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Justicia patriarcal, una vez más

Por Nerea Novo

A finales de abril de 2018 se conoció (y nos indignó) la sentencia emitida por la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Navarra contra los cinco miembros de La Manada (José Ángel Prenda, Alfonso Jesús Cabezuelo, Ángel Boza, Jesús Escudero y Antonio Manuel Guerrero). Los magistrados alegaron que no hubo violencia ni intimidación en la agresión sexual sufrida por la joven madrileña el 7 de julio de 2016. El delito por el que se les condenó entonces fue abuso sexual, en lugar de agresión sexual.

Manifestación ante la sentencia de la Manada. Imagen Nerea Novo / Feminicidio.net

Hoy el Tribunal Superior de Justicia de Navarra ha confirmado la condena de nueve años para los agresores sexuales y ha contado con solo dos votos particulares que consideraron que sí existió un delito continuado de agresión sexual al “apreciar la existencia de intimidación”. La Justicia Patriarcal se reafirma por segunda vez en no reconocer la violación y dar un mensaje de impunidad. La única esperanza ahora está puesta en que se pueda recurrir la sentencia al Tribunal Supremo.

El rechazo social ante esta actuación de la justicia patriarcal inundó las calles de todo el Estado y ha sido galardonada con el ‘Garrote de Plata’, al ser considerada la segunda peor sentencia a nivel mundial sobre igualdad de género, según la organización Women’s Link.

El caso de La Manada es especialmente mediático por lo paradigmático que resulta: un grupo de hombres desconocidos para la víctima, o que conocen ese mismo día, violan a una joven, imitan prácticas aprendidas de la pornografía hegemónica e incluso llegan a pornificar la agresión, la graban y la difunden entre sus redes.

El imaginario patriarcal de la pornografía hegemónica también afecta al magistrado Ricardo González, que en su voto particular identifica en la grabación “actos sexuales en un ambiente de jolgorio y regocijo”, abogando por la absolución de los acusados.

Desde 2016, el año en el que actuaron los integrantes de La Manada también en Pozoblanco, en nuestra sociedad se ha disparado la alerta social por este tipo de agresiones. Tal es así que desde 2016 hemos registrado 80 casos de agresiones sexuales múltiples en la herramienta online GeoviolenciaSexual.com. De ellas, el 64% fueron perpetradas en 2018, a falta de terminar el año. La documentación de estos casos refleja una clara tendencia al alza en la denuncia de estas brutales agresiones. La justicia patriarcal, con sentencias como la de hoy, supone una piedra en el zapato en este camino y cada vez más empuja a las mujeres a recurrir a la denuncia pública frente a la judicial en busca de apoyo social.

Como el caso de La Manada, dos de cada tres agresiones fueron perpetradas por grupos de hombres desconocidos o cuyo primer contacto con la víctima fue ese mismo día. Un 12,5% fue pornificada por los agresores, que grabaron o fotografiaron a su víctima durante la agresión. Más de la mitad de los casos fueron agresiones perpetradas de madrugada. Y, como La Manada, uno de cada diez robaron a sus víctimas.

No todas las víctimas son mujeres. Dos de los 80 casos tuvieron víctimas masculinas, como el caso de un niño de 9 años violado por cuatro de sus compañeros de colegio en Chilluévar (Jaén). El 100%, es decir, todas las agresiones sexuales múltiples documentadas desde 2016 fueron perpetradas por grupos formados exclusivamente de varones. Por eso, y porque la justicia patriarcal no puede seguir cayendo en el negacionismo de las violencias machistas reconocidas en el Convenio de Estambul que España ha ratificado y está obligada a cumplir, esta tarde las manifestaciones de protesta volverán a inundar las calles: por una justicia digna para las supervivientes de la violencia sexual. Yo voy.

Nerea Novo forma parte del equipo de Feminicidio.net

La manada: mucho más que un debate jurídico

Por Susana Martínez Novo

Como jurista pienso que no se puede hablar de justicia en términos absolutos. Detrás de las leyes, mejores o peores, hay en la mayoría de los casos una labor de depuración e interpretación y esa labor corresponde a los jueces y magistrados, que diariamente nos ilustran con sus sentencias.

