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Memorias de la cárcel talladas en huevos de avestruz

'It's Your Fault II' - Gil Batle - © 2015 Ricco Maresca Gallery

‘It’s Your Fault II’ – Gil Batle – © 2015 Ricco Maresca Gallery

Filas infinitas de hombres con la cabeza agachada y los brazos hacia atrás, manos agarrando cuchillos, barrotes y muros, porras en alto, palotes tachados que cuentan los días de cautiverio… Entre los elitistas del arte, la obra de Gil Batle podría clasificarse de «popular» y quedar encajonada como el pasatiempo de un expresidiario con cierto talento. El soporte que utiliza no comparte la nobleza del lienzo y peca de excéntrico. Talla en huevos de avestruz, pero lo que representa sobre la cáscara es el diario de una realidad invisible.

Conoce bien el ambiente de insoportable soledad y hostilidad de las cárceles. De 53 años, de origen filipino y nacido y criado en San Francisco (California, EE UU), ha pasado más de dos décadas en varias prisiones de California, cumpliendo condena por fraude y falsificación. Ser un autodidacta del dibujo le granjeó una buena reputación en la frágil y peligrosa sociedad de la prisión, se hizo tatuador «clandestino».

Ahora residente en una pequeña isla de las Filipinas, ejercita la catarsis sobre huevos de avestruz, los más grandes que puede poner un ave, equivalentes en tamaño a más de 20 huevos de gallina, de color cremoso y cáscara gruesa y rugosa.

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El pintor que traslada la soledad de Edward Hopper al siglo XXI

'Q Train' - Nigel Van Wieck

‘Q Train’ – Nigel Van Wieck

Cada obra de Edward Hopper (1882-1967) es un charco de silencio, una nueva forma de entender la soledad: el ser humano del siglo XX se encierra en sí mismo, se desconecta de sus semejantes y está rodeado de paisajes tan bellos como melancólicos. El artista obliga siempre al espectador a llegar tarde y sólo le permite adivinar un fragmento de la historia completa.

El año en que nació el pintor Nigel Van Wieck (Reino Unido, 1947), Hopper pintaba Summer Evening (Noche de verano), una escena veraniega bañada por la luz blanca del porche de una casa de madera. La mujer, poniendo los brazos hacia atrás para apoyarse, lleva una cortísima falda rosa con un top del mismo color; el hombre está ligeramente inclinado hacia ella. Entre la tensión y la incapacidad para comunicarse, ambos permanecen a la espera de que suceda algo en los próximos segundos.

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La ‘top model’, el arquitecto dandi y el multimillonario cocainómano

Evelyn Nesbit, Stanford White y  Harry Kendall Thaw

Evelyn Nesbit, Stanford White y Harry Kendall Thaw

El titular podría ser el que abre la entrada, pulp hasta el amaneramiento: La top model, el arquitecto dandi y el multimillonario cocainómano. No sería inaceptable otra versión menos relamida: El crimen más teatral del siglo XX. Tampoco una tercera más afrancesada: La mujer del columpio de terciopelo rojo.

La historia, que subyugó al novelista E.L. Doctorow (Ragtime, de 1975, adaptada al cine unos años después por Miloš Forman), tiene también lo necesario para ser el germen del libreto de una ópera de trama funesta, una crónica sobre el pozo negro del final de un siglo, la base para un ensayo sobre el fariseísmo social o una parábola sobre la belleza y sus desgracias.

Sea cual sea la versión, los protagonistas son Evelyn Nesbit, Stanford White y Harry Kendall Thaw.

Evelyn Nesbit retratada por Gertrude Käsebier (1900)

Evelyn Nesbit retratada por Gertrude Käsebier (1900)

Evelyn Nesbit, a quien llamaban la «Eva americana», tenía en la foto, tomada en 1900, 16 años.

Para considerarla una llama encendida no es necesario anotar lo que está a la vista: la caída de los párpados, la promesa de abandono, la piel lactescente del genoma celta… Poco más de un año antes, mientras el siglo XIX moría entre gritos de júbilo y admoniciones de apocalipsis, Evelyn rondaba la miseria. Trabajaba en una tienda por departamentos de Filadelfia 12 horas al día y seis días a la semana por un salario que alcanzaba para seguir muriendo.

Un encuentro casual con una pintora le permitió cambiar de oficio a los 14 años: modelo de estudio, a veces desnuda, por un dólar al día. Suficiente para mantener a la madre y el hermano chico, arruinados hasta el hambre por la muerte prematura a los 40 años del cabeza de familia, un abogado que sólo dejó en la tierra sueños demasiado ambiciosos y un hatajo de deudores.

"Portrait of Evelyn Nesbitt" - James Carroll Beckwith, c. 1901

«Portrait of Evelyn Nesbitt» – James Carroll Beckwith, c. 1901

La evocadora belleza de la muchacha y el apetito insaciable del público por buscar nuevos ideales de belleza y sensualidad para el siglo XX convirtieron a Evelyn en un icono.

La llama ardió rápido: en 1902 aparecía en la portada de las revistas —todas: Vanity Fair, Harper’s Bazaar, The Delineator, Women’s Home Companion, Ladies’ Home JournalCosmopolitan…— y también en la publicidad del interior.

Era inagotable: vendía marcas de pasta de dientes o cerveza, Coca Cola o pólizas de seguro; una presencia tenaz: aparecía en postales, calendarios, tarjetas, se multiplicaba —geisha, ninfa, diosa griega, campesina, gitana...—, y mantenía el misterio de lo carnal.

