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Trabajo doméstico: el mito de Sísifa

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

 Cuenta Homero en la Odisea que los dioses, enfadados con Sísifo, le condenaron a transportar una pesada piedra hasta la cima de una montaña. El castigo sería eterno pues, al alcanzar por fin su destino, la piedra rodaba nuevamente hacia el punto de partida y Sísifo debía volver a comenzar. Así, hasta el final de los tiempos.

Animación de Articulación Feminista Marcosur y Oxfam

Animación de Articulación Feminista Marcosur y Oxfam

Como los mitos nos ayudan a interpretar la realidad, vamos a dar el nombre genérico de “Sísifa” a un colectivo de mujeres inmigrantes cuyas identidades reales es preferible ocultar por una sencilla cuestión: están fuera de la ley. La vida de Sísifa antes de la condena no había sido fácil, pero ante ella se abría al menos un ancho horizonte de esperanza. A través de una u otra “odisea”, Sísifa había logrado lo que durante mucho tiempo parecía un sueño inalcanzable: vivir en España como residente legal, con los derechos y las obligaciones de cualquier otro ciudadano. Por fin ´tenía los papeles´, lo cual es casi una hazaña de supervivencia; que se lo dijeran a su amiga Guadalupe, por ejemplo, que todavía anda batallando para tener en la mano la cotizadísima tarjeta de residencia.

Que Sísifa sepa, no ha cometido ningún error que justifique la ira de los dioses y la condena que se le ha venido encima: “perder los papeles” o, dicho en términos jurídicos, incurrir en irregularidad sobrevenida. En resumidas cuentas, lo que a esta mujer le pasa es que la piedra se le ha resbalado ladera abajo y vuelve a encontrarse en el punto cero: otra vez irregular, otra vez sin documentación, otra vez sin derechos. Expliquemos brevemente la situación: cuando una persona inmigrante consigue regularizarse, se le otorga un permiso de residencia temporal que le autoriza a vivir en España más de 90 días y menos de 5 años, aunque después del primer año la residencia debe renovarse cada 2 años. Entre los varios requisitos necesarios para obtener la renovación es fundamental poder acreditar la existencia de una relación laboral vigente. Y aquí es donde la piedra comienza a caer a una velocidad vertiginosa, porque en la actual situación de crisis muchos extranjeros no tienen la documentación necesaria para renovar su residencia porque carecen de contrato de trabajo.

Cierto que el desempleo no afecta sólo a los inmigrantes; conocemos a muchos españoles y españolas de pura cepa que están sufriendo duramente los efectos del paro. Tampoco la crisis golpea únicamente a las mujeres, por supuesto; son muchos los varones que pierden sus puestos de trabajo o los ven peligrar todos los días. Pero debemos decir, porque también es verdad, que a estas mujeres inmigrantes la crisis les coloca en una situación de vulnerabilidad particular, pues les empuja nuevamente hacia el círculo vicioso del que creyeron haber salido para siempre: ‘sin papeles no hay trabajo, y sin trabajo no hay papeles’.  No tener papeles significa, para Sísifa, perder posibilidades reales de encontrar un nuevo empleo. Significa regresar a la economía sumergida. Significa no poder salir a la calle con tranquilidad por miedo a que la policía la detenga. Significa no poder ponerse enferma porque ya no tiene derecho a la sanidad pública. Significa… vivir bajo el peso de una condena aplastante y enfrentarse cada mañana a una piedra pesadísima con las magras fuerzas que le van quedando. ¿Tendrá que ser así hasta el final de los tiempos?

 

Margarita Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid.

Más de la mitad dedica durante esta semana un espacio destacado a conocer las situaciones de las personas que dependen del trabajo doméstico para vivir.

 

Trabajo doméstico: ¿explotación a cambio de papeles?

