De la nueva sociedad 3.0 organizada horizontalmente en red que ha enterrado la edad contemporánea. ¡Bienvenidos a la edad digital!

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Ciudad en tiempo real

La ciudad como un conjunto inconexo de fotografías. La ciudad como un flujo de imágenes distribuidas, geolocalizadas, compartidas. Tu ciudad como una suma de miradas subjetivas. El funcionamiento del proyecto This is Now es simple: presenta en tiempo real las fotos realizadas en la red social móvil Instagram que contengan geolocalización. São Paulo, por ejemplo, a las  07.19.02 Pm del pasado lunes, configuraba la imagen que abre esta entrada. This is Now, del estudio australiano LexicalLabrecopila información en tiempo real de ciudades como Nueva York, Los Ángeles, Madrid, São Paulo, Londres, Sydney o Tokyo, entre otras. Y prueba que estamos asistiendo al nacimiento de una ciudad en tiempo real construida en red alrededor de la no jerarquía. Una ciudad con nuevas capas de información, de datos compartidos, de nuevas relaciones humanas. Las ciudades ya son, como afirma la socióloga Mimi Sheller, «flujos de personas, vehículos e información”.

This is now no es el único proyecto que crea una nueva piel digital informativa sobre ciudades físicas. El proyecto Stweet, del estudio We Love the net, superpone mensajes de Twitter geolocalizados sobre imágenes de Google Street Map. Más disruptivo y libertario es el proyecto Canal Motoboy, que el artista catalán Antoni Abad lanzó en São Paulo: un canal informativo en tiempo real realizado por los populares motoboys (mensajeros). El canal incluye noticias, vídeos, la situación del tráfico de muchas calles. Y compite con ‘inteligencia colectiva’ contra los medios de comunicación clásicos. Aquel periódico de Hong Kong que despidió a algunos fotógrafos y entregó cámaras a los ágiles pizzeros de la ciudad (explicado en el Manifiesto posfotográfico de Joan Fontcuberta) entendió algo del nuevo paradigma del real time. Los viejos medios, casi nada: siguen queriendo llegar primero.

Propongo una remezcla. El ingrediente primero sería el concepto de media building (edificio informativo) de Paul Virilio, «un edificio que alberga más información que viviendas», como metáfora de la nueva ciudad. Segundo: la ciudad distribuida propuesta por el urbanista brasileño Caio Vassão, una ciudad sin centro ni periferia, con una topología de red distribuida y nodos interconectados. La resultado sería una ciudad no centralizada, con nuevas capas de información ciudadana y nuevas interacciones en red. Una especie de ciudad transmedia que incumbe por partes iguales a medios de comunicación y a instituciones urbanas.

BCNoids Reel from enrique soriano on Vimeo.

Para entender esta ciudad transmedia, distribuida, informativa y en tiempo real tenemos que hablar de una nueva ecuación: datos abiertos y visualizaciones. En este blog ya he citado algunos proyectos de visualizaciones en Gran Bretaña (bicicletas y taxis de Londres, tráfico aéreo) o el Ville Vivante (llamadas móviles de Ginebra). El investigador Fran Castillo, en la web del estudio Complexitys, repasa algunos proyectos que visualizan datos ciudadanos de esta nueva e inspiradora real time city. Cita casos como el BCNoids Reel (visualización del uso de las bicicletas alquiladas en Barcelona) o el Live Singapore (realizado por el Senseable City Lab del MIT para visualizar en tiempo real Singapur). Visualizaciones dinámicas de nuevos sistemas complejos conformados por los ciudadanos, gracias a la tecnología móvil, al movimiento open source y a las nuevas herramientas digitales. La exploración de nuevas formas, códigos y lenguajes de las visualizaciones, como destaca Fran Castillo, «nos permiten imaginar nuevos paisajes, máquinas constructoras, que generan nuevos territorios emergentes». Además, matiza Fran, los datos son la «llave de un nuevo empoderamiento ciudadano». Un empoderamiento ciudadano que cuestiona el control vertical de medios e instituciones sobre las urbes, sobre la sociedad.

