Guillermo Galván: «Escribir ‘totalitarismo noir’ en España se me antoja más complicado que en Alemania; aquí el fascismo murió en la cama»

El escritor Guillermo Galván con su novela La virgen de los huesos (cedida)

Habíamos leído muchas novelas negras ambientadas en la Alemania nazi (Kerr, Ben Pastor), la Italia fascista (Lucarelli), la Rusia soviética (Cruz Smith, Tom Rob Smith), la Alemania del Este (David Young)… tantas obras que ya se estableció una pequeña subclasificación: el totalitarismo noir. No podía faltar la huella hispana, inspirada en el periodo franquista, y en los últimos años varios autores están cultivando ese subgénero. Entre ellos destaca el periodista y escritor valenciano Guillermo Galván que con sus dos novelas sobre el policía Carlos Lombardi ya se ha convertido en uno de los referentes españoles. Tras Tiempo de siega, regresa a las librerías con La virgen de los huesos (Harper Collins Ibérica, 2020), donde se lleva a Lombardi a la España rural…

Traslada a Lombardi del mundo urbano al rural, concretamente de Madrid a Aranda de Duero, ¿por qué ese cambio de escenario?

Porque creo que el mundo rural de la posguerra también merece atención; quizá si se le hubiera prestado en su momento, ahora no estaríamos hablando de la España vaciada, ya que su abandono empezó precisamente en esos años. Desde el punto de vista narrativo, tenía interés en sacar a Carlos Lombardi, un declarado urbanita, de las familiares calles de una gran ciudad para enfrentarle con un mundo completamente desconocido para él.

¿Qué aporta esa zona de Castilla a la historia? ¿Qué elementos reales de la historia de esa región ha incluido en la trama de esta novela?

Me decidí por ese escenario como podía haber escogido otros donde triunfó el levantamiento de los generales africanistas y que sufrieron similar suerte en los primeros meses de lo que se convirtió en guerra civil. Por ejemplo Navarra, Andalucía, Extremadura, Galicia… Sin embargo, Franco eligió Burgos como capital administrativa, y en su entorno la represión adquirió caracteres especialmente crueles y sangrientos para eliminar cualquier atisbo de disidencia. Naturalmente, muchos de esos elementos están en la novela, algunos como referencia al reciente pasado, como la evolución de las JONS o de los legionarios de Albiñana, y otros plenamente vivos en 1942, como el caciquismo secular o el poder la Iglesia. Y siempre, como telón de fondo, las fosas comunes de las que nadie, ni vencedores ni vencidos, quiere hablar. Un segundo escenario, que elegí para rescatar del olvido a una comarca y a sus gentes, es la localidad segoviana de Linares del Arroyo, que pocos años después quedaría oculta bajo las aguas de un pantano. La novela está dedicada a una generación y a una tierra, pero ni una ni otra se limitan a un espacio geográfico: pretenden ser paradigma de una posguerra rural tan dura y tan negra como la que se sufrió en las grandes ciudades.

Le he leído decir que le gusta la calificación de totalitarismo noir para estas novelas… ¿por qué?

No es una calificación personal, ni mucho menos. Cuando escribo una novela intento que sea un trabajo honesto y literariamente válido. Son otros quienes le ponen el color. Y si Tiempo de siega se calificó como negra, justo es que La Virgen de los huesos siga sus pasos. Pertenecen, efectivamente, al género negro; aunque también al histórico. El término totalitarismo noir es una definición creada por los críticos y estudiosos para distinguir aquellas novelas del género que se desarrollan en escenarios dictatoriales: la URSS de Stalin, la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, el Portugal de Salazar o la España de Franco, por no salir de Europa. Se trataría de un subgénero, en definitiva, donde se ha encuadrado la serie de Carlos Lombardi. Y a mí no me molesta en absoluto.

¿Qué elementos debe tener el totalitarismo noir español, ambientado en el franquismo, frente a otros como los de la Alemania Nazi, la URSS, etc?

Las características históricas hispanas, naturalmente; aunque en líneas generales hay más similitudes que diferencias: la ausencia de libertades, el poder absoluto de las dictaduras, los asesinatos sobre los que se alzan, la corrupción que generan y que acaba siendo su verdadero sostén y razón de ser. Todas ellas crean un mundo negro, sucio, donde la literatura ha bebido y seguirá bebiendo. Escribir al respecto en España se me antoja, sin embargo, más complicado que en Alemania o Italia, por ejemplo. Los fascismos fueron derrotados en 1945 y sus principales dirigentes condenados, algunos de ellos ejecutados; en todo caso, ningún descendiente de Himmler o Goebbels se atreverá a protestar por el hecho de que un escritor los utilice como villanos de sus novelas. Aquí, el fascismo murió en la cama treinta años más tarde, y los equivalentes hispanos de aquellos siniestros personajes han sido poco menos que intocables, de modo que la utilización de ciertos nombres siempre conlleva el riesgo de una demanda.

¿Qué aporta lo policíaco cuando uno quiere hablar de la historia y del pasado?

