Plano Contrapicado Plano Contrapicado

“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

El humor limpia las telarañas

Después de deshojar margaritas y participar en polémicas en Francia sobre si una película es sólo aquello que se ve en un cine o si el universo Lumière contiene muchos otros planetas, la plataforma de televisión bajo demanda Netflix decidió que ya que presenta sus producciones cinematográficas en los festivales tampoco está mal, además de ponerlas en línea, llevarlas a estreno en los patios de butacas con pantalla grande, lo que permite entre otras cosas poder aspirar a la publicidad que conceden los Premios Goya.

Gorka Otxoa, Javier Cámara, Miren Ibarguren y Julián López en Fe de etarras. Netflix

En España, la primera experiencia lleva por título Fe de etarras, de la que hablé en este blog Plano Contrapicado con motivo del absurdo rifirrafe protagonizado por alguna asociación de la Guardia Civil a la que no le gustó nada la ironía colgada de una fachada en formato “megakingsize” como provocador material publicitario.

 

En aquel post, escrito antes de poder ver el filme de Borja Cobeaga, yo vaticinaba (perdón por la autocita) que “si Fe de etarras se acerca a los logros de Negociador todas las protestas habrán sido completamente injustificadas”. Pues desde hoy viernes puede verse también en salas, además de en su lugar predestinado, y puedo afirmar con conocimiento de causa que, en efecto, aquellas protestas no tenían ningún fundamento. No sólo porque estaban motivadas por una hipersensibilidad de los protestantes ante cualquier cosa que roce temas delicados, sino porque la reacción inmediata que se observa en ellos es una pulsión castradora (¡que se retire, que se prohíba, que les metan en la cárcel!) que revela un espíritu autoritario y ciego. Ciego, porque si juzgan la película con inteligencia comprobarán que los que salen malparados en ella son precisamente los terroristas y que la gente calificada como normal es el resto del mundo, “los españolazos”, en terminología etarra.

Borja Cobeaga y Diego San José (de pie) con el elenco de Fe de etarras. Foto: sansebastianfestival.com. Jorge Alvariño

Me apresuro a decir que quienes la vimos en mi casa nos partíamos de risa en no pocos momentos. Ésa es la virtud principal exigible a una comedia, a la que sólo hay que poner la condición de que no te haga sentir a cambio tonto del culo, como con frecuencia sucede en las comedias de humor zafio o elemental. Algunos de los diálogos que sostienen Javier Cámara, Gorka Otxoa, Miren Ibarguren y Julián López no dan tregua de puro descacharrantes que son, al borde mismo a veces y otras hundidos de lleno en el humor absurdo, como la disputa sobre las condiciones requeridas para ser considerado vasco (“si puedes fichar por el Athletic, entonces sí”) o la clasificación de excelencia de las organizaciones terroristas que se enseñorean en el mundo (“el IRA es el nivel top y ETA está un poquito por debajo; de Al Quaeda ni me hables… tú pones un Ramadán en ETA y se borra la mitad de los militantes”).

Para Ramón Barea queda el personaje más serio, el dirigente de la banda cuya llamada telefónica esperan los cuatro encerrados en un piso franco y asediados por una multitud de aficionados a la selección española que crecen en número a medida que el equipo va superando eliminatorias y se encamina hacia la final del mundial que terminó ganando en 2010, «¿cómo va a ganar el mundial la selección española?», dice el incrédulo etarra que sostiene Javier Cámara con su acreditada vis cómica. ¿He dejado escrito alguna vez en este blog la categoría actoral de Javier Cámara? Sí, creo que sí, pero no me canso de repetirlo en cada nueva ocasión que se pone a tiro. A este tipo que balancea la cobardía, la cerrazón mental hasta un nivel inverosímil y la iniquidad de sus métodos y objetivos, Javier Cámara es capaz de infundirle ternura con un simple movimiento de ojos y cejas. Su repertorio gestual es tan rico que le permite zambullirse en escenas de comedia bufa y saltar al drama en un santiamén. ¡Javier Cámara le da un valor añadido a cualquier película con su simple presencia.

Los otros personajes se disputan el trono del patetismo y plantean idéntico agudo ejercicio artístico a los actores: son desalmados pero incurren en el ridículo a la primera de cambio. Mantener el tipo sin deslizarse a la caricatura de trazo grueso y a la vez provocar la carcajada, o dicho de otro modo, mostrar la cara humana sin desmentir la cara de payaso, es una tarea que bordan sin estridencias. Ahí se mueven cómodamente Gorka Otxoa y Miren Ibarguren, una pareja que no es pareja, o que no sabe si lo es del todo; su seriedad inicial resiste los embates de situaciones tan rijosas como la tronchante partida de Trivial. Julián López en su risible papel de okupa albaceteño con insólita vocación de etarra establece el punto límite con el sainete. Sujetarse para no derivar Fe de etarras hacia el terreno dramático ocupado por Ocho apellidos vascos es su principal tarea y cumple bien con ella.

Javier Cámara y Julián López en Fe de etarras. Netflix

Borja Cobeaga firma como director y Diego San José le acompaña en la escritura de guión, como llevan haciendo desde los tiempos del programa Vaya semanita, de la televisión autonómica vasca ETB, y como hicieron en Negociador (2015), que se deslizaba con habilidad y precaución sobre idénticas arenas movedizas, el magma político etarra y las infructuosas negociaciones de paz entre la banda y Jesús Eguiguren, emisario del gobierno de Felipe González. Negociador cultivaba unas hierbas de matices más sutiles y amargos que Fe de etarras, hervidas a fuego lento y con un punto de cocción más afinado. Era una gran película contenida en un envoltorio pequeño.

Por desgracia la ETB había desdeñado antes el proyecto de convertir en serie un piloto que prometía carcajadas a buen ritmo en diciembre de 2014, protagonizado por Carlos Areces, que prestaba su habilidad cómica a un Consejero del Gobierno vasco arribista y chapuzas que se postulaba como intermediario para conseguir la entrega de las armas de ETA, Aúpa Josu. Al parecer los datos de audiencia de un 10,2 de cuota de pantalla y casi 300.000 espectadores no bastaron para compensar la ración de quinina anti-estupidez política, que prometía, según Cobeaga, una “mirada de humor realista y melancólico, bajonero” a la política de Euskadi.

Aupa Josu from Aránzazu Calleja on Vimeo.

No es que Fe de etarras brille por su puesta en escena, sencilla, utilitaria, tal vez algo plana que lo fía todo a la eficacia de sus intérpretes y la chispa de los diálogos. En el tramo final uno tiene la sensación de apresuramiento y corte abrupto en el desenlace, más propio del pulso de una serie televisiva que de un trabajo cinematográfico más elaborado. Ello vierte un chorrito de agua en el vino que, sin ser gran reserva, deja un sabor dulce a pesar de todo y un agradecido calorcito en el cuerpo –un crianza, vaya- el bienestar que procura la risa, siempre tan necesaria y balsámica.

2017: una cosecha de cine regular

Este año no hemos tenido una gran cosecha de cine. De no ser porque en el apartado de intérpretes, masculino y femenino, sigue habiendo tortas para dilucidar el valor de los trabajos, en el de mejor película, por el contrario, el nivel deja mucho que desear a mi humilde entender. Sólo veo una película por encima de las demás, una película excepcional tanto en el apartado del reparto como en el de guion y dirección: No sé decir adiós, de Lino Escalera. Las demás nominadas a los premios de la crítica, los Premios Feroz, que acaban de hacer pública su selección, me parecen bastante irregulares.

Ya he hablado aquí en varias ocasiones de No sé decir adiós, un drama doloroso que escarba como un escalpelo en la carne de la enfermedad terminal y las relaciones paternofiliales, pero es portador de una soterrada carga de esperanza en el destino humano, que los tres intérpretes principales, Juan Diego, Natalie Poza y Lola Dueñas hacen inolvidable.

El autor supone para mí una decepción en un director al que siempre he considerado “el Antonioni español”, Manuel Martín Cuenca. Esta adaptación de una novela de Javier Cercas se me queda muy escasa de materia intelectual, no mucho más que una sencilla y sarcástica reflexión acerca de los egos de artistas y escritores que no alcanza para llegar a la duración estándar de una película. La salvan los actores, los siempre acojonantes Javier Gutiérrez (que le “echa huevos”, tanto en sentido figurado como literal) y Antonio de la Torre, a quien hay que escuchar alborozadamente  abroncar al aprendiz de escritor, uno de los momentos felices que no consiguen compensar el chasco final.

Handia, de Jon Garaño y Aitor Arregi es una emotiva fábula de amor fraternal escondida en una crónica de hechos reales en torno a un personaje muy singular, un guipuzcoano que vivió a mitad del siglo XIX atrapado en un cuerpo que no dejó de crecer hasta su muerte, a los 43 años de edad, interpretado reciamente por Eneko Sagardoy. Rodada en euskera, ambientada con esmero y fotografiada con mimo por la cámara de Javier Agirre, y arropada por unos efectos visuales de impactante realismo, Handia parecía encaminarse hacia el cuento de un monstruo triste e incomprendido, que sufre las burlas de sus contemporáneos, en la línea de El hombre elefante, pero apunta en otras direcciones con un marco referencial de época.

