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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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Feroz ceguera

Me pilló la quinta Gala de los Premios Feroz, ese desigual encuentro entre la prensa y la fauna cinematográfica, dos mundos tan unidos y enfrentados como los océanos a los continentes, de viaje en París para asistir al sarao que Unifrance, el organismo que vela por la promoción de la envidiada, y por tantos motivos con razón, industria francesa. Obligado por mi ausencia mis impresiones son guiadas, pero de todo lo leído y escuchado me quedo con Leticia Dolera, una de nuestras actrices que ha hecho bandera con la denuncia de los abusos sexuales, la más contundente, la más clara y valiente. Se diría que en España este fenómeno nos pilla tan lejos como las costas de California, lo que mereció las ironías del presentador de la gala, Julián López («Harvey Weinstein recibía a las actrices en batín y las invitaba a una copa antes de agredirlas. Aquí nunca te invitarían a nada», dejó caer el actor emulando a Ricky Gervais en su punzante monólogo).

 

A Leticia la jugada de AICE, Asociación de Informadores Cinematográficos de España​ que organiza el evento, no le hizo perder de vista la bolita del trilero: una gala en la que todas las entregas de premios fueron realizadas por mujeres, mira qué bien. Lástima que las recogidas en su gran mayoría fueran a manos de hombres. Pero, todo se andará, igual se establecen cuotas algún día como camino de atajo para llegar a la necesaria equiparación entre féminas y varones. Hasta entonces, habrá quien crea real el espejismo de que algo ha cambiado a la vista de esta maniobra ceremonial.

«Gracias a la organización por permitirnos el honor, tanto a mi como al resto de mis compañeras, de hacer esta noche de azafatas. Digo… entregadoras”, soltó Dolera con retintín. Y no sé si ella piensa como yo en la cara oculta de estos gestos simbólicos, que si me pillan bien me dejan bastante frío, y si me pillan mal me mosquean. ¿De verdad vamos avanzando en la lucha por una sociedad igualitaria escenificando el paternalismo con que muchos hombres presumen de solidaridad? Puesto a exhibir colmillo retorcido se me ocurre que la idea de que fueran solo  mujeres quienes entregaran los premios podría tomarse como un insulto, con toda seguridad involuntario, que no sólo visualiza sino que consagra el papel secundario de la mujer: “fijaos qué progreso, apartamos a vuestros compañeros de esta envidiable tarea de azafatas de congreso para que ocupéis sólo vosotras el plano secundario y auxiliar en la fotografía del éxito”. Mientras, como señalaba Dolera, las películas allí presentadas que habían sido dirigidas por mujeres alcanzaban la cifra del 7 %. Parece maquiavélico, pero yo creo que sólo es torpeza.

Leticia Dolera durante su discurso en los premios Feroz. Twitter

En este tortuoso camino que debe conducirnos algún día, aunque sea a trancas y barrancas, a erradicar las miserias de la discriminación, la desigualdad y su manifestación más abominable, el abuso de poder para obtener favores sexuales, se cometen a mi entender muchos errores. Uno de los más graves es dejarse llevar por una corriente imparable de juicios temerarios que convierte en criminales a quienes a todas luces no lo son. El caso paradigmático es el de Woody Allen, a quien un día la ciudad de Oviedo quiso agradecer las cariñosas palabras que el cineasta pronunció en 2002, cuando recibió en la capital asturiana el premio Príncipe de Asturias, en forma de réplica en bronce de su entrañable figura. “Como un cuento de hadas”, dijo entonces que le parecía Oviedo, sin sospechar que quince años más tarde aquella pequeña ciudad podría convertirse en un escenario más del cuento de terror en que el fanatismo, la ceguera, el prejuicio, el odio -y la cobardía de muchos actores y actrices que han trabajado con él- están convirtiendo su vida y su carrera estos últimos meses.

Woody Allen en Oviedo en 2005. EFE

Fanatismo, ceguera y prejuicio se combinan en un cóctel que envenena la mente de las guerreras de la Plataforma Feminista d’Asturies, empeñadas en que el consistorio ovetense retire la popular estatua del director neoyorquino, que se pasea en una céntrica calle de la ciudad, ajena a todo el follón y rodeada siempre de turistas ante la mirada indiferente de los paisanos. “No es digno de ser homenajeado”, dicen, sin tener en cuenta que su dictamen de culpabilidad sin juicio ni derecho a la defensa es sencillamente monstruoso.

Recordémoslo una vez más: un juez desestimó, tras una investigación que duró seis meses, las acusaciones de su mujer, Mia Farrow, según las cuales su hija Dylan supuestamente cuando contaba siete años sufrió algún tipo de abuso por parte de Allen, por considerarlas fabulaciones realizadas al calor de una disputa sobre la custodia de los hijos. Ha pasado un cuarto de siglo, tiempo en el que no ha habido ninguna otra acusación de nada semejante contra el cineasta, como tampoco la hubo antes de este oscuro episodio, y ahora, de repente, una jauría de oportunistas ha decidido dar crédito a los recuerdos infantiles de Dylan Farrow, que durante años ignoraron olímpicamente, cuando esta mujer se desgañitaba repitiendo lo que bien pudo haber oído de labios de una madre vengativa.

