La televisión ha creado un mundo esquizofrénico en el que entre el individuo y lo global no hay nada. Alain Touraine

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Clooney, un caballero (por ley)

Según una ley británica de 2005, la publicidad de bebidas alcohólicas no puede incluir “seducción, actividad sexual o éxito sexual”. Interesante. El gran chiste inglés, que define su concepción de la heterosexualidad, ya no es legal:

¿Cuál es la diferencia entre un hetero y un gay? 8 pintas de cerveza

Y por eso, George Clooney en la última campaña de Martini para Europa ha dejado de ser un seductor para comportarse como una especie de cruce entre Peter Sellers, Míster Bean y un cura borrachín.

Y todo por exigencias de la legalidad vigente.

[ANEXO: Algunos lectores me escriben para pedirme que hable del último episodio de Los Serrano en el que los guionistas apañaron un final feliz convirtiendo todo lo anterior en un sueño para cabreo de millones de fans. ¿Mi opinión? Francamente, querida, me importa un bledo. Vi Los Serrano una vez y me pareció una serie lamentable, garrula y ñoña. Es más, creo que los guionistas han hecho muy bien. Como sueño de borrachera con la panza llena de torreznos, esos personajes y situaciones sí tenían sentido. ¿Lo mejor? Haber descubierto que hay gente que incluye ‘product placement’ en sus sueños. Bendito capitalismo 3.0].

Por favor, que alguien me explique el éxito de Los Serrano

Anoche vi la serie por primera vez – un nuevo sacrificio de oficio [apúntate el ripio, Nacho Cano, que te da para una canción] – y no daba creditito.

Esto es lo que se ve los martes a millones en España‘ – le dije yo a mi novio, acurrucado contra él en el sofá – ‘No entiendo. Me da miedo‘.

Los Serrano es una serie muy española sobre una familia que desayuna muchísimo, bebe leche hasta hartarse – leche de marca, faltaría más – y parece querer demostrar que el género masculino es, por definición, cafre. Y el femenino, razonable y sensible.

Los Serrano es una serie de chalet urbano, taberna y colegio. De ‘gente normal’; adultos embrutecidos, adolescentes odiosos y niños aquejados de hiperestesia galopante. Y una abuela estupenda. [Y además, anoche Ramoncín. Sin palabras. O mejor, en palabras de mi admirado Pérez de Albéniz].

O al menos eso es lo que entendí yo anoche de la serie. Que me pareció aburridísima, que me sorprendió por su perfecto equilibrio entre lo tosco y lo ñoño. Los Serrano me parece un publirreportaje muy largo.

Claro que lo mío es sólo una opinión y el 25 por ciento de espectadores que ven los martes Los Serrano, es otra cosa.

Soy yo contra más de cuatro millones de espectadores semanales. Y, claramente, tengo las de perder.