Uno de los mejores inventarios sobre esta incipiente ciudad en tiempo real es el catálogo Habitar. Redibujar el entramado urbano que el periodista, comisario e investigador José Luis de Vicente, preparó para el Laboral Centro de Arte de Gijón. En él aparecen proyectos como Visualizando el tráfico de Lisboa, In the Air (que mide la contaminación del aire gracias a sensores ciudadanos) o el Sentient City Survival Kit (que explora las implicaciones sociales, culturales y políticas de la computación ubicua). Pero lo más interesante de Habitar son algunas de las reflexiones de los autores invitados. El británico Usman Haque piensa en crear ciudades participativas con las mismas reglas del diseño de plataformas web. La arquitecta Molly Wright, en su texto Urban software: the long view, teje ideas alrededor del “nuestros cuerpos son el hardware, nuestro comportamiento, el software”. La ciudad, en definitiva, como un conjunto de edificios de información, como una red de cuerpos que conforman un hardware que facilita nuevos softwares/procesos compartidos.

San Francisco. ‘Locals and tourists’, por Eric Fischer.

Y aquí llegamos a otras perspectivas, a otras preguntas. ¿Cómo coagulará esta instantaneidad en la memoria? ¿Cómo será recordada esta vertiginosa ciudad en tiempo real? ¿Servirán para algo las hemerotecas de los periódicos? Los antropólogos Alberto Corsin y Adolfo Estalella, en su ensayo The city as archive, hardware, method, abordan las  asambleas de barrio del movimiento 15M español – reuniones en espacio público, procesos de diálogo colectivo, información compartida en redes – con un ángulo interesante. Las asambleas conformarían un nuevo hardware, un suelo común, un método, sobre el que se basa la nueva ciudad en tiempo real. Las asambleas – ese hardware – serán un archivo vivo en red. El proyecto Personal Positioning System (PPS), del Near Future Laboratory, mencionado en el catálogo de Laboral, es otro caso de posinstantaneidad: crea mapas dinámicos sobre la posición de un persona, una verdadera cartografía del flujo del yo.

La arqueología de la ciudad en tiempo real tendrá que ver con las personas, no tanto con los objetos. Estará compuesta de procesos compartidos, no de las normas legales que rigen (prohibiendo) las ciudades. Será aqueología hecha de información en red, no un conjunto de noticias verticales. Se parecerá a los mapas sociales que Eric Fischer compone con fotografías geolocalizadas en Flickr. O al proyecto A more perfect Union, de Luke Dubois, en el que las ciudades llevan el nombre de la palabra más repetida en redes sociales en ese espacio. La ciudad en tiempo real será un arqueología moldeada por todos, un espacio que fue construido para ser habitado, una suma de wikicalles, de wikiplazas, basado en relaciones humanas.

La ciudad en tiempo real será una arqueología de redes o no será.

Mi web: bernardogutierrez.es Fundador de la red futuramedia.net En Twitter soy @bernardosampa

 

140 caracteres para Ulises

 

Este texto es un extracto de mi libro #24H,  que tiene forma de blog y está licenciado con Creative Commons. Ya está disponible a 1,99 euros en formato PDF interactivo, Epub, mobi (para Kindle) y en papel. En Amazon también está a la venta. La copia está liberada. Existe una sala de remezclas. Cualquier puede enriquecer (con links, textos, vídeos) #24H o este fragmento.  

Tras abandonar Troya, Ulises comenzó su viaje de regreso a Itaca. En el país de los Cíclopes, Polifemo se comió a algunos de sus compañeros. En el país de los Cimerios consiguió hablar con los muertos, con su madre Anticlea o con el mismísimo Aquiles. Antes de llegar a su añorada Itaca, el hogar que había dejado hacía veinte años, Ulises tuvo que sortear el peligroso estrecho entre Escila y Caribdis. Cuando por fin regresa a Itaca, descubre que su palacio está en ruinas, invadido por un grupo de latin lovers que quieren cepillarse a su esposa Penélope mientras desvalijan los víveres y los cuadros. Ulises se da cuenta – después de muerto – que lo mejor de su viaje a Itaca no había sido su destino, sino el mismo viaje, el transcurso, el recorrido.