Me lo veo venir para el próximo 8 de marzo, la locura justiciera arreciará y volverán a la carga. Menudo estruendo, si consiguen que el ayuntamiento levante la estatua: ¡fotos en todo el mundo de la primera hoguera en la que consiguen hacer quemar al genial director! Con la montaña de yesca que están apilando los miserables que ahora repudian su participación en películas de Woody Allen, aquellos que perdían el culo y renunciaban a mantener su caché con tal de abrigarse bajo la sombra y prestigio de un genio, ardería Troya y las aguerridas feministas asturianas conseguirían ser más famosas que las Pussy Riot, sin necesidad de tener que enseñar un centímetro de piel.

En Les Rencontres du Cinéma Français, la cita en París que mencionaba más arriba a la que acudí en nombre del programa Días de cine, quise preguntarle a algunas estrellas por el asunto de fondo de este artículo y en concreto por su opinión acerca del manifiesto antipuritanismo encabezado por Catherine Deneuve y publicado en el diario Le Monde. No era fácil obtener declaraciones francas y abiertas; de entrada porque a los periodistas de televisión se nos ofrecían entre siete y diez minutos de entrevista con cada actor o director para analizar la película que nos convocaba allí y eso eliminaba la posibilidad de enredarse en otros asuntos. Juliette Binoche se mostró reacia y trató de guardar una cierta equidistancia, Marion Cotillard se definió nítidamente del lado del movimiento #Me too, e Isabelle Huppert directamente nos hizo saber que no respondería a preguntas relacionadas con Harvey Weinstein.

Timothée Chalamet y Selena Gómez junto a Woody Allen en el rodaje de A Rainy Day in New York. EFE

El debate provocado por el manifiesto, con la intención de poner un poco de cordura en una lucha cuya necesidad nadie discute, sigue abierto. Hay que mantenerlo así para evitar disparates como el dolor infligido a Woody Allen y a otras víctimas, ojo, víctimas, no verdugos de mujeres, de la tendencia a mezclar churras con merinas. Es posible que Allen, con sus 82 años cumplidos, no pueda volver a dirigir más películas y que incluso no consiga llevar a buen puerto la última, en fase postproducción, A Rainy Day in New York, porque la presión sobre él está siendo brutal. Parece ser que los directivos de Amazon se estarían planteando la posibilidad de no estrenarla. El actor Timothée Chalamet, recién terminado el rodaje, le ha vuelto la espalda, al igual que hicieron antes Ellen Paige, Mira Sorvino y la directora Greta Gerwig, confesando que lamentaban haber trabajado a las órdenes de Allen. Alec Baldwin, ha sido una de las voces más firmes contrarias a este coro de desnortados y ha salido en su defensa con el siguiente tuit: «Woody Allen fue investigado por forenses en dos estados (New York y Connecticut) y no se le imputaron cargos. Renunciar a él y su trabajo, sin duda, tiene algún objetivo. Pero para mí, es injusto y triste. Trabajé tres veces con WA y fue uno de los privilegios de mi carrera.»

 

Si sucediera lo peor, si se cobraran esta pieza mayor, la caza de brujas habría alcanzado un punto de no retorno.

El humor limpia las telarañas

Después de deshojar margaritas y participar en polémicas en Francia sobre si una película es sólo aquello que se ve en un cine o si el universo Lumière contiene muchos otros planetas, la plataforma de televisión bajo demanda Netflix decidió que ya que presenta sus producciones cinematográficas en los festivales tampoco está mal, además de ponerlas en línea, llevarlas a estreno en los patios de butacas con pantalla grande, lo que permite entre otras cosas poder aspirar a la publicidad que conceden los Premios Goya.

Gorka Otxoa, Javier Cámara, Miren Ibarguren y Julián López en Fe de etarras. Netflix

En España, la primera experiencia lleva por título Fe de etarras, de la que hablé en este blog Plano Contrapicado con motivo del absurdo rifirrafe protagonizado por alguna asociación de la Guardia Civil a la que no le gustó nada la ironía colgada de una fachada en formato “megakingsize” como provocador material publicitario.

 

En aquel post, escrito antes de poder ver el filme de Borja Cobeaga, yo vaticinaba (perdón por la autocita) que “si Fe de etarras se acerca a los logros de Negociador todas las protestas habrán sido completamente injustificadas”. Pues desde hoy viernes puede verse también en salas, además de en su lugar predestinado, y puedo afirmar con conocimiento de causa que, en efecto, aquellas protestas no tenían ningún fundamento. No sólo porque estaban motivadas por una hipersensibilidad de los protestantes ante cualquier cosa que roce temas delicados, sino porque la reacción inmediata que se observa en ellos es una pulsión castradora (¡que se retire, que se prohíba, que les metan en la cárcel!) que revela un espíritu autoritario y ciego. Ciego, porque si juzgan la película con inteligencia comprobarán que los que salen malparados en ella son precisamente los terroristas y que la gente calificada como normal es el resto del mundo, “los españolazos”, en terminología etarra.