La consideraron, con razones sobradas, tres veces icono inaugural: la primera pin-up, la primera top model y la primera sex symbol. Dicen que hasta la llegada de Marilyn Monroe nadie calentó tanto la imaginación de los EE UU.

"Woman: the Eternal Question" - Charles Dana Gibson, 1905

«Woman: the Eternal Question» – Charles Dana Gibson, 1905

En 1905 un perfil de la exuberante muchacha fue dibujado, con el elocuente título de Mujer: la pregunta eterna, por Charles Dana Gibson, constructor de las Gibson Girls, mujeres nuevas que bebían martini, montaban en bicicleta, regían su vida, no atendían a convenciones y estaban muy por encima de los cánones de belleza.

Evelyn, que también fue musa de algunos de los pioneros de la fotografía de moda y cobraba una tarifa de diez dólares por sesión, añadió pronto a los ingresos el salario como corista en Florodora, uno de los primeros musicales de éxito masivo en los teatros de Broadway. En 1902 consiguió un papel secundario —la gitana Vasthi— en otra obra, The Wild Rose.

Su madre, que vigilaba de cerca a la fuente de ingresos, aceptó complacida que su hija, que acaba de cumplir 18 años, iniciase una carrera en los escenarios, porque le dijeron que las actrices lo tenían fácil para pescar millonarios.

Evelyn era mediocre como intérprete —tanto que el resto del elenco solía burlarse de ella durante los ensayos—, pero algunas críticas destacaron que mientras permanecía en silencio era capaz de iluminar la escena con más intensidad que todo el equipo eléctrico.

Entre los aduladores que rondaban a la joven diva el más cautivador —aunque a Evelyn le parecía «demasiado viejo»— era el arquitecto Stanford White, un bon vivant cincuentón y dandi pese al sobrepeso. Era adorado por la alta sociedad neoyorquina por la aguda palabrería, la extravagancia del enérgico bigote rojizo, la fundación de un estilo que llamaba con pompa Richardsonian Romanesque y que no era otra cosa que una aplicación, quinientos años más tarde, del ideario renacentista, las casas que diseñaba para la altísima burguersía —entre ellas las mansiones en la Quinta Avenida de los Vanderbilt y los Astor—, y la reforma del Madison Square Garden de 1890, que coronó con una réplica de la Giralda de Sevilla.

Stanford White (1853-1906)

Stanford White (1853-1906)

La obra de la que White estaba más orgulloso era su «apartamento para adulterios», entre las avenidas 22 y 24, una casa de ladrillo que había decorado con la estridencia de un burdel: en una habitación tenía un columpio de terciopelo rojo para que sus conquistas se balanceasen, a ser posible ligeras de ropa, y en otra había cubierto las paredes de espejos para multiplicar hasta el infinito las hazañas sexuales de las que se ufanaba.

Aunque White se mostró en un principio como «paternal y cariñoso», según escribiría Evelyn en sus memorias, prontó pasó a la acción y, con la connivencia de la madre de la actriz, que veía con buenos ojos el asunto y se apartó muy gratamente de la ciudad aceptando unas vacaciones pagadas por el arquitecto, logró que la joven entrase en su cama. No hubo coacción, pero sí fascinación, mucho champán, cenas íntimas con platos que Evelyn nunca había visto ni en estampas, el regalo de un bellísimo quimono y un columpio de terciopelo.

John Barrymore (1882-1942)

John Barrymore (1882-1942)

En escena apareció fugazmente el actor John Barrymore, que todavía era un aspirante a estrella pero cautivó a Evelyn con el magnetismo que le convertiría en uno de los grandes galanes de la primera mitad del siglo. Fueron amantes durante una corta temporada porque la madre de ella y White intervinieron para cortar el romance y separar a los novios.

A los pocos meses Evelyn fue internada en una clínica: la versión oficial fue una apendicitis, pero siempre se especuló que se había sometido a un aborto porque estaba embarazada de Barrymore.

Dominada y con escasa voluntad, la «Eva americana» eligió salir del laberinto mediante la peor de las opciones: Harry Kendall Thaw, hijo de un magnate del carbón y los ferrocarriles. El heredero, hijo único, vivía sin pegar clavo gracias a una holgada asignación familiar.

Harry Kendall Thaw (1871-1947)

Harry Kendall Thaw (1871-1947)

Señorito calavera, criado como un reyezuelo despótico —mantuvo durante toda la vida la costumbre de hablar con el código lingüístico y el tono amanerado con que los adultos hablan a los bebés—, tahúr de partidas de póquer, consumidor de cocaína, morfina y opio, expulsado de una universidad tras otra (incluso de Harvard, que lo había admitido tras una donación millonaria de papá), Harry distribuyó el escándalo y los caprichos con pasión y logró que la prensa acuñara un término que hasta entonces era desconocido: playboy.

Acudía cada noche a ver actuar a Evelyn, le enviaba regalos, primero desde el anonimato y luego a cara descubierta. Cuando ella salió del hospital la invitó a un viaje a todo trapo por Europa para recuperarse. La madre de Evelyn, por supuesto, se apuntó. Al fin adivinaba el yerno millonario con el que siempre había soñado.

