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Porque ser mujer en India no debe ser un castigo

Por Carla Fibla

‘Las mujeres no son iguales que los hombres’ es el mensaje a combatir a todos los niveles que la activista por los derechos de las mujeres Kamla Bhasin plantea frente al actual patriarcado atrincherado de la India. La frase es una realidad que las autoridades reconocen, como demostraron al presentar en el Parlamento la última Encuesta Económica, en la que cifran en más de 20 millones las niñas que son marginadas al nacer por no ser “deseadas”, y destacar que los abortos selectivos son una práctica frecuente, a pesar de estar prohibidos.

Las mujeres en la India están demostrando ser parte del cambio. Crédito: Juan Alonso/FVF

‘El Gobierno indio ha visibilizado esta grave lacra denunciando que 2.000 niñas mueren a diario en el vientre de sus madres, y pidiendo, a través de la campaña Beti Bachao, Beti Padhao (Salvar una hija, educar a una hija), lanzada en enero de 2015, que se mejoren las leyes contra la determinación prenatal del sexo, y se garantice el acceso a la educación de las menores’, apunta Doreen Reddy, responsable del Sector Mujeres de la Fundación Vicente Ferrer (FVF).

Pocas razones para ser optimista cuando la ONU apunta que las niñas en la India tienen un 75% más de probabilidades de morir que los niños, o que la violencia contra las mujeres, está limitando su participación laboral, porque dos terceras partes de las mujeres con título universitario no trabajan.

Pero las mujeres en la India también están demostrando que son fuertes, y es su determinación cotidiana lo que se está convirtiendo en motor del cambio social. Para Samina Tadipathri, matrona que atiende a una media de 25 partos al día en el Hospital de Kalyandurg, una madre debería ser igual de feliz si da a luz a un niño o a una niña’: ‘Muchas lloran al enterarse de que han tenido una niña, sobre todo si es la segunda hija, e incluso algunas llegan a abandonarlas en el hospital. La presión cargan es muy fuerte, y hay veces en las que las madres matan a sus hijas al llegar al pueblo, o familias que sobornan a los médicos para conocer ilegalmente el sexo del bebé antes de nacer’.

Datos: en la India una de cada seis mujeres se casa antes de los 18 años. No obstante, cuanto mayor es su nivel de estudio, más alargan la decisión de contraer matrimonio. Solo el 5,2% de las mujeres que finalizaron la educación secundaria se casaron antes de los 18 años.

Lakshmi Narasamma es lideresa de un sangham (asociación de mujeres) de la aldea de Atmakuru: ‘Cuando detectamos que un hombre maltrata a su mujer, acudimos a la casa para hablar con él. La mayoría dicen que ella le estaba gritando. Entonces le explicamos las consecuencias de pegar a su mujer y que hay otras formas de resolver los problemas. No siempre están dispuestos a hablar porque muchos entienden la violencia de género como algo que forma parte de la intimidad de la pareja’.

Más. Alrededor del 10% de las parejas indias sufren infertilidad. K. Udayalakshmi y su marido, K. Thejomoorthy, accedieron a un tratamiento de fertilidad. ‘Cuando una mujer no puede tener hijos o hijas, es juzgada por la sociedad y castigada sin poder asistir a bodas o al templo. En la India, ser padres no es una elección, sino el fin de contraer matrimonio. Así es como está organizada la sociedad, porque cuando las personas envejecen deberán ser cuidadas por sus hijos o hijas. Si una mujer no puede ser madre, se la considera prácticamente inútil para esta sociedad’, explica K. Udayalakshmi.

Syamaladevi, trabajadora sanitaria de la FVF, comenta que la autoconfianza y herramientas para evitar la discriminación de género están cada vez más presentes en la sociedad. Por eso, cuando se analizan realidades como la enfermedad de la depresión (que en la India afecta al 4,5% de la población, 56 millones de personas) ‘ el origen en el caso de las chicas es la discriminación de género que empieza en el hogar, donde los padres a menudo no las apoyan en su educación’.

