De la nueva sociedad 3.0 organizada horizontalmente en red que ha enterrado la edad contemporánea. ¡Bienvenidos a la edad digital!

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La piratería es buena para el cine

El mantra de este post es muy sencillo: La piratería es buena para el cine. Repitamos: la piratería es buena para el cine. Remezclemos, todos juntos: la piratería es buena para la música, para la literatura, para la cultura. Ahora una frase redonda con un link irrefutable (un estudio de la Comisión Europea): Los investigadores encontraron que la piratería en general no tiene un efecto negativo en las ventas de música, sino todo lo contrario. ¿A qué viene todo esto?

Esta entrada es una respuesta personal al texto La tragedia del cine, que el escritor Luis García Montero publicó recientemente en InfoLibre. El texto confunde la velocidad con el tocino, churras con merinas, para que me entiendan los menos jóvenes. Y se me antoja totalmente irresponsable, pues es difícil argumentar que un hombre de letras como Luis García Montero esté tan mal informado. Frases como «durante los últimos años el desarrollo de la piratería ha sido vertiginoso» podrían considerarse un desliz. La SGAE,  los ventri-locos del lobby y su coro mediático han estado identificando descargas con piratería durante la última década.

Pero otras frases del texto de Luis García Montero hacen saltar todas las alarmas de la cordura de la era red: «El desprecio a la cultura que encierra la piratería se traduce de forma inmediata en la pérdida de independencia de los creadores, que son obligados a someterse al mecenazgo de las grandes multinacionales y los ámbitos globales de control ideológico». Luego se resienten porque las redes (o sea, las personas) y el público están cada día más distante de ese star system cultureta de España que se mira en el espejo deformante del No a la guerra del año 2003, cuando todavía eran relevantes.

 

 

Luis García Montero debería leer Software Libre para una sociedad libre, de Richard Stallman, piedra de toque de la denominada cultura libre. La licencia copyleft, que garantizaba inicialmente la copia, circulación y modificación del código informático, contagió rápidamente a la cultura. Y creo un nuevo paradigma de circulación, gestión y consumo (palabra que odio) cultural para la era red. Stallman ya dejaba clarísimo que asociar el «intercambio» al «asalto de un barco corsario» (piratería) es simplemente inaceptable. El otro gran objetivo de Richard Stallman era dejar claro que el ‘free’ del free software o free culture no es sinónimo de gratuidad, sino de libre. El libro Cultura Libre, de Lawrence Lessig, sería otra imprescindible lectura para Luis García Montero, el sector cultural y los amigos de InfoLibre que prometieron licencia Creative Commons y se agarran al copyright como a un clavo ardiendo.

Y por eso el mantra casposo del ‘todo gratis’, de la cultura libre como sinónimo de gratuidad y piratería es, además de una falta de respeto, una falacia gigantesca. El colectivo de escritores italianos Wu Ming publica hace exactamente una década libros con licencia copyleft. La copia está liberada. Pero los libros del colectivo, una máquina de best sellers, se venden en librerías. Curiosamente la circulación de copias digitales benefició (y mucho) a las ventas. El exitoso modelo económico de la libería-editorial cooperativa madrileña Traficantes de Sueños, que ofrece la copia libre de sus títulos desde el primer día pero sigue vendiendo libros en papel, demuestra que el discurso del ‘todo gratis’ es una construcción inexacta.  Lo mismo ocurre en el universo de la música. El citado estudio de Joint Research Centre de la Comisión Europea recoge que la mal llamada piratería (descargas, intercambio) beneficia a la venta de música. Además, la mayoría de los artistas viven de los conciertos y ya no más de vender plástico (CD). Y más preguntas para Luis García Montero y amigos: ¿Cómo podéis seguir hablando de descargas cuando la cultura está emigrando a la nube y el streaming se insinúa como nuevo formato, plataforma y modelo?

 

wuming

Imagen del colectivo Wu Ming

Y eso es lo más triste: que mientras hasta el viejo periodismo habla del fin de la era de los objetos físicos (papel, Cds, Dvds…) algunos siguen empeñados a que todo siga funcionando como antes de la existencia de Internet. Mientras algunos investigan sobre libros en la nube (como Bookcamping.cc o 24Symbols) o en música en streaming (Spotify), la vieja guardia sigue entonando lo de piratería=descarga, sin haber entendido que los programas de intercambio de archivos P2P, como el histórico Napster, ni siquiera se basan en la descarga desde un site centralizado.

