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¿Dónde estabas cuando te sacudió por primera vez Led Zeppelin?

Por razones como ésta nos gustaba el rock: peligroso, vulgar, explosivo, con el pecho al aire y las caderas revueltas. Mostrenco pero con ropa de terciopelo. Bruto pero con un aire de sexy prerrafaelismo.

La más justa forma de reconocer qué música debemos salvar del paredón es la memoria, volver al lugar del crimen primario, al desolladero donde te arrancaron la piel. Cuando quiero saber qué soundtrack es el indicado —porque, lo confieso, he olvidado: mucho y sin más motivo que mi propio desgaste— me limito al intento de recordar. Conviene hacerse al menos una vez al día la pregunta ¿dónde estaba yo cuando…?.

Primera foto de promoción para Atlatic Records, 1968 (Foto: Dick Barnatt)

Primera foto de promoción para Atlatic Records, 1968 (Foto: Dick Barnatt)

Dónde: el santuario de mi cuarto, sagrado y algo necio como todas las habitaciones de todos los quinceañeros de Occidente. Cuándo: algún día de enero de 1969. Qué: el disco de vinilo contenido en una carpeta que mostraba, con el grano tipográfico roto tras una ampliación extrema, al Hindenburg, orgullo nazi, ardiendo en el cielo estadounidense —yo tenía una vaga evocación visual del desastre del zepelín, pero casi nada sabía de la cronología nazi ni del lugar del desastre—.

El ejercicio del recuerdo es cumplidor para las patadas feroces. Todo cambió el día en que escuché, pasmado, el primer disco de Led Zeppelin: supe que la violencia también era una forma de amor.

Desde hace unos pocos días está en los mercados. Tiene las etiquetas magnéticas de PVP bien lustrosas en todas las piezas de ese paquete comercial que llaman multiplaforma —un feo término con ínfulas técnicas para decir: te voy a cobrar varias veces por el mismo caramelo—. Celebration Day, el concierto de reencuentro de Led Zeppelin en Londres, en diciembre de 2007. Como la jugada salió bien, las cuentas corrientes echaron chispas y las críticas fueron complacientes —pese a la postproducción de efectos en vivo durante el show—, ahora anuncian la reedición limpia —eso que llaman remastered no es más que un filtrado y algunas triquiñuelas de edición— de todos los discos del grupo con «sustanciales» rarezas, otra palabra tramposa: dicen rareza y quieren decir carnada. También acude al festín consumista un nuevo libro autorizado: Get the Led Out: How Led Zeppelin Became the Biggest Band in the World.

Aunque no me importa Celebration Day ni seré cliente de las reediciones porque todo lo que necesito de Led Zeppelin lo llevo conmigo desde aquel día de 1969, cuando yo tenía 15 años y ellos me rompieron la cabeza a cadenazos, aprovecho el tsunami para presentar un decálogo personal sobre uno de los escasos grupos de los que se puede decir que construyeron un golem: nadie suena como Led Zeppelin, los reconoces en medio de una tormenta, en el umbral del ruido y en el maldito infierno de la indecencia cotidiana.

Led Zeppelin en concierto, 1973

Led Zeppelin en concierto, 1973

1. La máquina. Eslabón entre el heavy metal y el rock de estadio; atrevidos, valientes, caóticos y honestos; mucho mejores como suma de sus partes que como músicos individuales; creadores de un corpus que nadie pudo ni podrá imitar; dueños de la patente del trueno; esenciales y paradójicos; simplones y de cultura básica; pesimos letristas; plagiadores sin recato y sin descanso… Pero no hay otros que se les acerquen: Led Zeppelin, una historia de doce años de los cuales sólo la mitad (1968-1975), seis, basta para justificarlos. Ningún otro grupo detonó con una cinética tan rápida, intensa y calórica los valores del rock para mezclarlos con los latidos del blues (básico), el hard rock (pélvico) y el folk acústico británico (sentimental) y añadirle un cierto grado de dramatismo y ópera. Donde los Beatles ofrecían mansedumbre, ellos eran lobos. Donde los Rolling Stones posaban con orgullo de alta costura, ellos eran simple adrenalina. Led Zeppelin: nadie necesitó nunca otra deflagración para reventar.

