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Los Stones se exhiben, ¿deberíamos escondernos?

Cartel oficial de la exposición - Foto: Rolling Stones Archive

Cartel oficial de la exposición – Foto: Rolling Stones Archive

Recién llegados del Caribe —en Cuba fueron recibidos como apóstoles del capitalismo que viene: no es para menos, la actuación gratuita en La Habana, bendecida por Obama, pagada por una bastante opaca asesoría financiera establecida en el paraíso offshore de Curazao y celebrada por los medios con un acrítico y complaciente diluvio de adjetivos y sin ápice de ecuanimidad—, los Rolling Stones se entregan al exhibicionismo en Londres.

Después del ridículo «los tiempos están cambiando» de Jagger en un país al que han llamado con indecencia «la última frontera del rock» (pregunten en Yemen, Liberia y Sudán, por ejemplo), ahora toca un espacio vip, la Galería Saatchi de Kings Road, en la City, el lugar en el que se sienten en casa. Londres es ahora la ciudad con más milmillonarios del mundo. Territorio de gánsteres.

Exhibitionism, la exposición sobre el grupo en el local del magnate de la publicidad Charles Saatchi —el hombre que vendió a la opinión pública el gruñido El laborismo no funciona, y llevó en volandas al 10 de Downing Street a la pérfida Margaret Tatcher—, es la alternativa stone a las muestras museísticas que proliferan últimamente en torno al olimpo del pop. Al contrario que el par de antecesoras, David Bowie Is… y The Velvet Underground – New York Extravaganza, que han elegido para desplegarse los espacios que la humanidad ha dedicado al arte desde hace varios siglos, los museos públicos, los Stones optan por una galería privada y clasista.

Los precios de las entradas no son casualidad: de 19 a 21 libras esterlinas. En Londres no hay mecenas offshore ni está a mano el Deutsche Bank, mano armada del liberalismo matón y cómplice de la que está cayendo, para cuyos 700 más hidalgos ejecutivos y clientes selectos tocaron los Stones en una actuación privada en 2007 en el barcelonés Museu Nacional d’Art de Catalunya a cambio de los cuatro millones de euros que pagó la entidad en dinero que hemos de suponer bastante manchado, dadas las operaciones alegales por las que ha sido señalado una vez y otra el macrobanco de Fráncfort como cómplice de tropelías —el escándalo del Libor, hacer negocios con países sujetos a sanciones (Siria y Libia entre ellos), lavado de dinero…—.

«Los tiempos están cambiando», dijo Jagger en La Habana. ¿Deberíamos buscar refugio?

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El profesor que no sabía enseñar pero retrataba a los alumnos

George Plemper (Sunderland-Reino Unido, 1950) iba para profesor de secundaria. En 1976 fue destinado a impartir Química en el instituto Riverside, en el barrio de Thamesmead, uno de esos suburbios del sur de Londres que nunca aparecen recomendados en las guías de turismo: diseñado con el desatino que el sistema depara para los desheredados (viviendas sociales de mala calidad, escasos servicios comunitarios y sólo una zona verde: el campo de juegos del centro escolar donde los chicos pateaban un balón embarrado), la pobreza campaba a sus anchas en la zona.

El joven docente, tan idealista como ingenuo, creyó que allí podría hacer algo valioso, que aquellos chicos merecían recibir una porción del pastel. A los cinco años Plemper dejó el empleo y la docencia, a la que no ha regresado nunca. «Era un mal profesor», suele disculparse.

Cuando se largó del instituto, desconsolado por los recortes presupuestarios, la falta de alicientes de los alumnos y su propia torpeza como docente, tenía en su pequeño apartamento varios miles de fotos que había tomado a los chicos y chicas de Riverside tras descubrir que llegaba mejor a los muchachos con las cámaras que con las fórmulas y los planes curriculares. Las revelaba de noche, en el cuarto oscuro que montaba en el cuarto de baño.

Los retratos de Plemper, una tierna exploración documental en la adolescencia de la clase baja de Inglaterra a las puertas de la feroz explosión del tatcherismo y el no future que aún colea, estuvieron durante casi treinta años guardados en cajas que cambiaban de domicilio en cada mudanza con su propietario, convencido de que aquello era puro material nostálgico que jamás sería visto por los demás.

En 2008, el exprofesor, que ahora trabaja en una empresa privada de asistencia sanitaria, abrió una cuenta de Flickr para colgar fotografías. Uno de los sets, A moment in time, está dedicado a los retratos de Riverside. El éxito fue inmediato e incluso algún museo le ha comprado fotos.

En una de las entrevistas que ha concedido tras el éxito de las fotos en los medios sociales, Plemper ha seguido comportándose como la persona sensible y sin ínfulas que fue desde el principio. «Como profesor era realmente pésimo. Mi letra era tan horrible que los alumnos ni siquiera la entendían, así que empecé a enseñarles fotos para que me comprendiesen. Las fotos les encantaban», recuerda.

Los adolescentes de los intensos retratos tienen ahora unos 35 50 años. Muchos de ellos se han puesto en contacto con Plemper. Ya no le consideran su antiguo profesor, sino el fotógrafo que supo darles el futuro que todos les negaban.

Ánxel Grove