El caso del cine es diferente, lo reconozco. Existen muchos más factores. Incluso políticos. Tal vez Luis García Montero tenga razón al acusar al Gobierno de Mariano Rajoy de intentar ahogar al cine español. Pero creo que hay muchos más motivos. El cine de autor muere en España  por la existencia de monopolios en la distribución comercial, un chiringuito del mismo lobby del copyright que acuñó el término piratería. Muere sí, por una ridícula subida del IVA al 21%. Pero también porque precisamente el star system de cineastas y solemnes autores viven en una burbuja ajena a la realidad. Siguen pendientes de los premios, de las galas y de los viejos medios. Y no están narrando practicamente nada de la lucha social en red que nació al calor del 15M.

 

Vídeo del colectivo Iaioflautas invadiendo la Bolsa de Barcelona. 

Mientras la España reivindicativa reinventa el activismo, los Iaioflautas (los abuelos del 15M) ocupan la Bolsa de Barcelona o los ARTivistas montan fiestas en bancos para lanzar campañas digitales, los cineastas narran una España paralela, pretérita o simplemente inexistente. Mientras el espacio público renace con asambleas políticas y/o culturales, Fernando Trueba factura El artista y la modelo, un insulso filme recreado en la Francia de 1943. Mientras las redes humanas del 15M protegen a los inmigrantes de las redadas policiales y la solidaridad interracial explota en España (único rincón de Europa donde eso ocurre), los Bardem participan en una patética Alacrán enamorado, un película donde un grupo neonazi español pega palizas a los inmigrantes en las calles. Si no tienen imaginación, que beban de la realidad.

Y más preguntitas. ¿Por qué los actores del No a la guerra y la mayoría de los artistas progres son casi invisibles en el nuevo mundo? ¿Por qué no participan aunque sea algo en una nueva forma de hacer las cosas (15M) que España ha exportado al resto del planeta? ¿Por qué no están narrando esta rebelde España en llamas? ¿Por qué estando España a la cabeza global de la innovación en redes, de las licencias libres y de la tecnología social (de WIFI cooperativo a trabajo colaborativo) los famosetes culturetas de la izquierda utilizan el discurso del fascismo cultural de Hollywood, de la derechona española y de la industria del pasado? ¿Por qué no han entendido nada?

 

Trailer El Cosmonauta (En todas tus pantallas el 18 de Mayo) from Riot Cinema on Vimeo.

Intuyo que el cambio tecnológico ha pillado fuera de juego a la vieja guardia cultural. Mucho me temo que desconocen la mayoría de casos de éxito reflejados en el The Power of Open, todos basados en procesos abiertos.  Me da a mí que Luis García Montero ni siquiera habrá oído hablar de El Cosmonauta, la película española que se está haciendo en red entre más de cinco mil personas, que ya ha recaudado más de 400.000 euros vía crowd funding y que está siendo elogiada por medios como Wired. La vieja élite del cine tampoco estará al tanto de los festivales de cine Creative Commons en los que Barcelona y Madrid son referencias mundiales. Y, por supuesto, ni pajotera idea de lo que es el festival ZEMOS98 de Sevilla, toda una referencia global en la remezcla y la autoría colectiva que renacen en la era de las redes. Ójala me equivoque… Pero si me equivoco, creo que será todavía más grave.

¿Tragedia del cine? ¿Tragedia de la cultura? Sí, de la vieja cultura. Sí, de su modelo de negocio y formatos. ¿Culpables? Muchos. El viejo modelo, el Estado y las instituciones, los propios creadores, los monopolios, la vieja política… Pero, por favor, dejen de hacerle un favor a Hoollywood y a la derecha industrio-cultural, intoxicando con el discurso de la «piratería». Dejen que les expliquemos con calma y cariño el nuevo modelo en el que, por cierto, todavía no hay receta económica definitiva. Nada mejor para concluir este texto que una frase de Amador Fernández-Savater: «Hay una forma de hacer las cosas, lo que podemos llamar el modelo televisión, que está en crisis. Aquel era un modelo unidireccional de emisor-receptor que ha funcionado tanto en el periodismo como en la política o en el saber. Y surge otro que es un modelo más en red, donde hay más nodos, donde más gente puede hablar, donde las conexiones son más horizontales. Y en ese modelo la red no está dada, hay que hacerla para que esos enlaces se comuniquen y se entiendan unos con otros. Para que se cree un mundo«.

¿Cuándo y dónde hablamos, Luis García Montero?

Música para camaleones remix: #InnovaciónCultural

La industria editorial sigue aferrada a la definición de «libro» de la Real Academia de la Lengua: «Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen». Sin embargo, desde los márgenes del sector cultural empiezan a surgir proyectos que prefieren ignorar todas y cada una de las definiciones de libro de la RAE. Y menos mal. Este es el caso de Música para camaleones. El black album de la sostenibilidad cultural, un proyecto de Trànsit Projectes.