Jimmy Page, 1970 (Foto: Jorgen Allen)

Jimmy Page, 1970 (Foto: Jorgen Allen)

2. El líder. Jimmy Page (1944), hijo de la clase media, niño prodigio —primera guitarra, a los 12 años; primeros grupos y actuaciones, a los 14; primeras grabaciones, a los 17— y mercenario mal pagado y sin derecho a crédito en los discos donde otros no eran capaces de tocar bien: se ha llegado a calcular que entre 1963 y 1965 su guitarra se escucha en entre el 50 y el 90% de todas las canciones pop y rock grabadas en Londres. Tres ejemplos: el primer single de los Who, I Can’t Explain; Heart of Stone, de los Rolling Stones, y Baby Please Don’t Go, de Them, el grupo de Van Morrison… Page se descolgó de la espiral del anonimato del estudio con The Yardbirds, un tremendo grupo de rock duro, que publicó grandes canciones, fue ninguneado sin compasión,  sirvió como cuna natal de guitarristas de fuste (además de Page, Jeff Beck y Eric Clapton) y apareció en una inolvidable escena de la película Blow Up (Michelangelo Antonioni, 1966). Desde que montó Led Zeppelin (1968), el grupo fue su maquinaria personal. Compone, produce, arregla y dicta. Gran virtuoso y también débil e inseguro, la fama universal de la banda le llevó a los paraísos analgésicos de la heroína, de la que estuvo muy colgado a finales de los años setenta. También desarrolló por la misma época una fijación neurótica con el seudosatanismo del cantamañanas Aleister Crowley. Ahora Page es un millonario y condecorado caballero británico y, sin duda, aparece en los libros como uno de los mejores guitarristas de rock de todos los tiempos. Sus colegas no dejan de lanzarle flores, pero ya no es quien era: suena académico.


Robert Plant, 1971 (Foto: Fin Costello)

Robert Plant, 1971 (Foto: Fin Costello)

3. Cuerpo y cuerdas vocales. Robert Plant (1948). Procedía de una familia solvente —padre ingeniero— e iba para contable, pero a los 16 años se largó de casa por culpa de la música. Cantó en grupos oscuros que no dejaron demasiada huella y acabó haciendo baladas bluesy y sicodélicas en Band of Joy, donde tocaba la batería un tal John Bonham. Cuando se enteró de que Page buscaba vocalista para un nuevo proyecto —y le había fallado la primera opción, el carnoso Terry Reid, que no lo vió claro y decidió seguir como solista—, Plant se ofreció para una prueba y apasionó al líder con sus voz de amplio registro. En directo fue uno de los más carismáticos dioses del rock: pecho al aire, melena salvaje, manos locas y gesticulación corporal frenética. No comenzó a escribir letras para el grupo hasta el tercer disco, Led Zeppelin III (1970). Estuvo a punto de matarse en un accidente de coche en Grecia en 1975 y dos años después murió su primer hijo (5) de una infección estomacal vírica. Plant se dedica ahora a proyectos musicales situados en las antípodas del rock duro, entre ellos una colaboración que ha dado muy buenos resultados comerciales con la cantante country Alison Kraus. Es vicepresidente del equipo de futbol de la segunda división inglesa Wolverhampton Wanderers.

John Paul Jones, 1971

John Paul Jones, 1971

4. El ritmo. John Paul Jones (1946). Su nombre de registro civil es John Paul Baldwin, pero adoptó el artístico de John Paul Jones en homenaje a una película sobre un héroe de la marina. El menos visible pero quizá el más importante para explicar la furiosa pegada rítmica de Led Zeppelin. Extraordinario intérprete de bajo eléctrico —uno de los mejores de la historia—, es hijo de un arreglista de big bands con cierto nombre y aprendió solfeo y piano a los seis años. Como Page, se curtió en la fertil escena pop londinense de los años sesenta como músico de sesión, aplicando sus amplísimas capacidades para firmar hasta 60 arreglos orquestales cada semana. Son suyos, por ejemplo, los de She’s a Rainbow, de los Rolling Stones, y Hurdy Gurdy Man, de Donovan. En la sesión de grabación de esta canción coincidió con Page y hablaron de tocar juntos. A las dos semanas estaban ensayando con los embrionarios Led Zeppelin, que en principio se iban a llamar, con escasa imaginación, The New Yardbirds. Algunas de las líneas de bajo que aportó al grupo son inolvidables por su poder (The Lemon Song) o por su imaginativa estructura (Ramble On). Aunque era tan fullero y dado a los excesos de drogas, alcohol y sexo como sus compañeros, siempre se dejó llevar por el sano instinto de no llamar la atención y mantenerse en un segundo plano. Tras la ruptura del grupo nunca le faltó trabajo y su educación musical le ha llevado a colaborar con artistas de tan variado registro como Brian Eno o REM, para quienes firmó los arreglos del álbum Automatic for the People (1992). En 2009 participó en el supergrupo Them Crooked Vultures. Es un tipo feliz y cada día, al contrario que Jimmy Page, toca mejor.