No hay marcha atrás, las mujeres de la India están haciéndose con el mando de lo que les preocupa y avanzando con acciones concretas. El trabajo continúa, como asegura Anna Ferrer: ‘La única vía es seguir adelante, paso a paso, hasta que consigamos que cada vez que nazca una niña sus padres lo celebren, llamen a su familia y repartan dulces para todo el mundo’.

Carla Fibla es periodista y trabaja en el Departamento de Comunicación de la Fundación Vicente Ferrer. 

Los efectos secundarios del VIH: «Yo decidí vivir»

Por Aina Valldaura

−¿Quieres que cerremos la puerta?

−No, mejor no, sino los vecinos sospechan y se pondrán a escuchar por detrás.

Nos encontramos en una casa de poco más de 20 metros cuadrados en el barrio de la seda de Hindupur, una pequeña ciudad fronteriza entre los estados de Karnataka y Andhra Pradesh, en el sur de la India. La vivienda tiene una sola habitación y una sola cama que comparten Lakshmi* (38) y Sadiq* (42) con sus dos hijos, Preeti* (15) y Praveen* (18). Viven de alquiler desde hace años. Cuatro cazos y un armario son los únicos elementos que destacan en la habitación. Los cuatro se dedican a la producción de hilos de seda.

Foto de Aina Valldaura

Son las 11 de la mañana. Lakshmi y su marido esperan a Mina Kumar, la trabajadora social de la Fundación Vicente Ferrer, quien les visita mensualmente desde que les diagnosticaron VIH a ella y a su marido. El objetivo es asegurarse de que se toman la medicación, chequear su estadode salud y responder a sus dudas.

Lakshmi contrajo el VIH a través de su marido hace seis años. De esa época no quiere hablar. Sólo dos palabras son necesarias para describirnos como lo vivió. Lloros e incomprensión. “Por lo menos mi marido se infectó después de que tuvimos hijos y ellos no lo tienen que sufrir”, se resigna.

El marido se encuentra a su lado durante la visita, pero entre ellos no hay contacto, ni cariño, ni una mirada. Aunque siguen juntos. “¿Qué opción tenía? ¿Divorciarme? ¿Con dos hijos y el VIH? En la India el divorcio no es una opción”, cuenta Lakshmi cuando su marido sale de la habitación. Su hija menor, de 15 años, no está infectada y desconoce el estado de salud de sus padres. La conversación se detiene cuando la menor entra en la casa. Pasamos a otros temas. La educación, las condiciones de trabajo, la comida…

Cuando ella se va, la retomamos. Los cambios bruscos de conversación, los silencios, los susurros, las palabras clave y los botes de antirretrovirales escondidos en una de las pocas repisas que hay en la casa son parte de su día a día desde hace años. Su hijo mayor, ya con 18 años, sí que conoce la situación de sus padres. Pagó muy cara la enfermedad. Dejó de estudiar cuando tenía 16 para poder mantener a la familia en el momento en el que le diagnosticaron VIH y tuberculosis a su padre.

“¿Qué podíamos hacer?”, se lamenta Lakshmi. “Yo tenía que estar en el hospital con mi marido. En ese momento no conocíamos de la existencia del hospital de la Fundación, y la asistencia en los centros en los que nos aceptaban como pacientes era muy cara”, cuenta. Las mujeres asumen, en el 70% de los casos, las tareas de cuidados de los pacientes de VIH. Y aún más alarmante es que el 20% de estas mujeres sufren también la enfermedad.

Cuando los vecinos o la jefa del taller de seda, en el que ambos trabajan 12 horas diarias, les preguntan porqué van tanto al médico, la respuesta es siempre la misma: “Mi marido tiene tuberculosis”. El VIH es una palabra prohibida. “Nos echarían de la casa, del barrio y del trabajo. Sería nuestro fin”.

A lo largo de la conversación VIH se menciona una sola vez. No pueden correr riesgos, nunca se sabe quién puede estar escuchando. “Antes de contraer el virus solo había oído hablar de él en la televisión. Supongo que, al igual que nosotros, quien lo sufre no habla, se esconde y sigue con su vida rodeada de mentiras”.