#MPC – etiqueta como se conoce en el proyecto en Twitter e internet – podría ser un libro. Hay una edición en papel a la venta, editada con cariño y buen gusto. Sin embargo, #MPC es mucho más. Para empezar, existe una descarga libre en formato digital. Y lo más interesante: #MPC es más que un formato y más que un contenido. Es un proceso. Es un laboratorio de voces. Es un nuevo imaginario. Es una plaza multimedia. Es un espejo fragmentado de la era red. Es una excusa colectiva para el debate y la co-creación. Es una secuencia de seminarios, encuentros, debates y talleres. #MPC, en palabras de sus propios autores, es «un conjunto de experiencias que se presentan como una manera de entender lo que se ha hecho y se está haciendo en España en cuanto a prácticas de gestión y producción cultural alternativas e innovadoras se refiere».

Por las páginas físicas (átomos) o digitales (bits) de #MPC parecen deambular algunas preguntas que muchos prefieren evitar. ¿Cómo le ha afectado a la cultura la llegada de las redes? ¿Cuál es el modelo de negocio en esta nueva era? Y Trànsit Projectes, ante la inexistencia de respuestas definitivas, construye una plataforma compartida que nos devuelve una respuesta coral, diluida, transversal, en constante estado beta. Y nos propone un viaje dividido en cinco tracks: Redes Geniales;Periferias como centros;Colaborar-Cooperar-Coproducir; Ser Viajero, no viajante y Serendipia. En el prefacio, encontramos la justificación del título. El camaleón – su arte de adaptación, de camuflaje, de cambio, de fusión-  simboliza como nada al agente innovador de la cultura de nuestros tiempos. Mientras el mercado y la industria cultural apenas se reflejan en el espejo de las redes, el camaleón cultural se adapta, innova, dialoga con otros colores-realidades.

Pablo de Soto, de Hacktitectura, en una de las píldoras de Camaleones

Inmersos en los tracks de #MPC escuchamos todo aquello que la industria parece no querer oir. José Ramón Insa Alba (@culturpunk) nos susurra que las redes son espacios para «forjar sueños más allá de los discursos». Susana Zaragoza (@susanajorgina) incita a la creación de «otros momentos sociales, abiertos, emancipadores, redes para la experimentación y la inteligencia colectiva». Pedro Soler (@pedrosoler) grita sin miedo que «las instituciones culturales son la expresión de formas de pensamiento ancladas en prioridades distintas a la creatividad». Ricardo Antón (@ricardo_AMASTÉ) afina bien la necesidad de «mejorar e innovar en los procesos colaborativos». Juan Insúa (@CCCBlab) tararea que la cultura es «una mesa de trabajo y experimentación llena de provetas y frascos llenos de esencias».

Textos-imaginarios, textos-teje-redes, textos-cascada que desmontan la visión monolítica de la cultura como producto o de la cultura como mercado. Palabras en red que llevan a la cultura hacia horizontes y paisajes desconocidos. #MPC, su heterogénea sinfonía de voces, nos convencen que la cultura en la era de las redes es el laboratorio donde se cruzan los nuevos prototipos de la economía, la política o la investigación. Por eso, #MPC estudia 29 casos concretos de cultura desarrollados en el Estado español. Y nada como un base rítmica de realidad para entender que algo muy profundo está sacudiendo la cultura.

Por un lado, las fronteras físicas dejan de ser un muro, como lo prueban proyectos como Inteligencias Colectivas (que desarrollan proyectos en nueve países de Europa y América Latina) o LabLatino (que trabaja en cinco países iberoamericanos). Por otro Bookcamping.cc (una biblioteca digital de libros libres) o Think Commons  (un espacio digital de debates audiovisuales) resaltan la mutación de los formatos físicos. También destaca en #MPC el auge del procomún cultural como un paradigma que sobrepasa la gestión pública o privada, con proyectos como La Tabacalera (centro social autogestionado) o Goteo (plataforma de financiación colectiva de proyectos de código abierto). Aunque si yo tuviera que destacar un aspecto de los proyectos retratados en #MPC no tendría muchas dudas: la transversalidad. La innovación cultural es lateral, híbrida, bastarda, oblicua. Todo por la Praxis (urbanismo en red), Zemos98 (cultura-remezcla) o Derivart (hacktivimo económico) nos muestran la espectacular redvolución transversal que está fraguándose en todos los rincones del Estado español. Definitivamente, la España expandida, glocal, innovadora y crisol de las culturas de todo el mundo tiene poco que ver con la marca España promovida desde el Gobierno.

Mientras los ministerios e instituciones culturales del pasado siguen obsesionados por la rentabilidad de los proyectos, la cultura se mueve. Y los camaleones caminan mutando, reflejados en el arco iris de su propio movimiento.