Verano de 1993, es la primera película, muy meritoria, de Carla Simón por arriesgada y conseguida, pero creo que cuenta con algunos inconvenientes para hacerse aceptar en la taquilla, el principal, el ritmo moroso y contemplativo que le impone un propósito de rigor y coherencia con el punto de partida. A su favor jugará que la Academia la eligió para representar a España en la carrera de los Oscar (y esperemos que llegue a la final aunque lo tienen muy difícil; de ganar, ni lo imaginamos) y también una especie de viento crítico a favor generalizado que pone en valor la verdad que transpiran sus imágenes, no afectadas por ningún tipo de impostura. Tanta es la verdad y la renuncia a cualquier artificio que no se permite ni siquiera usar algún recurso que levante la intensidad emocional con fines dramáticos; una sola secuencia, la que tiene que ver con la pequeña en la carretera (lo digo tan crípticamente para no desvelar nada) en manos de cualquier otro hubiera tenido un desarrollo mucho más efectista. La interpretación de la niña Laura Artigas es también memorable.

La librería tiene las virtudes habituales del cine de estilo depurado de Isabel Coixet. Hablada en inglés, como es habitual en sus películas, es elegante, cálida, perfumada de un toque de nostalgia y otro de rebeldía a partes iguales y cuenta, también, como las anteriores, con un gran elenco encabezado por tres actorazos: los británicos Emily Mortimer y Bill Nighy y la norteamericana Patricia Clarkson. Isabel consigue que veamos las partículas de polvo depositadas sobre los estantes de los templos sagrados de la feligresía lectora en peligro de extinción y que abominemos de las educadas maneras e hipocresía de las fuerzas reaccionarias, siempre alertas para frustrar las ilusiones y proyectos de quienes van por libre.

 A la altura de las anteriores, y por tanto uno o dos peldaños por debajo de No sé decir adiós, yo seleccioné para los Premios Días de Cine a La cordillera, coproducción con Argentina y Francia dirigida por Santiago Mitre, que con la ayuda de un grandísimo (como siempre) Ricardo Darín dibuja un retrato espeluznante y lleno de matices de un presidente del país austral. Lo más estimulante que aporta es la visión absolutamente verosímil de un cónclave de presidentes iberoamericanos como un nido de avispas en el que no sabes quién te va a clavar el aguijón, bien sea a traición o de la manera más fraternal. Lo menos es que incluye una subtrama esotérica de menor interés.

También incluí Selfie, un divertidísimo aguafuerte sobre los hilos de superchería que envuelven las idas y vueltas de la política española, que exhibe como cómico desternillante a Santiago Alverú. En los Premios Feroz participa en la categoría de Mejor Película de Comedia, que es como establecer involuntariamente un nivel de sutil inferioridad respecto al resto de las producciones. Yo no soy partidario de hacer esos distingos.

Días de Cine incluye entre las cinco mejores películas españolas a Proyecto Lázaro, una ciencia ficción en mi opinión muy menor de Mateo Gil sobre las posibilidades de la hibernación para intentar burlar a la muerte y deja fuera a La librería. Salvo en ese detalle coincido con mis compañeros, aunque en la votación ajustadísima se impuso la ópera prima de Carla Simón sobre la espléndida, también ópera prima, No sé decir adiós, que como digo, considero claramente superior.

Los Premios Forqué colocan la estrambótica comedia de Pablo Berger, que yo no pude digerir, Abracadabra, en el lugar de No sé decir adiós. Un experimento para mí fallido, que mezcla texturas de comedia costumbrista de los años 60-70 con un enfoque de vindicación feminista servido por secuencias que van de lo sublime a lo ridículo. Claro que hay que aclarar que en los Premios Forqué quienes votan al Mejor largometraje de Ficción y Animación son los productores, lo que significa que sus criterios se rigen por otros arcanos.

Mucho no podrán diferir estos títulos de los que los académicos convoquen a la Gala de los Goya el 3 de febrero. Yo llevo meses pronunciandome y no he tenido necesidad de modificar mi apuesta para establecer quiénes deben ser los ganadores de los cabezones principales: el Goya a la Mejor película, sin discusión, es para No sé decir adiós; el Goya a la Mejor actriz principal, sin discusión, es para Natalie Poza y el Goya al Mejor Actor, sin discusión, debería ser para Juan Diego, aunque mucho me temo que compita en la categoría de Mejor Actor de Reparto, lo que de ser así consideraría un pequeño error: suyo es el trabajo más impresionante y conmovedor de la temporada. Nadie se acerca ni de lejos a ese personaje y a lo que con él ha hecho Juan Diego.

Lo correcto, lo ridículo, la hipocresía

Bajo la apariencia de la corrección se oculta la hipocresía. En nombre de la rectitud se hacen muchas tonterías. A veces resulta difícil discernir si la tontería y la hipocresía van de la mano en alegre comandita, o dónde comienza lo uno y acaba lo otro. Un día leemos que una senadora francesa, de nombre Nadine Grelet-Certenais, acusaba al cine patrio de ayudar a la venta de tabaco, no con publicidad encubierta sino porque los personajes fuman mucho. Nada menos que “el 70 % de las películas francesas nuevas tienen al menos una escena con alguien fumando”, afirmaba, lo que según ella “más o menos ayuda a hacer su uso banal, incluso a promoverlo entre niños y adolescentes”.

No se sabe si a su vez ella se encontraría bajo los efectos del cigarrillo de la risa u otras sustancias más incapacitantes pero se amparaba, al parecer, en un estudio según el cual el 35 % de los adolescentes se inician en ese vicio porque salen de la sala abducidos por el encanto del humo en las bocas de sus actores y actrices favoritos. Como si escucharan encandilados a Sara Montiel cantar en El último cuplé:

Fumar es un placer genial, sensual.
Fumando espero al hombre a quien yo quiero
tras los cristales de alegres ventanales
y mientras fumo mi vida no consumo
porque flotando el humo me suele adormecer.

La ministra de Sanidad, Agnès Buzyn,  se lo tomó en serio, que en lo tocante a estudios absurdos sobre materias dudosas, no hay ministro que se resista; y ya vemos que no estoy hablando necesariamente de los nombrados por Rajoy. La buena mujer decía no entender por qué los cigarros son tan importantes en el cine francés, que es como preguntarse por qué la gente dice tacos o le da con fruición a la botella al otro lado de la pantalla. Digo yo si será porque los de este lado también lo hacen.

Esta manía de querer corregir los males de la sociedad a base de hacerlos desaparecer de las historias de ficción me parece a mí bastante poco avispada. Se aduce que el común de los mortales imita lo que ve en las películas, que era lo que los curas de antaño pensaban y por eso se mostraban tan celosos censurando besos y cualquier otra expresión de la carnalidad. Esperemos que a los franceses no les dé por aplicar un efecto retroactivo y quieran eliminar de la televisión cualquier imagen de los grandes fumadores con Serge Gainsbourg a la cabeza, que sin sus Gitanes no era nadie.

Serge Gainsbourg en 1981. Wikipedia

En semejante despropósito, el de pensar que el mundo se corrige evitando mostrar cosas poco ejemplares en la ficción y que ésta debe de ser pulcra para evitar las tentaciones de la chavalería, caen incluso los más grandes artistas. Y algunos luego se arrepienten, como Steven Spielberg. Recordarán ustedes que el director de aquella fábula un poquito ñoña que rompió records de taquilla quiso hacerle un ligero lifting a E.T . El extraterrestre con ocasión del 20 aniversario de su estreno y se le ocurrieron cosas tan estrafalarias como hacer uso de algunos retoques digitales para sustituir las escopetas de los agentes por walkies-talkies, no fueran los niños a pensar que la policía es violenta y peligrosa, menudo desatino. Más pureta todavía resultaba borrarle en un plano al mono marciano la peineta que graciosamente dibujaban sus dedos. Y todo esto en 2002. En fin… Ya digo que el buen hombre se arrepintió, pero demasiado tarde, cuando la pifia había quedado registrada para los anales en clara sintonía con la tendencia al exceso de ternura que le achacamos con frecuencia.

E.T. El extraterrestre antes y después del lifting. Universal Pictures

Otro que me parece a mí debería arrepentirse con el tiempo es Ridley Scott, a quien no sé si los productores habrán impuesto, o por el contrario habrá sido idea suya, la sustitución de Kevin Spacey por Christopher Plummer en su última película, a las puertas mismas del estreno de All the Money in the World (22 de diciembre en Estados Unidos y 19 de enero en España). Hasta ahora conocíamos casos en los que por causas de fuerza mayor o menor un actor debía ocupar el lugar de otro volviendo a rodar escenas ya rodadas, pero lo sucedido con Spacey en esta ocasión eleva el listón de lo disparatado a niveles estratosféricos para evitar el previsible boicot a la película.