Manipulador de efectividad suprema, Thaw organizó un recorrido agotador de saltos entre ciudades, hoteles de lujo, salones de alto copete y diversiones mundanas. Al mismo tiempo malmetió para que madre e hija —cansada la primera y abatida la segunda— se distanciaran y propuso, presentándose como apaciguador, que se la señora se quedara unos días en Londres para recuperar aliento mientras él y Evelyn se iban a conocer París. En la capital inglesa, tras una noche iluminada por el champán, propuso matrimonio a la joven por primera vez.

Residencia de los Thaw en Pittsburgh

Residencia de los Thaw en Pittsburgh

Después de casi dos años de insistencia, Evelyn dijo que sí. En sus memorias afirma que antes contó a Thaw toda la verdad sobre las relaciones previas con White y Barrymore.

La boda, que se celebró en abril de 1905, fue un prólogo de la vida que tenía por delante la joven, que acababa de cumplir 21 años: Thaw y su madre, una fanática que interpretaba literalmente el Viejo Testamento, obligaron a la novia a vestir de negro. La pareja viviría en la aislada residencia palaciega de la familia. Desde luego, la carrera como actriz y modelo terminó de inmediato.

La jaula de oro era, finalmente, una simple jaula. Nada faltaba pero nada era del todo real: las apariencias mandaban y la alienación de Evelyn, que nunca había ejercido el libre albedrío, se acentuaba por momentos. En el interior del marido anidaba una creciente paranoia. Aseguraba que la mafia planeaba secuestrarle, que le perseguían, que el arquitecto White deseaba recuperar a Evelyn. Empezó a sufrir episodios de ira y violencia y a llevar encima una pistola.

"Harry Thaw mata a Stanford White en el jardín de la terraza" (Portada del 'New York American' del 26 de junio de 1906)

«Harry Thaw mata a Stanford White en el jardín de la terraza» (Portada del ‘New York American’ del 26 de junio de 1906)

El 25 de junio de 1906 fue un día de extraordinario calor en Nueva York. Los termómetros rozaron los 30 grados centígrados y la humedad agudizaba la sensación térmica. A las 11 de la noche, la terraza del Madison Square Garden —diseñada por Stanford White precisamente para servir como refrescante alternativa teatral a cielo abierto durante la temporada de verano— estaba poblada por la alta sociedad de Nueva York. Representaban el vodevil Mam’zelle Champagne (Señorita Champán), una deliciosa nadería para regocijarse con la frivolidad.

Cuando la compañía afrontaba el número final —I Could Love A Million Girls (Podría amar a un millón de chicas)— acaso White pensaba en que el temita podría aplicarse a sus experiencias en el salón de los espejos del «apartamento para adulterios».

Las bandas sonoras siempre caen del cielo.

El bigotudo arquitecto, charlando como siempre, no vió venir a Thaw, que descargó tres tiros en la cabeza y la espalda de White. En el revuelo y la histeria posteriores, el asesino permaneció inmóvil. «Arruinó a mi esposa», dijo en voz baja antes de tomar a Evelyn del brazo y dirigirse al ascensor.

— ¿Qué has hecho? —preguntó ella, consternada y en estado de shock.

— Salvar tu vida —dijo él.

Harry Thaw en comisaria unas horas después de asesinar a White

Harry Thaw cenando en comisaria unas horas después de asesinar a White

El proceso judicial, bautizado como «el juicio del siglo», fue una pantomima. El dinero inagotable del imperio Thaw pagó las minutas de los mejores penalistas del país y de una agencia de relaciones públicas para influir sobre los diarios —fue la primera vez en la historia que un gabinete de prensa representó a un asesino—. El jurado fue secuestrado en un hotel —también una circunstancia inédita hasta entonces— para intentar aislarlo de la contaminación de los muchos tribunales paralelos.

La opinión pública tragó con el mensaje: Thaw era un caballero que defendió el honor de su esposa ante el arquitecto abusador que se había aprovechado de la inocencia de una menor de edad. Algunas revistas de arquitectura se dejaron sobornar y publicaron críticas feroces al estilo «irrelevante y pretencioso» de White, que pasó a ser un apestado postmortem.

Thaw fue condenado a cadena perpetua en un sanatorio mental, donde vivía como un capo, con comidas traídas desde el restaurante Delmonico’s y tres sirvientes a su servicio. Intentó fugarse varias veces y llegó a escapar a Canadá, pero fue extraditado. En 1915, nueve años después del crimen, fue considerado como «curado» y puesto en libertad por un tribunal.

Evelyn Nesbit y su hijo - Foto: Arnold Genthe, 1913

Evelyn Nesbit y su hijo Russell William Thaw – Foto: Arnold Genthe, 1913

Unos cuantos epílogos pueden ser anotados para culminar la narrativa de esta crónica sobre una cenicienta elevada a la fama discutible de la admiración y la indiscutible bajeza de los cotilleos.

Evelyn Nesbit tuvo un hijo, nacido en Berlín en 1910. Sostenía que el padre era Thaw y el crío había sido concebido durante una visita privada en el sanatorio. El millonario nunca reconoció la paternidad del crío, aunque permitió que fuese registrado con su apellido.

Russell William Thaw actuó con su madre en media docena de pésimas películas que pretendían explotar el morbo y se dedicó a la aeronáutica. Fue piloto de prototipos y héroe en cazabombarderos durante la II Guerra Mundial. Murió en 1984.

