Archivo de septiembre, 2018

El director de ‘Kubo y las dos cuerdas mágicas’ reinventa a los transformers con ‘Bumblebee‘

No sé si sabéis quien es Travis Knight, el director responsable de la película de la que quiero hablaros hoy. Knight fue también el responsable de una de las mejores películas de animación que he visto en los últimos años: la nominada al Oscar Kubo y las dos cuerdas mágicas.

Ya os hablé de esa hermosísima historia en 2016, el año de su estreno.

Un director de animación al que tome nota de seguir la pista junto a Tomm More, que tiene en su haber maravillas como La canción del mar o El secreto de Kells.

Si tenéis niños y aún no habéis visto Kubo o las películas de More en familia, ya sabéis lo que tenéis pendiente. Y si no tenéis niños, también.

More sigue en la animación, pero Knight ha cambiado de tercio, y mucho. Suya será nada menos que la próxima película de Transformers con actores de carne y hueso.

Pero no esperéis chicas que podrían ser modelos de lencería e historias únicamente de acción con el sello de Michael Bay. Al menos yo no lo espero del sensible director de Kubo. La idea es renovar la franquicia, darle un aire nuevo en una cinta de aventuras para todos los públicos.

Ambientada en la 80 y con guion de Christina Hodson, su protagonista es una joven actriz de notable talento y muy distinta a Megan Fox: Hailee Steinfeld, conocida sobre todo por el remake de Valor de ley de los Coen.

Esta misma semana hemos podido ver el trailer, en el que el protagonista no es Optimus Prime, sino el escarabajo amarillo Bumblebee (abejorro).

Yo, que me había apeado hace ya mucho de la saga de los transformers, pienso darle una oportunidad a este sexto episodio, el primero que no tendrá a Bay al mando, estas navidades.

¿Una ley de protección a las embarazadas?

Ha sido noticia estos días una declaración de intenciones del Partido Popular de lanzar una «iniciativa legislativa» de protección a las embarazadas para frenar el aborto.

Lo dijo en una entrevista con Efe el secretario general del PP, Teodoro García Egea, sin precisar si sería una nueva norma o una modificación de la que ahora regula la interrupción del embarazo.

El Partido Popular sigue fijando su posición sobre el aborto: va a proponer una ley que se centre en la «protección» a las embarazadas para darles «el mayor apoyo psicológico y económico» posible de forma que puedan seguir adelante con la gestación, lo hagan «sin ningún tipo de presión» y eviten así la opción de abortar.

Palabras solo, con aroma de globo sonda, que tal vez se lleve el viento. Aunque nunca se sabe.

Creo que nadie que tenga un mínimo respeto por los demás puede estar en contra de ofrecer apoyo psicológico y económico a las embarazadas, a aquellas que sepan seguro que quieren seguir adelante con su gestación y se encuentran en una situación vulnerable. Por eso la plantean así.

Todos de acuerdo, pero siempre y cuando no suponga la menor traba si su decisión es justo la contraria.

Si esa mujer tiene claro que quiere interrumpirla no debe pasar por más trámites, por gente que intente forzar que reconsidere su postura, el proceso no debe dificultarse lo más mínimo. Bastante duro puede ser ya de por sí.

Una ley que habla de proteger a las embarazadas no puede complicar las cosas a las mujeres embarazadas que desean dejar de estarlo. Ellas también merecen protección.

Si de verdad hay interés en desarrollar una ley que proteja a las embarazadas, podemos hablar de igualar de una vez el permiso de paternidad al de maternidad, de permitir una mayor flexibilidad en la incorporación al trabajo tras el fin de ese permiso, de apostar por políticas reales de conciliación, de tomarse muy en serio la educación sexual (no solo por la prevención de embarazos no buscados, también de enfermedades de transmisión sexual) o de favorecer el acceso a todos los métodos anticonceptivos disponibles.

Pero sobre todo, para proteger a las embarazadas necesitamos políticas que reduzcan las tasas de desempleo juvenil, que faciliten la independencia económica de los jóvenes y su acceso a la vivienda, para que no estén aún a los veinticinco años en casa de sus padres y buscando su primer trabajo decente.

