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El curioso origen de los sobres de azúcar

El curioso origen de los sobres de azúcar

Estamos acostumbrados a entrar en una cafetería pedir un café o cualquier tipo de infusión y que nos lo sirvan acompañado de un sobrecito de azúcar (o sacarina si así lo hemos solicitado). Pero no siempre se sirvió el endulzante en sobre, sino que hasta hace unas décadas éste se ponía en un recipiente (tal y como tenemos en nuestros hogares).

Fue el ingenio, perspicacia y perseverancia de un emprendedor llamado Benjamin Eisenstadt lo que hizo que a éste se le ocurriese la idea de envasar en dosis individuales el azúcar y, años más tarde, la sacarina.

Nacido en Nueva York en 1906, Eisenstadt fue un excelente estudiante que tenía por delante una prometedora carrera como abogado. Pero el crack del 29 se cruzó en su camino justo en el momento de terminar los estudios, perdiendo la posibilidad de poder trabajar de lo que había estudiado, tal y como le ocurria a otros tantos miles de personas.

Por aquel entonces mantenía un noviazgo con una joven llamada Betty Gellman cuyo padre regentaba una cafetería en Brooklyn y quien contrató al joven como camarero para salir adelante mientras encontraba un empleo.

La pareja estaba planeando su boda (se casaron en 1931), motivo por el que a Benjamin no le quedó más remedio que aceptar el trabajo que le había ofrecido su futuro suegro, aunque fuese de modo provisional. Con la experiencia adquirida, en los siguientes años regentó un par de cafeterías por su cuenta que no terminaron de funcionar, pero su carácter emprendedor lo llevaba a probar nuevos retos profesionales y en 1940 abrió una nueva cafetería en la calle Cumberland, junto al astillero de Brooklyn, un lugar que prosperó durante los años que duró la IIGM pero que tras la finalización de ésta quedó semidesértica, motivo por el que decide cerrar el negocio como cafetería y aprovechar el local para montar una empaquetadora de té, debido al auge que por aquel entonces tenía ese tipo de infusiones, al tratarse de una bebida barata y rápida de preparar.

Compró la maquinaria necesaria y empezó a distribuir bolsitas de té por la ciudad de Nueva York. Pero este negocio no terminaba de arrancar debido a la saturación de empresas que se dedicaban a lo mismo.

En lugar de cerrar su nuevo negocio, que había bautizado con el nombre de ‘Cumberland Packaging Corporation’, Benjamin Eisenstadt decidió en 1947 dar un nuevo giro y aprovechar la máquina de embolsar té para hacerlo con azúcar. Recordó que en su tiempo al frente de las cafeterías uno de los mayores gastos que tenía era por culpa de la cantidad de azúcar que los clientes echaban a sus bebidas (sin contar aquellos que, disimuladamente, aprovechaban para llevarse un buen puñado a sus casas e incluso los azucareros enteros).

El ofrecer el azúcar embolsado y en dosis individuales ahorraría al final del año muchos cientos de dólares a cada uno de los propietarios de cafeterías.

Su idea fue todo un acierto y en poco tiempo todas las cafeterías de Nueva York servían su azúcar en sobres. La Cumberland Packaging Corporation se fue haciendo cada vez más grande y Benjamin Eisenstadt dio un paso más al lograr embolsar y servir en dosis individuales todo aquello que se le ocurría: kétchup, mostaza, mayonesa y también sacarina (que hasta aquel momento se servía líquida) y que fue lo que terminó de lanzarlo hacia el éxito total del negocio (se comercializó bajo el nombre ‘Sweet’N Low’).

 

 

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Fuentes de consulta: noemiegrynberg / sweetnlow / nytimes
Fuente de la imagen: Wikimedia commons