Evelyn Nesbit (1884-1967)

Evelyn Nesbit (1884-1967)

En 1911 la actriz se reconcilió con su madre, la mujer que le había dirigido y manipulado la vida. Intentaron sacar dinero a la familia Thaw, pero sólo recibieron «migajas». Cuando se ultimó el divorció en 1915 el tribunal dictó una compensación de 25.000 dólares. A Evelyn le pareció tan insultante que donó el dinero a la anarquista, libertaria y feminista Emma Goldman, que lo empleó para financiar el libro prosoviet Diez días que estremecieron al mundo, del propagandista John Reed.

La primera top model trabajó en compañías de burlesque de tres al cuarto. Algunos dicen que también se ofrecía como stripper para fiestas privadas. Murió en una residencia de ancianos en California en 1967, a los 82 años.

Thaw fue detenido en 1916 por agresión sexual contra un chico de 19 años. El dinero volvió a resolver el asunto, que se cerró con un acuerdo fuera de los tribunales. En 1924 compró una granja en el campo y escribió un libro de memorias. «Bajo las mismas circunstancias volvería a matarlo mañana», dijo sobre el ataque mortal contra White.

El «playboy asesino», como le llamaban los diarios, murió de un ataque al corazón en Florida en 1947. Tenía 76 años y una fortuna estimada en un millón de dólares.

El edificio que había construido White para sus adulterios se derrumbó en 2007. Nadie lo derribó: cayó por abandono.

Jose Ángel González

El primer ‘hoax’ periodístico: la Luna habitada por castores, bisontes y hombres-murciélago

Una de las litografías  del 'Gran engaño de la Luna' que el Sun vendió en 1835

Una de las litografías del ‘Gran engaño de la Luna’ que el Sun vendió en 1835

Resultaba que en la Luna había vida, humanoides con alas de murciélago, cabras, bisontes, castores sin cola y bípedos, unicornios… El conjunto lisérgico de criaturas se había revelado gracias a «un inmenso telescopio» que funcionaba con una tecnología «completamente nueva».

Supuestamente publicadas en origen en el Edinburgh Journal of Science, las piezas periodísticas describían, con todo lujo de detalles, las maravillas que el prestigioso astrónomo inglés Sir John Herschel (1792-1871) había descubierto observando la superficie lunar.

El conocido ahora como The Great Moon Hoax (El gran engaño de la Luna) fue una colección de seis artículos sin firma, publicados en agosto de 1835 en el periódico neoyorquino The Sun, aunque cueste creerlo sin ninguna conexión con el infame tabloide británico del mismo nombre y propiedad de Rupert Murdoch. El diario se publicó de 1833 a 1950 y fue el primero en informar de sucesos en la metrópolis estadounidense. En sus páginas se relataron delitos, crímenes, suicidios, muertes y divorcios y la clase trabajadora pronto lo adoptó como su periódico favorito.

Como toda buena leyenda urbana, la patraña lunar tenía un pie en la realidad. Herschel había viajado en 1834 a Capetown (Sudáfrica) para instalar un observatorio que contaría con un potente telescopio. Una eminencia no sólo en astronomía, sino también matemático e inventor de la cianotipia, nadie podía dudar de los hallazgos del científico. Por otro lado, eran años en los que se debatía con seriedad sobre la posibilidad de que hubiera vida en la Luna y el propio Herschel había expuesto los pros y los contras de que la hubiera. El periódico aprovechó uno de los temas de moda y le añadió el nombre respetable de un especialista para darle solidez a la fantasía.

Una de las ilustraciones del posteriormente conocido como 'The Great Moon Hoax' ('El gran engaño de la Luna'), 1835

Una de las ilustraciones del posteriormente conocido como ‘The Great Moon Hoax’ (‘El gran engaño de la Luna’), 1835

Progresivamente, las entregas (todas disponibles en inglés en este vínculo) desvelan la flora y la fauna del satélite. Primero se habló de una flor de color rojo oscuro, después llegaron las «manadas de cuadrúpedos marrones parecidos a los bisontes», una cabra de un «azulado color plomo» y una «extraña criatura anfibia», redonda y que se trasladaba rodando. Los castores que se apoyaban sobre dos patas llegaron en el tercer artículo: eran más listos que el resto de las criaturas, incluso sabían encender fuego.

Atrapado en la mentira, obligado a publicar en cada nueva pieza algo más impresionante que en la anterior para seguir cautivando al lector, el autor —parece ser que el periodista Richard Adams Locke, que siempre negó su involucración— inventó en la cuarta entrega que en la Luna había seres muy parecidos a los humanos, con el cuerpo cubierto de «pelo de color cobrizo» y alas parecidas a las de los murciélagos, «compuestas por una fina membrana». Parecía ser que el astrónomo los había visto en animada conversación, lo que significada que eran «criaturas racionales».

Los lectores recibieron con ciega emoción los descubrimientos. Desde el principio hubo dudas sobre su veracidad, pero no abundaban los escépticos: lo que se contaba en las páginas del Sun era demasiado asombroso como para desecharlo de un plumazo. Todo indica que el diario (aunque ya disfrutaba de una amplia difusión antes) arrasó en ventas, la prueba definitiva es que otros muchos periódicos y revistas se apresuraron a reescribir los textos, algunos alegando que también tenían acceso a las «fuentes originales».