Pero en este caso la sentencia de la manada ha supuesto un mazazo moral para gran parte de la sociedad. Una vez más, vemos con estupor como en los procesos de género se investiga e interroga sobre la reacción de la víctima y su comportamiento frente a las agresiones y sin embargo se minimiza el valor de su testimonio, obviando que el miedo es libre, así como múltiples las reacciones que cada individuo pueda experimentar ante una situación límite.

Movilización del 8 de marzo en Madrid. Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón.

Igualmente se olvida que, en los delitos de género, el entorno, los estereotipos y el dominio de un grupo sobre otro generan una violencia ambiental que sumada a una posición de inferioridad física y numérica y a unas circunstancias de aislamiento, me resulta muy difícil pensar que no constituyan una intimidación.

En efecto, podemos hablar de la sentencia y de la interpretación, a mi juicio absolutamente benevolente y desmarcada de la realidad social, que se ha dado a los hechos probados en la misma.

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Prostitución: menos escándalo, más realidad

Por María Pazos María Pazos

Si todo lo que concierne a la ideología patriarcal está impregnado de emocionalidad, el asunto de la prostitución se lleva la palma. Cuando se habla de prostitución todo se desdibuja, se trastoca, se confunde, hasta tal punto que cualquier parecido con la realidad puede ser pura coincidencia.

'Si la prostitución fuera un trabajo, ¿se lo recomendarías a tu hija?' Imagen de una campaña de la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres, www.malostratos.org

‘Si la prostitución fuera un trabajo, ¿se lo recomendarías a tu hija?’ Imagen de una campaña de la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres, www.malostratos.org

Un ejemplo es esta ‘noticia’, repetida en similares términos en muchos medios: bares ofrecen felaciones ‘a cambio de copas gratis’, o incluso ‘a cambio de barra libre. Contrariamente a la imagen que sugiere el titular (chicas emborrachándose ‘gratis’), se trata de un caso de proxenetismo con luz y taquígrafos: el propietario del bar paga a mujeres por prestar servicios sexuales a terceras personas. Esto sería así aunque la forma de pago fuera en copas, cosa que además nadie en su sano juicio se tragaría si se pusiera a pensar.

El Código Penal español castiga el proxenetismo con penas de  dos a cuatro años, también para  ‘aquel que obtenga beneficio de la prostitución de la víctima, aunque esta lo hubiera consentido’. Sin embargo, ni siquiera el Instituto de la Mujer llama al fenómeno por su nombre. Si esto se hiciera, en lugar de escandalizarse, bastaría con detener y juzgar a los culpables del delito, que bien local-izables están.

Para comprender la prostitución basta con abandonar el escándalo y mirar el fenómeno en profundidad. Tenemos los informes de la Guardia Civil o de la Defensoría del Pueblo y otros muchos, así como múltiples estudios.

Así, se comprueba el aumento del flujo de trata de mujeres hacia los países en los que la prostitución se ha legalizado (Holanda, Australia). Se comprueba también el descenso radical de dicho flujo en los que, como Suecia o Islandia, han adoptado leyes que penalizan la compra de servicios sexuales y protegen a las prostitutas, que en estos países se llaman «prostituídas» porque en general son víctimas de la trata (en España al menos el 95% lo son, según la Guardia Civil).

Cuando la realidad no está presente en nuestra mente, ese vacío es ocupado por las especulaciones. Algunas personas dicen que este es un oficio como otro cualquiera, y por tanto nada más lógico que incluirlo en la Seguridad Social, como proponen  los inspectores de hacienda, o en el PIB, como exige la Unión Europea desde 2016.