Borja Cobeaga y Diego San José (de pie) con el elenco de Fe de etarras. Foto: sansebastianfestival.com. Jorge Alvariño

Me apresuro a decir que quienes la vimos en mi casa nos partíamos de risa en no pocos momentos. Ésa es la virtud principal exigible a una comedia, a la que sólo hay que poner la condición de que no te haga sentir a cambio tonto del culo, como con frecuencia sucede en las comedias de humor zafio o elemental. Algunos de los diálogos que sostienen Javier Cámara, Gorka Otxoa, Miren Ibarguren y Julián López no dan tregua de puro descacharrantes que son, al borde mismo a veces y otras hundidos de lleno en el humor absurdo, como la disputa sobre las condiciones requeridas para ser considerado vasco (“si puedes fichar por el Athletic, entonces sí”) o la clasificación de excelencia de las organizaciones terroristas que se enseñorean en el mundo (“el IRA es el nivel top y ETA está un poquito por debajo; de Al Quaeda ni me hables… tú pones un Ramadán en ETA y se borra la mitad de los militantes”).

Para Ramón Barea queda el personaje más serio, el dirigente de la banda cuya llamada telefónica esperan los cuatro encerrados en un piso franco y asediados por una multitud de aficionados a la selección española que crecen en número a medida que el equipo va superando eliminatorias y se encamina hacia la final del mundial que terminó ganando en 2010, «¿cómo va a ganar el mundial la selección española?», dice el incrédulo etarra que sostiene Javier Cámara con su acreditada vis cómica. ¿He dejado escrito alguna vez en este blog la categoría actoral de Javier Cámara? Sí, creo que sí, pero no me canso de repetirlo en cada nueva ocasión que se pone a tiro. A este tipo que balancea la cobardía, la cerrazón mental hasta un nivel inverosímil y la iniquidad de sus métodos y objetivos, Javier Cámara es capaz de infundirle ternura con un simple movimiento de ojos y cejas. Su repertorio gestual es tan rico que le permite zambullirse en escenas de comedia bufa y saltar al drama en un santiamén. ¡Javier Cámara le da un valor añadido a cualquier película con su simple presencia.

Los otros personajes se disputan el trono del patetismo y plantean idéntico agudo ejercicio artístico a los actores: son desalmados pero incurren en el ridículo a la primera de cambio. Mantener el tipo sin deslizarse a la caricatura de trazo grueso y a la vez provocar la carcajada, o dicho de otro modo, mostrar la cara humana sin desmentir la cara de payaso, es una tarea que bordan sin estridencias. Ahí se mueven cómodamente Gorka Otxoa y Miren Ibarguren, una pareja que no es pareja, o que no sabe si lo es del todo; su seriedad inicial resiste los embates de situaciones tan rijosas como la tronchante partida de Trivial. Julián López en su risible papel de okupa albaceteño con insólita vocación de etarra establece el punto límite con el sainete. Sujetarse para no derivar Fe de etarras hacia el terreno dramático ocupado por Ocho apellidos vascos es su principal tarea y cumple bien con ella.

Javier Cámara y Julián López en Fe de etarras. Netflix

Borja Cobeaga firma como director y Diego San José le acompaña en la escritura de guión, como llevan haciendo desde los tiempos del programa Vaya semanita, de la televisión autonómica vasca ETB, y como hicieron en Negociador (2015), que se deslizaba con habilidad y precaución sobre idénticas arenas movedizas, el magma político etarra y las infructuosas negociaciones de paz entre la banda y Jesús Eguiguren, emisario del gobierno de Felipe González. Negociador cultivaba unas hierbas de matices más sutiles y amargos que Fe de etarras, hervidas a fuego lento y con un punto de cocción más afinado. Era una gran película contenida en un envoltorio pequeño.

Por desgracia la ETB había desdeñado antes el proyecto de convertir en serie un piloto que prometía carcajadas a buen ritmo en diciembre de 2014, protagonizado por Carlos Areces, que prestaba su habilidad cómica a un Consejero del Gobierno vasco arribista y chapuzas que se postulaba como intermediario para conseguir la entrega de las armas de ETA, Aúpa Josu. Al parecer los datos de audiencia de un 10,2 de cuota de pantalla y casi 300.000 espectadores no bastaron para compensar la ración de quinina anti-estupidez política, que prometía, según Cobeaga, una “mirada de humor realista y melancólico, bajonero” a la política de Euskadi.

Aupa Josu from Aránzazu Calleja on Vimeo.

No es que Fe de etarras brille por su puesta en escena, sencilla, utilitaria, tal vez algo plana que lo fía todo a la eficacia de sus intérpretes y la chispa de los diálogos. En el tramo final uno tiene la sensación de apresuramiento y corte abrupto en el desenlace, más propio del pulso de una serie televisiva que de un trabajo cinematográfico más elaborado. Ello vierte un chorrito de agua en el vino que, sin ser gran reserva, deja un sabor dulce a pesar de todo y un agradecido calorcito en el cuerpo –un crianza, vaya- el bienestar que procura la risa, siempre tan necesaria y balsámica.