Que sepamos en el cine no hay precedentes. En política sí: Stalin ordenó que hicieran desaparecer de la faz de la tierra a Trotsky y no se contentó con asesinarlo sino que aquella orden incluía borrar todo rastro del revolucionario en las fotografías oficiales. Más recientemente, el que no sale en la foto, o sólo sus piernas, porque alguien hizo la chapuza luego corregida, es Santi Vila, Conseller de Empresa del cesado Govern. Vila tuvo la desgracia de alejarse un poquito de la línea oficial y ahí lo tienen, desvanecido a golpe de photoshop.

Lo que mueve a los productores de Scott, incluido a él mismo con su productora Scott Free Films, a rodar con Plummer todas las escenas que ya había rodado Spacey para poder eliminar su nombre y presencia de Todo el dinero del mundo no es otra cosa que puro cálculo económico, sin molestarse siquiera en argüir razones de orden moral.

Kevin Spacey y Christopher Plummer en Todo el dinero del mundo. Sony Pictures Entertainment.

Y como del cerdo se aprovecha todo, nada me extrañaría que algún día, cuando ceda la presión del sunami, se editara en blu-ray (o en dvd, si aún existe) la versión original, como había quedado antes del 30 de octubre de este año, cuando saltó a la luz el escándalo que ha llevado a los infiernos del descrédito al protagonista de American Beauty; un valioso extra incluido en el paquete. De momento hay un tráiler, que está ahí para recordarnos que el multimillonario Jean Paul Getty tuvo inicialmente la cara (muy maquillada, irreconocible) de Kevin Spacey. También está el otro, más oficial que el primero, para los amantes de las comparaciones.

El listón de la impostura ya lo había puesto tan alto Netflix fulminando su participación en la sexta temporada de House of Cards y cancelando el biopic de Gore Vidal que Spacey ya había rodado, que hasta la joven actriz Clara Lago lo veía claro: “También me parece muy hipócrita que ahora cancelen todo lo que iban a hacer Louis C.K. o Kevin Spacey, cuando lo suyo era un secreto a voces. Los productores que contrataron a Spacey hace un año sabían lo que había hecho. Ahí no estás valorando los actos de la persona, solo tu interés económico como empresa”.

KevinSpacey en House of Cards. Netflix

Con Todo el dinero del mundo, título premonitorio y revelador de qué estamos hablando aquí, se ha ido mucho más lejos. Hay que temerse que según esa misma lógica en años venideros alguien considerase congruente un despliegue de “retoques digitales”, como hizo Spielberg con su inocente extraterrestre, para reemplazar a Kevin Spacey de sus películas anteriores por otro actor, éste sí, de intachable decencia. Técnicamente no parece imposible y dada la dinámica absurda en la que nos encontramos tampoco resulta impensable.

Puerto Rico, ¡yo voy a tí!

Según el diario cubano Granma tras el paso del huracán María el pasado 20 de septiembre, la tasa de pobreza en la isla caribeña se incrementó de 44,3 por ciento a 52,3 por ciento. Como ya veo el gesto de escepticismo dibujado en la cara de muchos lectores, les aclararé que la fuente originaria es un estudio de la Universidad de Puerto Rico (UPR), en su campus de Cayey (centro). Leo también en la web del canal CNN una información de 21 septiembre, 2017 : “Hace dos semanas el huracán Irma devastó el Caribe con vientos sostenidos de 297 km/h dejando destrucción a lo largo de islas exuberantes que son hogar de aproximadamente 1,2 millones de personas. Luego, el huracán María le está siguiendo los pasos a Irma, desencadenando su furia sobre Puerto Rico, después de dejar al menos 15 muertos y “amplia devastación” en la isla de Dominica”. En rtve.es el 4 de octubre: El número de víctimas mortales por María en Puerto Rico se duplica de 16 a 34. Además, ha ocasionado daños materiales en torno a 90.000 millones de dólares.

Captura de pantalla del vídeo “Yo voy a ti” (#PRYoVoyATi)

Tras esta hecatombe se han activado las energías solidarias de mucha gente y, por lo que nos toca, entre ellas un grupo de actores españoles que desmienten los prejuicios de la derechona contra el mundo de la farándula cinematográfica, a la que con frecuencia en su afán simplificador identifica despectivamente como los “titiriteros de la ceja”, ávidos de subvenciones para vivir del cuento (esa gran mentira).

Penélope Cruz, Maribel Verdú, Oscar Martinez, Carmen Machi, Juana Acosta, Daniel Guzmán, Paulina García, Quim Gutiérrez, Inma Cuesta, Jorge Perugorría, Eduardo Casanova, Mirtha Ibarra, Gracia Olayo, Eduardo Noriega, Javier Cámara, Paco León, Marcos Carnavale, Maru Valdivieso y Jesús Olmedo  son algunos de los artistas que aparecen en el video de la campaña “Yo voy a ti” (#PRYoVoyATi) promovida por la distribuidora cinematográfica Wiesner Distribution en el que expresan su apoyo a la recuperación de Puerto Rico.

En ese video reconocemos la voz de Micaela Nevárez, la bella actriz puertorriqueña que ganó el Goya en 2006 por su papel de la prostituta que le daba la réplica a Candela Peña en Princesas, de Fernando León de Aranoa. De fondo, el tema de El Wanabi, de la agrupación puertorriqueña Fiel a la Vega.

Wiesner Distribution distribuye en Puerto Rico, el Caribe y Centroamérica cine independiente a nivel mundial. Desde el año 2000 la empresa con base en Puerto Rico participa en los principales festivales de cine para seleccionar los títulos de su catálogo. En su catálogo he encontrado títulos españoles e hispanoamericanos de mayor y menor interés: La reina de España, de Fernando Trueba, Los miércoles no existen, de Peris Romano, Casi leyendas, de Gabriel Nesci, Villaviciosa de al lado, de Nacho G. Velilla, Mamá se fue de viaje, de Ariel Winograd o la italiana Locas de alegría, de Paolo Virzi. Del 4 al 10 de mayo organizó por segundo año la Semana de Cine Español en Puerto Rico.

La campaña se ideó con el propósito de apoyar el Fondo Comunitario creado por la organización puertorriqueña sin fines de lucro Para La Naturaleza,  dirigido a apoyar la recuperación de las comunidades aledañas a sus reservas naturales para llevar ayuda directa a sectores severamente impactados por el huracán y apoyar esfuerzos de agroecología, reforestación y restauración de hábitats en estas zonas.

Y por supuesto no reclama sólo la atención de los famosos de todo el mundo reunidos, sino de todas las personas que sientan un gramo de dolor al comprobar cómo las catástrofes siempre se ceban en los más débiles y deseen demostrarlo con hechos, es decir con una contribución por mínima que sea. Yo ya he hecho la mía, que conste. Todas las aportaciones al Fondo se pueden hacer en línea, desde cualquier lugar del planeta, visitando la página www.paralanaturaleza.orgEl cien por ciento de lo recaudado irá directamente a estas comunidades y a apoyar esfuerzos de agricultura sostenible, reforestación y restauración de hábitats

Ha habido muchas otras campañas de recogidas de fondos y otros famosos que se han involucrado con mayor o menor empeño. Uno de ellos es Ricky Martin, quien en su muy activa cuenta de Twitter anima a arrimar el hombro y ofrece la posibilidad de hacerlo a través de su fundación.

 

Jennifer López encontró un hueco en su muy ajetreada vida para poner un tuit que decía así:

Parece que le encomienda a su deidad que se ocupe de aquellos a los que desatendió, tal vez porque andaba ocupado en vigilar al inquilino de la Casa Blanca, que no las tiene todas con él. Digo yo que ella bien podría echar una manita además de rezar. No sé, no sé, no quiero recelar, pero he buscado ese tuit en su cuenta y alguien ha debido de borrarlo.

Podría la cantante y actriz, o actriz y cantante, que no sé muy bien en qué orden de calidades ponerlo, tomar ejemplo del actor puertorriqueño Luis Guzmán que dice en traducción libre: “Hagamos lo que sabemos hacer, vayamos juntos y aportemos nuestro grano”, a la par que invita a artistas, músicos  e intérpretes a participar en un evento con el fin de recabar fondos para Puerto Rico. Estaría bien que Jennifer se apuntara al concierto y nos cerrara la boca a todos los malpensados.

 

Precisamente el lunes próximo, 4 de diciembre, la Academia reúne a nombres destacados del ámbito social y cinematográfico que prestan su aliento en favor de causas sociales, humanitarias o medioambientales. En una primera mesa redonda, moderada por Jorge Martínez (publicista y creador de la campaña Pastillas contra el dolor ajeno), Paco Arango, Manuel Burque, José Carnero (presidente de la Fundación Uno entre Cien Mil), Mónica Esteban (fundadora y presidenta de Juegaterapia) y Mabel Lozano compartirán sus experiencias.