Mina Kumar es la trabajadora social que tiene a su cargo esta familia desde que llegaron al Hospital de Enfermedades Infecciosas de Fundación Vicente Ferrer en Bathalapalli. Ella fue la primera persona que Lakshmi conoció con el VIH, después de saber que ella misma lo tenía. La primera y la única con la que puede hablar de lo que le pasa, de cómo se siente y de sus miedos.

Mina también contrajo la enfermedad de su marido, ya fallecido. “Mi marido y su familia sabían que él estaba infectado antes de que nos casáramos, pero no nos lo dijeron, nos mintieron. Cuando me enteré, ya era demasiado tarde para mi hija y para mí. Mi familia me dio la espalda cuando lo supieron. Un vecino fue el único que me dejó 300 rupias cuando me echaron de casa con un bebé de 21 días en brazos”.

“En la India hay un dicho: ‘cien mentiras hacen una boda’. En mi caso no sé si fueron cincuenta o cien, pero sin duda hubo muchas”, cuenta Mina. “Yo decidí vivir, pero fue una decisión que me costó un tiempo tomar. Cuando te encuentras sola, aislada, maltratada y culpada por algo que no has hecho, aparecen en tu mente vías que te resultan, al menos en ese momento, liberadoras”. Más del 40% de personas con VIH en la India son mujeres y niñas, y el 75% de mujeres lo contrae durante los primeros años de matrimonio.

Mina Kumar tiene claro que si hoy en día ha conseguido salir adelante es porque decidió luchar por su hija y se prometió a sí misma que dedicaría su vida a ayudar a la gente que está pasando por lo que ella pasó. “El secretismo, las mentiras, el engaño…son los otros efectos secundarios de la enfermedad y pocas veces son tratados”. Cuando salimos de la pequeña vivienda, Mina reconoce que nunca ha podido volver a confiar en un hombre.

Antes de irnos del barrio visitamos algunas otras casas de conocidos de la trabajadora social. Son lo que ella llama “visitas tapadera”. Para que nadie sospeche, para que nadie sepa el motivo real de sus visitas. “Una falta de discreción te puede arruinar la vida”, sentencia. La discriminación, exclusión y vulnerabilidad que sufren las personas con VIH se acentúa en el caso de las mujeres. Rechazadas por su familia en particular y la sociedad en general cargan en sus espaldas con un estigma difícil de derribar y que deriva de la falta de control y decisión de las mujeres sobre el propio cuerpo y su propia vida. .

*Estos nombres no se corresponden con  la realidad, con el objetivo de preservar la privacidad e intimidad de dichas personas.

Aina Valldaura es cooperante y coordinadora de Comunicación de la Fundación Vicente Ferrer en la India desde marzo de 2017.. 

Comprar por ellas

Por Belén de la Banda

Mayo. Estaba buscando algo especial para la fiesta de graduación de mi hija. No quería comprarse nada, pero como mal menor, pensó que sería buena idea buscar algo de comercio justo. No sé si hay muchas chicas de 17 años que se lo planteen, pero me pareció estupendo, y muy educativo. Desde hace más de 20 años soy una convencida del poder de los consumidores. Y también de la necesidad de que las personas seamos conscientes de las consecuencias de nuestros actos.  De todas maneras, me parecía un reto: a veces, la falta de variedad, tallas, las distancias… podrían llevar a que se frustrara esta estupenda idea.

Una trabajadora de la cooperativa Craft Resource Center, de la India, muestra un ejemplo de su trabajo. Imagen: Oxfam Intermón.

Buscamos una lista de tiendas en nuestra ciudad que practicaran moda sostenible, y decidimos empezar por una de Comercio Justo que conocemos bien, la de Oxfam Intermón en Alberto Aguilera 15, en Madrid. En este caso, el reto fue posible. Encontramos un conjunto de camisa suelta y pantalón de Veraluna de un verde oliva muy elegante, nada pretencioso, y un fular a contraste… Talla perfecta, prueba superada, experiencia positiva. No siempre ocurre, pero ocurrió.