Consigue aquí tu ejemplar de Música para camaleones. El black álbum de la sostenibilidad cultural

 

 

Cómo acabar de una vez por todas con la cultura (remix)

Fuente de la imagen: http://www.mindjumpers.com/blog/ Vista en: urbanohumano.org

Cuando Woody Allen publicó su libro-dinamita Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, allá por 1974, ya tenía una sospecha: la cultura es todo aquello que pasa mientras unos intentan definirla y los críticos la evalúan. Justo antes de morir, allá por 1985, el escritor Italo Calvino entrevió que la literatura estaba amenazada de muerte. Sus Seis propuestas para el próximo milenio (5+1 conferencias que dio en la Universidad de Harvard) anticipaban algunas realidades de nuestros tiempos. La primera propuesta, la levedad, parecía intuir el vértigo de Internet, de las redes, del planeta hipervínculo: «La escritura es en el libro lo que el byte en la pantalla: no pesa, fluye sin dificultad y constantemente se transforma». Calvino vio claramente la agonía de la cultura, el desgaste de las definiciones forjadas a los largo de milenios.

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, algunos siguen confiando en las definiciones seculares de la cultura. La cultura como «cultivo del espíritu» (Ilustración), como una «función social» (funcionalismo), «como un reflejo de las relaciones sociales de producción» (Karl Marx), como un conjunto de símbolos compartidos (Claude Lévi-Straus), como una suma de costumbres colectivas (folclore), como sinónimo de civilización (Edward Tylor), como un derecho humano (ONU), por citar algunas. Definiciones top down (verticales e impuestas), definitivas, excluyentes. Y peor que todo ello: la denominada industria cultural sigue anclada en su monovisión de la cultura como sinónimo de mercado. La cultura como un producto. La cultura como algo cuantificable. La cultura como consumo. La cultura como producto elaborado de una elitista clase creativa. La cultura como entretenimiento de las masas. Y peor todavía: una buena parte de la industria cultural y de los Gobiernos del mundo actúa como si Internet no existiese. Como si nunca hubiera existido. Como si la única manera de producir, distribuir, gestionar y consumir cultura fuese aquella que nació en el siglo XX: mitificados autores individuales, productos físicos (plástico, papel…), transacciones monetarias…

Hace poco, publiqué un libro, #24H, con formato híbrido, licencia copyleft y una sala de remezclas para que los lectores lo despedazacen. Quien mejor lo ha entendido no son los críticos literarios, sino una revista de vídeo juegos. Me dio bastante que pensar. La industria no ha entendido (casi) nada de mi propuesta. Las redes, sectores transversales de la cultura clásica, sí. ¿Los vídeo juegos son cultura? ¿#24H es literatura, arte multimedia, documentación-ficción? ¿Vivimos en la era poscultural? ¿Acabamos de una vez con la cultura (con su definición clásica)?

Tengo más preguntas que respuestas. Aun así, he decidido compartir en este blog algunos pensamientos. A continuación no intentaré definir lo que es la cultura en el nuevo milenio. Mientras intento definirla, la cultura seguro que se convierte en otra cosa.Me limitaré a comentar algunas prácticas y dinámicas que han nacido con la red. Prototipos e inercias que están modificando radicalmente la cultura. Me limitaré a trazar algunos caminos o perspectivas que ya están en el epicentro de la producción y consumo cultural. He escrito la entrada en presente, y no en futuro (cuestión de optimismo). He dejado fuera un asunto caliente: financiación. Y no me preguntéis por qué han salido 13 puntos (podrían ser muchos más). La mayoría de ellos están relacionados entre sí. Y son remezclables-mejorables.

1.  De la cultura digital a la cultura de red. El término cultura digital, usado insistentemente para definir la creación cultural que tiene que ver con Internet o medios digitales, queda algo obsoleto. La palabra cibercultura, utilizada para definir la cultura que crece y habita en el ciberespacio virtual, también. Con Internet móvil y la computación ubicua, la barrera del off y on se diluye. El cibridismo que propone Martha Gabriel – off+on, siempre conectados en todas partes – trastoca para siempre la frontera de lo analógico y lo digital. Las nuevas dinámicas de las redes – Peer-to-peer, colaboración, prosumidores, remezcla, co-creación… – substituyen a la misma definición de cultura. Por eso, la cultura de red es más amplia que la definición de cultura digital e incluso que la propia cultura. Hacer ecología en red, feminismo de red, ciudad en red, política en red, por ejemplo, son nuevas caras de la cultura de red. Substituyen a la definición. Son cultura.