Elena Anaya, Javier Bardem, Javier Corcuera, Paula Farias (expresidenta de Médicos sin Fronteras), Fernando León de Aranoa y Dani Rovira participarán en una segunda mesa redonda, en la que se analizará el potencial de actores, actrices, directores y directoras al dar voz a los que no son escuchados. El encuentro será moderado por Elena S. Sánchez, periodista y presentadora de Días de cine.

En fin, muchos son los llamados a apoyar buenas causas con su popularidad y muchos menos los que lo hacen. Por eso es justo y necesario reconocérselo y no quedarse mirando. ¡Apoya a Puerto Rico!

¡No vuelvas a tocarla, Sam!

“Nadie es perfecto”, le contestaba con garbosa resignación  Joe E. Brown a Jack Lemmon en Con faldas y a lo loco cuando éste le confesaba que era un hombre. Y esa misma frase debió de decirle Humphrey Bogart a Ingrid Bergman cuando ésta vio las calzas que le colocaban bajo los zapatos al galán si aparecían juntos de pie y unos cojines bajo el trasero si estaban sentados para compensar la diferencia entre su metro 73 cm de altura y el metro 75 que ella medía. Las crónicas no dicen si ambas estrellas se llevaban regular tirando a mal porque al macho le sentaban como a un Cristo dos pistolas esos apósitos y los consideraba humillantes, pero sí cuentan que entre ellos no había ni sombra del buen feeling que registraba el celuloide en cuanto se oía el ¡Corten!

Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, amor en la pantalla. Warner Bros

El caso es que del estreno de Casablanca en el Teatro Hollywood de Nueva York, aquella inmortal y ardiente historia de amor sacrificado en tiempos de guerra, de la Segunda Guerra Mundial para ser exactos, se cumplieron el domingo 26 nada menos que 75 años y ahí sigue tan lozana, consagrada como una de las más famosas de la Historia del cine y, si hacemos caso al American Film Institute (AFI), el romance más bello de todos los tiempos. Hacía unos meses que los aliados habían iniciado la campaña en África del Norte y el régimen colaboracionista francés sentía tambalearse su Protectorado. Aunque seguro que algunos funcionarios, como el inspector que interpreta Claude Reins, no sentían demasiada inquietud, acostumbrados a flotar como la mierda en las aguas putrefactas. Ese don de la oportunidad debió ser una de las causas de un éxito que nadie se esperaba ni harto de whiskie.

Reunidos en el bar de Rick en Casablanca. Warner Bros

A España llegó cuatro años más tarde, en 1946, ya que a la censura franquista no le hacía ninguna gracia el pasado del personaje de Bogart que se recordaba en la versión original como combatiente al lado de la República en la Guerra Civil española. Con la proverbial habilidad y sentido del humor surrealista que gastaban para desfacer ese tipo de entuertos, en la versión doblada se decía que “en 1938 luchó como pudo contra la anexión de Austria”. Tampoco ayudaba el marcado y lógico alineamiento de la película en favor de los aliados. Un acuerdo de colaboración cinematográfica entre España y Alemania en vigor de 1939 a 1945 garantizaba que la supuesta neutralidad del régimen de Franco se dejaría a un lado para velar por la buena imagen del ejército de Hitler. Don Manuel Augusto García Viñolas, a la sazón director general de Cinematografía, se lo comunicaba epistolarmente a los nazis en 1940: “He recibido la lista de películas, americanas, inglesas y francesas que considera Alemania ofensivas a su misión política. Tengo el gusto de notificar a usted que este Departamento adoptará todas las medidas a su alcance para que las películas cuya lista me comunica no tengan posibilidades de comercio cinematográfico”. Pero los tiempos evolucionaban una barbaridad y una vez derrotados los alemanes por fin se pudo ver en las principales pantallas españolas esta romántica y melodramática cinta con los arreglillos de diálogos que hemos señalado.

Fachada del Cine Callao de Madrid el día del estreno de Casablanca. EFE

De qué manera pudo Casablanca llegar a alcanzar el estatus de filme mítico sigue siendo uno de los grandes misterios del arte cinematográfico. Nos recuerda, como la majestad inaprensible del David de Miguel Ángel que debe la belleza a su legendaria desproporción de medidas, que la genialidad se esconde con frecuencia en el error, la deformidad o la imperfección para arrojar los frutos más insospechados. Un rodaje caótico y accidentado, directores que dejaban la silla calentita para que la ocupara el siguiente, una obra de teatro en la que se basó el guion, Everybody comes to Rick’s, repleta de lugares comunes y tópicos románticos, que ni siquiera había llegado a estrenarse y sólo pudo hacerlo tras el insospechado éxito del filme, un pianista que no sabía tocar el piano, hojas del libreto que se escribían de un día para otro y hasta un reparto que incluía inicialmente a un actor que muchos años más tarde se empeñó en ponérselo francamente difícil a Donald Trump para encabezar la galería de presidentes desnortados, Ronald Reagan. Sí, alguien pensó que el papel que luego ofrecieron a Bogart podía haberlo encarnado aquel vaquero que no llegó a Casablanca pero sí a la Casa Blanca. ¿Ven como es verdad que Dios escribe derecho con renglones a veces endiabladamente torcidos?

El listado de jugosos desatinos que fraguaron el filme que cada año agranda la leyenda es interminable y uno tras otro los elementos que más nos fascinan esconden una intrahistoria alfombrada con quebraderos de cabeza. Si no podemos concebir otra voz que el aguardiente destilado por la de Doolew Wilson cantando As time goes by, sabemos que el negro sentado al piano iba a ser en realidad Ella Fitzgerald y que la canción estuvo a punto de ser eliminada porque Max Steiner pedía una original y ésta había sido compuesta para la obra teatral que inspiró la película. No es que fuera mala la alternativa de Fitzgerald, es que muchos millones de personas somos incapaces de imaginar otra frase que aquella de “tócala otra vez, Sam”, aunque nunca llegamos a oírla con esas palabras. De haber sido femenino el personaje, igual se llama Samantha, y no es lo mismo.

Casablanca ganó tres Oscar de la Academia: mejor película, mejor director, Michael Curtiz que había sustituido a William Wyler, y mejor guión. La Academia tuvo a bien considerar que aquel amasijo de folios que se habían ordenado casi mezclándolos como las cartas de una baraja, dejando caer frases tan cursis como “el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”, merecía tan alta condecoración pero no así los dos intérpretes que son el alma de la función. Ni Humphrey Bogart ni Ingrid Bergman tuvieron que levantarse a recoger ninguna estatuilla. Ha pasado muchas veces, no nos asombremos.

Alguien intentó por dos veces convertir Casablanca en serie de televisión, en 1955 y 1983. En el segundo empeño se grabaron cinco capítulos y sólo se emitieron dos de lo que era una precuela fracasada de la historia. Auténtico repelús me produce que algún día llegara a buen término alguna de las ideas que la Warner concibió de revivir la historia con una secuela, de la que llegó a escribirse un guion desechado en su día, Return to Casablanca. Escrito por uno de los tres autores del libreto original, Howard Koch (los otros dos fueron Julius y Philip G Epstein), el culebrón amenazaba con retomar a Ilsa Lund embarazada en Estados Unidos y confesando a Victor Laszlo que la criatura no era suya sino de Rick. ¡Jarrrrl!, que diría el gran Chiquito, ¡son capaces de tirar de imagen sintética para traer del más allá a Humphrey y a Ingrid! Pero sin ellos dos ¿para qué queremos la continuación?

Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en Casablanca. Warner Bros

Cuestionar una ley no es machismo

El panorama que dibuja el incesante aumento de las agresiones de hombres contra mujeres es espeluznante. Cada día podemos leer noticias que dicen cosas muy similares a lo que leí esta misma mañana, viernes 24: ”Un hombre ha matado, de al menos un disparo de escopeta, a una mujer, de 35 años, que estaba embarazada, tras mantener una discusión en la localidad de Vinaròs (Castellón)…“ Con variaciones insignificantes sobre el lugar del crimen, las edades de víctima y verdugo o los países de procedencia, una y otra y otra vez la radio vomita noticias similares. El dolor y la impotencia son insufribles. Hasta el día 10 de este mes esta trágica contabilidad hablaba de 44 mujeres asesinadas a manos de sus parejas desde que comenzó el año. Es una pesadilla que no tiene fin. La administración confirma 916 asesinatos desde 2003. Desaparecida ETA, los criminales que matan a sus mujeres compiten con las cifras de aquella organización terrorista.

malostratos.org

Parece que las medidas de protección, atención telefónica, policiales o judiciales no bastan para contener la hemorragia. Según datos del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) 13.445 mujeres denunciaron a su pareja o expareja por violencia cada mes entre abril y junio de este año y las sentencias condenatorias dictadas fueron el 67,2%.  A 31 de octubre, el programa VioGen, el sistema de seguimiento integral de este tipo de casos, en funcionamiento desde hace diez años, tiene registrados 478.671 casos, de ellos, 55.319 activos (10 de riesgo máximo, 175 medio, y 4.566, bajo). Estas cifras mareantes revelan que la sociedad tiene un cáncer y no se encuentra un remedio que lo cure. Tan sólo puede ofrecer la triste esperanza de que, detectado a tiempo, algunos casos puedan no ser mortales.