Ulises, el 16 de junio de 1904, emprende otro viaje. James Joyce barrunta ideas y crea una novela pretenciosa que quiere reflejar una época. El viaje ya no dura veinta años, y sí veinticuatro horas. El trayecto ya no es el mundo, sino Dublín, una sola ciudad. El pequeño burgués Leopold Bloom podría ser el Ulises de Homero, claro. Quizá Ulises cambie de máscaras. Tal vez sea el escritorcillo Stephen Dedalus o el ambicioso Buck Mulligan. Da igual, al final del viaje, de la ciudad, descubre que lo más interesante no era el destino, sino el trayecto. Descubre que la historia es una pesadilla de la que intentamos despertar.

El 16 de mayo de 2011, Ulises pasea por este blog, por este laberinto de citas, máscaras, hashtags y espejos. Alguien, hace unos comentarios, le ataca: «Ulises, pelotudo, estás igual de perdido que hace dos mil años, hijo de las mil putas». Sigue caminando, viajando, cada vez más extraviado. Otro comentario despedaza incluso al propio James Joyce: «Tu maldito monólogo interior, ese bosque-adorno que los críticos han endiosado durante un siglo, es una bazofia, un torpe mecanismo del pasado. El 16 de mayo de 2011, el monólogo interior es exterior. Se llama Twitter. Ulises no entiende que ya no es una versión Alfa, exacta en su forma y límite, sino una eterna versión Beta, en pruebas, manoseada colectivamente, casi-perfecta en su búsqueda.

Quizá por Ulises eso acaba claudicando cuando alguien le encierra en 140 caracteres: «Ulises, según la Frikipedia, es el pseudónimo de Eric Clapton, dios del Pentagrama. Su máxima era: para qué viajar si puedo quedarme en el sofá». James Joyce, que vislumbró la época de la inmediatez, tampoco sobrevive tras los barrotes del hashtag #elautorhamuerto . «El escritor maldito se ha extinguido, #elautorhamuerto, nosotros te escribimos».

Ulises, Joyce, como Dios, están muertos porque no entendieron que un dia tiene 50.900 horas de You Tube. Que una hora es un flujo tranversal, desordenado, rizomático y personal donde caben los veinte años de Ulises y las 24 horas de Leopold Bloom. El universo entero, con la url repeinada, cabe en un tuit. Pero están muertos, sobre todo, porque no entendieron la inteligencia de la multitud. Porque no comprendieron que los relatos colectivos que escuchaba Homero para escribir La Odisea están de vuelta. «Nosotras parimos, nosotras te escribimos», dice alguien en la calle «#elautorhamuerto». Para qué volver a Itaca, dice otro, si en el mundo posideológico, como preconizaba el entrañable techno-pirata Hakim Bey, «algunos viajan en Internet sin salir del cuarto».

Pero no te desesperes, Ulises-James, quizá estés vivo en el libro Yellow Chair que los vecinos de Anab Jain, una india residente en Londres, escribieron gracias a un experimento genial. Cuando Anab supo que alguien usaba su señal Wireless se dio cuenta que no conocía a sus vecinos. No conocía a casi nadie en el Planeta Que Había Substituido las Plazas por Shopping. Por eso colocó un puesto de acceso a Internet gratuito en la puerta de su casa. Un ordenador, una cámara. Barra libre de bits. Su Yellow Chair rompió con el aislamiento crónico de los vecinos. Disparó el sentido comunitario del barrio. Hizo posible la construcción colectiva de una historia. Por eso, no temas, James-Ulises, si un lector de este blog que no soporta el tostón de libro que dejaste a la historia te vuelve a aniquilar. Seguirás, de alguna manera, vivo en el río común de las historias. Cuidado, te atacan.