2. El fin de los objetos acabados. La cultura deja de ser un producto acabado (un cuadro, un libro, una canción). La cultura abandona su estado alfa (definitivo) y se balancea en un permanente estado beta, utilizado en las comunidades de programadores de software libre pasa definir algo inacabado. El reuso de la obra no es sólo inevitable, sino deseable. Los prototipos se convierten en modelos.

 

La Global Revolution remezcla visualmente una canción de Instituto Mexicano del Sonido

3. La remezcla como esencia. Las licencias abiertas (Creative Commons, copyleft…), el auge del procomún y la popularización de las herramientas tecnológicas de bajo coste incentivan la remezcla. Las obras se desmiembran en collages, en nuevas mutaciones. El fork – un desvío en un trabajo colectivo en jerga hacker – pasa a ser una virtud. Las obras se quiebran para componer puzzles de piezas inconexas, unidas por nuevos hilos. Ninguna lógica – ni la de los críticos ni la del mercados – consigue imponer el nuevo pegamento de las remezclas.

4. La cultura como proceso colectivo. El ‘proceso’ sustituye cualquier objetivo de la cultura. El proceso de creación-elaboración de una obra cultural, en la mayoría de los casos, es algo compartido. La película El cosmonauta (que lleva años en un proceso de co-financiación y co-creación), el documental de Stéphane Grueso 15M.cc sobre el movimiento 15M (cuelga las entrevistas íntegras en Internet, diáloga con usuarios) o la gestión de la biblioteca colaborativa Bookcamping.cc son prueba de ello. En muchas ocasiones, algunas personas acompañan el proceso colectivo y no ven el resultado final. En otras, conocen apenas las remezclas y vidas posteriores de la obra. La obra es un continuum de contornos flexibles. La cultura pasa a ser un diálogo, una conversación. Cada autor elege que parte de su obra es un proceso colectivo y qué parte, una inspiración-rincón individual. El Do It Your Self (DIY) se convierte en el Do It With Others (DIWO).

5. La autoría como algo diluído. Cualquier faceta en el arte, como afirma Joan Fontcuberta en su Manifiesto posfotográfico, «es camaleónicamente autoral». El autor es un eslabón más en una imprevisible cadena de curadores, usuarios, gestores, comentaristas y remezcladores. El autor es una parte de una identidad colectiva mayor. Paradoja: su identidad individual puede estar compuestas de retazos de diferentes identidades colectivas.

6. El fin de los objetos físicos. La música no es más sinónimo de CD. La literatura no es sinónimo de libro de papel. El cine no es sinónimo de pantalla grande. El cloud computing (computación en la nube) y el streaming dinamitan los objetos físicos. La cultura pasa de la estantería a la nube. Nuestros hijos nunca entenderán la conexión entre estos dos objetos.

7. La era del upload.  Cada minuto se suben 24 horas de contenido a You Tube. Los usuarios, ahora, son prosumidores. Consumidores activos, productores de contenido, polinizadores de contenido. La cultura deja de ser algo unidireccional. Pero la descarga (download) de un contenido no es tan revolucionario. La explosión de la red reside en el upload: en la posibilidad de que cualquier persona pueda subir contenidos a Internet. Contenidos distribuidos, compartidos, remezclados, conectados entre sí a través de redes y etiquetas. Contenido, por cierto, que ya ni tiene que descargarse.

 Creaciones nacidas alrededor del fenómeno ‘meme’ Ecce Homo.

8. Memecultura. El concepto de meme de Richard Dawkins – «una idea, comportamiento o estilo que se expande de una persona a otra dentro de una cultura» –  muta en la era de la red. El meme adopta ropajes de virus contagioso. Además, suele surgir en procesos bottom-up (de abajo arriba) imprevisibles. A diferencia de la cultura de masas que presidió el siglo XX, vertical y dirigida por los grandes agentes económicos, la memecultura se rige por las lógicas distribuidas y horizontales de las multitudes conectadas. La expansión de la imagen del Ecce Homo, la viralidad de su construcción social, son una prueba viva de la memecultura.

9. Hibridación formal, transversalidad, mestizaje. Historicamente, las diferentes artes vivían en compartimentos separados. La literatura dialogaba tímidamente con el cine o la música. La pintura, con la escultura. Pero en la era de la red, la taxonomía rígida (clasificación temática) da paso a la folksonomía (clasificación a través de etiquetas sociales). Los compartimentos de las artes se mezclan.  Sus muros, sus fronteras, se desmoronan. La cultura aterriza en la multidisciplinaridad, en lo interdisciplinar, en lo transversal, en lo polifónico. Las obras-procesos, además, pueden estar construidas de formatos diferentes (imagen+texto+audio+vídeo+… ). La narración híbrida de géneros, formatos, lenguajes, cotiza al alza. Lo multimedia – más de dos medios – es el estado natural de la cultura.