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

La historia de la explotación laboral a cambio de papeles tiene infinidad de nombres, pero hoy escogemos sólo uno: Guadalupe. Guineana de 26 años, lleva tiempo ocupando uno de los lugares emblemáticos que la mano de obra española no ha cubierto durante las últimas décadas: empleada doméstica interna. Para no mezclar expectativas, conviene tener en cuenta que nos vamos a referir al trabajo de “las internas”, y que este trabajo lo vienen desempeñando fundamentalmente personas inmigrantes, en su mayoría mujeres. Algunas y algunos pensarán que exageramos; ojalá fuese así.

La negociación de la empleada doméstica sin papeles. Captura de la animación de Marcosur y Oxfam

La negociación de la empleada doméstica sin papeles. Captura de la animación de Marcosur y Oxfam

Después de una epopeya demasiado larga de contar, esta mujer consiguió un empleo “con opción a contrato”. Las condiciones iniciales eran aceptables, aunque desde muy pronto la situación comenzó a complicarse: “Empezaron pagándome 700 euros mensuales por hacerme cargo de una casa de tres pisos en la que vivían dos ancianos válidos. Al cabo de una semana, consideraron que comía demasiado y me bajaron a 650 euros; y ahora me pagan 600, sin saber por qué me han vuelto a rebajar. Después de un tiempo, me dijeron que tendría que ir también dos días por semana a limpiar la casa de la hija, que está en la otra punta de Madrid. En estos meses, la salud de los señores se ha deteriorado; además de llevar la casa, tengo que hacer de enfermera, controlarles la medicación y los aerosoles, darles masajes, bañarles, levantarme de madrugada si hace falta y quedarme de noche en el hospital cuando uno de ellos está ingresado”. Guadalupe, que en medio de todo no pierde el humor, ni la sonrisa, concluye: ‘Lo llamo Guantánamo porque esto no es un trabajo; es una cárcel, una explotación con letras grandes’.

Negociación laboral de una empleada doméstica. Animación de Articulación feminista Marcosur y Oxfam

Negociación laboral de una empleada doméstica. Animación de Articulación feminista Marcosur y Oxfam

La experiencia de esta mujer es compartida por miles de empleadas domésticas internas para quienes las recomendaciones del Convenio 189 de la OIT y las líneas maestras del RD 1620/2011  siguen siendo, en la práctica, papel mojado: más de 15 horas diarias de trabajo, sueño interrumpido, responsabilidades en aumento, reducción de salarios, exposición a riesgos laborales sin prevención alguna, imposibilidad de acceder a la negociación colectiva, inexistencia de vacaciones y falta de cobertura sanitaria son sólo algunos de los problemas más acuciantes de las trabajadoras de este sector.  Por no hablar de que tampoco tienen derecho al desempleo, ya que hasta el 2019 no se prevé la equiparación legal total del empleo doméstico con el resto de los sectores.

Ante este panorama, ¿por qué Guadalupe y tantas otras no se van? La realidad es tan compleja como la simplicidad de su respuesta: ‘porque necesito los papeles‘. Conseguir una relación laboral estable es la única vía de regularización en España a la que muchas personas tienen acceso: “Yo estaba desesperadísima cuando cogí este trabajo, y hay empleadores que se aprovechan de la desesperación de la gente. Lo he aguantado todo pensando en mis papeles”. Recordemos que el empleo doméstico continúa considerándose como un asunto privado pues, al desarrollarse en la privacidad del domicilio, no puede haber inspección de las condiciones laborales; de esta manera, las empleadas domésticas internas quedan expuestas a una gran vulnerabilidad de sus derechos.

No parecería extraño que cuando Guadalupe consiga su regularización trate de buscar otro empleo y de acercarse a un sueño dorado que, para cualquier persona, tendría que ser más bien un presupuesto básico: ‘trabajar ocho horas y tener una casita’. Es posible también que sus actuales empleadores monten en cólera y la tachen de desagradecida: ‘¡ahora que le damos los papeles, se marcha!’. Mientras los actores implicados asumen su responsabilidad en el asunto, que cada cual resuelva hacia qué lado se inclina la razón…

 

Margarita Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid.

Más de la mitad dedica durante esta semana un espacio destacado a conocer las situaciones de las personas que dependen del trabajo doméstico para vivir.