Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

Desmemoria histórica

Ahí va un buen artículo de Muñoz Molina en El País con recomendación de lecturas (ninguna como las tres de Arturo Barea):

El resultado de esta sentimentalización y oficialización de la memoria es el olvido de aquello mismo que se pretendía recordar

‘El laberinto mágico’, de Max Aub, sigue siendo el gran ciclo de novelas sobre la Guerra Civil y la diáspora

Desmemorias

ANTONIO MUÑOZ MOLINA

en El País 06/09/2008

La doctrina oficial es más o menos la siguiente: en España, hasta hace muy poco, no se pudo escribir y casi ni hablar de la Guerra Civil o de la posguerra desde el punto de vista de los vencidos. Primero fue la represión franquista; luego el así llamado «pacto de silencio» de la Transición, por culpa del cual, y en nombre de una dudosa concordia democrática, se suprimió la memoria de los perdedores. Por fin, sólo hace unos pocos años, algunos libros empezaron a romper el silencio, algunas películas, gracias al Gobierno de Zapatero. Se estrena Los girasoles ciegos y un oyente llama a la radio para expresar su alivio, su alegría: «Por fin se puede hablar sin miedo».

El resultado de esta sentimentalización y oficialización de la memoria es el olvido de aquello mismo que se pretendía recordar

‘El laberinto mágico’, de Max Aub, sigue siendo el gran ciclo de novelas sobre la Guerra Civil y la diáspora

Es una doctrina confortable. Permite el sentimiento halagador de estar participando, sin mucho esfuerzo ni peligro, en la reparación de una larga injusticia, en el descubrimiento de lo escondido durante muchos años. También de estar al día: de recibir, de algún modo, la legitimidad de los derrotados, hasta de alzarse en rebeldía contra el fascismo o la dictadura, con la ventaja no desdeñable de que esa rebelión virtual sucede en el espacio clemente de una democracia. Los libros, las películas de moda ofrecen una memoria tan gustosa de saborear como un caramelo, con ese aire en el fondo tan acogedor que tiene el pasado en el cine de época: los automóviles, los peinados, los sombreros, los pupitres de madera, la lluvia, la nieve acogedoras; cuando no el heroísmo igualitario: chicos y chicas con uniformes impolutos de milicianos, haciendo una guerra que se parecería mucho a una fiesta o a un domingo de excursión si no fuera por esos malvados de bigotito fino y camisa azul o de sotana negra que lo estropean todo. Los buenos, los nuestros, son poéticos, inocentes, entrañables, soñadores, no sexistas. Los otros no sólo son opresores y canallas: también son feos, groseros, machistas, maníacos sexuales, maltratadores de animales. La moda la empezó probablemente Ken Loach en Tierra y libertad, donde ya se insinuaba algo que viene teniendo mucho éxito en las patrias periféricas gobernadas inmemorialmente por una mezcla curiosa de nacionalistas y ex socialistas o ex comunistas cuyo principal rasgo ideológico es volverse más nacionalistas todavía que sus socios: los malvados de esta nueva memoria oficial, aparte de opresores, canallas, feos, groseros, machistas, maníacos sexuales, son algo todavía peor, si cabe: son españoles. En estas patrias, unánimes por definición, la Guerra Civil no es posible, porque no puede haber conflicto interno en una comunidad idílica. La Guerra Civil, el franquismo, fueron en realidad una invasión española, en la que los autóctonos, por el hecho de serlo, estuvieron libres de toda complicidad, y además fueron y siguen siendo víctimas.

El resultado de esta sentimentalización y oficialización de la memoria es el olvido de aquello mismo que se pretendía recordar. Quien dice que sólo ahora se publican novelas o libros de historia que cuentan la verdad sobre la Guerra Civil y la dictadura debería decir más bien que él o ella no los ha leído, o que los desdeñó en su momento porque no estaban de moda, en aquellos atolondrados ochenta en los que la doctrina oficial del socialismo en el poder era la contraria: con lo modernos que ya éramos, qué falta hacía recordar cosas tristes y antiguas.

No hubo que esperar a la Transición y ni siquiera a la muerte de Franco para leer por primera vez una novela antifranquista sobre la Guerra Civil publicada en España: Las últimas banderas, de Ángel María de Lera, ganó hacia finales de los años sesenta el Premio Planeta. Probablemente no era gran literatura, pero yo me acuerdo de la emoción de leer el drama de los últimos días de la República en Madrid, la urgencia y el miedo, el sentimiento de derrumbe. Por aquellos años cayó en mis manos otro de esos libros que se quedan impresos vivamente en la imaginación adolescente y resultan igual de iluminadores cuando uno vuelve a leerlos mucho tiempo después: Tres días de julio, de Luis Romero, que tiene la inminencia trágica de lo que todavía casi no ha sucedido y ya es irreparable. Hablo de libros que estaban al alcance de cualquiera y que fueron decisivos en mi educación de ciudadano y de escritor, en mi descubrimiento temprano y todavía indeciso de los mundos literarios que yo querría indagar en mi propia ficción.

Pero no sólo libros: aún no había muerto Franco y la gente llenaba los cines para ver La prima Angélica, de Carlos Saura, que retrataba con sarcasmo y crudeza a los vencedores de la guerra y exploraba un tema que fue crucial para los que empezamos a escribir novelas en los primeros años ochenta: el vínculo entre el presente y el pasado, la necesidad de saltar sobre el paréntesis de plomo de la dictadura para vincularnos a una tradición literaria, política y vital que se había roto con la guerra.