La hipersensibilización que este horrendo horizonte provoca en algunos sectores sociales, especialmente algunos grupos feministas, en contacto más cercano con las víctimas, puede conducirles, y de hecho así sucede algunas veces, a actitudes de ciega intransigencia que les hace negar una realidad, aunque no sea ni de lejos tan dramática como la expuesta anteriormente, una realidad de la que no se conocen cifras o se hace muy escaso hincapié en ellas: la de los casos en que los maltratados son hombres.

El pasado domingo 19 estaba anunciada en Barcelona la presentación de un documental cuyo título había originado una alarma desde antes de que llegara a producirse, cuando se estaba tratando de financiar con una campaña de micromecenazgo en Verkami, plataforma que cedió a las presiones de quienes lo calificaban de “documental de maltratadores” y obligó a buscar otras vías, mediante ingresos directos en cuenta bancaria. Respondiendo a esos prejuicios se presentó un grupo de mujeres dispuestas a boicotear el acto, entre las cuales se encontraba Carme Sansa, actriz catalana muy activa en distintos campos de batalla, ya fuera contra los bombardeos de la OTAN en Yugoslavia, contra la guerra de Irak o en defensa de los derechos femeninos.

En el vídeo de este incidente Carme Sansa parece defender el bloqueo a la exhibición de este documental restando toda importancia al asunto del que se ocupa: “son sólo cuatro hombres”, se le oye decir. Si eso es lo que quería decir, hay que reconocer que no es una razonable vara de medir la importancia de los problemas de cualquier minoría. No se puede imitar la mentalidad del ejército israelí con los refugiados palestinos: “un muerto de los nuestros vale por mil de los vuestros”, como si se contabilizaran las víctimas de dos bandos enfrentados. Aunque fueran «sólo cuatro hombres» ¿no merecerían respeto al reclamar sus derechos? Todos los maltratados, sean mujeres, hombres, niños, ancianos o inmigrantes, no importa cuál sea su número, son dignos de atención y protección. Finalmente, después de unos cuantos gritos de un lado y otro, de un rifirrafe venial, insultos, peinetas y gritos no muy delicados de “Sin piernas, ni brazos, machitos a pedazos”, el documental pudo exhibirse sin más sobresaltos.

Había sido el último de los obstáculos a sortear por un trabajo que no deja de ser la expresión de unas ideas, todo lo discutibles que se quieran, pero que lleva camino de convertirse en un filme maldito. Hasta el Festival de Cine y Derechos Humanos de Barcelona arguyó las amenazas recibidas para rechazar primero, aceptar después y por último desvincularse del todo de mostrarlo ante el temor de sufrir los anunciados escraches.

Silenciados, cuando los maltratados son ellos pretende poner el foco en esa minoría silenciosa y oculta que son los varones que se sienten perjudicados por la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género (LIVG) de 28 de diciembre de 2004. El director Nacho González intenta dejar claro, sin gran éxito, a tenor de los ataques recibidos, que reconoce el gravísimo problema de la violencia contra las mujeres pero entiende que no puede lucharse contra él dejando a un lado las disfunciones que provoca, con graves perjuicios para hombres que también son víctimas de violencia dentro de la pareja o se ven chantajeados en disputas matrimoniales por la custodia de sus hijos u otros litigios.

El propio director reconoce que: “cinematográficamente no es nada atractivo. En principio teníamos guionizadas dramatizaciones, voces en off, recursos… pero una vez tuvimos todas las entrevistas hechas y condicionados por no poder excedernos de 60 minutos (por motivos que no vienen a cuento), decidimos prescindir de todo lo demás y centrarnos en las entrevistas. Como digo, cinematográficamente «no tiene nada», pero la información recopilada y la credibilidad de quienes la facilitan son demoledoras”. Estoy sustancialmente de acuerdo con ese diagnóstico, pero tengo que pronunciarme contra cualquier tipo de atentado contra la libertad de expresión y éste es uno claro. El filme pone el altavoz a quejas que parecen razonables: un hombre denunciado por su pareja, sin comprobarse la veracidad de los hechos, va directamente a la cárcel ante el peligro de que en caso contrario pudiera engrosar la abultada lista de criminales, aunque al día siguiente pueda ser puesto en libertad sin otra consecuencia que las malas horas pasadas a la sombra. No existe un “Instituto del hombre” ni lugar al que dirigirse para denunciar sin que un funcionario en la comisaría se ría en las barbas del “calzonazos”. Se quejan de que hay una conciencia creada en las instituciones que da toda credibilidad a la mujer y ninguna al hombre. Se quejan de un trato desigual que ni creen justo ni resulta útil para combatir la violencia contra las mujeres y penaliza discriminadamente al varón. Reclaman, en definitiva, un cambio en la legislación que atienda también los casos de los hombres que no son maltratadores, sino que son maltratados.

La película peca de lo mismo que reprocha a la ley, de tener una visión unilateral, al centrarse sólo en los problemas de los hombres, por muy justificada que esté su reclamación. Incluso el propio poster resulta un poco truculento. Más empatía conseguiría si se hubiera detenido a explicar con algún detalle (como el que se ofrece al principio de este post, por ejemplo) el pavoroso contexto de incesantes asesinatos de mujeres en el que nos encontramos. No demuestra una gran sensibilidad hacia esa tristísima realidad y ello penaliza la credibilidad de sus argumentos. Es la excusa para que reciba ataques injustificados, insultos y amenazas por parte de quienes no entienden de matices, quienes creen que defender a un hombre es prueba evidente de machismo, que criticar una ley que pretende defender a las mujeres es defender a los maltratadores. Sin embargo, entre una cosa y otra hay un gran trecho.

Silenciados, cuando los maltratados son ellos parece olvidar que por graves que sean para los hombres las consecuencias de una ley defectuosa por desgracia la situación de la mujer en su conjunto es muchísimo más peligrosa y es lógico que concite toda la atención de la sociedad. No hubiera sobrado que admitiera entenderlo. Pero es evidente que este documental expone opiniones legítimas que merecen ser debatidas seriamente, son carne de polémica, materia sensible que exige ser considerada con todo cuidado y atención. No es de recibo que se le tache de machista de antemano sin haber escuchado sus argumentos. Ninguna forma de censura es de recibo.

Un canto de amor a la naturaleza

Me costó lo mio sacudirme el prejuicio contra los “dibujos animados”, lo que hoy llamamos el cine de animación y allá por los años de mi niñez eran sinónimo de Walt Disney. Mucho tiempo antes de que yo conociera el carácter machista, anticomunista, fascista, antisemita y racista del fundador de la multimillonaria corporación, de que pudiera sospechar que fue amigo de Edgar Hoover, confidente ante el Comité de Actividades Antiamericanas y delator de, entre otros rojos peligrosos, Charles Chaplin, cuando todavía no tenía ni idea de ese tipo de cosas y por tanto no podía cogerle tirria al padre del Pato Donald, a mí los dibujitos no me hacían demasiada gracia.

Llegó a aterrarme durante un tiempo el personaje de Cruella de Vil y su odiosa obsesión por las pieles de los animales, de lo que deduzco que 101 Dálmatas en la versión de 1961 sí consiguió atravesar el caparazón de mi insensibilidad. Pero pocas películas más de las concebidas para mi edad me impresionaban por aquella lejana época en que vestía pantalón corto. Paradójicamente, pues soy amante y consumidor desde mi más tierna  infancia de los “cuentos”, luego llamados tebeos y hoy denominados cómics, pasaron los años y tardé en descubrir las maravillas que se esconden detrás de los dibujos que se mueven en la pantalla. He sido siempre y sigo siendo un desconocedor del género de la animación. Me abochorna reconocer que siento enorme pereza para ponerme a ver alguna de las muchas películas que tengo reservadas en casa para momentos más apropiados que nunca llegan. Digo todo esto porque así se comprenderá mejor mi recomendación de hoy: La tortuga roja.

Un plano de La tortuga roja

Sí, sí, lo acepto, he tardado mucho en verla. Pero sabía lo que me perdía porque había oído y leído lo suficiente sobre esta preciosa joya de la animación como para intuir que no me arrepentiría cuando dispusiera de mi tiempo para dedicárselo. Uno se ve abocado por razones profesionales a ver tantas películas y series que la saturación establece un filtro a veces caótico en las apetencias cuando no lo hace por obligación. Y de repente, de manera totalmente imprevista, la tortuga ha llegado nadando hasta mi pantalla de televisión y me ha dejado fascinado. Si alguno de ustedes andaba preguntándose qué podría ver con sus hijos en esos días que se avecinan, algo de lo que pudieran disfrutar juntos, que sirviera de alimento para ellos y de bálsamo para ustedes, créanme, busquen a La tortuga roja.