Escena lunar publicada por el neoyorquino 'Sun' en 1835

Escena lunar publicada por el neoyorquino ‘Sun’ en 1835

De los medios neoyorquinos, el hoax extraterrestre saltó a otras grandes ciudades de la costa este y en un mes ya se había publicado en Europa. Para explorar al máximo la invención, el Sun también editó un panfleto a mayores que salió a la venta el 31 de agosto junto con varias litografías de las fantásticas escenas que se describían en los textos.

Por su parte, Herschel estaba en Sudáfrica cuando se levantó la locura, demasiado lejos para enterarse de que lo habían nombrado. Alguien le hizo llegar los artículos cuando todavía estaba en Capetown y los leyó entre la risa y el asombro. El astrónomo decía divertido que, descubriera lo que descubriera con su telescopio, no podría igualar algo así. Cuando, a su vuelta, periódicos estadounidenses y europeos lo persiguieron para preguntarle por el asunto, ya no le resultó tan gracioso. Herschel guardó un elegante silencio y sólo expresó su descontento por la situación en cartas privadas.

Helena Celdrán

Doce millones de migrantes europeos ‘repueblan’ Ellis Island

A su llegada a Nueva York en 1901, escapando de las balas de una lupara de la mafia siciliana, el niño de diez años Vito Andolini es rebautizado por el gendarme de Inmigración, que le otorga por error el apellido de su pueblo natal, Corleone. El crío está enfermo de viruela y lo internan en cuarentena en un hospital para inmigrantes. En el triste cuarto de la tierra nueva, sentado frente a la Estatua de la Libertad, cuyo significado dudosamente conoce, el dulce huérfano —objetivo de una vendetta que le ha deja solo en el mundo porque su padre se atrevió a insultar al capo local— canta una tonadilla en dialecto siciliano.

La escena, narrada con cadencia de llanto por Francis Ford Coppola en El Padrino —esa trilogía sobre una saga italoestadounidense que debería ser considerada como patrimonio de la humanidad—, se desarrolla en la Isla Ellis, en la bahía de Nueva York, un islote plano y de muy pequeño tamaño que la intervención humana amplió hasta 11 hectáreas merced a sucesivos trabajos de relleno. Cuando los colonos holandeses la compraron en 1630 a los indios, era poco más que una lengua de barro donde abundaban las ostras e incordiaban las gaviotas.

Inmigrantes en Ellis Island, 1892 - Foto: Wiki Commons

Inmigrantes en Ellis Island, 1892 – Foto: Wiki Commons

Desde 1892 hasta 1954, Ellis Island fue el principal punto de entrada de inmigrantes a los EE UU: 12 millones de personas desembarcaron en la isla, convertida en centro de control migratorio, penitenciaría, hospital psiquiátrico, paritorio y zona de aislamiento sanitario para enfermedades infecciosas. Fue tanta la magnitud del flujo de recién llegados —sobre todo europeos que escapaban de las hambrunas, la miseria, las persecuciones y la guerra de un continente que siempre ha destacado por ser especialmente cruel con los suyos, sobre todo si se trata de pobres, débiles o amenazados— que se calcula que el 40 por ciento de los estadounidenses tiene algún ancestro entre los migrantes que pasaron por Ellis.

Aunque el Ellis Island Immigration Center —desde 1965 es un museo y forma parte del complejo monumental de la Estatua de la Libertad— es muy conocido y recibe visitas de mareas de turistas y curiosos, la isla tiene un lado obscuro que no figura en las guías, está cerrado al público a no ser que se tramite un permiso especial y sufre peligro de inminente ruina.

Sólo tres de los 33 edificios del antiguo complejo han sido restaurados y dan notables ganancias a los administradores federales: para obtener una copia de la ficha de llegada al país de una persona es necesario pagar unos 25 euros.

La organización sin ánimo de lucro Save Ellis Island (Salvemos Ellis Island) trata de llamar la atención sobre la necesidad de rehabilitar y conservar las construcciones de la parte sur de la isla, condenadas al olvido y la desidia. La llaman, no sin razones, la «otra Ellis Island».

El edificio del Ellis Island Immigrant Hospital en la actualidad - Foto: Save Ellis Island

El edificio del Ellis Island Immigrant Hospital en la actualidad – Foto: Save Ellis Island

El centro de las demandas de la organización es el enorme complejo del Ellis Island Immigrant Hospital. Inaugurado en 1902, fue el primer hospital público de los EE UU y las dependencias, durante décadas las más extensas del país dedicadas a la sanidad, se repartían entre 22 construcciones.

Funcionó hasta 1930, empleó una plantilla de 300 médicos y sanitarios y atendió gratuitamente a más de un millón de inmigrantes que llegaban enfermos al país. En la maternidad nacieron 350 niños, bautizados por las madres, en un gesto de agradecimiento que se convirtió en costumbre, con el mismo nombre de pila del médico que las habían atendido durante el parto, si el bebé era niño, o de la comadrona, si era niña.

Fichas de pacientes psiquiátricos del hospital para inmigrantes

Fichas de pacientes psiquiátricos del hospital para inmigrantes

Hubo intervenciones menos felices en las dependencias del complejo hospitalario. Algunos pacientes fueron utilizados por los médicos, sobre todo los psiquiatras, para poner en práctica las estúpidas creencias de la eugenesia, que proponía la selección genética del darwinismo social del siglo XIX del que tomarían prestados los nazis los ideales supremacistas. Las fichas de los pacientes son desoladoras y permiten leer las notas de los médicos proxenófobos: «constitución inferior», «bajo grado de imbecilidad»…

Existen evidencias —para personalizar las tragedias conviene ver el documental que inserto bajo la entrada, Forgotten Ellis Island (La olvidada Ellis Island), dirigido por Lorie Conway en 2008— de que algunos pacientes fueron catalogados como locos para que los médicos experimentaran a su antojo con ellos. También hubo muertes entre los enfermos: 3.500. La mayoría de los cadáveres fueron enterrados en fosas comunes de restos anónimos en los cementerios urbanos de la cercana Nueva York.

