garth Risk Hallberg condensa la sensación en una imagen olfativa: «huelo a sangre de niño».

El autor de una de las novelas del año, Ciudad en llamas, no vivió el tiempo que narra —nació en 1979—, pero ha conseguido en su debut literario la crónica más detallada y pulsátil de los Bad Old Days, como llaman los neoyorquinos a los tiempos de la heroína, el desorden y el rock and roll. El libro, que en castellano ha sido editado por Random House [los fragmentos iniciales de cada bloque de la novela se pueden leer en estos vínculos: 1, 2, 3 y 4], viene precedido de los adjetivos promocionales de «nuevo clásico» y el autor recibió un adelanto de dos millones de dólares, el mayor nunca pagado por una ópera prima.

Ninguna de ambas circunstancias manchadas por la moda debe llamar a engaño: la novela es una fábula tétrica de un millar de páginas que se dejan leer con la adictiva naturalidad de un tóxico. Si el lector anhela una máquina del tiempo para conocer el lugar y el momento donde sucedió todo y de modo simultáneo, esta es su oportunidad. Lee el resto de la entrada »

Norman Bates vive en la terraza del MET

Una de los terrazas más seductoras de Nueva York, la del nunca alabado lo suficiente museo MET , en el número 1000 de la Quinta Avenida, está ocupada por una réplica de una de las construcciones que pueblan la pesadilla colectiva: la casa donde Norman Bates habitaba —solo aunque no en soledad, ya me entienden— en Psicosis, la película de 1960 de Alfred Hitchcock.

Desde el 19 de abril, la azotea, una de las más frecuentadas desde la primavera hasta el otoño por las espectaculares vistas sobre Central Park y la mutación lenta y sorprendente, pese a lo cíclico, de los tonos de los 20.000 árboles del parque, contiene una reproducción de la tenebrosa mansión victoriana de Bates, interpretado por el siempre torturado Anthony Perkins, que se empapó para la actuación de la vida y desmanes del asesino en serie Ed Gain, el carnicero de Plainfield, granjero en apariencia modelo que asesinó, despellejó y en algunos casos comió a varias decenas de personas en los años cincuenta —también profanaba tumbas, usaba un cinturón de pezones humanos curtidos y desayunaba un tazón de sopa muy nutritiva como tónico matinal—.

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El arte de Jason Harvey, dibujante de retratos robot policiales

'Sketch 9', 'Sketch 17' y 'Sketch 1', tres de los retratos policiales artísticos de Jason Harvey - Jason Harvey/Fort Gansevoort Gallery, New York

‘Sketch 9’, ‘Sketch 17’ y ‘Sketch 1’, retratos policiales artísticos de Jason Harvey – Jason Harvey/Fort Gansevoort Gallery, New York

Cada adjetivo es clave para un nuevo elemento, para definir las facciones, el corte de pelo, la forma de los ojos. El testigo ocular describe la cara del sospechoso y el dibujante se deja llevar por las palabras, imaginando el aspecto del supuesto culpable.

«No es un proceso creativo, es una destreza que poseo», dice sacudiéndole el aura artística a su tarea. Jason Harvey (EE. UU, 1973) trabaja para la Policía de Nueva York como dibujante de retratos robot y sus bocetos sirven como pruebas en juicios. Define su trabajo de retratista policial como «terapéutico» y subraya la necesidad de saber escuchar y ser lo más franco posible con el testigo.

En paralelo, un peculiar estilo propio le ha permitido relacionar su tarea con el arte. Ahora muestra al público por primera vez sus trabajos. En la galería Fort Gansevoort de Nueva York hasta el 10 de enero, los personajes se alinean en las paredes mirando de frente como en un tablero del ¿Quién es quién?.

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Metraje mudo de las Torres Gemelas en construcción

Con cerca de 3.000 muertos, los atentados del 11 de septiembre de 2001 fueron un signo de los tiempos, todo en ellos resultó tan megalómano como los poderosos edificios del neoyorquino World Trade Center. El 11-S se televisó y emitió a una hora conveniente, para que una buena parte del planeta pudiera incluso ver en directo cómo el segundo avión se estellaba contra la Torre Sur.

El fragmento de película que acompaña a este texto tiene un toque corporativo, sería frío y anodino, en todo caso anecdótico para quien conozca el lugar, si no fuera por la historia que hay detrás de las Torres Gemelas. En el film producido por Western Electric (compañía estadounidense de ingeniería eléctrica), la falta de sonido hace pensar que se trata de material bruto para un audiovisual industrial.

Ahora de dominio público y de visionado y descarga libre gracias al Internet Archive, el film documenta cómo se construyeron los colosos y cómo eran los primeros ocupantes. Desde el presente, podemos asociar cada segundo del metraje a la destrucción, el silencio —en otras circunstancias imparcial— contribuye a la incomodidad.

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