10. Cultura ubicua, orgánica, e-emotiva. La expansión de Internet móvil (celulares 3G, Wi-Fi…), el cloud computing (nuestros datos y archivos en la nube) y la realidad aumentada cuestionan los espacios clásicos de la cultura: museos, teatros, cines, salas de concierto… La cultura es, siempre que se quiera, un post it para colocar en cualquier lugar. Exposiciones post it, conciertos post it. La cultura es un nuevo paisaje orgánico y ubicuo de los territorios. Además, gracias a la nanotecnología y a una nueva ciborg (tecnología relacionándose en nuestros cuerpos) la cultura camina hacia la e-emotividad. Cada día habrá más aplicaciones culturales adaptadas a nuestra sensibilidad, como la aplicación songza (selecciona canciones acordes con nuestro estado de ánimo).

11. Glocalidad en tiempo real. Las herramientas de streaming y la comunicación en tiempo real a través de algunas redes sociales difuminan el espacio físico. La cultura se ve inmersa en la nueva era de lo glocal (local+global). Los territorios y sus habitantes se conectan al margen de su proximidad física en un nuevo espacio de flujos (teoría de Manuel Castells). El planeta funciona con la lógica de una red distribuida peer-to-peer en la que cada nodo puede comunicarse en tiempo real con cualquier nodo. Los eventos culturales, transmitidos en tiempo real, dialogan con personas, colectivos, objetos y eventos de cualquier lugar del planeta.

Imagen: montaje de Doménico di Siena en su blog UrbanoHumano.org, licencia Creative Commons

12. UpCycling, el residuo hecho arte. El UpCycling es un término que convierte un residuo en un nuevo material usable bajo las lógicas de las sostenibilidad. Lo que es residuo para la cultura oficial o la industria puede transformarse en una nueva obra de arte. El caso del Ecce Homo – una restauración considerada de mala calidad – es un versión colectiva de los objet trouvé de Marcel Duchamp. El residuo se transforma en un icono, se remezcla, adopta valor. Transformar una plaza de parking en un espacio temporal, habitable y de convivencia, como hace ParkingDay, también es UpCycling. Es cultura.

13. La cultura fragmentada, no lineal. La temporalidad clásica de Occidente, el tiempo lineal del Cristianismo y la Ilustración, pierde fuerza. Con el link y las líneas de tiempo de redes como Twitter – donde puede aparecer siempre algo del pasado- , el presente es un tiempo de flujos circulares. «El pasado es siempre presente – como escriben en el proyecto 10Opencult.cc – la cultura del link ya teje una red de conocimiento que desborda la linealidad y crea un eterno presente. Un fondo que permite un sinfín de recombinaciones y reutilizaciones”.

Una idea: no estaría de más tuitear esta entrada con copia a José Ignacio Wett (@Jiwert), ministro de Educación, Cultura y Deporte (sobre todo de Deporte) de España, uno de los cargos públicos del mundo que peor ha entendido los nuevos paradigmas de la cultura. Etiqueta sugerida: #WertNoDoyUna

Hacia una gestión horizontal de la cultura

 

Gestión vertical vs gestión horizontal. Red centralizada vs red distribuida. Modelo de gestión cultural de la era predigital vs modelo de gestión de comunidades. No hay vuelta atrás. No hay intersecciones. No hay posible encuentro entre el viejo y el viejo mundo. «El agua no quiere saber del hielo», como suele decir el periodista Pepe Cervera. En el site de MOV-S 2012, un evento de creación contemporánea que se define como «un proceso de trabajo colaborativo», analizan brillantemente los dos modelos antagónicos de gestión cultural. El vertical y el de gestión de comunidades.

María Ptkq, metodóloga de MOV-S 2012 a la que recomiendo seguir en Twitter, propone un modelo de gestión que «incorpora a las comunidades de una manera orgánica en todas las fases del proceso, desde la ideación hasta la realización pasando por la financiación, la comunicación y la producción».  La gestión se transforma «en auto-gestión colectiva, no hay autorías definidas ni distinción entre artistas, productores y público». La mudanza de paradigma es brutal. Todo cambia. Cualquier proyecto puede convertirse en un making of en tiempo real, en un proceso. La autoría se diluye en una red de co creación plural. La financiación colectiva (crowd funding) se coloca en el centro del binomio industria-instituciones. La ejecución convierte a los gestores culturales en simples nodos de una red mayor.