Bonzo

Bonzo

5. La furia. John Bonham (1948-1980). Un metrónomo con forma humana y el poder de un huracán. Uno de los mejores bateristas que ha pisado el mundo. Bonham, Bonzo o La Bestia, tocaba con pasión los tambores desde que era un niño de seis años. Terminó sin ganas el insituto («podrá convertirse en un millonario o un mendigo«, predijo un profesor en una evaluación), fue aprendiz de carpintero, tocó en grupos de segunda y aterrizó en Led Zeppelin, por recomendación de Plant, para dejar en evidencia a todos sus compañeros de generación. Dotado de una fuerza muscular atroz —tocaba siempre con las baquetas más grandes y pesadas, a veces con un par en cada mano y les llamaba «los árboles»— y admirador del ritmo sincopado de la música soul (James Brown era su ídolo), marcó el sonido de Led Zeppelin con sus poderosos arreglos. Ávido coleccionista de coches de época y motos, también era un bebedor compulsivo. El 24 de septiembre de 1980, antes durante y después de un ensayo, bebió dos litros de vodka. Esa noche murió ahogado en su vómito y fue encontrado en su cuarto por John Paul Jones. Tenía 32 años.

Jones, Plant y Page, campestres

Jones, Plant y Page, campestres

6. El mejor disco. Led Zeppelin editó nueve álbumes de estudio entre 1969 y 1982. Los cuatro primeros son excepcionales. El resto, prescindibles (quizá salvando algunas canciones del sexto, Physical Graffiti, el doble elepé de 1975). Aunque elegir sólo un disco es un ejercicio meramente caprichoso, mi opción personal es Led Zeppelin III, el disco de 1970 donde demostraron que podían ser igual de penetrantes con instrumentos acústicos. Preparado  en una casa de campo sin luz ni energía eléctrica en Gales a la que Plant iba de vacaciones cuando era crío, el disco es menos ofuscado, tiene más matices que los dos primeros, Led Zeppelin y Led Zeppelin II, y un planteamiento más democrático: la guitarra de Page no ejerce una dictadura tan notable. Aunque contenía uno de los temas más bárbaros de la banda, Immigrant Song, el mundo esperaba otro cataclismo integral mientras que el grupo se atrevió a rondar con instrumentación acústica por los aires campestres del folk británico e irlandés. Ese quiebro les ennoblece.

Jimmy Page, 1975 (Foto: Charles Auringer)

Jimmy Page, 1975 (Foto: Charles Auringer)

7. El peor. Si es complejo y casi arbitrario elegir el mejor disco, lo mismo sucede con el peor. Houses of The Holy (1973), Presence (1976), In Through the Out Door (1979) y Coda (1982, una colección de descartes) son, en general, medianías indignas, desganadas y faltas de inspiración. En Presence, en especial, la vida disipada de Page y su íntima amistad con la heroína derivan en canciones abotargadas de las que conviene escapar.

8. Letras de instituto. Si fuera obligatorio prescindir de la música y recibir solamente las letras de las canciones, la experiencia dolería. Las de Led Zeppelin, mayoritariamente de Robert Plant, son simplonas, de rima fácil, misticismo barato y soniquete mitológico a lo Tolkien. Sólo en los últimos discos, y entonces ya no quedaba nada de la velocidad y el poder iniciales, el cantante se atrevió a escribir letras personales y a poner en ellas algo de su propia experiencia en vez de resumirnos manuales mal rimados sobre la espitualidad del musgo y los arcanos.

