Nazis paseándose por Nueva York

Marshall Curry ha sido nonimado dos veces a los Oscar y firma esta pieza que se titula a A night at the Garden, emitida por la plataforma Field of Vision.

El corto documental usa metraje de archivo y recupera un suceso olvidado por la mayoría de estadounidenses: cuando los nazis se paseaban con marcial simpatía por las calles de Nueva York, una estampa para la estupefacción, escenografía hitleriana que se perdió en el tiempo, con actores secundarios borrados del recuerdo, demasiado molestos con sus brazos alzados. Esta es la historia de cuando Hitler era un tío cool en los Estados Unidos.

Ocurrió en 1939, en un encuentro llamado Pro American Rally. La misión de los amigos del Reich era la de convencer a las masas americanas de las bondades políticas de una supuesta raza superior que acabaría en su delirio de nibelungo por destruir Europa, exterminando a millones de judíos, homosexuales, gitanos, comunistas, disidentes, críticos, seres humanos inocentes, y todo a ritmo de Wagner y de tubas ensalzando un trastorno freudiano.

20.000 americanos acudieron a esta llamada racista en el Madison Square Garden. Escucharon las proclamas antisemitas. Sintieron el poder del dios primitivo en la movilización popular. En principio el director quiso hacer un documental de corte tradicional, narrado con voz en off, pero en seguida se dio cuenta de la potencia de un mensaje sin más adorno que los hechos: imágenes de George Washington y la bandera de los EEUU unidos a esvásticas, sorprendiendo al moderno espectador. Un insulto a la memoria de Indiana Jones.

Un suceso que fue borrado de los libros de Historia poco después, una vez que Hitler se convirtió en el enemigo número 1 de los aliados, cuando los EEUU entraron en la Guerra Mundial tras el ataque japonés a Pearl Harbor. Nazis paseándose por Nueva York en los días en que el Reich había construido su sexto campo de exterminio… delete, borrar, suprimir. El Madison Square Garden, centro de espectáculos americanos, icono del entretenimiento de una ciudad de emigrantes, lleno de extremistas invitados por la German American Bund, una organización fascista asentada en los EEUU. Después un largo silencio. La organización se evaporó. Sus líderes fueron detenidos. América estaba limpia. Indiana Jones combatía a los malvados alemanes en el cine popular.

Caso cerrado.

Para el director de este documental existe, sin embargo, un motivo aún más importante que el de recuperar la memoria histórica: los ataques constantes a la prensa, el uso del sarcasmo y de la grosería que fue la seña de identidad de estos nazis, la exaltación de los símbolos patrióticos, el lema de «take the country back» (recuperemos el país)… le recuerdan a unas estrategias que han germinado sin rubor político en este presente líquido que todo lo engulle, todo lo olvida.

Curry se pregunta qué habría pasado si Japón nunca hubiera atacado a los EEUU. ¿Sería un tabú la ideología nazi como lo es ahora? ¿Permanecen soterradas esas simpatías bajo el sustrato tóxico de la posverdad? ¿Comparten estrategia con la guerra mediática declarada contra nuestras mentes, mentes que parecen arder en el enfrentamiento, cerebritos incendiados cual eucaliptus por la dopamina del conflicto identitario? ¿Y si los nazis hubieran ganado la guerra en el espacio moral? ¿Y si llegáramos a ser los hombres y mujeres encerrados en la fortaleza del odio cibernético? Juego en esta última metáfora con la ucronía o falsa historia de la novela de Philip K. Dick, El Hombre en el Castillo, que fantasea con la idea de que Hitler había ganado la guerra y dominado los Estados Unidos.

¿Puede llegar esto a ocurrir no por el viejo poder de la guerra sino por el moderno espíritu del copy and paste?

Copy nazi, paste en nuestras cabezas.

Lo más aterrador de la película, explica el director, no son los gritos antisemitas o la violencia que exhiben las guardias pretorianas que acompañan a unos líderes hinchados cual gallos de exterminio: es la reacción de aquella multitud hechizada. Y este hechizo es el billete de un dólar hacia la barbarie universal, las lágrimas sacrificadas por una humanidad colérica que ha sido reducida a la dialéctica de los chimpancés. La guerra contra nuestras mentes prosigue… Cópialo.

2 comentarios

  1. Dice ser susum corda

    estupendo artículo, se «olvida» muchas cosas como Ford y su antisemitismo o el nazismo de Lindbergh, por no contar el apartheid hasta avanzados los 60. USA nació en la vulgaridad y su complejo no puede quitárselo. Es como el chaval que ha nacido en el extrarradio y desprecia al inmigrante, que para distinguirse de el otro se pone la pulserita y remarca su españolidad sin saber que ridiculiza la misma. Sí, creo que el nazismo ha ganado la batalla moral, entre otras cosas por la protección USA ante el comunismo y así mantener a Salazar o Franco o crear a Pinochet, Videla etc. Habrá que advertir por lo menos antes que de que sea demasiado tarde.

    17 noviembre 2017 | 09:01

  2. Dice ser Casandra

    13/02/2001

    LOS CRIMENES DEL TERCER REICH

    Los nazis usaron tecnología de IBM en el Holocausto

    Lo afirma un nuevo libro en EE.UU. Fue a través de una máquina que les permitió confeccionar listas de judíos

    Thomas J. Watson, el fundador de IBM, aceptó en junio de 1937 una distinción que se volvería en su contra: una medalla que Adolf Hitler creó para extranjeros «que demostraron ser dignos del Reich alemán». Rebosante de svásticas y águilas, la medalla confirmaba la contribución de IBM a la automatización de la Alemania nazi.

