
Yo sé que España ama a Ramón García.
Yo sé que España odia a Ramón García.
Una de las dos Españas que ha de helarte el corazón adora a este señor de Bilbao que se convirtió en género televisivo cuando encontró su lugar en la tele de todos gracias a su habilidad natural para presentar concursos descerebrados como quien organiza una chocolatada parroquial para jubiladas adictas al anís aguado.
Porque ese es el gran secreto de Ramón García; que es un tipo campechano. Uno de esos presentadores sin ínfulas, que lo mismo gestiona a un grupo de concursantes de una pedanía de Murcia y a una vaquilla, que se sube a lo más alto de la Puerta del Sol envuelto en una capa española de Seseña y da las campanadas en compañía de alguna maciza nacional.
Pero hay gente que es muy mala – entre la que me incluyo -, que no valora su bonhomía y no soporta a Ramón García. Porque, además de campechano – hay que ver lo que le gusta a Anne la campechanía – Ramontxu es un señor que lleva instalado en algún punto de su córtex cerebral una máquina de expender tópicos a lo bestia. De convertir la televisión en un vertedero de frases hechas que se van acumulando en la base de la pantalla.
Yo tengo dos teorías sobre Ramón García – ambas desde mi inquina personal, por supuesto – UNA, es que si no hubiera llegado a ser ese gran presentador para toda la familia que demuestra que para conducir un programa no hace falta más que simular mucho entusiasmo y tratar a la gente como si la conocieras de toda la vida, Ramón García habría sido el perfecto concursante de Gran Hermano. El típico elemento rústico que incorpora cada edición para demostrar a España que el nuestro sigue siendo un país rural con mucho bruto pelín analfabeto. Uno de esos concursantes que – lo mismo que García – despiertan la simpatía de esa gente que se autodefine ‘normal’ sólo para podernos llamar frikies al resto – [NOTA: ¡Qué harto estoy del fenómeno frikie!]
DOS, que en realidad Ramón García es la encarnación del mal. Que lleva años engañando a toda España. Que se ríe de todos. Que lo suyo es pura pose y su verdadera personalidad es la de un malvado en traje negro y capa de astracán que revisa los vídeos de sus apariciones televisivas una y otra vez desde una butaca de cuero mientras acaricia un gato negro que descansa en su regazo. Que contempla todo el mal que ha hecho y se relame al pensar que este año, de nuevo, volverá a sembrar el pánico desde las alturas en la Puerta del Sol. Y, de paso, a promocionar su programa de Punto Radio, como hizo el año pasado para gran cabreo de TVE, que no se podía creer que un muchacho tan bueno les hiciera algo así…
¿Tan bueno?
JA……………….JA……………….JA
[que se lean mi Teoría Número Dos]