Primera coproducción del estudio japonés Ghibli, la Meca de la animación mundial, con un autor europeo, parece ser que la idea le surgió a Hayao Miyazaki, uno de sus fundadores e iluminado director de, entre otros prodigios, El viaje de Chihiro (177 críticos del mundo la consideraron en 2016 a instancias de la BBC como la cuarta mejor película del siglo XXI; yo no sé si llegaría tan lejos, pero, en fin, tómese como referencia), cuando le sugirió en 2008 al jefe de la productora Wild Bunch que quería hacer algo con Michaël Dudok de Wit de quien conocía su Father and Daughter, con el que había ganado el Oscar a Mejor cortometraje de animación en 2001.

La inspiración debió de hacer su sosegada labor, como el silencio y la quietud con los buenos caldos, durante unos años hasta que los preciosos dibujos se decantaron en una historia muda pero perfumada de música y poesía. Y se fusionaron armónicamente los espíritus oriental y occidental de Miyazaki y Dudok de Wit. La naturaleza en su gloriosa belleza e inexorable crueldad, los delicados apuntes de humor y el insinuado aprendizaje de la vida, la luz cambiante de los días y las estaciones, el rumor y el batir salvaje de las olas, la supervivencia del ser humano en sagrada comunión con los elementos básicos de la existencia… la definitiva demostración de que en la suprema sencillez cabe a veces la más imponente hondura de pensamiento.

Cómo se puede decir tanto sin pronunciar una sola palabra. Cómo se puede atrapar tanta hermosura con unos finos trazos de lápiz, unos primorosos colores de acuarela. Cómo se puede entonar un canto tan delicioso a la vida, al respeto hacia los animales como obligada estación de paso para respetarse a sí mismo, describir de manera tan delicada, sin sensiblería ni grosera pedagogía, el ciclo de la vida… Díganme si no son mágicos el momento en que aparece por fin la tortuga frente al hombre, que somos todos los hombres, y el momento en que se quedan los dos suspendidos bajo el agua, como flotando en una nube. Díganme si nunca han sentido con tanta fuerza como el hombre de esta historia la impotencia de no poder devolverle a alguien el aliento. Si no han visto con sus hijos –o solos- La tortuga roja, háganse un favor. Estoy seguro de que se lo agradecerán.

Nota bene: si se deciden a ver este largometraje háganlo sin prisas, con mucha calma. El tiempo debe quedar suspendido durante 80 minutos.

¡Ole, ole y ole, Rosa María!

Me levanto tempranito en Gijón, aún es de noche en la calle, aunque falta poco para que la claridad se imponga. Me encuentro en esta bella y tranquila ciudad asturiana invitado por el Festival para realizar un reportaje para el programa Días de Cine, de Televisión española y tengo un rato para echar un vistazo a la prensa, antes de encaminarme al autobús que nos llevará a un grupo de periodistas al sur de la villa donde podremos asistir a un pase de la película correspondiente. Esto es lo que tiene la desaparición de las salas de cine que antaño daban vida cultural y entretenimiento en el corazón de las ciudades y ahora ceden sus edificios a la especulación: para ver una pantalla grande hay que alejarse mucho del centro. El festival lo sufre, queda muy poco espacio cinematográfico que no se encuadre en complejos comerciales del extrarradio; el teatro Jovellanos aún resiste.

Una entrevista ante la fachada del teatro Jovellanos de Gijón

El día que escribo ésto, el lunes 20, me desayuno con la noticia de que Rosa María Sardá devolvió el 24 de julio pasado su Cruz de Sant Jordi a la Generalitat de Cataluña, que le había sido entregada hace 23 años. ¡Qué grande eres, Rosa María! Nos lo contaba Isabel Coixet, y toda la prensa se hacía eco, el domingo 19 en El País (islotes de decencia que perduran agazapados en las páginas de ese diario), con su cálido y lírico estilo y en un relato guionizado que parecía sustraído a Rafael Azcona (¡qué grande eres, Rafael Azcona!):

—¿En qué puedo ayudarla, señora Sardà?

—Es por la Cruz de Sant Jordi.

—Creo que ha habido un error. Me ha dicho mi colega que quiere devolverla.

—No, no es un error. La quiero devolver, exactamente, aquí la tiene.

¡Jajaja! ¡Rosa María, tenías que haber grabado la cara de ese funcionario con tu teléfono móvil! ¡Por dios! ¿no pensaste en el tesoro que se estaban perdiendo las escuelas de interpretación? ¿Cómo imaginar lo que se le pasó a ese buen señor por la cabeza –y su reflejo en el rostro, anonadado- al coger la carpeta con la condecoración y escuchar tu petición de un recibo?

—¿Un recibo?

—Sí, un recibo, conforme la he devuelto.

—Sí, claro… Un momento.

¡Cómo no vamos a tener buenos guionistas en España, si la realidad nos proporciona los mejores materiales al abrir los periódicos! La indignidad está a la orden del día, pero por fortuna todavía quedan personas que nos resarcen de la miseria moral a través de ejemplos  demostrativos de su talla de gigantes. ¡Qué grande eres, Rosa María! Con absoluta discreción, sin pregonarlo, sin presumir de nada, simplemente por coherencia, Sardá, devolvió tan alta distinción y exigió a los correspondientes funcionarios que no se les ocurriera publicar ninguna esquela cuando ella muera, porque no podía aceptar que su nombre siguiera vinculado de esa manera a una institución que pretendía por las bravas escindir a Cataluña de España.

Rosa María Sardá recibe la Medalla de Oro de la Academia. Toni Albir / EFE

Y escindirle a ella, que casi fue presidenta de la Academia de las Ciencias y las artes Cinematográficas de España, que ganó el Goya en dos ocasiones y presentó la Gala en tres (1993, 1998 y 2001) con aquel gracejo tan personal y lenitivo que nos permitía aguantar los largos y soporíferos momentos sólo por verla reaparecer en escena. Sardá descubrió una veta a los diseñadores  de las ceremonias y señaló un camino a sus presentadores para que semejante invento se sustentara contra el viento y la marea de unos condecorados que siempre parecen estar aprovechando la ocasión para congraciarse con la familia a la que no hablaban desde años atrás, o suplicando a los productores que el trabajo no se les agote.

A Sardá, que recibió la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes del Ministerio de Cultura de España (hay ocasiones en que hasta el más ciego abre los ojos y ve), no le cuadra dejar de ser una de las más grandes artistas españolas, fraguada su carrera a lo largo de casi seis décadas en todos los frentes de batalla, sean los escenarios teatrales, catódicos o fílmicos, y no encaja en las estrechuras mentales de quienes abjuran de todos los lazos contraídos a lo largo de siglos con los demás ciudadanos de este torturado país, el nuestro, el que tenemos, el que amamos y odiamos pero luchamos para mejorarlo, España. Claro que, pensando bien lo de la Medalla ministerial… algunos de los señores que han venido ocupando el sillón ofrecen razones suficientes a cualquiera para  impulsarle a hacer lo mismo que Rosa María con la de Sant Jordi.

Yo respeto las ideas políticas de todo el mundo con la única condición de que se expresen con respeto y sean a su vez respetuosas con las de los demás. Pero no comprendo a algunos actores o directores catalanes de nuestro cine, como Juanjo Puigcorbé, Sergi López o Ventura Pons, pongamos por caso.

Juanjo Puigcorbé, vecino de la capital del reino durante muchos años, se presentó en 2015 en las listas de ERC en las municipales de Barcelona, nada menos que en el número dos y salió elegido concejal para dejar claro que se puede mimetizar al emérito en la estomagante serie Felipe y Letizia y hacerle una peineta a toda una trayectoria vistiendo la camiseta de la selección, como Guardiola. Una cosa es pisar el terreno para ganarse las habichuelas y otra es ver la luz de un mundo mejor, con su república pizpireta y sus Jordis patriotas, como el molt honorable senyor Pujol (de los que están en chirona no hablo, salvo para decir que, con la misma vara de medir, si merecen estar en la cárcel por lo que han hecho, otros merecerían poder elegir entre hoguera o garrote por el daño que han hecho a millones de inocentes ciudadanos). Dice Puigcorbé que le pasará factura su independentismo, pero que no tiene miedo. Tranquilo, Juanjo, tranquilo, tal vez se reduzca el abanico de tus personajes, pero a cambio seguro que te aclamarán en las manifestaciones de la Diada. No te olvides llevar la estelada.