 Además de la fuerza del proceso, de esta documentación abierta desde el minuto 0, en este nuevo modelo existe otro detalle revolucionario: la fragmentación de la temporalidad. El evento deja de ser algo exclusivamente presencial. Se diluye, pero se multiplica gracias a herramientas de streaming, a la vida paralela en redes sociales y en otras plataformas. Lo presencial tiene un constante feed back desde diferentes esferas. Y la retransmisión en diferido perpetúa el evento / creación.  El encuentro Meet Commons, un festival sin jerarquías ni programa que se celebró en Madrid en abril, encarnaría a la perfección este modelo de gestión de comunidades. Pero para llegar a la elasticidad de Meet Commons, las organizaciones  o agentes culturales deberían entender la definición de comunidad 2.0 del libro #10Openkult, del que ya he hablado en este blog: «¿Qué es la comunidad 2.0? Una red de cooperación mediada por una *interfaz. La interfaz pone las reglas del juego, “escucha” el rumor de la red y atiende sus demandas. La interfaz es permeable a la participación. No pisotea la red de cooperación, la respeta y la valora, porque el valor está en la red».

¿Tiene sentido, por ejemplo, un mega festival vertical como el Rock in Rio en el que el público quede relegado a destinatario o consumidor? ¿Tiene lógica que el Museo del Prado presente exposiciones o cuadros sin streaming? ¿En qué se podría transformar un evento como la Noche en Blanco de presupuesto millonario, gestión vertical y nula participación de las comunidades? ¿Podemos considerar la cultura un producto cerrado o definitivo, ya sea un disco, un libro o una representación teatral? De nuevo, una definición extraída de #10penkult, la de participación, puede ayudar a encontrar las respuestas:  “No concebimos la participación como el acceso a instituciones o plataformas cerradas sino que al contrario la pensamos como la habilitación a procesos de toma de decisión colectivas marcadas por la temporalidad, la mutabilidad y la reflexividad. La participación se sostiene sobre procesos constantes de feedback entre los recursos, plataformas o instituciones y las comunidades que las explotan y construyen».

Mi web: bernardogutierrez.es Fundador de la red futuramedia.net En Twitter soy @bernardosampa

 

 

América invertida, América libre

                                    América Invertida (1943), Joaquín Torres García.

El mexicano José de Vasconcelos, en su libro La raza cósmica (1925), acuñó el concepto de «quinta raza». Vasconcelos pensaba que las ideas de raza y nacionalidad deberían ser trascendidas en nombre del destino común de la humanidad. El prestigioso pensador consideraba que el mestizaje de los pueblos ibéricos (españoles y portugueses), muy diferente a la exclusión racial de los anglosajones, convertiría América Latina en el epicentro de este nuevo mundo transfronterizo e interracial. La raza cósmica – más humana, más colaborativa – interpretaría la melodía afinada del futuro.

El brasileño Oswald de Andrade, en su visionario Manifiesto antropofágico (1928), vislumbró una sociedad contra el «las ideas objetivadas, cadaverizadas». Preconizó el individuo como «víctima del sistema» y anhelaba una «conciencia participativa». Siempre consideré a Oswald un futurista que entendió la sociedad en red antes de la existencia de Internet: «nunca tuvimos gramáticas ni colecciones de viejos vegetales. Y nunca supimos lo que era urbano, suburbano, fronterizo y continental».

El polifacético uruguayo Joaquín Torres Garcíaen su pintura América invertida (1943), creó con un trazo simple el imaginario de otra América posible. Aunque convivió con las vanguardias artísticas de Europa (y llegó a vivir en Europa), Joaquín siempre tuvo clara su vocación latinoamericana:  «Nuestro norte es el Sur. No debe haber norte, para nosotros, sino por oposición a nuestro Sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revés, y entonces ya tenemos justa idea de nuestra posición, y no como quieren en el resto del mundo. La punta de América, desde ahora, prolongándose, señala insistentemente el Sur, nuestro norte».

He preparado un pequeño decálogo de cultura libre latinoamericana para el festival #CómeteLaCultura que se celebra hoy en Madrid en el Colectivo La Latina. En medio de la crisis existencial-económica del primer mundo, podría hablar del crecimiento macroeconómico de América Latina, de la bonanza de sus instituciones culturales o de una industria cultural que ahora sí tiene plata para super producciones. Pero el mundo necesita justamente lo contrario.

América Latina, la esperanza del Planeta Insostenible, puede iluminar en las próximas décadas al mundo. Y precisamente en la dirección contraria al supuesto «progreso económico», al consumismo y a la mercantilización de bienes y personas. Llegó la hora de las entusiastas profecías de José de Vasconcelos, Oswald de Andrade, Joaquín Torres y tantos otros. El mundo tiene que escuchar con atención a América Latina. Por eso he preparado para mi intervención quince casos de cultura libre, participativa y en red de América Latina. Algunos casos llevan años funcionando. Pero quizá no sean demasiado desconocidos por el gran público.Reproduzco (enriqueciendo con algún vínculo o frase) el texto que va a aparecer en el decálogo del festival. El streaming comenzará a las 11.00 (hora Madrid). Mi intervención será a las 20.00 (hora Madrid).