Muchas otras actividades humillantes son hoy penalizadas y/o rechazadas socialmente: comprar órganos, alquilar úteros o hasta hacerse limpiar las botas a cambio de dinero. Pero la prostitución se trata con otros parámetros. De hecho, hay personas que considerarían humillante hacerse servir una copa de rodillas, pero les parecería normal pagar porque una persona se ponga de rodillas y le haga una felación. Es cuestión de sensibilidad social, que se tiene o no se tiene. Se ve o no se ve a una persona humillada detrás de esa chica.

Yo tengo una amiga que trabajó hace muchos años en un antiguo Top-less (su ‘trabajo‘ consistía en conseguir que el cliente pagara el máximo número de copas, aunque en realidad ella bebía agua coloreada). Mi amiga, que hizo esto mientras no tuvo otro remedio para mantener sola a su hijo pequeño, me contaba que para ella lo peligroso, a lo que se negaba, era quedarse a solas con el «cliente». Así que hacer felaciones en público ni siquiera es lo peor de la prostitución.

Lo peor, si cabe, es el horror que se esconde detrás de los anuncios de contactos en periódicos supuestamente respetables o en esos clubs que vemos por las carreteras, que sin embargo visitan nuestros vecinos y amigos. Cuando la sociedad reconozca a las mujeres el estatus de seres humanos con derecho a la dignidad, nos solidarizaremos con esas mujeres y nos horrorizará que se usen sus cuerpos a cambio de dinero.

María Pazos Morán es licenciada en Matemáticas por la UCM y máster en Estadística por la Universidad de Harvard. Actualmente trabaja en el Instituto de Estudios Fiscales (Ministerio de Economía y Hacienda, España), desde donde coordina la línea de investigación ‘Hacienda Pública e Igualdad de Género’. Una de las personas promotoras del llamamiento urgente ante la reforma fiscal que prepara el Gobierno. Su último libro publicado es ‘Desiguales Por Ley‘. Pertenece a la PPIINA y al Fórum de Política Feminista.

Consentimiento sexual, ¿cuestión de edad?

Por Susana Martínez-Novo SusanaMartinezNovo70

Diversas fuentes gubernamentales han confirmado estos días que la reforma del Código Penal incluirá la elevación de la edad mínima de consentimiento en el delito de agresiones y abusos a menores, de 13 a 16 años. Esta noticia ha sido acogida de forma favorable por alguna organización que trabaja en defensa de los derechos de los menores y criticada por otros sectores que consideran adecuada la edad mínima actual o que piensan que el referente debe estar en la madurez de la persona y no en su edad.

Cuando hablamos de edad mínima en las relaciones sexuales, nos estamos refiriendo a la edad de la víctima de un posible delito y no del agresor que deberá ser juzgado conforme a la legislación que le corresponda según su edad.

Adolescente. Imagen de @despendolada.

Adolescente. Imagen de @despendolada.

Cada persona llega a la madurez  en momentos diferentes de la vida. Nuestra madurez o grado de vulnerabilidad puede variar incluso según las  circunstancias  una vez alcanzada la mayoría de edad. Sin embargo, la ley debe establecer unos mínimos criterios de referencia que nos sirvan para determinar cuándo una conducta es delictiva, pues la indeterminación del delito es contraria a nuestro sistema constitucional, aunque los tribunales tienen un margen de discrecionalidad para actuar según el caso concreto. En estos supuestos, la edad es un criterio válido del que partir, si bien lo que nos estamos cuestionando ahora es si la diferencia entre los 13 y los 16 años es sustancial.

Para empezar,  no existe un criterio objetivo para determinar una edad u  otra , sino el consenso al que se llegue por los políticos en un momento determinado. Es cierto que cuanto menor es una persona más fácil es manipular su voluntad y forzar su consentimiento. En sentido inverso, las secuelas que estos hechos dejan en las víctimas, son mayores cuando más conocimiento y conciencia de lo ocurrido tienen, y en muchos casos son irrecuperables.

En tal sentido si valoramos la medida como mecanismo preventivo y disuasorio frente a los abusos a menores, podríamos pensar que supone un plus de protección frente a estos delitos. Pero  si valoramos esta medida desde un contexto más amplio, nos encontramos con múltiples problemas.