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Las manos invisibles

Por Alba Trepat

Ambur es una ciudad árida y polvorienta situada en la carretera nacional que va de Bengaluru a Chennai, al norte del estado sureño de Tamil Nadu, en la India. La ciudad y los pueblos de los alrededores dependen de la industria del cuero, con más de un centenar de curtidurías, fábricas y pequeños talleres. Fuera de los centros formales de producción, cientos de mujeres del estatus social más bajo y las castas inferiores trabajan desde su domicilio en la región, empleadas principalmente para coser las piezas de cuero que forman la pala – la parte superior que luego se une a la suela – de los zapatos.

Todas ellas suponen mano de obra barata y flexible para un sector fuertemente globalizado. Es decir que la labor que realizan no es artesanal o tradicional, sino que está integrada a los procesos de producción modernos de las principales marcas y distribuidores occidentales. El modelo de zapato, el número de puntadas, el hilo y el método de trabajo dependen completamente de las indicaciones de la fábrica.

Sin embargo, las trabajadoras a domicilio no obtienen los encargos directamente de las fábricas ni son reconocidas como trabajadoras de estas, sino que reciben los pedidos a través de intermediarios quienes, a su vez, consiguen el encargo de una fábrica subcontratada por la fábrica principal. Debido a su dispersión por el territorio no tienen ningún poder de negociación.

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Irani Sen: una mujer de negocios nada convencional

Por Cristina Niell

Irani Sen es una mujer de negocios. Nació en la India hace más de 60 años y hoy es la cara visible de Craft Resource Centre (CRC). No es una gran empresa, solo tiene 18 trabajadores y trabajadoras. Sin embargo, sus decisiones afectan a más de 1.000 personas que trabajan organizadas en 63 grupos productores y elaboran bolsos, pañuelos, joyas, artículos de papelería… Irani dirige una organización de comercio justo y no ha tenido un camino fácil hasta aquí.

Irani Sen, durante una reciente visita a Barcelona, junto a los pañuelos que produce su cooperativa. Imagen: Rosana Poza/Oxfam Intermón

Irani Sen, durante una reciente visita a Barcelona, junto a los pañuelos que produce su cooperativa. Imagen: Rosana Poza/Oxfam Intermón

Porque su trayectoria no ha sido sencilla, sabe que tiene un rol a la hora de promover el cambio social: “las mujeres en mi situación, que han tenido una educación y tienen una profesión, deben hacerse oír, tener su propia identidad y motivar a otras”. Esa búsqueda de sí mismas es lo que, según Irani, está llevando a muchas mujeres en la India al divorcio. “Si quieres tener una identidad en esta sociedad hay que ser muy fuerte,  desempeñar un papel, pasar el mensaje”.

He conocido a Irani en una reunión de “negocios” en Oxfam Intermón, organización que importa algunos de productos elaborados en CRC y que se venden en sus tiendas de Comercio Justo.  La relación entre ambas organizaciones se inició hace más de 20 años con la compra de pequeños bolsos de piel, pañuelos y bisutería.

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Isabel Martín, un motor en la India

Por Paloma Blanco 

Pensar en Isabel Martín siempre emociona. Aunque ya no la pueda ver, anda siempre revoloteando, cerca. Merece la pena. La conocí por casualidad y gracias a personas también extraordinarias, pero Isabel fue distinta. En una escala que hizo en Madrid de vuelta a Bombay, me dedicó un rato. Recuerdo una mujer físicamente no muy grande, vestida a la india, no de monja. Me miraba con ojos medio guiñados, ¿sonrientes?, mientras me oía.  La charla duró poco tiempo pero el suficiente para quedar en que, al mes siguiente, nos esperaba a mi hija y a mí en el aeropuerto de Bombay. Me pidió que le llevara telas, fieltros, hilos y peluches que les sirvieran de modelo a sus mujeres en los talleres de la gran cooperativa Creative Handicrafts, en Achanak Colony, en Andheri East. ‘Ah!’, me dijo, ‘y también te agradecería alguna crema buena para mi cara, me gusta que la gente me vea lo mas guapa posible…’.

Isabel Martín con una compañera del equipo de Creative Handicrafts, en el taller. Imagen de Jesús López.

Isabel Martín con una compañera del equipo de Creative Handicrafts, en el taller. Imagen de Jesús López.