Así, sí que protegeríamos a las embarazadas y facilitaríamos el freno de ese envejecimiento poblacional que tanto preocupa salvo cuando hay que arremangarse de verdad, rascarse el bolsillo y apartar mentalidades políticas propias de hooligans para trabajar con partidos de la oposición por el bien común de toda la sociedad.

Doce consejos para hablar y escribir correctamente sobre el autismo y las personas con TEA

Confederación Autismo España ha hecho un esfuerzo que es de agradecer, elaborando un manual de estilo titulado Cómo abordar el Trastorno del Espectro del Autismo desde los medios de comunicación pensado para facilitar la vida a los profesionales de la comunicación y que afrontemos con propiedad y sensibilidad la elaboración de contenidos (noticias, reportajes, entrevistas, opiniones…) que impliquen el autismo.

Es un manual recomendable también para toda la sociedad, no solo los periodistas, porque explica muy clarito y resumido lo que es el autismo y lo que hay que tener en cuenta respecto a las personas con TEA. Interesante también porque mucho de lo que cuentan sobre el autismo es extrapolable a personas con otros trastornos, enfermedades o con discapacidad.

Pese a su buena factura e interés, me temo que no llegue a muchos colegas. Son demasiadas páginas tal vez, los periodistas recibimos demasiados textos a diario para leer: notas de empresa, resúmenes de estudios, informes sesudos, sugerencias de temas venidos de lectores, otros medios, lo publicado en el nuestro, teletipos, previsiones…

Nuestro oficio implica leer muchísimo. Tanto que es imposible leerlo todo, aunque nos interese. Lo sé de primera mano.

La situación actual en los medios, que arrastra de la crisis económica y de los cambios en el modelo de negocio vinculados a la llegada de Internet no ayuda precisamente a que dispongamos de los veinte minutos que requiere la lectura de este manual.

Por eso he querido traerlo hoy a mi blog. Ojalá así alcance y sensibilice a más gente.

Desde Autismo España recuerdan que “está de plena actualidad, ya que la Comisión de Políticas Integrales para la Discapacidad del Congreso acaba de aprobar por unanimidad una proposición no de ley por la que se insta al Gobierno a fomentar una mayor formación de los medios de comunicación a la hora de informar sobre discapacidad”.

Aquí lo podéis descargar, aunque os dejo una infografía que resume sus principales conceptos.

¿Deben los institutos imponer normas de vestimenta a sus alumnos?

Entre los cuatro y los dieciséis años fui a un colegio al que solo acudían niñas. Todas íbamos con uniforme. Uno pensado para ser muy recatado; un pichi con una falda que no podía superar la rodilla, aunque eso obligase a las familias a cambiar más a menudo de uniforme. Para intentar subsanarlo, y porque las madres de los ochenta se las sabían todas, era frecuente que llevásemos treinta centímetros de dobladillo que los hacían crecederos.

Como era pichi y no falda suelta, en el camino de ida y vuelta al colegio no podíamos enrollar la cintura de la falda para poder enseñar algo más de carne y que el atuendo nos quedase más mono. Así lo hacían algunas alumnas en otro par de colegios cercanos, también femeninos y de monjas, que también se las sabían todas.

Daba igual. En el camino a nuestro colegio había que pasar una calle peatonal en la que se apostaban los chicos de otro centro, esta vez solo masculino, de curas y sin uniforme. Uno de sus deportes favoritos, sobre todo cuando el calor hacía que llevásemos calcetines en lugar de medias largas, era asaltarnos, subirnos las faldas y salir corriendo. Y podríamos haber llevado falda hasta los pies y cuello vuelto, que el despertar del interés por el otro no hubiera sido menor ni nos hubiera distraído menos. A unos y a otras.

Recordaba esas batallitas al ver que un instituto de Torrevieja ha prohibido a sus alumnas acudir con shorts al centro. Una decisión del consejo escolar que ha soliviantado a muchas alumnas y a sus familias.

«Soy adulta y sé cómo debe vestir una niña para ir decorosamente al centro. Llevaba un pantalón que cualquier madre podemos comprar a una adolescente, con el que no enseñaba absolutamente nada: no entiendo que tenga que medir tres o cinco centímetros siempre que mi hija vista recatadamente», ha dicho una de las madres.