Establecer la edad mínima de consentimiento en los 16 años supone negar la posibilidad de que los jóvenes tengan relaciones sexuales con anterioridad, so pena de incurrir en un delito, lo cual implica desconocer la realidad social en la que nos movemos en la actualidad ya que todos sabemos  que muchas chicas y chicos tienen relaciones antes. En estos supuestos, se prevé según parece la exclusión de la responsabilidad si el autor de los hechos es de edad próxima a la víctima o similar grado de madurez, con lo cual volvemos a la indeterminación del concepto y al arbitrio judicial. Por otra parte habrá que ver en que medida se puede producir como efecto colateral un  incremento en los abortos ilegales. La chica que tenga relaciones con su novio antes de los 16 abortará para ocultar un hecho que puede implicar a su pareja en la comisión de un delito.

Tampoco hay que olvidar lo que puede pasar si la presión de los padres lleva a alguna menor a alegar «abuso» ante el miedo de haber cometido un acto no permitido por la ley o como los padres pueden presionar a los hijos para presentar cargos en estos casos.

Ante todas estas disquisiciones con las que podríamos llenar páginas, personalmente solo puedo decir que percibo en todo esto  un halo de vuelta al proteccionismo del Estado sobre la libertad sexual de las personas, y especialmente de las mujeres, que excede de lo estrictamente jurídico para entrar en la esfera de lo ideológico. 

Quedan muchas preguntas por responder. ¿Qué relación tiene esta medida con las demás  planteadas por el Gobierno? ¿ De qué forma puede afectar la elevación de la edad mínima de consentimiento para mantener relaciones a la libertad de las mujeres para decidir sobre su sexualidad y sobre su maternidad? ¿Por qué hablamos de 16 y no de 15 ó de 14 años?

No podemos olvidar que ésta forma parte de un paquete de reformas cuyo texto definitivo todavía no conocemos.  Aún así, lo que es preocupante en este caso es que  las pretendidas garantías vengan acompañadas de grandes retrocesos, como el que va a suponer entre otros la reforma  del aborto  para muchas mujeres en nuestro país.

Considero que el gran problema, al margen de la edad, en los casos de agresiones y abusos sexuales, consiste en la prueba sobre los hechos. Los que trabajamos día a día en los pasillos de los juzgados, sabemos lo difícil que es en la práctica probar la existencia o no del consentimiento en las relaciones sexuales, sobre todo cuando estas conductas se desarrollan habitualmente en un ambiente de intimidad sin la concurrencia de testigos. Imaginaos la indefensión de la víctima que solo cuenta con su palabra contra la del agresor.

Más complicada aun es la situación cuando se trata de mujeres jóvenes, cuyo desarrollo físico induce a pensar que tienen una edad o desarrollo madurativo superior al real. Si esto se acompaña de unas copas en un fin de semana “divertido” el tema ya no hay por donde cogerlo y la impunidad es absoluta.

Por ello en lo que yo haría hincapié es en trabajar para reforzar las medidas de prevención, información y educación sexual en igualdad, especialmente entre jóvenes adolescentes, pues la prevención es la mejor manera de luchar contra este tipo de conductas que desgraciadamente son tan comunes en nuestra sociedad.

 

Susana Martínez Novo. Abogada y activista. Presidenta de la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres y miembro de la Asociación Española de Abogados de Familia.

Castigada

Por Yolanda Román YolandaRoman

No les voy a hablar de mujeres condenadas a morir lapidadas por adulterio, ni de niñas a las que se les rebana el clítoris en nombre de la tradición, ni de matrimonios precoces y forzados, ni de abortos clandestinos que acaban con mujeres desangradas. Hoy no. Ya tendremos tiempo de abordar estos temas si son ustedes -hombres o mujeres- tan amables e inquietos como para visitar regularmente este ilusionante espacio recién nacido.