La gente de Save Ellis Island ha tenido la idea de repoblar los semiderruidos edificios médicos. Han encargado al artista urbano francés JR el proyecto Unframed Ellis Island (algo así como Ellis Island sin marco) para recordar que el lugar fue la puerta de entrada a los EE UU de la emigración que sostuvo al país durante años complejos y épocas de recesión.

El artista ha colocado siluetas de tamaño natural obtenidas de la ampliación de fotos de archivo sobre paredes desconchadas, ventanales arruinados, tabiques a punto de caer, asientos de sillas almacenadas de cualquier modo… El resultado es una acción de arte penetrante que permite que a los olvidados recintos sanitarios de la «isla de las lágrimas y la esperanza», como ha sido llamada Ellis por algunos, regresen las personas que fueron internadas en el gigantesco hospital con tuberculosis, difteria, cólera o simplemente con una profunda nostalgia.

Es posible soñar que el niño Vito Andolini, síntesis del censo de los recién llegados, también vuelve a Ellis en estas siluetas de grano tipográfico reventado. Conviene recordarlo muriendo décadas más tarde como capo mafioso domado por el tiempo y jugando con su nieto entre las tomateras. Su última máxima acaso fue aventurada también por buena parte de los migrantes europeos: «¡La vida es tan hermosa!».

Ánxel Grove

Óleos de alfombras sospechosamente abultadas

'Alicia' (2014) - Antonio Santin

‘Alicia’ (2014) – Antonio Santin

Antonio Santin (Madrid, 1978) se esmera en los tapizados, crea al óleo alfombras de exhaustivos adornos florales y arabescos que, de cerca, parecen más bordados que pintados sobre el lienzo. El asombroso dominio de la técnica queda olvidado por un momento cuando el espectador percibe las arrugas en la superficie: sombras y claroscuros que llevan a la conclusión de que hay algo debajo y ese algo se parece sospechosamente al cuerpo de una persona.

Ya en la serie Still-lifes (Naturalezas muertas), el pintor —primero residente en Berlín y ahora en Nueva York— daba muestras de su gusto por representar textiles en sus cuadros. Calificar de naturalezas muertas escenas protagonizadas por mujeres tumbadas es un indicativo de que algo no va bien, de que la postura relajada, la mirada perdida o los ojos cerrados de los personajes femeninos revisten la tragedia de un crimen. Pero el pintor no da más pistas, obliga a quien observa la obra a vivir en soledad con el terrible presagio.

Ofelia (2009) - Antonio Santin

Ofelia (2009) – Antonio Santin

Su experiencia como escultor y la admiración por la pintura tenebrista española son antecedentes lógicos para Rugs (Alfombras), una colección de obras que amplía desde 2011 y en la que continúa inmerso. Las espléndidas alfombras rectangulares y circulares ocultan siempre un bulto alargado y no hay indicativo alguno de que bajo ellas haya una persona. Por supuesto, para alimentar la duda las piezas reciben nombres como Claire o Alicia, pero también Nubes o nieblas o Volver.

Santin no da importancia al desasosiego que causa no resolver el misterio y otorga al espectador el poder de decidir si existe una víctima o no. En una entrevista a la publicación online berlinesa Freunde von Freunden (FvF), el autor cuenta que hacer desaparecer los cuerpos de las obras fue un acto de valentía. «Me divierte mucho trabajar con la figura humana, pero también es mi zona de confort. Fue un reto quitarse de enmedio a la figura, trasladar el fondo al frente de manera tan drástica. He aprendido mucho con esta serie. De todas maneras, el cuerpo sigue ahí, bajo la alfombra».

Helena Celdrán

'K de etaat' (2013) - Antonio Santin

‘K de etaat’ (2013) – Antonio Santin

'Claire' (2014) - Antonio Santin

‘Claire’ (2014) – Antonio Santin

Detalla de 'Claire' (2014)  - Antonio Santin

Detalla de ‘Claire’ (2014) – Antonio Santin

'Volver' (2013) - Antonio Santin

‘Volver’ (2013) – Antonio Santin

'Fall' (2010)  - Antonio Santin

‘Fall’ (2010) – Antonio Santin

'Yeh' (2013) - Antonio Santin

‘Yeh’ (2013) – Antonio Santin

Cuando la moda se incrusta en la realidad

Kalen HollomonPractica el ejercicio de introducir la fantasía en la realidad, de jugar con una silueta de papel hasta trampear la perspectiva y hacerla coincidir con el tamaño de lo circundante. Una modelo en una postura forzada y supuestamente sofisticada comparte el asiento de un vagón de metro con un hombre trajeado y con gesto entre cansado y pensativo. Otra modelo, con una mancuerna en una mano y vestida con un atuendo imposible, posa sentada en un centro comercial dando la espalda a un McDonald’s. Una cancha de tenis parece haberse instalado en la calzada de una calle cualquiera.