Qué insulto, qué injusticia para Max Aub decir que sólo en los últimos años se ha escrito de verdad sobre los vencidos: en los primeros ochenta Alfaguara había publicado ya todos los volúmenes de El laberinto mágico, que sigue siendo el gran ciclo de novelas sobre la Guerra Civil y la diáspora. También por entonces se reeditaban los tres volúmenes de La forja de un rebelde, de Arturo Barea, el último de los cuales está el testimonio atroz, contado por un socialista intachable, de los crímenes sin justificación que se cometieron en Madrid entre el verano y el otoño de 1936. La misma angustia moral de Barea, ajena a todo sectarismo, atenta al desgarro de la experiencia humana concreta, está en Días de llamas, de Juan Iturralde, que es del final de los setenta, o en los relatos insuperables de Largo noviembre de Madrid, de Juan Eduardo Zúñiga, que combinan la poesía y la ternura, la vaguedad espectral de la fábula con el severo testimonio del sufrimiento, el heroísmo y el despilfarro de las vidas humanas. En los primeros ochenta estrenó Fernando Fernán-Gómez Las bicicletas son para el verano y al principio nadie le hizo ningún caso. Aprendiendo de aquellos maestros, recordando lo que nuestros mayores nos habían contado, algunos de nosotros empezamos publicando ficciones alimentadas por la memoria de la Guerra Civil y la derrota de la República: yo no me olvido de la impresión que me hizo leer en 1985 Luna de lobos, de Julio Llamazares, donde está el coraje de la resistencia pero también la lenta degradación de quien se ve reducido por sus perseguidores a una cualidad casi de alimaña.

España es país muy propenso a las coacciones de la moda literaria o política, de modo que yo no voy a poner en duda el mérito de Los girasoles ciegos ni de ninguna de las ficciones sentimentales sobre la guerra y la posguerra que han tenido tanto éxito en los últimos años. Lo que sugiero, tan sólo como un ejercicio, es que se lean intercaladas con algunos de aquellos libros que no tuvieron el reconocimiento que merecían por el simple hecho de no haber sido escritos teniendo a favor los vientos caprichosos de la moda.

FIN

6 comentarios

  1. Dice ser Jose M.

    como decia, Sabina, » añorar lo que nunca… jamas sucedio»Hay una enciclopedea, cinco tomos, publicada en los 50’s, titulada la «guerra civil española», con biografias, recortes de prensa de los dos lados, y evidentemente todos los frentes que hubo.personalemnte me quedo con «la guerra civil española » de Antony Beevor, y homenaje a Cataluña de Orwel, y por supuesto la vision de lo que vio mi padre con 6 años en Madrid, eso si que es un parte de guerra, de no vencedores, por lo que le cabrea mas ver mierda como Libertarias ( un sueño de ficcion, de mujeres luchando con Durruti… ) y la coñazo, tierra y libertad…Pero porque los que buscan tanta revision, son los hijos de los verdugos, los hijos de los que se llevaron las gasolineras, los estancos, los cargos en los ministerios y los ayuntamientos…Si me dicen, que van ajuzagar a todos por igual, estare muy contento de ver como Bermejo, de la Vega, Sonsoles, Merceds calvo sotelo, Zapatero, Bono… cierran la boca, comose que no va a ser…, voy a seguir diciendole, que publique algo de economia.Por cierto, usted, protesto algo, por los periodistas que fueron despedidos, censurados,durante los gobiernos del psoe? yo le respondo, no… usted, que moderaba los debates en tve,en el 96… que le rpegunto a Aznar… usted considera que en un debate de las elecciones, que se supone que tiene que ser imparcial, usted a Aznar, que le prgunto acerca de la extrema derecha? … como usted dice, se nos ve el plumero a cada uno, la gran diferencia es que a uno le pagan los favores y a otro no.

    06 septiembre 2008 | 16:25

  2. Dice ser El inmaduro dedo

    Qué gusto leer a Muñoz Molina. Un buen artículo que, suavemente como es él, deja con el culo al aire a tanto pesebrista actual, tan dañinos para la convivencia.Empezando por el inefable JAMSHace tiempo le oí, a preguntas de un periodista, que él ahora con el zapaterismo es un «socialista sin partido». Muchos que sentimos lo mismo agradecimos una frase que nos permite explicar nuestra inquietud.

    06 septiembre 2008 | 21:02

  3. Dice ser Josep Lluis

    ¿A quién le importa lo que pasó hace 70 años? Creo que a muy pocos.Mi abuelo, que lucho por uno de los dos bandos, da igual cuál, jamas me contó ni una sola historia de la guerra, el oir la palabra guerra le cambiaba la cara. Sólo le escuché hablar de guerra cuando un día aparecieron en su casa los hijos de un excompañero muerto, con los que estubo hablando largo rato en el que las cosas que escuche me dejaron helado.Hay cosas que es mejor olvidar y otras no, desde luego lo que no hay que olvidar es cuál NO es el camino a seguir, precisamente el que están eligiendo nuestros gobernantes que es hacer de la política un eterno Madrid-Barça, o un Boca-Riber, en los que a veces ni el mejor árbitro puede evitar que los jugadores se peleen. La política debe ser otra cosa.¿Para cuándo un tercer partido potente que nos saque de esta eterna sinrazón? ¿Para cuando una ciudadanía cultivada, que piense por si misma y no un país de borregos que siguen a la oveja más llamativa en vez de a la más preparada?País…

    07 septiembre 2008 | 18:54

  4. Dice ser Hoteles Pamplona

    está trayendo cola ésto de la memoria histórica..a ver si se ponen deacuerdo de una vez.

    12 octubre 2008 | 16:31

  5. Dice ser Moving company

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    23 diciembre 2008 | 06:53

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