En Torrevieja, en septiembre, hace un calor más que interesante. Las chicas, que quieren ir fresquitas, tildan la decisión de machista. A ellos no les prohíben los pantalones cortos, aunque sí las camisetas de tirantes.

El pasado viernes cuarenta alumnas, apoyadas por sus familias, acudieron en shorts. Solo lograron que más de la mitad recibieran una charla de una hora en la biblioteca. Este lunes son setenta las que se plantaron en el centro, y parece que unas veinte se han quedado en la puerta.

(EUROPA PRESS)

No sé qué opinión tendréis vosotros. Tal vez sois de los que creéis que los muslos distraen de los estudios tanto como para obligar a cubrirlos de tela. Yo creo que estar fresco y cómodo ayuda a concentrarse. Y que, como ya he apuntado antes, es imposible poner freno a las distracciones carnales de la adolescencia (o de la edad adulta, que a veces parece que las hormonas mueren cuando cumples los treinta y nada más lejos de la realidad).

No estoy necesariamente en contra de las normas de vestimenta, aunque, sinceramente, no las encuentro especialmente necesarias para la buena marcha de un centro. Me parece más relevante impedir tacones de aguja por cuestiones prácticas y de salud en esas normas que hablar de longitudes de pantalones y faldas, que vuelven a responsabilizar a la mujer de los comportamientos ajenos, que inciden en culpabilizarla por su vestimenta, que propician un modo de pensar machista.

Puedo estar equivocada, pero permitir autonomía a los chavales y las familias, tirando de sentido común, me parece más lógico. Y solo si hay algún caso que pasa de castaño oscuro, hablar con los chicos o con las familias.

¿Creéis que se hacen dibujos animados distintos para niños y para niñas?

No debería haber juguetes de niños y juguetes para niñas, sino juguetes para jugar. Con las series de animación infantiles creo que la idea debería ser semejante.

No sé qué opinareis vosotros si os formulo la pregunta con la que tituló el post. Yo creo que sí, que por estética y guión hay productos televisivos infantiles que escoran claramente a encontrar una audiencia infantil femenina o masculina. No todos, claro, los hay que aspiran a gustar a todos, niños y niñas.

Y coincido con la reflexión que hacía a este respecto hace tiempo Sara Palacios (aka Walewska), que es todo ingenio y sentido del humor y a la que recomiendo que sigáis y leáis en todo lo que escriba empezando por Mamis y bebés, lo siguiente:

La mayoría de los dibujos «para niñas» tienen argumentos cursis y consisten en chicas preocupadas por chicos. Los de «chicos» son violentos. Y los que están orientados a chicos y chicas, consisten en grupos en los que las niñas aparecen como cuota y nunca son las que mandan. Jake y los piratas de Nunca Jamás, una pirata de tres y el que manda es Jake. Patrulla Canina ¡sólo una perra entre 6 y tiene un papel secundario casi! Pj Mask, tres superhéroes, una sola chica. El único que se me ocurre con una prota femenina que sea (supuestamente hablo) orientado para niños y niñas es Lady Bug.

Totalmente de acuerdo. Seguro que se os ocurren, a poco que penséis, más series en la que pasa eso. Aunque luego las vean tanto niños como niñas.

Además, las características que distinguen a muchas de las protagonistas femeninas son las mismas y discutibles: el interés por estar monísimas, por los chicos, por los accesorios, el ser las prudentes del grupo, y tener enormes pestañas.

Sí… las pestañas. No hace mucho mi sobrina de cuatro años me explicaba las diferencias entre chicos y chicas basada en lo que ha visto en la animación, y era que las chicas llevan pendientes, pelo largo y tienen pestañas, los chicos no. Cuando le puse en nuestra familia ejemplos de chicos con pelo más largo y pestañas espesísimas, más que yo, la descoloqué bastante.