Kalen Hollomon vive y trabaja en Nueva York, la ciudad que le sirve de gigantesco lienzo para los collage en los que inserta recortes absurdos en la ya de por sí abigarrada realidad de la metrópolis. Siempre con el mundo de la moda en mente, el artista altera escenarios cotidianos en composiciones efímeras que sólo perviven en fotos. La recién iniciada serie, que sigue creciendo, se puede contemplar en la cuenta de Instagram del autor.

Kalen HollomonLas «combinaciones heterodoxas» son tan cómicas como amargas, Hollomon sabe coquetear con el surrealismo y también señalar con el dedo sin ningún decoro. El inevitable choque entre el mundo real y el universo idealizado de las pasarelas le han servido como base para otros trabajos: en hipotéticos anuncios para grandes marcas como Chanel o Dolce & Gabbana, nombra protagonistas a una empleada del hogar entrada en años o a un hombre del rural de Paquistán o la India. En fotos modificadas, sustituye las piernas de un hombre oriental de cuarenta y tantos años por las de una modelo ataviada con una falda transparente de tul.

«Me preocupara lo que subyace bajo la superficie», dice Hollomon en su página web. Las extrañas visiones de los collage son más que una distorsión traviesa y con ellas pretende «explorar la intersección entre la percepción humana y la concienciación«, que quien las contempla se plantee cuestiones relacionadas con «reglas sociales aprendidas, identidad, el trasfondo de las situaciones cotidianas y la percepción».

Helena Celdrán

Kalen Hollomon

Kalen Hollomon

Kalen Hollomon - 'Chanel'

Kalen Hollomon - 'Dolce & Gabbana'

Kalen Hollomon

Kalen Hollomon

Kalen Hollomon

Kalen Hollomon

La primera mujer que ejerció el fotoperiodismo en los EE UU

Haciendo una foto desde un vagón de tren, entre 1905 y 1910

Haciendo una foto desde un vagón de tren, entre 1905 y 1910

Ahí la tienen, montada en un vagón de tren para hacer la foto que deseaba hacer. Con la misma técnica de escalada logró tomar la primera imagen en los EE UU de una sesión de un juicio por asesinato, escenario entonces vedado para los fotoperiodistas: se subió a una pila de cajas y retrató la vista desde una ventana hasta que la descubrieron y detuvieron.

A Jessie Tarbox Beals (1870-1942) no le faltaban descaro y agallas para ejercer como reportera a principios de siglo, cuando ser mujer convertía la tarea en doblemente complicada —la discrimanación era masiva y el vestuario canónico de faldones, corsé y sombrero no era precisamente cómodo—. Superó las trabas, se enferntó a los prejuicios, regañó a los moscones, se enfrentó con los agentes de policía y fue allá donde su instinto le recomendaba ir para que las revistas y diarios le comprasen las fotos que hacía con el equipo de casi 30 kilos que cargaba a cuestas: una cámara de placas, un cuarto oscuro portátil fabricado con tela negra y los líquidos químicos que necesitaba para revelar in situ.

Nacida en Ontario (Canadá), había comprado su primera cámara a los 18 años tras vender subscripciones de revistas de puerta en puerta. Cinco años más tarde viajó a Chicago, donde se celebrara la Exposición Universal y logró, por insistencia y tozudez, que los organizadores la nombrasen fotógrafa oficial del evento. Pocos meses después fue aceptada como reportera en plantilla por dos diarios, el Buffalo Inquirer y Courier. Fue la primera mujer contratada en un medio impreso como fotógrafa.

Casada con Alfred Tennyson Beals, que la ayudaba como asistente, la pareja se estableció en Nueva York en 1905. Abrieron un estudio estable en la Sexta Avenida, pero la fotógrafa seguía prefiriendo la calle: documentó la vida de la ciudad con una sensibilidad abierta y desprovista de prejuicios. De la educación crsitiana que había recibido en casa —dos de sus hermanos eran misioneros en Sudamérica— aprendió que las verdades sólo admiten los decorados naturales.

Estas fotos pertenecen a la serie que Tarbox Beals hizo en los años veinte del barrio neoyorquino del Greenwich Village, ya por entonces refugio de bohemia y excentricidad. Le gustaron tanto la ilusión y las ganas de vivir que encontró en las librerías, estudios de arte y tiendas de curiosidades que decidió establecerse en la zona. El nacimiento de una hija extramarital, Nanette, había roto el matrimonio unos meses antes.

Aunque los archivos de la primera fotoperiodista estadounidense se han conservado con bastante decencia y están disponibles [Universidad de Harvard, Biblioteca del Congreso, Sociedad Histórica de Nueva York], los historiadores no suelen mencionarla y, cuando lo hacen, le hurtan la importancia debida. Es cierto que no se trataba de una superdotada como Margaret Bourke-White, la primera reportera que, unos años más tarde, fue tratada como superestrella, y que la mirada de Tarbox Beals no tenía pretensiones porque hacía fotos testimoniales como necesidad vital y no con la pretensión de crear arte, pero el olvido es injusto.

Después de gastar todo lo que ganaba en los cuidados médicos que requería la artritis reumatoide de Nanette y de buscar mitigar las consecuencias de la Gran Depresión iniciada en 1929 trasladánsose a California, la primera mujer fotoperiodista de los EE UU regresó al Greenwich Village en 1933. Los tiempos eran otros, la fotografía estaba explotando como medio de expresión y el gran coraje con que se había enfrentado al mundo en el pasado ya no era el mismo. Jessie Tarbox Beals murió en la ruina a los 61 años en un hospital de beneficencia.