Al mes allí la encontramos, en Bombay, junto a otra mujer sonriente, Carme Tió. Las dos formaban un tandem genial y nos enseñaron a movernos por aquella ciudad, por aquellos barrios y a adaptarnos a la comida de la que decían “no punchy”; pero sobre todo a ver y a mirar más allá de nuestras narices.

Isabel ha sido una persona inteligente, generosa, creativa, con ganas de hacer y de hacer y de no parar, independiente, que descubrió por dónde quería moverse y para ello aprendió de cerca el cómo y el qué, haciendo cursos o lo que fuera necesario. Conoció a gente grande, se empapó de su sabiduría y también les transmitió la suya. ¿Era de empatía de lo que Isabel rebosaba? De ‘las hierbas que otro arrojó‘  hacía el milagro de los panes y los peces y servían para que las distribuyera de la manera más práctica entre aquellas personas, tan variopintas y con tan variopintas necesidades.

Quería a todas “sus” mujeres que trabajaban en los talleres en aquellos suburbios, ideó y probó otras maneras de conseguir trabajos para otras más,  catering, conducción de rickshaws… Pero también quería trabajar con otras personas. De las experiencias con algún indeseable decía: ‘¿has visto la inteligencia que desarrolla el hombre para hacer cosas? ¡Es extraordinario!’ Tenía genio y se enfadaba, sobre todo al enfrentarse con la burocracia tan grandísima e interminable que debía hacer constantemente para conseguir sus metas. Moverse entre aquella gente y con aquel lío constante… ¡tiene narices! Nos regaló su tiempo llevándonos a Chesire Home a conocer a sus hermanas Misioneras de Cristo Jesús que trabajan allí con personas discapacitadas, pero también al centro de la ciudad, y a barrios elegantes para que entendiéramos las diferencias. Con sus novicias vivimos la experiencia de un ashram, en el Tamil Nadú. Nos acercó a muchísimas realidades, nos enseñó mucho sobre los demás y sobre nosotras mismas.

Isabel Martín junto con el equipo de la cooperativa Creative Handicrafts ante el edificio de la organización, en Mumbai (India). Imagen: Nerea Avellaneda.

Isabel Martín junto con el equipo de la cooperativa Creative Handicrafts ante el edificio de la organización, en Mumbai (India). Imagen: Nerea Avellaneda.

Tengo un montón de imágenes de Isabel, bebiendo cerveza del tiempo comprada  con “prudencia” en algún lugar de la India, o en Javier (España), con el pañuelo rojo atado al cuello entusiasmada viendo por la tele uno de los encierros de los Sanfermines. En la India fue genial, pero luego, en cada viaje a España se completó su imagen, cerca de su familia o recibiendo premios aquí, pero siempre pensando en allí. Cuando empezó a tener goteras hablaba de ellas como si estuvieran en otro cuerpo.

Tengo claro que hay gente estupenda y sacrificada por los demás, pero Isabel ha sido distinta.

Paloma Blanco es bióloga, investigadora botánica, deportista, y ha colaborado desde hace más de 20 años con la cooperativa Creative Handicrafts, fundada por Isabel Martín.

Los fulares de Anjali

Por Yasmina BonaYbona

Suelo llevar un fular en mi bolso. Me resulta un complemento bonito y efectivo para proteger mi garganta, especialmente en otoño y primavera, cuando las temperaturas son demasiado altas para llevar bufanda pero no tanto como para dejar el cuello despejado. Cuando elijo un fular en una tienda, me fijo en el color para ver si combinará con mi ropa, pongo atención también en el tipo de tela y, cómo no, en que tenga un precio razonable. Pero no suelo pensar en quién lo habrá cosido.

Reflexioné sobre este tema hace unas semanas, cuando conocí a Anjali Tapkire, una cooperativista de Mumbai que trabaja en la industria textil en la India. Ella ha puesto el hilo a agujas que han zurcido miles de vestidos, camisetas, pijamas y fulares que luego han llegado a tiendas de nuestro país. Me contaba que en su cooperativa, Creative Handicrafts, que presidió durante 17 años, trabajan 700 mujeres que confeccionan todo tipo de ropa, pero lo más importante es que lo hacen bajo los principios del comercio justo.