No pierdas la calma. Relájate. «Querido Joyce, eres un pedante. El autor ha muerto. Ciao, escritor de salón. Las historias son colectivas. Nosotros te escribimos. Hace exactamente tres minutos que he metido las mil páginas de tu librejo en la licuadora. He puesto un poquito de sal, un quilo de tomates, un cd (el plástico) de Metálica, cebollas, un dvd con porno casero, un diente de ajo, una cinta de Los Chunguitos, pimientos, El manifiesto comunista de Marx, un pepino, aceite, vinagre, El manifiesto cyborg de Donna Haraway, pan rallado, una peli (pirata y chunga) de Chuck Norris, un poquito de hielo… Y el libro ha desaparecido!!! Tranquilo Ulises, estás vivo dentro del nuevo super refrescante Gazpacho Cósmico Irregular».

La maleta de los mapas imposibles

 

Este texto es un extracto de mi libro #24H,  que tiene forma de blog y está licenciado con Creative Commons. Ya está disponible en formato PDF interactivo, Epub, mobi (para Kindle) y en papel. La copia está liberada. Existe una sala de remezclas. Cualquier puede enriquecer (con links, textos, vídeos) #24H o este fragmento.  

A mí salón le ha crecido una maleta. Está vacía. En la etiqueta donde debería haber una dirección apenas hay una frase de Fernando Pessoa: «Viajar perder países, ser constantemente otro». Los costados de la maleta – sucia, desgastada, verdiazul- están forrados de mapas sujetos con pegamento. Mapas inexactos, oblicuos, exagerados. El verdadero tamaño de África, el mapa tipográfico de las calles de Valencia, el mapa de (metro) de la música indie española. Confieso que no tenía donde meterla: no cabía debajo de la cama ni en los armarios. Tirarla, tras las trece mudanzas de los últimos diez años, era claudicar de algo (aunque todavía no sé de qué). Por eso decidí llenarla de mis fantasmas. Mirando la maleta, la exactitud de mis mapas imposibles, saboreo un pequeño triunfo. El mapa mundial de Facebook – meras líneas, flujos, contorneando una forma – despedaza el mapamundi de Mercator que sobredimensionó el primer mundo durante siglos. La proyección de Peters me venga íntimamente del geógrafo alemán Karl Ritter (1779-1859) que concebía la tierra como un organismo vivo, los ríos como una voluntad divina y las fronteras como una inevitabilidad predefinida.

Y es que durante demasiado tiempo, los datos falsos y los verdaderos, mezclados en el cubata explosivo de la historia, formaron un laberinto insalvable. Pero fue todavía peor cuando el hombre alcanzó la plenitud de su razón y ya no quedaron rincones por cartografiar. Los «Colegios de Cartógrafos», como escribió Jorge Luis Borges, «levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el Tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él». Por eso, contemplar mi maleta me devuelve una paz incomprensible. El mapa topológico del Metro de Caracas – que desatiende la escala y la deforma para ser legible – despedaza la cartografía del Imperio. Y de alguna manera, regresa a aquella línea ténue y alegre de mapa mundi mental de los navegantes portugueses. A aquellas subjetivas cartas cartográficas que los aztecas construían con pieles, tejidos de algodón y palma.

Parece inevitable: la tecnología, las nuevas cartografías y mi maleta vacía me teletransportan al pasado idílico de los mapas inexactos. El mapa de los reinos virtuales de los vídeo juegos realizado por Information is Beatiful tiene la inocencia perfecta del disco flotante (aquel mundo incompleto) de Tales de Mileto que flotaba sobre las aguas. La representación-verdad naufraga, desaparece despedazada por el mapa pintado de las redes y señales wi fi de Oslo o por el mapa lingüístico del quechua. La infalibilidad del GPS hace aguas, desdibujada por los globos que Shai Efrati y Hagi Keysear lanzaron al aire con cámaras de fotos para retratar los secretos que la petrolera BP escondió tras la tragedia del golfo de México.

