Estas cosas pasan cuando lo más elegante que te has puesto en tu vida ha sido un chándal de mucho vestir. Era de esperar.
El representante armenio, obligado a acudir a Helsinki por su padre – adicto a los licores fuertes, al regaliz y a las lamparitas de diseño – tuvo que renunciar a su chándal bueno y aceptar lo primero que le ofrecieron.
Lo que él no sabía era que ese camarero semidesnudo no estaba dándole su vestuario, sino ofreciéndole su cuerpo.
Pobre armenio.
Pero, sobre todo, pobre camarero, que quedó tirado en el suelo en slips.
Qué triste es a veces Eurovisión.