9. Los plagios. La grandeza como instrumentista, compositor y productor de Jimmy Page y su intuición visionaria del mensaje eléctrico y mágico del rock and roll quedan en entredicho por su larga tradición de ladrón de canciones, arreglos de guitarra y letras ajenas. El par de vídeos anteriores es más ilustrativo que cualquier enunciado (¡dos temas birlados nada menos que a Willie Dixon, uno los padres fundadores del blues, y escamoteados como si se tratara de composiciones originales!). Lo indignante es que el buen Page nunca ha admitido los robos ni pedido perdón en público —aunque tuvo que corregir las etiquetas de los discos en más de una ocasión por demandas judiciales— y sus defensores acérrimos no admiten las continuadas apropiaciones indebidas.

Jimmy Page, 1977 (Foto: Adrian Boot)

Jimmy Page, 1977 (Foto: Adrian Boot)

10. La ceremonia. Entre 1971 y 1977 no había nada mejor que un concierto de Led Zeppelin. El grupo actuó en directo unas 400 veces —desde 1971, con jet privado para desplazarse—. Los shows eran largos, con improvisaciones cimbreantes e inacabables (es mítica la de 43 minutos de Dazed and Confused en Los Ángeles en 1975), versiones de rock and roll y blues clásicos y una tensión que podía palparse. Famosos por las escandaleras que montaban los músicos y sus ayudantes en los hoteles tras las actuaciones, algunos alborotos entre el público con espectadores detenidos y los aforos más grandes de la época —casi 80.000 personas en un concierto record en 1977 en los EE UU—, las actuaciones del grupo eran, como escribió algún privilegiado asistente, «lo más parecido a uno de los conciertos del primer Elvis».

Como el retorno no es posible, inserto tras la entrada algún vídeo para practicar el viaje hacia el edén. En el momento en que escribo, son visibles online, pero apuren a bajarlos a su ordenador, porque Led Zeppelin están limpiando Internet de «grabaciones no autorizadas». Nos quieren hurtar el derecho a compartir la sacudida.

Ánxel Grove

Beatles 17 – Rolling Stones 10

Arriba, The Beatles (1968). Abajo, The Rolling Stones (1967)

Arriba, The Beatles (1968). Abajo, The Rolling Stones (1967)

Nueve ingleses con más importancia cultural que Dickens y la Encyclopaedia Britannica. Nueve músicos que reinterpretaron el legado doliente del blues, la embestida sexual del rock and roll y el brillo inmediato del pop para construir algo que, de tan nuevo y bravo, estallaba en las manos de los mayores y hacía diabluras bajo las sábanas de los adolescentes. Los Beatles y los Rolling Stones.

Este año se cumple medio siglo de dos sucesos bautismales: la edición del single de debut los Beatles (5 de octubre de 1962) y la primera actuación de los Rolling Stones (12 de julio de 1962) —que se hacían llamar The Rollin’ Stones, con apóstrofe—.

La efeméride en estéreo viene bien para revivir una de las batallas incruentas más reiteradas: Liverpool contra Londres, scouse contra cockney, provincia contra capital, Mersey contra Támesis…

En la certeza de que la guerra es absurda porque ambos grupos son fascinantes, pero admitiendo que la rivalidad existió y existe —¿quién no ha intervenido en un fructífero combate de café sobre el asunto?—, voy a desplegar una decena de campos de debate a la luz de los cuales desarrollaré otra vez el enfrentamiento. Como demanda el clima del momento futbolístico, en cada asunto otorgaré tres puntos al ganador y ninguno al perdedor. En caso de empate, uno para cada uno.

Todo listo para el clásico infinito: Beatles contra Rolling Stones.

Primeros 'singles' de los Beatles (1962) y los Rolling Stones (1963)

Primeros ‘singles’ de los Beatles (1962) y los Rolling Stones (1963)

1. Ventas. Primero, sobre todo para sacarnos de encima el pegajoso tacto del maldito papel moneda, vamos con el dinero.  Según los datos disponibles, que no siempre son exactos —hay mucha caja negra en esta historia—, los Beatles ganan de calle a los Rolling Stones (y a todos los demás), con 250 millones de discos vendidos y certificados, cantidad a todas luces recortada: una aproximación más objetiva estaría entre los 600 millones y el billón los 1.000 millones de unidades. Los Rolling Stones están bastante más abajo: 89,5 millones certificados y 200 millones reales. Beatles: 3 puntos.