El mapa exacto ha muerto. Agoniza. El territorio respira colectivamente, libre de la dictadura de las latitudes. Aunque tal vez, nómadas de nuestro subjetivismo, lo único que sea cierto es que ya no diferenciemos el territorio de su representación, el asfalto de su ciberreflejo. Puede que el mapa – millones de mapas subjetivos – haya invadido el mundo. Tal vez sólo exista una pastosa y todopoderosa hiperrealidad que nos desgobierna. Jean Baudrillard – que murió hace no demasiado – pensaba que la realidad virtual no es ya más copia de la realidad, si no que la antecede y define: “La abstracción hoy no es ya la del mapa, el doble, el espejo o el concepto. El territorio ya no precede al mapa, ni lo sobrevive. De aquí en adelante, es el mapa el que engendra el territorio; hoy, serían las tiras de territorio las que lentamente se pudren a lo largo del mapa. Es lo real y no el mapa, cuyos escasos vestigios subsisten aquí y allí: en los desiertos que no son ya más del Imperio, sino nuestros. El desierto de lo real en sí mismo”. Siento deseos de abrir la maleta. Pero confieso que tengo miedo. No miedo de hallar arena o conchas. Miedo, simplemente, de encontrar otra maleta (vacía) del tamaño del mundo.

#82 Publicado por Boludo | Mayo 17, 2011 00:45 AM

Las navegaciones transversales, heterogéneas, oblicuas de los nuevos nómadas exploran otro espacio, otra dimensión de superposiciones. Somos, ante todo, inmigrantes del subjetivismo.

#83 Publicado por Pedro Por Su Casa, Mayo 17, 2011 01.03 AM

#acabemosconlatierra, con los Boludos, con los pretenciosos, con los intelectuales, con los doctores Honoris Causa sin curro que pierden eltiempo en este puto blog

#84 Publicado por Ya está bien | Mayo 17, 2011 01:10 AM

La historia del mundo en cien segundos

La historia empieza en Europa en el año 499 a.C. Avanza a ritmo de círculos coloridos hasta la explosión de actividad de la Edad Media. Atraviesa el Atlántico cuando Cristóbal Colón llegó a América creyendo estar en las Indias. Y el haz colorido de actividad estalla a mediados del siglo XIX. África, en el siglo XXI, continúa sin apenas actividad humana. Esta peculiar/personal visión de la historia no es más que el resultado de la visualización de datos La historia del mundo en cien segundos, de Gareth Lloyd (@godawful) y Tom Martin (@heychinaski)

¿Y cómo se fraguó el experimento? Sencillo: Gareth y Tom extrajeron 424.000 artículos de la Wikipedia con coordenadas geográficas y 35.000 referencias a eventos. Ordenaron el caos en tabla Google Fusion. Lo agitaron con algo de programación informática. Y listo. Me llaman la atención algunos detalles.

Primero. La ausencia de historia antes del año 499 a.C. Ni rastro de Mesopotamia, China o tribus indígenas de América.

Segundo. El dominio absoluto de los países anglosajones en la información con coordenadas: estos 100 segundos/historia de la humanidad está casi contada por ellos.

Tercero. La casi invisibilidad de Ásia, África e incluso América Latina.

Probablemente, de aquí a cien años, con una brecha digital menor y una población más conectada, el mismo experimento será bien diferente. La historia estará contada en más lenguas, de una forma más descentralizada, menos eurocéntrica. Quizá entonces, la dictadura del mapa de Mercator – que exagera el tamaño del hemisferio norte – sea un mal chiste del pasado. Y la proyección de Peters, que minimiza Europa y Norte América, sea tomada más en serio.

 

Mapas analógicos, mapas digitales

Vuelven los mapas analógicos. El lapicero dibujando esquinas, detalles de tu calle. El garabato que plasma en el mapa todo lo que el GPS ignora. El invento-proyecto que incentiva la elaboración de mapas analógicos se llama Walking Papers. Y lejos de ser un grito medieval es un túnel directo al futuro, todo un golpe digital. Me explico: Walking Paper incentiva que cualquier persona pueda escribir a mano detalles sobre un mapa pero el destino final de los mismos es Open Street Map, una de las wiki plataformas de creación de mapas más populares.