Una novela negra exige realismo, tanto en su lenguaje como en su descripción del mundo y sus contradicciones. Si se desarrolla durante la primera posguerra debe reflejar lo más fielmente posible cómo vivía la gente en aquellos días. Y ello, en base a documentación histórica, periodística o testimonial en los pocos casos vivos que aún puedan contarlo. Una investigación policíaca se parece mucho a una investigación histórica, porque ambas trabajan acumulando datos que, como piezas de un rompecabezas, puedan ofrecer una visión completa de la posible realidad. También tienen desde hace mucho tiempo sus ciencias auxiliares, por ejemplo la arqueología en un caso y la medicina forense en otro, aunque últimamente cualquier investigador serio comparte especialistas con otros campos. La capacidad policíaca para husmear en los sitios más recónditos permite ofrecer retratos fieles de una sociedad, no importa la época. ¿Y qué otra cosa es la novela histórica sino un intento de narrar las peculiaridades del pasado de la forma más fiel y amena posible?

Indudablemente, estas novelas hacen memoria histórica en un país donde parece que es un tema delicado y problemático, ¿no es precisamente historias como estas, que entran fácil, que plantean temas duros de manera entretenida, lo que necesitamos para normalizar el debate?

Coincido completamente con esa opinión. Al margen de sus intenciones meramente novelescas, uno de los propósitos personales de esta serie es llevar a las nuevas generaciones un mundo del que no han oído hablar, y si lo han hecho ha sido a través de lo que consideran batallitas del abuelo. Hay que explicarles que la gente de hace ochenta años no se diferenciaba tanto de nosotros, que también buscaban la felicidad y sufrían el daño, que sudaban para ganarse el pan, se divertían, se enamoraban y tenían sus ideales. Y que, como sucede hoy, otros, envueltos en dogmas y banderas, sacaban buena tajada y hacían crecer sus patrimonios. No hemos cambiado tanto.

La ficción, y la literatura, tienen un papel fundamental en la memoria histórica ¿lo están cumpliendo en España?

Creo que sí, poquito a poco. Hay bastantes ejemplos, y me parece un ejercicio sano que en este país se puedan decir cosas que han estado prohibidas durante mucho tiempo y después, durante un tiempo similar, y salvo honrosas excepciones, han sido casi tabú. Aunque siempre hay que aplicar el cedazo crítico. No todo vale. A veces se venden historias edulcoradas que contribuyen a blanquear figuras históricas que fueron de todo menos adorables. Bien está que se busque el lado humano de un tirano, pero sin olvidar nunca que lo fue.

Lombardi ya lleva dos novelas, sabemos que habrá una tercera y que ya trabaja en una cuarta, ¿cómo es la relación de un autor con su personaje, cuando ya conviven una relación larga en años y páginas?

Es mi primera experiencia en ese sentido. Ya me lo habían sugerido antes con alguno de mis personajes, pero nunca antes, después de diez novelas, me había animado a hacer algo parecido, y cuando ponía punto final era definitivo. Sin embargo, a medida que avanzaba con Tiempo de siega me iba convenciendo de que tanto Carlos Lombardi como su época podrían tener más largo recorrido. Hasta tal punto que, apenas acabada, me metí con La Virgen de los huesos. HaperCollins se interesó por ambas novelas, y este hecho me animó con una tercera entrega, que ya está en manos de la editorial. Y, efectivamente, ya trabajo con la cuarta, de modo que me acuesto y me levanto a diario con Carlos Lombardi. Y, de momento, esa relación íntima no me causa la menor incomodidad, así que el tiempo dirá.

¿Cómo fue la construcción de Lombardi, cómo apareció en su cabeza?

A la hora de elegir protagonista para Tiempo de siega tenía dos opciones: la de un policía franquista de colmillo retorcido, o la de un novato recién ingresado de los quinientos seleccionados en 1941 entre militares y excombatientes falangistas para cubrir las necesidades del nuevo orden. No me sentía cómodo en ninguno de ambos casos. Ya había tenido como protagonista a un policía franquista en Antes de decirte adiós, una novela publicada hace diez años y a la que hago un guiño literario en Tiempo de siega con una escena coincidente. La mejor opción era un policía republicano que había investigado tres casos similares en el Madrid asediado y que cumplía condena a doce años por su fidelidad al gobierno legal. La opción planteaba, y plantea, ciertos problemas de tipo práctico, pero aporta una dialéctica narrativa que ninguno de los anteriores podía ofrecerme.

Ese Lombardi superviviente de las dos Españas, ¿es un poco metáfora de este país en general?

Podría serlo, pero no aspiro conscientemente a semejante analogía. Carlos Lombardi es, desde luego, un superviviente, un derrotado que, sin renunciar a sus ideas, intenta comer a diario y recuperar definitivamente una libertad de movimientos que le ha sido injustamente arrebatada y seguir trabajando, si es posible, en la investigación criminal, que es lo que siempre ha hecho. Es un hombre cabreado con ese mundo hostil que empieza a levantarse alrededor, aunque con un punto de esperanza en el futuro; al menos en lo que se refiere a su propia existencia. Quizá sí que sea una metáfora de la España de posguerra. No me atrevo a decir lo mismo sobre la actual.

En qué líos meterá  Lombardi próximamente, ¿volverá a Madrid o seguirá viajando por España?

De momento seguirá en Madrid, a la espera de un indulto que no llega, bajo el paraguas de sus valedores en la DGS. Se dedica a la investigación privada, una actividad alegal que, al menos, le da de comer. La tercera entrega tiene un elemento de espionaje, con los nazis y los aliados complicándole la vida, y con algunas sorpresas en el terreno personal.

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1 comentario

  1. Dice ser Luís Martínez

    Partiendo ya que la dictadura franquista, ni fue totalitaria ni fue fascista en su desarrollo ni concepción, pués ya da un poco la idea de por donde pueden ir el nivel historicista de estas novelas.

    28 marzo 2020 | 22:13

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