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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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¡No vuelvas a tocarla, Sam!

“Nadie es perfecto”, le contestaba con garbosa resignación  Joe E. Brown a Jack Lemmon en Con faldas y a lo loco cuando éste le confesaba que era un hombre. Y esa misma frase debió de decirle Humphrey Bogart a Ingrid Bergman cuando ésta vio las calzas que le colocaban bajo los zapatos al galán si aparecían juntos de pie y unos cojines bajo el trasero si estaban sentados para compensar la diferencia entre su metro 73 cm de altura y el metro 75 que ella medía. Las crónicas no dicen si ambas estrellas se llevaban regular tirando a mal porque al macho le sentaban como a un Cristo dos pistolas esos apósitos y los consideraba humillantes, pero sí cuentan que entre ellos no había ni sombra del buen feeling que registraba el celuloide en cuanto se oía el ¡Corten!

Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, amor en la pantalla. Warner Bros

El caso es que del estreno de Casablanca en el Teatro Hollywood de Nueva York, aquella inmortal y ardiente historia de amor sacrificado en tiempos de guerra, de la Segunda Guerra Mundial para ser exactos, se cumplieron el domingo 26 nada menos que 75 años y ahí sigue tan lozana, consagrada como una de las más famosas de la Historia del cine y, si hacemos caso al American Film Institute (AFI), el romance más bello de todos los tiempos. Hacía unos meses que los aliados habían iniciado la campaña en África del Norte y el régimen colaboracionista francés sentía tambalearse su Protectorado. Aunque seguro que algunos funcionarios, como el inspector que interpreta Claude Reins, no sentían demasiada inquietud, acostumbrados a flotar como la mierda en las aguas putrefactas. Ese don de la oportunidad debió ser una de las causas de un éxito que nadie se esperaba ni harto de whiskie.

Reunidos en el bar de Rick en Casablanca. Warner Bros

A España llegó cuatro años más tarde, en 1946, ya que a la censura franquista no le hacía ninguna gracia el pasado del personaje de Bogart que se recordaba en la versión original como combatiente al lado de la República en la Guerra Civil española. Con la proverbial habilidad y sentido del humor surrealista que gastaban para desfacer ese tipo de entuertos, en la versión doblada se decía que “en 1938 luchó como pudo contra la anexión de Austria”. Tampoco ayudaba el marcado y lógico alineamiento de la película en favor de los aliados. Un acuerdo de colaboración cinematográfica entre España y Alemania en vigor de 1939 a 1945 garantizaba que la supuesta neutralidad del régimen de Franco se dejaría a un lado para velar por la buena imagen del ejército de Hitler. Don Manuel Augusto García Viñolas, a la sazón director general de Cinematografía, se lo comunicaba epistolarmente a los nazis en 1940: “He recibido la lista de películas, americanas, inglesas y francesas que considera Alemania ofensivas a su misión política. Tengo el gusto de notificar a usted que este Departamento adoptará todas las medidas a su alcance para que las películas cuya lista me comunica no tengan posibilidades de comercio cinematográfico”. Pero los tiempos evolucionaban una barbaridad y una vez derrotados los alemanes por fin se pudo ver en las principales pantallas españolas esta romántica y melodramática cinta con los arreglillos de diálogos que hemos señalado.

Fachada del Cine Callao de Madrid el día del estreno de Casablanca. EFE

De qué manera pudo Casablanca llegar a alcanzar el estatus de filme mítico sigue siendo uno de los grandes misterios del arte cinematográfico. Nos recuerda, como la majestad inaprensible del David de Miguel Ángel que debe la belleza a su legendaria desproporción de medidas, que la genialidad se esconde con frecuencia en el error, la deformidad o la imperfección para arrojar los frutos más insospechados. Un rodaje caótico y accidentado, directores que dejaban la silla calentita para que la ocupara el siguiente, una obra de teatro en la que se basó el guion, Everybody comes to Rick’s, repleta de lugares comunes y tópicos románticos, que ni siquiera había llegado a estrenarse y sólo pudo hacerlo tras el insospechado éxito del filme, un pianista que no sabía tocar el piano, hojas del libreto que se escribían de un día para otro y hasta un reparto que incluía inicialmente a un actor que muchos años más tarde se empeñó en ponérselo francamente difícil a Donald Trump para encabezar la galería de presidentes desnortados, Ronald Reagan. Sí, alguien pensó que el papel que luego ofrecieron a Bogart podía haberlo encarnado aquel vaquero que no llegó a Casablanca pero sí a la Casa Blanca. ¿Ven como es verdad que Dios escribe derecho con renglones a veces endiabladamente torcidos?

El listado de jugosos desatinos que fraguaron el filme que cada año agranda la leyenda es interminable y uno tras otro los elementos que más nos fascinan esconden una intrahistoria alfombrada con quebraderos de cabeza. Si no podemos concebir otra voz que el aguardiente destilado por la de Doolew Wilson cantando As time goes by, sabemos que el negro sentado al piano iba a ser en realidad Ella Fitzgerald y que la canción estuvo a punto de ser eliminada porque Max Steiner pedía una original y ésta había sido compuesta para la obra teatral que inspiró la película. No es que fuera mala la alternativa de Fitzgerald, es que muchos millones de personas somos incapaces de imaginar otra frase que aquella de “tócala otra vez, Sam”, aunque nunca llegamos a oírla con esas palabras. De haber sido femenino el personaje, igual se llama Samantha, y no es lo mismo.

Casablanca ganó tres Oscar de la Academia: mejor película, mejor director, Michael Curtiz que había sustituido a William Wyler, y mejor guión. La Academia tuvo a bien considerar que aquel amasijo de folios que se habían ordenado casi mezclándolos como las cartas de una baraja, dejando caer frases tan cursis como “el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”, merecía tan alta condecoración pero no así los dos intérpretes que son el alma de la función. Ni Humphrey Bogart ni Ingrid Bergman tuvieron que levantarse a recoger ninguna estatuilla. Ha pasado muchas veces, no nos asombremos.

Alguien intentó por dos veces convertir Casablanca en serie de televisión, en 1955 y 1983. En el segundo empeño se grabaron cinco capítulos y sólo se emitieron dos de lo que era una precuela fracasada de la historia. Auténtico repelús me produce que algún día llegara a buen término alguna de las ideas que la Warner concibió de revivir la historia con una secuela, de la que llegó a escribirse un guion desechado en su día, Return to Casablanca. Escrito por uno de los tres autores del libreto original, Howard Koch (los otros dos fueron Julius y Philip G Epstein), el culebrón amenazaba con retomar a Ilsa Lund embarazada en Estados Unidos y confesando a Victor Laszlo que la criatura no era suya sino de Rick. ¡Jarrrrl!, que diría el gran Chiquito, ¡son capaces de tirar de imagen sintética para traer del más allá a Humphrey y a Ingrid! Pero sin ellos dos ¿para qué queremos la continuación?

Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en Casablanca. Warner Bros