Anjali Tapkire, de la cooperativa Creative Handicraft, en la tienda de comercio justo de Oxfam Intermón en Barcelona. (c) Ivan M. García / Oxfam

Anjali Tapkire, de la cooperativa Creative Handicrafts, en la tienda de comercio justo de Oxfam Intermón en Barcelona. (c) Ivan M. García / Oxfam

La industria textil es una de las más feminizadas y proclives a infringir los derechos laborales de las mujeres. En Centroamérica, por ejemplo, más de 260.000 mujeres trabajan en maquilas, en su mayoría produciendo ropa en condiciones de gran precariedad laboral: jornadas interminables, salarios de miseria que rara vez llegan a los 300 euros mensuales o enfermedades por cumplir metas de producción inhumanas. Por eso, el modelo de producción y organización del trabajo pueden ser claves a la hora de empeorar o mejorar la situación de discriminación que sufren las mujeres. Este mismo mes, se cumplen dos años del derrumbe del edificio Rana Plaza en Bangladesh, que acabó con la vida de más de mil trabajadores del sector textil.

Por suerte, en la cooperativa de Anjali, mujeres y también hombres trabajan en condiciones dignas. Con su trabajo, sacan de la miseria a personas que viven en los slums, los barrios más pobres de Mumbai. Anjali dice que poder cambiarles la vida es lo que da sentido a la suya. Ella misma, con la ayuda de los microcréditos que impulsa su cooperativa, pudo comprar una casa más sólida que la estructura de cartón y plástico bajo la que vivía antes. Con el dinero que ganaba, pudo graduarse en psicología y costear los estudios de sus hijos. Cuando las mujeres entran a Creative Handicrafts logran tener independencia económica, pueden decidir cómo gestionan su dinero, aprenden a desarrollar sus capacidades en talleres de formación y ganan confianza y autoestima. Son logros de gran valor si tenemos en cuenta que más del 50% de la población india está desaventajada económicamente, y dentro de este porcentaje las mujeres ocupan un lugar especialmente desfavorecido debido a largos años de sufrir explotación y dependencia social y económica.

Los fulares que han pasado por las manos de Anjali no son solo piezas bonitas y efectivas para proteger gargantas. Son telas que perfilan nuevas personalidades a las mujeres de los barrios más pobres de Mumbai: más independientes, más confiadas, con más autoestima y, en definitiva, más felices. Vale la pena reflexionar sobre todo ello cuando compramos nuestra ropa.

 

Creative Handicraft es uno de los grupos productores de la India que elabora las piezas de comercio justo de la colección de Veraluna de Oxfam Intermón

 

Yasmina Bona es periodista y trabaja en Oxfam Intermón.

El comercio justo y la independencia de las mujeres indias

Por Sandra CavaSandra Cava

La India está considerado el cuarto país más peligroso del mundo para las mujeres (según una encuesta de Thomson Reuters). Las mujeres indias viven una gran discriminación, y cada día nos alcanzan noticias de bodas infantiles, exclusión de las niñas en las escuelas y múltiples violencias.

En este contexto, muchas mujeres dependen completamente de su marido y aquellas que, por una razón u otra, están solas o no tienen el apoyo de sus esposos se encuentran en una situación extremadamente vulnerable. Es el caso de las víudas, de las mujeres que sufren violencia doméstica, de aquellas cuyos maridos están en el paro…

Siendo conscientes de esta situación y de la importancia de su independencia económica, algunas cooperativas, como Creative Handicrafts, ofrecen a las mujeres con escasos recursos que habitan en los slums de Bombay una oportunidad para vivir por sus propios medios. Trabajan con un sueldo y unas condiciones justas confeccionando ropa respetando los valores asociados al comercio justo y creen firmemente que la independencia económica es el primer paso hacia la autosuficiencia y el empoderamiento.

Las mujeres indias que trabajan en la cooperativa Creative Handycrafts tienen un salario digno gracias al comercio justo (c) Johny Joseph

Las mujeres indias que trabajan en la cooperativa Creative Haniycrafts tienen un salario digno gracias al comercio justo (c) Johny Joseph

Para los consumidores, estas prendas de comercio justo suponen un producto de alta calidad realizado con materias primas 100% naturales y confeccionadas a mano en unas condiciones dignas; pero para ellas es una oportunidad de transformar sus vidas y la de sus familias, dándoles la posibilidad de atisbar un futuro mejor.

