Archivo de julio, 2024

Cómo afrontar el (seguro) desencuentro de verano con tu pareja

Llevamos dos días en Beijing y todo va como una seda. No puedo evitar preguntarme ¿Cuándo llegará el desencuentro? Está cerca, muy cerca, casi puedo olerlo…sigiloso como un zorro audaz, a punto degollar gallinas y devorar huevos sin despeinar un pelo de su poblada cola.

Se acumula el cansancio del viaje, el estrés de lo imprevisto, los niños con su especial sentido de oportunidad, y con todo ello…¡el cóctel está servido! Palabras como navajazos, reproches viperinos, miradas criminales. Frente a ello, la Gran Muralla China, la única obra de arquitectura humana que se puede ver desde el espacio, queda en segundo plano como si fuese la anodina calle al lado de mi casa, esa que cada día cruzo para salir al mundo.

Cuando estalla la crisis aparecen pensamientos del tipo “se supone que tendríamos que estar disfrutando y mira, aquí estamos amargándonos la existencia”. Otro pensamiento común es el que se preocupa por lo que vendrá con algo del estilo de “ahora vamos a estar de morros dos días y ya casi será tiempo de volver, ¡qué infierno!”. Sin embargo, el más peligroso de todos por ser el más destructivo es el que te dice algo como: “esto no funciona, no puede ser que volvamos a enfadarnos, tal vez tengamos que separarnos.”

(Paolo Nicolello, UNSPLASH)

Con este pensamiento, la mente en su escalada sin control saca las cosas de madre, cuestionando nada más ni nada menos la relación entera. En conflicto, lo difícil es no dejarse llevar por los pensamientos. Sí, la metedura de pata o salida de tono es real, sin embargo considera también que lleváis muchas horas juntos, estáis agotados, los niños más aún, hace un calor de mil demonios, la cola es interminable, el servicio es una mierda, el vuelo sale con retraso y mil otras circunstancias. Recuerda lo mucho que amas a tu pareja y toma entonces la intención de desescalar el conflicto, bajar revoluciones y mantener el agua de la relación en su cauce. Existen varias formas de hacerlo:

  • No hacer nada. Darse espacio a uno mismo y dar espacio al otro. Del budismo aprendí que si algo existe en abundancia es el espacio interior. La puerta a ese espacio es el dejarse en paz a uno, dejar en paz al otro y respirar. No intentar estar de acuerdo, no intentar convencer, no intentar nada. Simplemente ser.
  • Hacer algo. Preguntar al otro, ¿qué puedo hacer para solucionar esto? Escucharle y si es factible, hacerlo. La respuesta puede ser algo tan simple como un abrazo, un lo siento o cualquier otra cosa. También puede ser útil darte un paréntesis y quedar dentro de veinte minutos, después de un paseo, un whisky o un helado.
  • Pedir disculpas. Si has conectado con la parte de ti que ha contribuido al conflicto, sientes el daño que les hecho al otro, eres capaz de asumirlo y verbalizarlo, entonces estás preparado para pedir disculpas. Hazlo sin esperar nada.

Cualquiera de estas prácticas te puede ayudar a reconducir la situación para seguir disfrutando de tus vacaciones. Mas no te engañes, el conflicto seguirá en la vuelta de la esquina. Por ello, cuando el enfado vuelva a aparecer, no te fustigues y date cuenta de cómo lo recibes. El arte consiste en recibir el conflicto cada vez mejor, es decir, aprender a enojarse cada vez con un ápice más de paciencia, con un soplo más de respeto, con una pizca más de gracia.

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