Ánxel Grove

‘In Orbit’, 10 días viviendo en una rueda

'In Orbit'

En la superficie interior y exterior de la rueda hay una silla, un escritorio, un mueble-cuarto de baño, una lámpara, una pequeña cajonera y una cama. Los creadores de In Orbit (En órbita) definen la instalación como «arquitectura performance« y ahora exponen su obra en The Boiler, una sala de exposiciones propiedad de la galería Pierogi de Brooklyn (Nueva York). La particularidad reside en que además los autores pasan las 24 horas en la estructura.

Boceto del proyecto 'In Orbit'

Boceto del proyecto ‘In Orbit’

La acción artística se inauguró el día 28 de febrero y durará hasta el 9 de marzo. En la rueda de madera y acero de más de 7,5 metros de alto creada por ellos, los artistas Ward Shelley y Alex Schweder habitan por separado el interior y el exterior de la circunferencia con lo mínimo para realizar actividades básicas diarias. Para dormir, sentarse ante el escritorio o lavarse las manos deben ponerse de acuerdo para rotar la vivienda y lo ideal es que realicen la misma actividad al mismo tiempo. Cuando abandonen el hogar circular el 9 de marzo la estructura permanecerá en la galería hasta el 5 de abril para que la visiten los curiosos también tras el experimento.

Ambos artistas tratan en su obra la relación entre los espacios y las personas. Schweder ve esa conexión como «permeable», la persona «percibe» el ambiente y se moldea a él, pero además altera ese ambiente para que «corresponda a su fantasía». Conoció a Shelley en 2005 y desde entonces han realizado varias instalaciones en torno a los «efectos sociales de la arquitectura».

Para Stability (Estabilidad)—una performance realizada en Seattle (EE UU) en 2009— ocuparon durante una semana una estructura de madera hecha por ellos en la que debían orquestar sus actividades para mantener el equilibrio de la pequeña vivienda. En Counterweight Roommate (Compañero de piso contrapeso)—realizada en Basilea (Suiza) en 2011— habitaron durante cinco días, atados con arneses, una construcción vertical en la que uno dependía por completo del movimiento opuesto del otro. «Cuando uno desea ir arriba a la cocina el otro debe bajar al baño», especifica Shelley en su descripción del proyecto.

En In Orbit vuelven a necesitar la ayuda del compañero de piso, pero no parecen estresados: en el vídeo se aprecia cómo se coordinan con cautela, casi con aburrimiento, acostumbrados a convivir de la manera más incómoda posible.

Helena Celdrán

In Orbit - Ward Shelley and Alex Schweder

Compartir un pastel en un vagón del Metro de Nueva York

El pastel está hecho, sólo hace falta ponerle la crema y adornarlo. Bettina Banayan comienza a extender la densa capa sobre el bizcocho, un hombre la mira de vez en cuando extrañado, riéndose discretamente junto a la chica que va con él y meditando si la inesperada pastelera puede estar trastornada. El hecho diferencial es que Banayan está en el Metro de Nueva York, sentada en un asiento plástico naranja, con unos guantes de látex y rodeada de desconocidos que reaccionan de diferentes maneras ante la situación.

La performer —que desde 2011 ha realizado acciones artísticas relacionadas con el Metro, entre ellas picar una cebolla sobre una tabla de madera sobre el regazo— aprovecha su reciente titulación en Artes Culinarias por el Instituto Culinario Francés de Manhattan (Nueva York) para poner en práctica sus conocimientos en una nueva intervención.

Una ayudante la graba desde la fila de asientos de enfrente mientras ella unta la crema con calma. Algunos pasajeros la ignoran intencionalmente o hacen fotos con el móvil; otros la felicitan por ser «creativa» y ella agradece el cumplido respondiendo «me gusta compartir la comida con la gente». «¿De quién es el cumpleaños?» —pregunta un curioso— «de todo el mundo», contesta Banayan.

«Los neoyorquinos no son muy afables los unos con los otros. Estamos compartiendo el espacio privado, sobre todo en el Metro. Creo que es importante tener un sentido de comunidad», declara tras decorar el pastel con nata y dispuesta a compartirlo sacando platos de papel y tenedores de plástico.

Algunos aceptan encantados, otros preguntan con timidez si pueden comer un trozo. Los platos endebles comienzan a circular por el vagón y muchos esbozan sonrisas. El hombre sentado junto a la performer dice que no de primeras, pero luego no puede resistirse a probarlo. «Me alegra que al final dijeras que sí», le confiesa ella.

La artista revela en su blog que sintió cierta inseguridad al realizar el proyecto y que fue precisamente la ayudante que grababa (Vanessa Turi) la que la ayudó con su presencia a sobrellevar el corte.

Además, Turi sirvió también de inspiración para la iniciativa: «Vanessa me dijo una vez que cuando va en Metro a veces se ve en el reflejo del cristal escuchando música y parece enfadada aunque no lo esté. Creo que mucha gente se puede identificar con eso. Aunque sería muy difícil y a lo mejor imposible cambiar permanentemente esa conducta estereotípica, me emocionó ver a la gente relacionándose y compartiendo comida aunque sólo fuera por unos minutos».

Helena Celdrán