Además de lograr autonomía económica, de poder decidir ellas mismas qué hacen con el dinero que ganan, a través de las cooperativas pueden acceder a formación profesional y a programas educativos gratuitos para sus hijos e hijas. Para las más necesitadas, incluso se puede acceder a comida.

Creative Handicraft es uno de los grupos productores de la India que elabora las piezas de comercio justo de la colección de Veraluna de Oxfam Intermón.

 

Sandra Cava forma parte del equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

 

Vandana Shiva: biodiversidad, semillas y derecho a la alimentación

Por María Luisa Toribio María Luisa Toribio

Científica, filósofa y activista, Vandana Shiva es referente indiscutible en la defensa de la biodiversidad. Es autora de numerosos libros en los que explica con claridad cuestiones peliagudas como las consecuencias que tienen en la producción de alimentos y en la vida de campesinas y campesinos en todo el mundo las leyes de propiedad intelectual, las patentes de organismos vivos o la liberalización del comercio.

Vandana Shiva, científica, activista, filósofa y escritora India.  (c) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Vandana Shiva, científica, activista, filósofa y escritora India.
(c) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Nacida en la India, reconoce en Gandhi una fuente constante de inspiración en su vida. No en vano comparte con él su convencimiento de que la suma de pequeñas acciones es capaz de lograr grandes cambios.

El algodón, cultivo esencial en la India, es otro nexo de unión entre ambos. En la época de Gandhi ocupó un lugar central en su lucha no violenta por liberar al país de la colonización. Hoy, el algodón vuelve a ser protagonista; también la colonización, aunque ésta ha adquirido formas más complejas y difíciles de percibir. Cuando los países se invadían con el objetivo de apropiarse de sus recursos, la situación era obvia a los ojos de cualquiera. Hoy en día, la colonización tiene su punta de lanza en complejos acuerdos de liberalización del comercio, en leyes de propiedad intelectual, en el trato de privilegio que los gobiernos otorgan a las grandes corporaciones… Todo ello negociado al margen de la ciudadanía. Eso sí, la apropiación de los recursos sigue siendo el objetivo. La apropiación, incluso, de las semillas, fuente de vida.

En la India, los campesinos que viven del cultivo del algodón ya no pueden disponer de las semillas, no pueden guardarlas ni intercambiarlas con otros campesinos como han hecho toda la vida. ¿La razón? Más del 90% del algodón que se cultiva en el país es transgénico (la variedad Bt, modificada genéticamente con una bacteria) y las semillas han pasado a ser un “producto patentado” propiedad de empresas biotecnológicas, principalmente Monsanto. Los agricultores tienen que comprarlas para cada cosecha.

Este nuevo modelo agrícola les fuerza también a gastar más dinero en fertilizantes y en pesticidas. Un cambio imposible de asumir por los pequeños agricultores, obligados a pedir créditos que no podrán devolver si la cosecha no es buena… Entran así en una espiral de endeudamiento que ha provocado un dramático incremento de suicidios en el mundo rural. En 2011, el documental Bitter Seeds (Semillas Amargas) se hizo eco de la situación. Este cambio en el modelo agrícola ha sido posible gracias a los acuerdos de libre comercio que han abierto las puertas a la entrada de las grandes corporaciones.

No es de extrañar que las semillas sean una de las grandes preocupaciones de Vandana Shiva. Impulsora de la organización Navdanya, que promueve una agricultura sostenible, ha movilizado a millones de agricultores en defensa de su derecho a conservar y utilizar las semillas tradicionales, que hacen posible una agricultura diversa y adaptada a las condiciones de cada lugar. Ha creado una red de semillas ecológicas, iniciando un movimiento global por la libertad en el uso de las semillas. A través de Navdanya ya se ha logrado conservar más de 5.000 variedades de cosechas, entre ellas 3.000 variedades de arroz.

Vandana Shiva está plasmando en la realidad su convencimiento de que la creatividad humana es capaz de generar alternativas frente a un modelo de globalización económica que se está derrumbando.

