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La manada: mucho más que un debate jurídico

Por Susana Martínez Novo

Como jurista pienso que no se puede hablar de justicia en términos absolutos. Detrás de las leyes, mejores o peores, hay en la mayoría de los casos una labor de depuración e interpretación y esa labor corresponde a los jueces y magistrados, que diariamente nos ilustran con sus sentencias.

Pero en este caso la sentencia de la manada ha supuesto un mazazo moral para gran parte de la sociedad. Una vez más, vemos con estupor como en los procesos de género se investiga e interroga sobre la reacción de la víctima y su comportamiento frente a las agresiones y sin embargo se minimiza el valor de su testimonio, obviando que el miedo es libre, así como múltiples las reacciones que cada individuo pueda experimentar ante una situación límite.

Movilización del 8 de marzo en Madrid. Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón.

Igualmente se olvida que, en los delitos de género, el entorno, los estereotipos y el dominio de un grupo sobre otro generan una violencia ambiental que sumada a una posición de inferioridad física y numérica y a unas circunstancias de aislamiento, me resulta muy difícil pensar que no constituyan una intimidación.

En efecto, podemos hablar de la sentencia y de la interpretación, a mi juicio absolutamente benevolente y desmarcada de la realidad social, que se ha dado a los hechos probados en la misma.

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Violación correctiva

Por Nuria Coronado

A la argentina Eva Analía De Jesús, conocida como Higui, el 16 de octubre de 2016 se le ha quedado grabada en el alma para siempre. Aquel fatídico día “ser mujer, lesbiana y pobre”, tal y como ella misma confiesa, le pasaron una terrible factura. Un grupo de 10 hombres intentó cometer lo que se conoce como una “violación correctiva” contra ella. La violación colectiva de lesbianas por parte de hombres con el fin de hacerlas mujeres y que sepan cómo se siente probar a un verdadero hombre” es desgraciadamente una realidad en muchos lugares.

Pintadas en defensa de Higui. Imagen facilitada por su campaña de apoyo.

A Higui, esta manada de seres (que no humanos) la acorralaron en el pasillo del edificio en el que vivía una de sus hermanas – donde había ido a celebrar el día de la madre-  para según ellos, cambiarla a la acera correcta. La tiraron al suelo, golpearon, dieron patadas y sentenciaron: “Te voy a hacer sentir mujer, forra lesbiana«, le dijo uno de los agresores, mientras le rompía los pantalones. “Vamos a empalar a la torta”, decía otro.

Ella no solo sacó fuerzas de donde pudo, también un pequeño cuchillo que llevaba por prevención en el pecho – no era la primera vez que la insultaban, amenazaban e incluso apedreaban por ser homosexual-. En el forcejeo, Cristian Espósito, uno de los agresores  (se le echó encima, intentó quitarle el pantalón y bajarle las bragas) y cayó herido por el puñal. Murió a las pocas horas.

Pese a lo terrible del suceso, como ocurre en demasiadas ocasiones, la víctima se convirtió en verdugo y además culpable de lo sucedido. Varios de los participantes en el hecho la denunciaron ante la policía por el apuñalamiento y posterior desenlace. No importó el testimonio de Higui, ni sus moratones, ni su miedo. Las autoridades decidieron que debía estar en un penal de mujeres hasta la celebración del juicio. La violación esta vez no solo era grupal y correctiva, también era institucional.

La madre de Higui en una movilización por su libertad. Imagen de Sebastián Hacher.

Esta otra violación continuaba en la Comisaría 2da donde al tomarle declaración de los hechos los funcionarios no la creían. Llegaron a reírse y decir “¡quién te va a querer violar con lo fea que eres!”. El resto le vino dado por la Unidad Funcional de Instrucción nª 25 de Malvinas Argentinas, el Juzgado de Garantías en lo Penal nª 6 de San Martín. Las declaraciones de los agresores la llevaron a prisión preventiva y al inicio de un juico por homicidio.

En la cárcel ha pasado ocho meses terribles. Pero su celda no han sido las cuatro paredes que la han cobijado. Su calabozo lo ha construido el machismo y la homofobia que recorre el mundo. De su cruel mazmorra ha salido gracias a las de siempre: a las mujeres valientes como su madre y sus hermanas, a las periodistas feministas que la han acompañado en este calvario, a las organizaciones LGTB que se han manifestado con la bandera de la libertad y el arrojo. El no callar de todas ellas durante estos meses, junto al escándalo internacional que ha conllevado, ha servido para que los jueces reconsiderasen su decisión y la dejaran en libertad, por la noche, casi a hurtadillas, a la espera del juicio.

En la prisión ha sufrido pesadillas por el encierro pero también se ha sentido acompañada por otras mujeres. Y es que, tal y como ha explicado en una carta de puño y letra publicada por el portal La Poderosa nada más salir del penal compartió celda “con ocho pibas amigables, entre clases y deportes que practicábamos dos veces a la semana, de modo que pude volver a correr. Y volver a respirar… Aun en los peores momentos, busqué la fuerza en las notitas que me mandaban mis sobrinos y en los dibujos que me hicieron con todo su amor, entre otras cartas que fui recibiendo y los gritos de ustedes, gargantas poderosas. Todos esos gestos me ayudaron a seguir, sostenida por sus abrazos… Tenía esperanzas de poder salir en cualquier momento, porque confiaba en ustedes, en esa fuerza que pusieron muchísimas mujeres desde afuera, para que yo la sintiera desde adentro”.

Higui se arrepiente de lo sucedido, ha llorado, se ha indignado. “Sin embargo solo tenía una elección: su vida o la de él”, me contaba Azucena su hermana. “Pese al calvario de verla en prisión, era mejor el truculento viaje de tres horas desde nuestro domicilio al Magdalena, Unidad 51 del Servicio Penitenciario Bonarense y los duros registros que sufríamos al entrar, que el tener que ir a verla a un cementerio. Hemos dado gracias, y las damos, porque siga viva”, añade.

Ahora ya en libertad, Higui no piensa callar. Tampoco le amedrentan las amenazas que está recibiendo por Facebook (hacia ella y su familia) y que ya ha denunciado a las autoridades. ¿Por qué hacerlo? Solo quiere ser ella. “Hay que seguir gritando, ¡la libertad no se mancha! Antes de pasar este calvario que me llevó a la cárcel, la vida tampoco me había resultado sencilla. Me discriminaban por la forma de caminar y no me aceptaban en ningún trabajo, sin tener en cuenta nada de mi interior, ni cómo soy en realidad, ni cuánto soy capaz de dar. Debí arreglármelas como pude, haciendo esas changas de jardinería que hoy me apasionan, porque siempre me gustó trabajar, sin techo, al aire libre. Y sí, por ser lesbiana debí soportar muchas agresiones; tantas que, llegado un punto, no me quedó otra que mudarme. Pero no fue suficiente, ni eso alcanzó para evitar que me atacaran con total impunidad: la Justicia portándose mal conmigo y mis atacantes en libertad. ¿Por qué todo esto? ¡Por pobre y por lesbiana! Pero ahora soy libre. ¡Soy libre, carajo!”.

Nuria Coronado es periodista, consultora en comunicación y editora.