Autómatas, cementerios masónicos y Buñol… Los secretos de ‘Otra luna enterrada’

Cementerio masónico de Buñol (EUROPA PRESS)

Guillermo Estiballes (Bilbao, 1980), escritor y colaborador en proyectos musicales, cinematográficos, radiofónicos y teatrales ha publicado este año Otra luna enterrada (Roca Editorial, 2020), una novela con tintes góticos y fantásticos ambientadas en un pueblo valenciano del siglo XIX. Sobre esta mezcla tan poderosa de elementos y contando como un making-of de la novela, el autor nos explica en el siguiente artículo el origen y los distintos elementos de su obra.

 

Llevaba un tiempo largo en busca de una buena historia para contar, y algunas ideas estaba empezando a tener, cuando llegó a mis manos un regalo inesperado e inocente por parte de mi amigo el Capi: una revista de tirada mensual que publicaba la empresa de pompas fúnebres en la que él trabajaba por aquel entonces.

Daba comienzo el año 2017 y la funesta edición de enero traía una serie de poemas relacionados con la muerte o los cementerios; todos ellos escritos por artistas de la Generación del 27, en su honor, y debido a sus noventa años cumplidos.

Siempre me gustó el estilo de Federico García Lorca. Llegué a leer y aprender algunos de sus textos en mi juventud, en los años que anduve haciendo teatro por la capital riojana y sus cercanías, pero, hasta entonces, desconocía su parte surrealista, los versos desgarrados que el maestro granadino nos regala en Poeta en Nueva York suponían algo completamente nuevo para mí. Porque eso fue lo que me encontré en las páginas centrales de aquella revistilla serendípica: el fabuloso y desgarrador poema Cementerio judío, recogido en la nombrada antología.

Leí la poesía una vez y otra más. Volví a la carga, erizado de placer, entusiasmado, esta vez recitando en voz alta los versos para comprobar que toda ella encajaba como piezas de un reloj y que, sin decir algo concreto, tangible, transmitía un mensaje claro y potente. Un aullido en la noche imposible de ignorar.

De pronto lo tuve claro: tenía que contar esa historia, desarrollarla de inicio a fin con todos los matices y sabores que me estaba haciendo sentir e imaginar; y sabía muy bien cuándo y dónde se iba a desarrollar, no cabía duda. Buñol y su cementerio reunían por sí solos las características necesarias para dar el toque de misterio y oscurantismo que los versos de Lorca inyectaron en mi psique. La villa valenciana que me acoge desde hace casi catorce años se convertiría en el escenario de mi nueva novela.

Tuve que documentarme bastante para conseguir la mayor verosimilitud posible, pues pretendía situar la acción en la época de construcción del nuevo cementerio del pueblo, el año 1885, y esa elección no fue tomada a la ligera, ni mucho menos. Por aquel entonces, en Buñol se fraguaba el nacimiento de una nueva logia masónica, la Logia de los once hermanos, y Joaquín Ballester, alcalde de la villa y maestro masón, promovió una serie de reformas públicas en las que se encontraba la construcción de un nuevo cementerio. El camposanto contaría con una particularidad; y es que se dispusieron dos zonas muy bien diferenciadas para recoger los restos mortuorios de la parroquia del pueblo: una mitad católica y otra mitad civil, abiertamente masónica y republicana.

La idiosincrasia propia del pueblo, junto a su peso en la historia librepensadora de la región, resultaban ingredientes indispensables para la creación de una trama gótica y costumbrista, con un fuerte aroma a nuestra historia y, al mismo tiempo, ese halo de misterio telúrico que necesitaba.

Por otro lado, me obsesioné con la obra lorquiana hasta el punto de no leer nada más durante un tiempo quizá excesivo, para dar vida y empaque a los que serían mis tres personajes, mis fetiches: Alberto el granadino, en honor al propio poeta, Julia la gitana, como representación de Romancero gitano, y Teodoro el judío, como elemento conductor y conector con la poesía que significó el germen de la historia que pretendía escribir.

Ya lo tenía todo; ahora solamente restaba añadir el toque de fábula y magia. Fue sencillo encontrarlo y esto sucedió mientras leía y aprendía sobre la época en la que esperaba enclavar mi relato; y es que, durante la segunda mitad del siglo XIX, los autómatas antropomorfos proliferaban como espectáculo en ferias ambulantes, teatros y escenarios de toda ralea. No supondría un desatino reflejar la obsesión de un joven inventor por crear y dar vida a su propia máquina humana, a su autómata, a su gólem. Y Teodoro era firme candidato a asumir esa tarea, ¿quién mejor que un descendiente directo de sefardíes?

Otra luna enterrada desentraña una época sombría en la que el tecnos se escabulle para mezclarse con lo rural, con lo ancestral; donde las pasiones humanas empujan a sus personajes a la toma de decisiones precipitadas, a emociones y sentimientos desbocados, al misterio, al suspenso, al contacto con elementos sobrenaturales.

Otra luna enterrada desenmascara al amor y al odio; a los celos, la amistad, la lealtad y las pasiones prohibidas. Otra luna enterrada nos desvela secretos ocultos tras los muros, en las páginas no escritas de nuestra tierra, en las decisiones mal tomadas y sus terribles consecuencias.

*Las negritas son del bloguero, no del autor del texto.

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