Juanjo Puigcorbé durante la presentación de la serie Felipe y Leticia. Telecinco

Y qué me dicen de ese pedazo de actor catalán que se salía en Harry, un amigo que os quiere, en Francia, donde más y mejor se le ha reconocido, o en El laberinto del fauno, memorable a las órdenes de Guillermo del Toro. Coño, Sergi López, no te lo perdono. Tú, que eres lo más parecido que me puedo imaginar a un cenetista (de la CNT histórica, la de la República), españolazo y disfrutón, medio francés (¡qué buenos trabajos te han dado allí, canalla!) y lo que haga falta, catalán, sí, por supuesto, pero de los que ven mucho más allá de sus narices cuatribarradas. ¿Embarcado tú en el velero pirata de la CUP? Te puedo imaginar capitán general de un ejército libertario silbando la Internacional, amarrado tu destino al de todos tus colegas de profesión sin fronteras, ¡pero uniendo, no separando, compadre! En fin, allá tú.

Sergi López en el rodaje de La vida lliure, de Marc Recha. Splendor Films

Ventura Pons, director de cine al que TVE ha prestado apoyo en no pocas de sus películas –con acierto en este caso, sí señor, en defensa del cine hablado en catalán y con vocación de escapar a las rutinas comerciales más baratas– fue asesor del Ministerio de Cultura con cuatro directores generales y también vicepresidente de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España. En sus declaraciones a la prensa y en su última película, Sabates grosses, una comedia que no he visto (por lo que me abstendré de calificarla) y que describen sus actrices, Amparo Moreno y Vicky Peña, como una especie de 13, Rue del Percebe, deja meridianamente claro su alineamiento con el independentismo.

Ventura Pons y Teresa Gimpera. ANDREU DALMAU / EFE

Pues qué quieres que te diga, Ventura, macho. Cuando he hablado contigo de tu cine no te imaginaba la miopía pequeño burguesa, provinciana y con complejo de superioridad que para mí esconden las aspiraciones nacionalistas. Siempre he dado por hecho que el artista y el intelectual de verdad tienen un corazón universalista y abominan de las ideologías que establecen fronteras, que pintan rayas en el suelo para distinguir a las personas según conceptos tan obstusos como “mi pueblo”, “mi país”, “mi bandera”.

Por cierto, Ventura, si lo de la República catalana no prospera, ¿seguiría gustándote la idea de… no sé, por decir algo, ganar unos cuántos cabezones para que tus películas se vendieran mejor en el conjunto de España? Qué corte, ¿no?

¿Berlanga? ¿Y ése quién es?

¿Por qué se estudia historia del Arte en los institutos? ¿Por qué está tan claro que cualquier alumno sería considerado un zote si fuera incapaz de decir quiénes fueron Pablo Picasso, Velázquez o Goya? ¿Por qué a los chicos se les insta a leer El Quijote o La Regenta? (aunque no estoy muy seguro de que esto se consiga y me imagino que el porcentaje de quienes lo hacen debe de ser bajisimo). La respuesta es obvia, es lo que llamamos Arte y Cultura. Pero hoy en día la cultura reviste otras muchas formas de expresión y la más popular de largo es el Cine.

¿Acaso duda alguien de que el cine, además de industria y entretenimiento, sea también una refinadísima manifestación de la cultura de los pueblos? Para la educación global de los chavales probablemente tiene mucha más importancia lo que ven en las múltiples pantallas de las que nutren su imaginario, móviles, tabletas, ordenadores, televisores y salas de cine, que lo que leen o pueden contemplar en un museo. El cine tiene sus códigos lingüísticos que es conveniente conocer para estar en mejores condiciones de entenderlo, apreciarlo y juzgarlo por uno mismo. Sin embargo, pese a este peso y abrumadora presencia en la vida social, el cine está ausente de las escuelas.

¿No creen que ya va siendo hora de que los chicos en edad escolar aprendan a distinguir las claves del cine de Pedro Almodóvar de las del de Santiago Segura? ¿No creen que deberían saber qué significan los nombres de Luis Buñuel y Luis García Berlanga para la cultura española? ¿No sería conveniente que conocieran las películas de Pilar Miró, Icíar Bollaín o Isabel Coixet? Y qué vamos a decir de los grandes maestros de la Historia del Cine, Mélies, Eisenstein, Ford, Fellini…

El Festival de Alcalá de Henares, ALCINE, que cumplió la semana pasada su edición número 47, lo entendió muy bien e ideó una sección, “Kids”, con la que demostraban ser “conscientes de que el futuro del cine y de sus espectadores pasa por la Infancia”. Con esa perspectiva se proyectaron cortometrajes de animación, nacionales e internacionales, propuestas libres llegadas de toda Europa con las que pudo verse “otro tipo de cine, muy diferente al que suele llegar por la pequeña pantalla o el cine comercial.” No es mala idea: aulas completas o niños con sus padres que dispusieron de “un espacio muy especial y divertido, casi un festival propio, en ALCINE”. Todo ello para continuar “acercando el lenguaje cinematográfico a las nuevas generaciones de muy diferentes formas.”

En consonancia con los orígenes del propio Festival, que comenzó en los años 60 llamándose Certamen Internacional de Cine para Niños, aunque luego fue mutando su nombre y características varias veces, el 55 FICX, el Festival de Gijón, en plena actividad durante esta semana, mantiene la sección Enfants Terribles, que se dedica a los pequeños como actividad extraescolar y se ofrece a los colegios e institutos en pases matinales de días lectivos. La intención es que estudiantes de 6 a 18 años aprendan a disfrutar del cine como manifestación artística, y además de ello lúdica. Bases que se van sentando en festivales, de los que los citados son dos ejemplos de ahora mismo, pero no únicos, para que algún día se inserten en un fenómeno de alcance muy superior.

Una de las razones de que siempre obtengan muchos mejores resultados en taquilla las películas menos ambiciosas desde el punto de vista artístico y que, a la inversa, sean las más complejas e interesantes las que cuesta más trabajo, por regla general, hacer rentables es el desconocimiento radical de los mecanismos narrativos con los que trabajan los cineastas para provocar las emociones, o las reflexiones que pretendan transmitir. Eso es materia pedagógica que debería figurar en los planes de estudio, en las escuelas.

En una jornada de ‘Cine y Educación’ celebrada en la Academia la gestora cultural Maryse Capdepuy puso los dientes largos a los asistentes explicando las medidas tomadas en Francia, que han aumentado la asistencia al cine en un 30% en los últimos veinte años:

“En los años 80 la caída del número de espectadores fue tremenda y eso movilizó a la profesión y al Ministerio. En el país vecino, el 11,5% de los alumnos participan en programas de educación y cine y tienen sesiones dentro del horario escolar, durante las cuales trabajan con material diseñado para ayudar al docente y acuden a charlas con los cineastas. Además, en 2015 dos tercios de los franceses de más de seis años han ido una vez al cine, o sea, 39 millones de personas, y los jóvenes de menos de 25 años cuentan con descuentos en las entradas.”

¿Necesitamos modelos para copiar? Pues ahí está otra vez el omnipresente modelo cinematográfico francés.

Fotograma de Al final de la escapada

El pasado mes de julio la Academia de Cine emprendió la difícil tarea de convencer a las autoridades para lograrlo. Para ello quiso contar con profesores, productores, guionistas, directores, el ICAA, entidades de derechos de autor y Filmotecas, entre otras otros implicados en la cuestión ‘cine y educación’.  En una rueda de prensa ofrecida por los coordinadores del proyecto, Mercedes Ruiz –maestra, psicopedagoga y coordinadora de la red social ‘Cero en Conducta’– y Fernando Lara, junto a la presidenta de la Academia, Yvonne Blake, y el director general, Joan Álvarez, expresaron unos deseos que sonaban al sueño de una tarde de verano; en palabras de este último:  «llevando a las salas a los colegios vamos a formar a las próximas generaciones de espectadores para que lleguen a sentirse orgullosos del cine que se hace en España». La pretensión de que se introduzca la alfabetización audiovisual en los programas educativos es un objetivo que le corresponde al Ministerio de Educación Cultura y Deporte y a las diferentes autonomías. Lo llaman “Plan Cultura 2020”, pero tengo la impresión de que la fecha quedará tan desfasada por el error de cálculo temporal como lo estuvieron hace unas décadas los títulos de anticipación literaria y cinematográfica.

Fotograma de Bienvenido Mr. Marshall

Fernando Lara abogaba por la confección de un listado de películas españolas imprescindibles que niños y jóvenes deberían haber podido ver antes de cumplir los 16 años de edad y que se reconociera la necesidad de impartir formación a un profesorado que asumiera la materia cinematográfica, además de un acuerdo con la industria para la remuneración correspondiente a las películas utilizadas en los centros educativos.