Hoy les voy a contar una historia cercana, de aquí al lado, pero igual de estremecedora, incomprensible y colérica que esas que nos llegan de lugares lejanos en los que las mujeres no tienen ni siquiera formalmente reconocidos sus derechos. Y esta vez no voy a hacer uso de recursos literarios; les contaré los hechos objetivos. Seré irremediablemente breve, pero vaya por delante que puedo demostrar y ampliar lo que les cuento con documentación oficial e informes de expertos.

Imagen de Óscar Garcia intervenida

Intervención de una imagen de Óscar García

Se llama Paula. Es una mujer de ojos claros que casi nunca lloran. Una mujer delicada y dura a la vez, de esas a las que les cuesta dejarse abrazar porque temen derrumbarse. Paula tiene una hija, Lara. La niña tiene ahora 5 años. Paula y Lara se quieren mucho -todos los que las conocen, lo aseguran- pero desde hace un año sólo pueden verse 2 días a la semana, durante dos horas, y sólo desde hace muy poco sin vigilancia.

Un día, cuando Lara tenía 3 años y sus padres ya estaban separados, Paula llevó a su hija al médico. La pediatra le dijo que presentaba síntomas de abuso sexual. Paula no se lo podía creer, pero la pediatra presentó un parte de lesiones y se abrió un proceso judicial contra el padre de Lara. Los jueces que conocieron del caso decidieron que no había pruebas suficientes contra él pero, además, determinaron que Paula era una mujer mentirosa y manipuladora que había dañado, con sus acusaciones, la relación entre Lara y su padre.

El caso de abusos sexuales fue sobreseído provisionalmente y a Paula se le castigó retirándole la custodia de su hija y concediéndosela al padre, con el fin de que este pudiera normalizar la relación con su hija. Para evitar que Paula manipulase a la niña, los jueces decidieron que sólo podía verla en un punto de encuentro con vigilancia, sólo cuatro horas a la semana. Esta situación se alarga ya desde hace casi un año.

Lara vive con su padre y sólo ve a su madre, un ratito, los lunes y los jueves. Nadie le ha explicado por qué. Paula no puede hacerlo, ya que le acusarían de tratar de manipular a su hija. Lara sólo sabe que un día, sin previo aviso, su padre fue a buscarla al colegio 20 minutos antes de que terminaran las clases y se la llevó a la fuerza, entre gritos, forcejeos e hipidos, y desde entonces sólo ve a su madre dos días a la semana, en un lugar extraño y observadas por personas extrañas. Lara sólo sabe –siente- que cualquier cosa que ella haga o diga puede dañar a su madre y hacer que le castiguen más, por eso cada vez habla menos. Dicen los que la conocen, incluido su padre, que es una sombra, delgadísima y muda, de la niña que fue.

Su madre no puede explicarle nada y tampoco es seguro que la niña pudiera entenderlo. ¿Acaso lo entienden ustedes? ¿Cómo explicarle a una niña que sobre las mujeres pesa una sospecha de maldad que puede condenarlas al infierno porque hay algo monstruoso y atávico llamado machismo?

Para determinar que Paula era una madre manipuladora no había pruebas, como  no las había para procesar al padre por abusos sexuales. Sin embargo ella sí fue castigada. Contra Paula sólo había prejuicios y un principio judicial no reconocido abiertamente en España pero muy instalado en los juzgados: la presunción de manipulación. Por supuesto, sólo aplicable a las mujeres.

Piénsenlo un momento, ¿qué harían ustedes si tuvieran la mínima sospecha, cierta o no, de que alguien le está haciendo daño a sus hijos? Piénselo un momento y entiendan el infierno de Paula, que es, sobre todo, el infierno de Lara.

 

Si conoces un caso como éste, escríbenos y cuéntanoslo: info@savethechildren.es. Save the Children trabaja para lograr una mayor protección de los niños y las niñas en el ámbito de la Administración de Justicia y para que su interés superior sea el centro de todas las decisiones judiciales que les afecten. Si no quieres quedarte de brazos cruzados ante casos como éste, únete a Save the Children ahora (www.savethechildren.es – 902 013 224).