 

María Luisa Toribio Bióloga y activista, con una mirada global al mundo que me lleva a implicarme en causas  como el medio ambiente, la pobreza, los derechos humanos, las poblaciones indígenas… Convencida de que las múltiples crisis que vivimos tienen raíces comunes y de que toca impulsar cambios profundos. 

¿Cómo acabar con la violencia contra las mujeres en la India?

Por María Solanas  María Solanas

Amanat fue el nombre con el que los medios de comunicación de todo el mundo se refirieron a Jyoti Singh Pandev, joven estudiante india de 23 años que, en diciembre del pasado año, fue violada en Nueva Dehli por cinco hombres y un menor, muriendo dos semanas después por las brutales heridas que le habían causado sus violadores. El asesinato de Amanat conmocionó a la sociedad india, que se movilizó para exigir medidas eficaces que eviten y castiguen estos crímenes contra las mujeres. Sólo en 2011 las cifras oficiales registraron 25.000 agresiones sexuales, en un país donde sólo se denuncia el 10% de los abusos.

Mujeres de la India reclaman sus derechos

El pasado 10 de septiembre, el tribunal que juzgó su caso condenó a la pena de muerte a cuatro de los cinco adultos que violaron y asesinaron a Amanat. Junto con mi rechazo sin matices a la pena de muerte, comparto plenamente con Amnistía Internacional que esta condena no pondrá fin a la violencia contra las mujeres en India. Para acabar con esta lacra es necesario, como también subrayó el pasado mes de enero Oxfam India, un conjunto de medidas legislativas, institucionales y sociales, incluyendo la presencia de las mujeres en todos los niveles de representación, y un mayor esfuerzo para cambiar creencias y actitudes. Para conseguir, en definitiva, un verdadero cambio social.

La Constitución y las leyes indias garantizan la igualdad entre hombres y mujeres. Los matrimonios infantiles, la dote o los abortos selectivos, están prohibidos en el país. Sin embargo, según el último informe de TrusLaw, el 47% de las mujeres son obligadas a casarse antes de alcanzar la mayoría de edad. Se calcula que en las últimas tres décadas se han producido unos 12 millones de abortos selectivos de niñas, y que entre 25.000 y 100.000 mujeres son asesinadas cada año en disputas sobre la dote. Para lograr el cambio social, a medio y largo plazo, se requieren, además de cambios legales, medidas educativas y de empoderamiento de las mujeres, en particular una mayor presencia política.

Un estudio del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), realizado en casi 500 poblaciones indias, y publicado el pasado año por la revista Science, muestra cómo la presencia de las mujeres en política influye positivamente en l@s adolescentes. El estudio, que analizó 8.000 adolescentes indi@s y sus padres, demostró que la existencia de mujeres gobernadoras ha tenido un marcado impacto en las adolescentes y en sus familias, aumentando las expectativas, las aspiraciones profesionales y el rendimiento educativo de las jóvenes, por un efecto de imitación de modelos.

Educar desde edades tempranas, ofreciendo modelos y referentes de mujeres en ámbitos políticos de decisión, tiene un impacto directo en la infancia y la adolescencia, y es esencial para conseguir un verdadero cambio social en el país, donde sólo un 11% (61 sobre un total de 545) de los miembros del Parlamento nacional son mujeres. Como revela el estudio sobre adolescencia de UNICEF de 2012, más de la mitad de l@s adolescentes indi@s (el 57% de los chicos y el 53% de las chicas) encuentra justificable que un marido golpee a su esposa.

La visibilidad de una mujer contribuye a la visibilidad de todas las mujeres. En la India, además, las mujeres en política constituyen imprescindibles modelos de respeto a los derechos fundamentales, de lucha contra la discriminación y de igualdad. En recuerdo de Amanat, éste, y no la condena a muerte de quienes la violaron y asesinaron, debería ser el camino a seguir.

 

María Solanas es experta en public affairs y relaciones internacionales. Entusiasta del diálogo hasta la extenuación, y convencida del poder transformador de la política. Privilegiada en los afectos, feliz madre de una hija feliz.