John Lennon y Mick Jagger, 1968

John Lennon y Mick Jagger, 1968

2. Conciencia. Asunto peliagudo que abordo con la necesaria retranca —hablamos de personas multimillonarias, es decir, contaminadas por la necedad de la sobreabundancia— y siguiendo la definición marxista de la conciencia de clase (tener claro que las relaciones sociales se mueven por antagonismos, sean económicos, políticos, culturales…). Me tocó vivir —apunte defensivo: conjugo el verbo vivir con derecho, desde 1964 escuché a ambos grupos en tiempo presente, no soy un recién llegado en estos altares— la sensación de que los Beatles eran los chicos buenos y los Rolling Stones los pillastres. A medida que me saqué de encima la propaganda de la mercadotecnia entendí que la ecuación estaba contaminada: los primeros eran los verdaderos parias —clase baja, infancias complejas, hogares disfuncionales, necesidad de ganarse la vida desde bien pronto, emigración a Hamburgo para tocar en sesiones eternas en burdeles…—, mientras que los Rolling Stones procedían de familias con ingresos estables, estudiaban Artes y no necesitaban sudar para comprar los discos de blues estadounidense que veneraban. Ninguno de ambos grupos fue un ejemplo de coherencia con la comunidad: los Beatles criticaron en una canción (Taxman, escrita por George Harrison) el modelo progresivo de gravar a los ricos con impuestos para pagar las necesidades sociales y los Rolling Stones emigraron en los años setenta a la Costa Azul francesa para huir de las cargas fiscales. Ambos grupos actuaron en países gobernados por dictadores (los Beatles, en la España de Franco y las Filipinas de Marcos, y los Rolling Stones en la Polonia del estalinista Gierek y en el Israel del sionismo belicoso y excluyente por la vía de las balas)… Empate. Un punto para cada uno.

Richards, Jagger, Lennon y McCartney

Richards, Jagger, Lennon y McCartney

3. Personajes / Personas. Los Beatles eran material químico de extrema efectividad, elementos complementarios: la rabia primaria de John Lennon perdía las aristas de la jactancia gracias a la inteligencia musical de Paul McCartney —el más músico de los cuatro beatles se mire por donde se mire— y la blandenguería emocional de éste era tamizada por la ironía casi cínica del primero. En los Rolling Stones el equilibro era más inestable y dependía en exceso de Mick Jagger, un tipo cerebral, muy inteligente, competitivo y codicioso. Su socio de confianza, Keith Richards, es un animal de extraordinaria vitalidad y gran cultura musical, pero incapaz, como ha demostrado en solitario, de dar forma sin la ayuda de Jagger a un proyecto coherente. A Brian Jones, lo sacó de enmedio la intemperancia cuando empezaba a despuntar como voz disonante ante el gobierno de Jagger & Richards. Los actores secundarios beatles (Harrison, Ringo Star) y stones (Bill Wyman, Charlie Watts, Mick Taylor y Ronnie Wood) son de parecido carácter: prescindibles y ensombrecidos. Quizá merezca una cierta consideración Harrison, pero su aportación a los Beatles fue tan discreta —una canción por disco, aunque a menudo muy buena— y tan mediocre su obra en solitario que no cuenta a la hora de medir efectos globales. Dadas las derivas de todos los actores principales —McCartney y Jagger convertidos en nobles domesticados y hombres de negocios de maletín y corbata; Lennon, en un cadáver venerado con ciego fanatismo, y Richards, en una caricatura para películas de piratas—, empate. Un punto para cada uno.