    En aquel momento, Alemania era el segundo cliente de IBM después de EE.UU. Los historiadores ya documentaron cómo la tarjeta perforada de IBM, precursora de las computadoras, desempeñó un papel importante en áreas que iban desde la puntualidad de los trenes alemanes hasta el programa de rearme de Hitler, pasando por los datos de censos, que constituían un elemento clave para la política racista nazi.

    Pero un nuevo libro supone un paso más contra Watson e IBM y sostiene que la tecnología de esa empresa contribuyó a facilitar el Holocausto al permitir que Hitler automatizara la persecución a los judíos mediante la creación de listas de grupos destinados a la deportación a campos de exterminio.

    El libro cuenta cómo, después de que IBM perdiera el control sobre las operaciones en Alemania en 1941 y Watson devolviera su medalla, la misma tecnología se siguió usando en Auschwitz y otros campos nazis a los efectos de registrar los ingresos y hacer un seguimiento de los trabajos forzados.

    «La tecnología de IBM contribuyó a que las cifras del Holocausto alcanzaron niveles verdaderamente fantásticos», argumenta Edwin Black, ex periodista e hijo de sobrevivientes del Holocausto. Black pasó tres años analizando la participación de IBM en la Alemania nazi para escribir su libro, «IBM y el Holocausto». «El Holocausto habría tenido lugar con o sin IBM, pero el Holocausto tal como lo conocemos, el Holocausto de las cifras impresionantes, es el Holocausto de la tecnología IBM. Permitió a los nazis trabajar en otra escala, con más velocidad y eficiencia».

    Las conclusiones de Black dieron lugar a un acalorado debate entre especialistas en el Holocausto. Algunos historiadores avalan la tesis de Black de que IBM y su subsidiaria alemana desempeñaron un papel importante en la persecución nazi. Otros, en cambio, insisten en que la tecnología IBM no tuvo mucho que ver con el Holocausto.

    Carol Makovic, portavoz de IBM, señaló que a la empresa le resulta difícil hacer declaraciones respecto del libro de Black ya que no tuvo acceso al mismo antes de su publicación. Agregó que IBM está dispuesta a colaborar con investigadores independientes y que depositó archivos importantes en la Universidad de Nueva York y la Universidad Hohemheim de Stuttgart, Alemania. Señala que la documentación sobre las actividades de la compañía en la Alemania nazi es «incompleta y de ninguna manera concluyente». «Claro que IBM considera que el régimen nazi fue algo lamentable», afirmó.

    Según un mensaje interno de la compañía informática, la IBM alertó a sus empleados sobre la aparición del libro y dijo que si la obra «muestra nueva y verificable información que permita avanzar en el conocimiento de esa trágica era, IBM lo examinará y pedirá a reconocidos eruditos e historiadores que hagan lo mismo».

    Una demanda contra la empresa fue presentada en Nueva York por sobrevivientes del Holocausto. Le reclaman compensaciones económicas.

    La afirmación más controvertida del libro de Black es que la tecnología de tarjeta perforada de IBM se usó para generar listas de judíos y otras víctimas a las que luego se deportaba. Si bien no hay duda de que IBM de Nueva York permitió la utilización de su tecnología en operaciones de censo nazis, entre ellas los de 1933 y 1939, lo que se debate es la utilidad que tuvieron en la localización de personas.

    La tecnología de tarjeta perforada se remonta a 1884. Herman Hollerith, un ingeniero germano-norteamericano de 20 años, creó un dispositivo para almacenar datos en tarjetas por medio de una serie de perforaciones, cada una de las cuales representaba un dato distinto, tales como edad, educación, domicilio y religión. Las tarjetas se ingresaban luego a una máquina, que cruzaba toda la información.

    Las máquinas de Hollerith fueron la tecnología de información más sofisticada antes del advenimiento de la era de la computación. A partir de mediados de la década de 1920, las tarjetas perforadas fueron el principal vehículo de la expansión de IBM en todo el mundo. IBM patentó la tecnología, con lo que la empresa podía alquilar máquinas a sus clientes y al mismo tiempo ejercer un estricto control sobre la provisión de tarjetas perforadas.

    La tecnología de Hollerith brindó a los nazis una poderosa herramienta de control social. Pocas semanas después del ascenso de Hitler al poder, en 1933, el director de la subsidiaria alemana de IBM, Willy Heidinger, proclamó que las máquinas ayudarían al Fuhrer a mantener la «pureza» y la «salud» de la política alemana.

    Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, en 1939, IBM ya entregaba a la Alemania nazi más de mil millones de tarjetas perforadas por año, según el libro de Black. Las relaciones amistosas entre IBM y la Alemania nazi se deterioraron desde junio de 1940, cuando Watson le devolvió a Hitler su medalla con la explicación de que ya no podía seguir apoyando «la política de su gobierno». Al año siguiente, Watson perdió el control de la subsidiaria alemana de IBM, la Dehomag, que pasó a manos de Heidinger, del partido nazi.

    Si bien no hay pruebas de que IBM supiera que las máquinas de Hollerith se utilizaban en lugares como Auschwitz, Black sostiene que la empresa lucró con las actividades de su subsidiaria Dehomag.

    17 noviembre 2017 | 09:35

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