Sé bien que hay excepciones, que cada vez más encontramos más animación que se sale de estos carriles. Sobre todo si hablamos de los productos pensados para los niños más pequeños, como Pocoyo, Little Einsteins, Dora, Caillou o Peppa Pig.  Una suerte, pero lo otro se sigue dando. Sobre todo en cuanto el público objetivo empieza a  sumar años y querer otro tipo de historias.

Debería haber series para pasarlo bien, para disfrutar y que transmitan valores positivos, sin desequilibrios, sin personajes que son poco más que mascotas.

A aquellos padres que piensan: «No me gustaría que mi hijo fuera gay, porque no quiero que sufra»

Padres jóvenes, bondadosos, abiertos de miras, solidarios, que aman a sus hijos y a los que he oído expresarse como título este post.

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Si sus hijos, que  ahora son niños pequeños, crecieran y formarán parte del universo LGTBI, los aceptarían y amarían igual. No tengo la menor duda. Pero de ser algo que pudieran elegir, dicen preferir que no fuera así para que no sufran, porque lo tendrían más complicado.

Asumen que si se salen del camino más transitado tendrán más dificultades para ser felices, y no digo que no tengan parte de razón. Siempre es más difícil avanzar desbrozando el bosque. Y entiendo perfectamente el deseo paternal y maternal por evitar sinsabores a los vástagos.

Pero es que nuestras preferencias son irrelevantes. Ellos serán lo que tengan que ser, su corazón caminará en la dirección que sea, ajeno a nuestros deseos. Y está bien que así sea.

En cambio que sus padres tengan preferencias en uno u otro sentido sí puede traducirse en que haya más dificultades en su camino, en su autoaceptación, en el modo de sincerarse con ellos mismos y con el mundo.

Siempre hay bosques espesos por los que abrirse camino en esta vida. El afán de proteger a nuestros hijos es natural, pero precisamente los padres somos los que tenemos que evitar ser piedras en su camino.

Lo que los padres deberíamos desear en primer lugar, por encima de cualquier otra cosa, es que nuestros hijos sean felices y buena gente.

La felicidad solo llega queriéndose a uno mismo. Y asumir que las dificultades impiden la felicidad es absurdo.

¿Qué podemos hacer los padres para evitar que nuestros hijos beban alcohol?

Mucho, no creáis que no. Nada infalible, eso también es verdad. Supone renunciar a costumbres arraigadas, todo hay que advertirlo. Pero si tenemos hijos y les queremos lejos del alcohol, conviene recapacitar sobre cuál es nuestra relación y comportamiento frente a este tipo de bebidas y tomar medidas.

Dar ejemplo cuando aún son pequeños vale más que la bronca a la catorce años. Culpamos de los excesos de la adolescencia a los amigos que tendrán, a que a esa edad las cosas son así, sin darnos cuenta de que les hemos transmitido desde la cuna que beber es divertido, que nosotros somos los primeros que no entendemos el ocio sin alcohol.

Por muchas campañas para frenar el consumo del alcohol entre los jóvenes que hagan en ayuntamientos, Comunidades Autónomas o desde el Estado, ninguna será tan efectiva como que sus padres les demos un buen ejemplo.

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Podemos no recordar en su presencia anécdotas de borracheras, propias o ajenas, entre risas. Aunque parezca que nuestros niños están a otra cosa, es muy probable que la antena esté desplegada, que les cale como una fina y persistente lluvia que eso de beber es divertido.

Podemos no tratar las botellas de alcohol con reverencia, evitar ponerlas en la mesa como si fueran lo más importante que hay sobre ellas, celebrar su llegada con un interés desmedido y alabarlas más que la comida, por mucho esfuerzo y tiempo que le haya supuesto al cocinero.

Podemos evitar prepararnos copazos cuando estamos en casa y que ellos identifiquen que beber a solas en el sofá es un momento de gran placer. Igual que podemos evitar comer siempre con vino y cerveza o abrir latas de cerveza en casa para saciar la sed.

Podemos no planear escapadas en pareja o con amigos ligadas siempre al consumo de alcohol, para que no identifiquen que la fiesta va asociada obligatoriamente a la bebida.

Podemos no preparar fiestas en casa en las que consideremos que tiene que haber obligatoriamente alcohol en abundancia.