Mira, en este punto, la negociación tiene la ventaja de que hay pocos interlocutores; sobre todo uno: concretamente, Enrique Cerezo, posee los derechos de la práctica totalidad del cine español del que estamos hablando. Su posición en el mercado es tan apabullante que le permitió en mayo de 2015, junto a José Frade, vender a granel a Televisión Española para el programa Historia de nuestro cine 700 títulos, casi todo lo que se produjo desde los años treinta hasta el 2000. Cerezo es propietario de la mayor parte del catálogo, el 80%, muy sabrosamente rentabilizado gracias a sus buenas relaciones con la dirección de RTVE. En abril de este año la televisión pública volvió a comprar otras 150 películas españolas a Video Mercury Films cuyo dueño es el presidente del Atlético de Madrid. En total, cuatro millones de euros en dos años. Cerezo es fácil de localizar para solicitar su apoyo a la enseñanza del cine en las escuelas y no parece que el caso del ático de Estepona (en el que figura imputado junto al ex-presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González desde 2016) deba mermar sus  impulsos filantrópicos. ¿O sí?

Fotograma de Viridiana

En septiembre Fernando Lara publicaba una emotiva carta en la revista Fotogramas (que titulaba a medias entre el candor y la ironía, “A una niña que va a nacer”, recordando el ridículo spot electoral de Mariano Rajoy que nos espeluznó en su día) en la que desgranaba ideas que alientan su labor como coordinador de este proyecto:

“Me imagino a esta niña jugando muy pronto a mover sus dibujos en stop-motion o a intentarlo con figuras de plastilina. Me gusta sentirla divertida y emocionada ante films, primero de animación, luego de imagen real, que no sean solo los de consumo masivo. Me complace verla conocer paso a paso ese lenguaje y familiarizarse y encariñarse con nombres fundamentales del cine español y otras latitudes. Me identifico con sus sensaciones al acudir a una sala de cine para ver, en pantalla grande, lo que ha aprendido en los libros y en fragmentos de películas, en cómo se traduce ese lenguaje tan peculiar y universal.”

Fotograma de Llegada del tren a la estación de La Ciotat

En fin, Fernando Lara no es persona que se despegue del suelo para dejarse llevar por los sueños, su trayectoria como crítico de cine, director de la SEMINCI (Semana Internacional de Cine de Valladolid) y del ICAA (Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales, organismo autónomo adscrito a la Secretaría de Estado de Cultura) nos hacen suponer que alguna base sólida habrá para trabajar en esos propósitos. Pero con sinceridad, yo, que los suscribo plenamente, soy muy escéptico. Ojalá alguien me haga cambiar pronto esas sensaciones.

 

 

Victoria Abril, Islandia, Kormákur

En una entrevista con Victoria Abril realizada el 3 de julio de 2002 para el programa Cartelera de TVE, la actriz se mostraba encantada durante la promoción de la película 101 Reikiavik, de la que era protagonista, una coproducción Islandia-Dinamarca-Francia-Noruega-Alemania dirigida por Baltasar Kormákur que adaptaba la novela homónima de Hallgrímur Helgason. El agradecimiento de Victoria Abril por el trato recibido de parte del equipo islandés era infinito porque según decía enfáticamente “cada día me preguntaban ¿a qué hora quieres rodar mañana? ¡todos los días!”.

Era el debut de Kormákur y lo hacía con una comedia de tintes negros en la que el personaje de Victoria Abril se llamaba Lola –para qué vamos a ir más lejos a buscar un nombre- e impartía clases de flamenco en la ciudad del título.

Victoria Abril durante la entrevista de promoción de 101 Reikiavik para Cartelera, TVE

En primera instancia 101 Reikiavik era una especie de tratado sobre el aburrimiento juvenil, la falta de perspectivas profesionales o laborales y el escaso entusiasmo de los jóvenes por encontrar trabajo, pero después levantaba acta de la perplejidad que provocan los cambios de identidad sexual. Lola tenía un joven amante pero se enamoraba de la madre de éste, con quien concebía la idea de tener un hijo con la intermediación de otro hombre. El embrollo lo resumía el chaval delante de la incubadora con estas palabras: “Nuestro niño. Lola será su madre y mi madre será su padre, y yo su hermano y su padre, y el  hijo de su padre, y el ex amante de su madre. ¿Qué va a ser de él?”

Kormákur había rodado todo excepto las escenas de Lola, a la espera de convencer a Victoria Abril de que aceptara participar en su película. Ante semejante prueba “de amor”, que es como ella lo llamó, nuestra pizpireta y grandísima actriz –lamentablemente muy olvidada por nuestros pagos desde hace años- no pudo resistirse y aceptó embarcarse en aquel proyecto para el país nórdico. No es extraño que volviera cantando maravillas y diciendo: “Si algún día perdemos la Tierra os aconsejo ir allí para ver cómo era el Paraíso!”

Siguiendo el camino trazado por otras muchas obras literarias y cinematográficas, sin embargo, Kormákur contribuye a desarmar ese mito de la sociedad pluscuamperfecta, de ese Valhalla donde Odin no necesita de policías ni cárceles para mantener a raya a los vikingos que combaten los rigores del frío y la serenidad inducida por el exceso de calma (aquí decimos aburrimiento) con alcoholes u otras sustancias en su última película, que se estrena hoy, Medidas extremas.

Aparte de 101 Reikiavik, de Kormákur yo sólo conocía Everest, su penúltima película, y debo decir que contra pronóstico me pareció bastante notable y me atrevo a recomendarla, aunque si son ustedes muy conocedores del alpinismo quizás encuentren pegas que yo no aprecié. Pese a ser un drama previsible y convencional, pero no por ello aburrido, inspirado en hechos reales en el curso de un intento por conquistar el pico más alto del mundo, vista en 3D Everest es una gozada para los amantes de la montaña. Uno se pregunta todo el tiempo cómo es posible que estén tan perfectamente fusionadas las imágenes del Himalaya y los planos rodados por los actores profesionales, entre los cuales encontramos a Jason Clarke, Josh Brolin, JakeGyllenhaal, Keira Knightley, Sam Worthington, Robin Wright o Emily Watson.

La película tiene un estilo documental, como si lo hubiera realizado el equipo del programa de TVE Al filo de lo imposible, excluidas las tramas familiares paralelas, la mujer que está a punto de dar a luz o la que se moviliza para enviar un helicóptero a recoger a su marido. Más allá de esas cartas, correctamente jugadas por Kormákur sin pasarse de la raya en lo melodramático, el resto del metraje reproduce con precisión todo el proceso de conquista del Everest y cómo éste se cobra un importante peaje con las muertes de unos cuantos expedicionarios. Quienes nunca estuvimos a esas alturas nos preguntamos si lo que se ve desde la cumbre es realista o no, pero nos resulta impagable la sensación de haber llegado hasta allí.

Con Medidas extremas Kormákur vuelve a Islandia para orquestar un drama paternofilial envuelto en una factura de thriller. El planteamiento básico es muy evidente desde el primer momento: una familia de bastante nivel económico debe hacer frente al hecho incontestable de que la hija ha dejado de ser adolescente porque ha cumplido la mayoría de edad y ya no responde a las órdenes de su padre. Subrayo la autoridad masculina porque la madre no pinta nada por dos razones: la primera, que en realidad no es su madre biológica, sino la segunda mujer de su padre; la segunda, que el director la ignora durante toda la película, no le concede ningún papel que no sea decorativo y ni siquiera ofrece alguna escena en la que el matrimonio comente la oscura deriva que adquieren los acontecimientos a medida que avanza la película.

Así las cosas, rápidamente nos encontramos ante un lugar muy común: la hija tiene un novio cuyo aspecto y conductas levantan las sospechas de papá, lo cual le provoca un indisimulado desagrado. Cuando comienzan a surgir los problemas papá no tiene ninguna duda de quién es el verdadero culpable. Y acierta a medias, porque la niña –que reclama su independencia para vivir la vida como le venga en gana, acudiendo a casa para pedir ayuda si la necesita- tiene una dependencia emocional y de otro tipo de las que no quiere liberarse.

Kormákur envuelve este conflicto no demasiado original ni estimulante en un desarrollo de caso criminal en el que por un lado censura la ineficacia de un sistema judicial y policial garantista y por el otro plantea un dilema en el corazón del relato, la consabida cuestión del peligro de tomarse la justicia por la mano y su dudosa justificación moral. En este aspecto, que adquiere más relevancia porque los elementos de suspense son muy limitados, es donde Kormákur consigue mayor interés para su película.

La realización juega las cartas acostumbradas en la cinematografía nórdica para dar una textura sombría a la historia, la fotografía gris, los paisajes nevados y ambientes fríos, planos aéreos de grandes espacios solitarios, que contrastan con la sensación de control dentro de las paredes del hospital en el que el protagonista, por cierto, interpretado por el propio Kormákur, ejerce su oficio de reputado cirujano. Control de los mecanismos físicos, o materiales, frente a descontrol de los psicológicos y morales; lo que a su vez se traduce en un diagnóstico social de aquel país no tan luminoso como tendíamos a pensar antes de la crisis de 2008. El talón de Aquiles de la trama radica en que el chantaje que el cirujano pretende esquivar se apoya en una supuesta banda criminal cuya existencia es tan etérea e inconsistente como el cuelgue de su hija con el maleante del novio que ha elegido para enamorarse.

Baltasar Kormákur en un plano de Medidas extremas. A Contracorriente