1) El colectivo brasileño Fora do Eixo (Fuera del Eje) prueba que es posible construir una red libre entre músicos, productoras, salas de conciertos y festivales al margen del mercado, las discográficas y los institutos de recaudación de derechos autorales. Desde Cuiabá dinamitaron el eje São Paulo-Río de Janeiro. Tienen moneda propia. Y un proyecto de televisión en streaming y descentralizado, PosTv, que aspira a robarle el monopolio a los mass media.

2) El colectivo Antena Mutante (Colombia), alentando el salto de Internet a la calle, disemina una idea clave: hackear el espacio público es tan necesario como hacerlo en el ciberespacio. Creen en las ciudades de código abierto, en el  espacio público, en la participación, en las intervenciones artísticas.

3) El colectivo Transparência Hacker (Brasil) autor del clon del blog de Planalto (Gobierno brasileño), demuestra que la sociedad civil puede obligar a los representantes políticos a dialogar y a ser más transparentes. Luchan por los datos abiertos con irreverencia. Y lanzaron recientemente gracias al crowd funding un autobús hacker que recorre el país

4) La experiencia de Todos Somos dateros (Perú) revela una verdad como una rosa (iba a decir un puño): que los ciudadanos (y no la tecnología centralizada) deben ser los verdaderos protagonistas de las nuevas “ciudades inteligentes”.

5) La iniciativa Música pra baixar (Brasil) deja en evidencia el sistema de los derechos autorales rígidos. Incentivando la descarga de canciones gratuitamente, esta plataforma crea una activa comunidad musical y dinamiza las giras de grupos minoritarios.

6) La plataforma ciudadana Portoalegre.cc (Brasil) muestra el camino del activismo georreferenciado. Sus denuncias / peticiones ubicadas en un mapa abierto son una vuelta de tuerca a las peticiones de plataformas de ciberactivismo.

7) La Plataforma de Cultura Digital (Chile) ilumina un futurible factible: que es más importante crear incubadoras de plataformas que convertir proyectos en productos cerrados. ¿Y qué mejor que crear plataformas alrededor de la cultura del remix, de la cultura colaborativa?

8) La aventura de Cotidiano sensitivo (Brasil) de reapropiación crítica de datos de objetos conectados hace palpable una necesidad urgente: que la Internet of things tiene que ser más humana. Nada como el arte digital para traducir datos ambientales y/o ecológicos de apariencia fría.

9) Cultura Senda (Venezuela / Argentina) confirma que el futuro pasa por el trabajo colaborativo y por la incorporación de instituciones públicas y privadas a redes multidisciplinares y distribuidas. Se acabó el chollo de los supuestos genios creadores que reciben mega subvenciones públicas.

10) El colectivo Puraqué (Brasil), que está aplicando la filosofía del software libre en comunidades indígenas de la Amazonia brasileña, descubre un link fascinantes: el commons (procomún) tiene milenios en las culturas indígenas y afro que desconocían la propiedad privada. El maridaje de software libre e indígenas es perfecto. Un cóctel a punto de explotar.

11) El proyecto Contra Vigilancia (México) da una primera vuelta a la tortilla de la vigilancia del poder y enciende faroles de una alerta creciente: la necesidad de luchar contra el big brother de imágenes / datos ciudadanos obtenidos arbitrariamente desde arriba. Su mapa colectivo alerta de la presencia de cámaras de vigilancia en las ciudades.

12) Los laboratorios de enseñanza No2Somos+ (Colombia) apuestan por lo que podría hacer renacer al mundo sedentario de individuos propietarios: la estrategia nómada, la diseminación itinerante de conocimiento. Talleres emergentes conectando a ciudadanos.

13) El proyecto Transborder Inmigrant Tool (México), que ayuda a inmigrantes mexicanos que cruzan ilegalmente la frontera con tecnología móvil y cartografías colectivas, nos enseña que las fronteras son frágiles ( y totalmente arbitrarias) cuando compartimos conocimientos.

14) La Fundación Vía Libre (Argentina), luchando encendidamente por el procomún, anima a todos los que actúan contra la privatización de bienes intangibles (y algunos tangibles). La cultura, el aire, el agua, las calles, nos pertenecen a todos.

15) La Red Sudamericana de Danza (varios países), experimentando con encuentros semi-presenciales (virtuales+físicos) nos prueba que lo importante es crear redes.

Mi web: bernardogutierrez.es Dirijo la consultora futuramedia.net En Twitter soy @bernardosampa