Una de las claves de la buena gestión de una librería pasa por las devoluciones a editoriales. Sin ellas los números de tus cuentas de resultados le confieren una nueva intensidad al rojo. Con ellas al día la promesa de una impresión en negro cobra hálitos de realidad.
¿Por qué? Simple: cuando confecciono mi fondo lo que hago es comprar ejemplares. Si los vendo me llevo el margen de beneficio, pero si no salen de mis baldas es presupuesto que me he fundido.
Y si dejo que eso me suceda el cúmulo de devoluciones no afrontadas se materializa en una wakizashi con la que yo misma me hago el hara-kiri profesional.
Si, queridos, a lo Madama Butterfly aunque empujada por una pasión más prosaica que la del personaje de la ópera de Puccini. El tajo en vertical de abajo arriba porque no puedo invertir en nuevos títulos y el remate en círculos porque bloqueo mi espacio físico, con lo que no me caben más.
Pues bien, creo que me ha llegado la hora. Como buena regente debo afrontar la tarea sin titubeos ni sentimentalismos, en plan salomónico. Es simple: ir título por título decidiendo si va a balda o a caja. Lo que me inquieta es el criterio que he de seguir.
Imaginaos que, por temas de espacio, tenéis que sacar volúmenes de vuestras estanterías. ¿Con qué criterio haríais la criba, el de mercado o el de mi/vuestro corazón de tinta?