Walking Papers – inspirados en experiencias como Bookcamp – se dio cuenta que el mapeo digital del mundo es fascinante. Pero que cojea. Por un lado, un buen porcentaje de la población se queda fuera: ancianos que no dominan la tecnología, personas sin acceso a Internet, gente sin hábitos digitales.. Por otro, que los detalles emotivos, humanos, prácticos, se suelen quedar fuera de los mapas. Walking Papers ayuda a crear esa capa emotivo-práctica de las cartografías: árboles, agujeros, gatos negros, oficinas de correos… ¿Y cómo funcionan estos mapas analógico-digitales? Cualquier persona puede imprimir un mapa de cualquier rincón del mundo. Después de escribir a mano sus informaciones, lo envía por mail. La tropa de Walking Papers los escanea y etiqueta gracias a un código QR de lectura a través de móvil. Después, lo carga a la base de datos con la estética digital de Open Street Maps. Tras el terremoto de Haití, Walking Papers cumplió un papel fundamental. Sin embargo, yo me quedo con el proyecto MapKibera, en Nairobi, Kenia. Gracias a esta convivencia de mapas analógicos y tecnología, el suburbio Kibera ya aparece en los mapas. De agujero negro cartográfico, Kibera ha pasado a ser un modélico experimento interactivo de participación social.

 

Globitos antisistema

«¿Estás enredado en una disputa cartográfica? ¿No estás de acuerdo con la versión oficial de tu geografía? ¡Contacta con nosotros hoy mismo!». No es un anuncio de un despacho de abogados engominados. Más bien todo lo contrario: así arranca el site de Grassrootsmapping, una comunidad abierta que ayuda a la gente a mapear áreas concretas de la tierra, patios particulares con conflictos concretos. Sus armas podrían ser el arsenal de un circo: globos de colores, hilos de cometa, una camarita portátil que envía imágenes cada pocos segundos… Y poco más (ver el detalle de la fotografía). La carambola antisistema de Grassrootsmapping es, simplemente, espectacular: la construcción de mapas desde el aire que contradicen siempre una versión oficial. Mapas que aterrizan en Internet. Mapas que se comparten. Mapas 2.0 que multiplican su significado. Mapas, vaya, que tocan las narices a los de siempre.

Para los escépticos, daré algunos ejemplos recientes de esta Tropa que Empuña Globos y No Pistolas. Los estudiantes chilenos, hartos de que sus protestas fuesen ignoradas por los grandes medios, construyeron mapas aéreos de las masivas manifestaciones contra la privatización de la educación. En Israel, el kit de Grassroots mapping fue usado para mapear una manifestación propalestina ninguneada por la sociedad. En la costa de Luisiana, estos globitos coloridos están construyendo una cartografía crítica sobre los daños ambientales del litoral (este vídeo es fantástico). El etc, de Occuppy Wall Street a los ecologistas checos, sería larguísimo.

Lanza un globito, pásalo. Construye mapas reales desde otras perspectivas. Pégale un coscorrón al GPS del tío Sam, que según me contaba recientemente un taxista de Nueva York, «siempre le enviaba a túneles y calles de pago». Apúntate al globomapeo. Ríete de Google Earth, que por razones misteriosas oculta pedacitos de la Tierra. Tiro de memoria reciente para rematar esta globoprosa de vocación ácida: habría estado genial un mapeo aéreo de la manifestación del pasado 150 en Madrid, una manifestación de flujos, intensa, gigante. Ninguna fuente oficial se atrevió a dar una cifra de participantes. La tecnología de Lynce – empresa que cuenta los manifestantes desde el aire, en una época en la que la gente sale a la calle y cambia el rumbo leyendo un hashtag de Twitter, se ha quedado coja. ¿Alguien se atreve a inaugurar en España la globocracia?