Podemos no sentarnos con ellos en una terraza y pedir siempre para ellos un refresco o un zumo, porque son pequeños, y para nosotros la caña o el tinto de verano, porque somos mayores.

Sobra decir que podemos y debemos no darles el triste ejemplo de que nos vean borrachos. Por supuesto, jamás deberían presenciar cómo cometemos imprudencias o delitos, como ponernos al volante pese a haber bebido, aunque sea poco y creamos que controlamos la situación.

Os puede parecer exagerado, pero tal vez lo que sea exagerado en España sea la permisividad ante el consumo del alcohol, su arraigo social, su presencia constante en muchos hogares.

No se es mejor ni peor persona por beber o no alcohol, por supuesto. La calidad humana no tiene que ver con lo que se beba. Pero es incuestionable que beber no es un hábito saludable, ya sabemos que no hay ningún nivel de consumo de alcohol que no sea lesivo para la salud, que lo más recomendable es prescindir por completo de este tipo de bebidas.

Podemos por tanto beneficiarnos también a nosotros mismos si empezamos a moderar o incluso eliminar el consumo de alcohol para ser mejor ejemplo para nuestros hijos.

¿Das por hecho que tu hijo adolescente pasará obligatoriamente por alguna borrachera?

¿Tenéis hijos pequeños? ¿Creéis que es inevitable que cuando crezcan vuelvan algún día borrachos a casa?

Estoy rodeada de padres recientes, con niños de diferentes edades pero aún lejos de la adolescencia. Y tengo que confesar que me llama la atención cómo muchos padres asumen que sus adorables niños, cuando se adentren en la edad de la revolución hormonal, acabarán en algún momento abusando del alcohol.

No digo que les guste ni mucho menos, no digo que lo vayan a aprobar o incentivar ni mucho menos, de hecho lo más probable es que se traduzca en charlas o castigos.

Pero al dar por hecho que caerán tal vez estemos dando por perdida la batalla antes de pelearla, ¿no os parece?.

Vale, si vuelven un día borrachos a casa pues tampoco tiene que ser un drama, pero no me parece que asumirlo como inevitable sea lo más inteligente.

Que sus padres, nosotros, lo hiciéramos no implica que ellos tengan que repetir nuestros pasos. ¿No debemos aspirar a que lo hagan mejor que nosotros?

Sé de sobra que muchos adolescentes beben en exceso y demasiado pronto. Algo sobre lo que nos alertan con relativa frecuencia. Pero también sé que hay muchos que no beben o lo hacen sin perder jamas el control. Lo sé porque yo fui una de ellas. Esa chica rara que se mantenía sobria pidiendo refrescos. No era la única de mi grupo de amigos que se abstenía de beber. Éramos minoría, es cierto. Otros dos chicos y yo. Apenas tres personas en un grupo que podía llegar a ser de unos diez o doce. Tachados de tristes y bichos raros desde entonces y hasta la fecha con frecuencia.

Yo quiero que a cada generación que pase esa proporción crezca, que cada vez haya más chavales que se mantengan alejados de algo que es perjudicial para la salud, aunque no se llegue al nivel de borrachera, y peligroso en distintos sentidos.

A finales de agosto se publicó en The Lancet el estudio más grande hasta la fecha sobre consumo de alcohol, que concluía que no hay un nivel seguro de consumo, que lo mejor es no beber nada.

«Existe una necesidad apremiante y urgente de revisar las políticas para alentar la disminución de los niveles de consumo de alcohol o abstenerse por completo. El mito de que una o dos copas por día son buenas es solo eso: un mito. Este estudio rompe ese mito».

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En mi próximo post os diré lo que creo que los padres podemos hacer para evitarlo. Es mucho, no creáis que no. Pero hay que empezar pronto y en gran medida parte de dar ejemplo.

¿Qué sientes cuando miras a un bebé prematuro?

Este viernes los grandes prematuros con protagonistas de nuestro periódico. Mi compañera Carlota Chiarroni, que ya habló del método canguro no hace mucho, nos presenta a Paquito, que vino al mundo frágil como hecho de alas de mariposa, con apenas 23 semanas, en el Hospital Gregorio Marañón.