"Let It Be" (The Beatles, mayo de 1970), "Let It Bleed" (The Rolling Stones, diciembre de 1969)

«Let It Be» (The Beatles, mayo de 1970), «Let It Bleed» (The Rolling Stones, diciembre de 1969)

4. Música. En cantidad ganan los Rolling Stones por una tosca cuestión temporal: llevan cinco décadas tocando y han editado como grupo 26 álbumes de estudio. La carrera de los Beatles fue muy corta en duración (1962-1970) y concisa en resultados: 12 álbumes. También en lo musical hay demasiado cliché y lugar común en la liza. Ni los Beatles fueron los apóstoles de la psicodelia, ni los Rolling Stones el coro de la revuelta callejera por el camino del rock and roll, entre otras cosas, según creo, porque los Beatles tocaban mejor rock and roll (por ejemplo, Yer Blues) que los Rolling Stones y éstos, por muy bien que se manejasen como twisters lascivos (Can’t You Hear Me Knockin’), jamás fueron capaces de elaborar viajes sonoros que compendiaban una época (Tomorrow Never Knows). Los stones sabían que eran inferiores musicalmente y, después de mucho emular a los Beatles, sólo fueron capaces de desarrollar su mejor versión cuando éstos se separaron. Beatles: 3 puntos.

"The Beatles" (The Beatles, noviembre de 1968) - "Beggar's Banquet" (The Rolling Stones, diciembre de 1968)

«The Beatles» (The Beatles, noviembre de 1968) – «Beggar’s Banquet» (The Rolling Stones, diciembre de 1968)

5. Letras. No estamos aquí en un territorio en el que hayan brillado ninguno de los dos contendientes. Las letras de los Beatles son malas de solemnidad (ñoñas, tontorronas, dignas de intérpretes de canción ligera…) y no soportan una lectura ni siquiera benevolente hasta Rubber Soul (1965). Incluso después, McCartney siguió adelante con su estilo de letrista de barraca de atracciones (paradigma: Obladi Oblada) o apostolado mariano (Let It Be…) y Lennon con los ejercicios escolares de libre asociación bajo los que subyacía un deseo muy pueril de ser considerado Artista (Hapiness Is a Warm Gun). Jagger y Richards empezaron casi peor, con clonaciones fallidas de lamentos negros (Heart of Stone) o aullidos de macho dominante (Under My Thumb), pero mejoraron con el tiempo y, entre 1968 y 1974, escribieron excelentes letras de canciones con economía de medios y ninguna petulancia: poesía apocalíptica (Sympathy for the Devil), volcánica (Gimme Shelter) y saturnal (Sister Morphine). Rolling Stones: 3 puntos.

Desde la izquierda, Eric Clapton, John Lennon, Mitch Mitchell y Keith Richards (1968)

Desde la izquierda, Eric Clapton, John Lennon, Mitch Mitchell y Keith Richards (1968)

6. Influencia. En ambos casos, enorme y difícil de evaluar. Entiendo que en el caso de los Rolling Stones la sombra que proyectan hacia el futuro es menos musical que relacionada con eso que llaman actitud, es decir, pasarela —con peripatéticas reencarnaciones como las de Pereza o algunos otros grupitos de barrio—, mientras que el sonido beatle ha estado muy presente en las últimas décadas. Por otra parte, como ha escrito el periodista Robert Greenfield (libre de sopechas de favoritsmo: es estoniano de pies a cabeza y autor del libro Viajando con los Rolling Stones), los Beatles pertenecen al género de artistas «únicos y revolucionarios» que no aparecen como «constreñidos por su tiempo». La huella que dejaron en la sociedad del siglo XX es incomparablemente mayor que la de los Rolling Stones, que con el paso de los años ha terminado por ser un canto a la buena vejez derivada de la gimnasia (Jagger) o de la heroína y los médicos privados (Richards). Beatles: 3 puntos.

"Revolver" (The Beatles, 1966) y "Exile on Main St." (The Rolling Stones, 1972)

«Revolver» (The Beatles, 1966) y «Exile on Main St.» (The Rolling Stones, 1972)

7. Mejores discos. Para mi gusto los vértices más elevados de las carreras de los grupos enemigos son Revolver (1966) y Exile on Main St. (1972). En el primero los Beatles rompieron con el pop-rock de cuatro compases de la beatlemanía y se abrieron a la experimentación y las canciones circulares, sin principio ni final definidos. El álbum doble de los Rolling Stones, grabado en un ambiente de disoluta corrupción en un antiguo cuartel de las SS en el sur de Francia, es el disco de rock más sucio de la historia: el ambiente y sus errores son tangibles en el resultado y convierten el álbum en un documento vivo, alejado de toda pose. Por el riesgo y el atrevimiento, se llevan el triunfo. Rolling Stones: 3 puntos.