Más allá de los medios de comunicación, en nuestra cotidianidad los niños que nacen prematuros siempre son noticia. Es imposible no enterarse si algún familiar o conocido, por lejano que sea, es padre de un bebé que nació mucho antes de lo que le correspondía. “Te acuerdas de la hija de Luisa, la vecina del pueblo, pues ha tenido al bebé con siete meses”, “mi compañero de trabajo ha sido padre ya. Pobres, solo estaban de 25 semanas”, “¡mira qué guapo está ya Manuel! Con lo pequeñito que nació y todo el tiempo que estuvo en incubadora”…

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Tan pequeños, tan empeñados en aferrarse a la vida, tan dependientes y extraños. Los bautizamos como milagros si están saliendo adelante contra pronóstico. Nos solidarizamos, a poco que anide un mínimo de empatía en nosotros, con el duro proceso en el que se esfuerzan sus padres por sacarlos adelante.

Una pelea que a veces es tan dura y con un futuro tan incierto que es fácil plantearse si merece la pena, aunque como apunta la doctora Pilar Sáenz, del Hospital valenciano La Fe, «aunque los padres no quieran, si el bebé nace vigoroso estamos éticamente obligados a intentar salvarlo».

Dependiendo del caso, de la relación y de cómo sea cada persona, los recién nacidos prematuros despiertan fascinación, incertidumbre, morbo, ternura, interés, curiosidad, lástima… un cóctel a veces de todo o parte.

Es así incluso para los profesionales de la salud:

¿Qué sientes cuando miras a un bebé prematuro?

Tal vez deberíamos empezar a normalizarlo, plantearnos ese empeño como un reto, por respeto a esos recién nacidos, que no son más que niños como aspiran a ser como cualquier otro y que simplemente tuvieron la mala suerte de perder antes de tiempo el calor y la protección que les procuraba el vientre de su madre.

Empatía y apoyo, también ternura, creo que eso es lo más importante que deberíamos experimentar viéndolos.

Porque lo importante son ellos y los que luchan por ellos.

‪¿Sabes cuánto pesa la mochila de tu hijo? Si supone más del 15% del peso del niño, deberías protestar

La preocupación por el peso de las mochilas que llevan mis hijos reconozco que es un tema que no me preocupa personalmente. Mi hija, que tiene nueve años, acude a un colegio en el que no tenemos que comprar libros de texto. Los que ya usan, son del colegio, y solo excepcionalmente viene alguno de paseo a casa. En su mochila va un cuaderno, la merienda y algún libro que quiera leer.

Jaime, con once años, tampoco lleva peso. Tiene autismo, va a un colegio especial y no usa libros. Lleva un par de cuadernos pequeños, la agenda de comunicación y la merienda.

No obstante, si me encontrase con que uno de mis hijos tiene que llevar a la espalda un 30% de su peso, desde luego que protestaría. Igual que lo ha hecho mi compañero Edu Casado, autor del blog Qué fue de los deportistas olvidados , por los cauces oficiales y en un hilo de twitter en el que concluye: “¿No será mejor que los niños hagan un esfuerzo de responsabilidad a la hora de manejar sus hojas que un esfuerzo físico para cargar su mochila?“.

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Si sois de los que veis ir a vuestros hijos, niños pequeños o adolescentes, con voluminosas mochilas al colegio o al instituto, os pediría hacer el mismo ejercicio que hizo Edu: pesar la mochila y calcular el porcentaje que supone respecto al peso del chaval. Los fisioterapeutas recomiendan que no supere un 15% (un 10% preferiblemente) del peso del niño. Hay demasiados ejemplos sangrantes de lo que es inadmisible. Que van a aprender, no a entrenarse para ser sherpas.

Creo sinceramente que todos los padres que vean a nuestros hijos acarreando ese peso incomprensible también deberíamos protestar. Mediante las ampas, dirigiéndonos a la dirección de los colegios o incluso a las consejerías de educación.

Más allá del debate de hasta qué punto son necesarios los libros de texto, si se emplean al menos no deberían pesarles. Siempre hay alternativas, como el uso de archivadores e incluso de taquillas y cajoneras asignadas a cada niño en el centro escolar.