"Please Please Me" (The Beatles, 1963) y "Bridges to Babylon" (The Rolling Stones, 1997)

«Please Please Me» (The Beatles, 1963) y «Bridges to Babylon» (The Rolling Stones, 1997)

8. Peores discos. El debut de los Beatles, Please Please Me (1963), y el último disco de los Rolling Stones durante la década de los noventa, Bridges to Babylon (1997), son piezas a destruir o, como poco, a evitar. Los de Liverpool, producidos como si de una rondalla se tratase, suenan débiles y culminan aproximaciones vergonzantes a canciones tocadas antes por The Shirelles, The Cookies y los Top Notes, grupos que les derrotaban en alma y sentimiento —aunque, al parecer, el público blanco no lo sabía, acaso porque falta de costumbre o interés en escuchar a grupos negros—. El de los Rolling Stones es una estafa cuya venta y difusión pública debería tener cabida en el Código Penal. La jugada de contratar a productores modernos (The Dust Brothers) le salió mal a Jagger & Richards —por otro lado, distanciados y sólo amarrados por el ansia de dólares derivada de la marca registrada— y las canciones son amaneradas y merecedoras de pedradas contra los ejecutantes. Empate: un punto para cada uno.

"Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band" (The Beatles, junio de 1967) y "Their Satanic Majesties Request" (The Rolling Stones, diciembre de 1967)

«Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band» (The Beatles, junio de 1967) y «Their Satanic Majesties Request» (The Rolling Stones, diciembre de 1967)

9. Virtudes y pecados. Entre las primeras, la más trascendente: hacernos felices y poner música a los mejores años posibles (ahora lo sabemos: sólo nos aguarda el abismo). Los Beatles eran un referente y cada disco, un chispazo anímico. Ellos ponían la iluminación y los Rolling Stones se encargaban del ruido. Los pecados no son menos abundantes. En el casillero de los Rolling Stones: la tétrica pasividad con que Jagger se enfrentó al asesinato de un asistente al concierto de Altamont de 1969, acuchillado por un ángel del infierno contratado como gorila; el intento de robo a cara descubierta del blues You Gotta Move, grabado por el grupo sin mencionar a su autor, Mississippi Fred McDowell; la perversa poética con la que afrontaron la desgraciada muerte de Brian Jones, al que habían expulsado del grupo por, entre otras cuestiones, celos profesionales; su descarado copismo de los Beatles… Éstos pecaron de prepotentes con sus ambiciones cinematográficas y de mecenazgo; cayeron en las redes del falso gurú Maharishi Mahesh Yogui, al que Harrison apoyó de por vida; Lennon se dejó embaucar por la pseudo artista Yoko Ono, una vividora de la subvención, y practicó un izquierdismo muy de boutique pero descerebrado —donaciones dinerarias al IRA incluidas—; manipularon sus biografías oficiales para entrar dentro de la corrección Cirque du Soleil para niños y adultos que venden los herederos —las aficiones de Lennon por la heroína y el maltrato físico a su primera mujer fueron borrados de las cronologías—; las operaciones de mejora estética de McCartney y su sofocante omnipresencia… Empate: un punto para cada uno.

Respetables Señores Iconos

Respetables Señores Iconos

10. Cincuenta años después. La cubierta del mensual Uncut es algo más que una portada de revista: es también la manifestación de una tragedia y el acta de una derrota entreguista. Ninguno de esos dos cantamañanas —que deberían regalar al mundo, ya que no dejaron bellos cadáveres, el alivio de una inmediata jubilación— hubiera aparecido bajo el titular «100 iconos del rock y el cine en la música y las películas que cambiaron nuestro mundo» si les restase algo de respeto por lo que fueron y significaron los Beatles y los Rolling Stones. No reniego de los caminos que me mostraron, pero ¿queda algo del recorrido de aquellas sendas de liberación o han sido inutilizadas? Creo que no me toca responder, pero en el enfrentamiento del futuro sigo apostando por los Beatles, menos cómodos, más rebeldes —pese al cordero Sir McCartney— que los orgullosos pijos Rolling Stones. Beatles: 3 puntos.

Resultado final: Beatles, 17 – Rolling Stones, 10

Ánxel Grove