La televisión ha creado un mundo esquizofrénico en el que entre el individuo y lo global no hay nada. Alain Touraine

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Tamara Hoover en tetas

Tamara era profesora de arte en una escuela pública de Texas. Una profesora estupenda, que – según el director del centro – promovía la creatividad entre sus alumnos y su interés por el conocimiento.

Pero un buen día, uno de sus alumnos le vio las tetas y la despidieron.

Bueno, no exactamente.

Un buen día, uno de sus alumnos visitó por casualidad la página web de la novia de su profesora – la fotógrafa Celesta Danger – y descubrió un retrato de Tamara en tetas. Entonces el muchacho se lo contó a otros, y varios se lo contaron a otro de los profesores de arte, y el profesor de arte se lo contó al director («contar» – en esta historia – termina en www.lastetasdelahoover.yeah/wow).

El director entonces le dijo que «las fotografias eran inapropiadas y violaban los altos estándares morales exigidos a los enseñantes de la escuela pública». Y la despidieron viva, tachándola de incompetente.

Ahora el consejo escolar trata de que a la Srta. Hoover se le arrebate su certificado de enseñanza para que no pueda volver a dar clases en el Estado de Texas nunca más.

Tamara Hoover se prepara para llevar el caso a los tribunales. Pero mientras tanto, su novia ha tenido que eliminar todas las fotografías eróticas de su portfolio online y Tamara, desde su página personal de MySpace, pide solidaridad, apoyo y – ¿por qué no? – donativos para ir sobreviviendo y pagar a sus abogados.

Por cierto, a ese colegio de altísimos estándares morales asistieron las hijas borrachas de Bush.

Mi apoyo a Tamara Hoover: ¡EL DESNUDO ES ARTE!

Horacio, amigo de Hamlet

Muere Hamlet envenenado por la espada de [Laertes muere víctima de la espada cuya punta envenenó [el Rey cae fulminado por ese mismo veneno en ese mismo metal, el mismo veneno que bebe la Reina de la copa que iba destinada a Hamlet, la misma copa de la que pretende beber para morir el fiel Horacio. Hamlet lo impide:

Como hombre que eres, dame esa copa. ¡Suéltala! ¡Por Dios, dámela!

¡Ah, buen Horacio! Si todo queda oculto, ¡qué nombre tan manchado dejaré! Si por mí sentiste algún cariño, abstente de la dicha por un tiempo y vive con dolor en el cruel mundo para contar mi historia.

Horacio vive, y se despide de su amigo:

Good night sweet prince

Adiós, adiós, amado Príncipe – Tradujo Moratín

Buenas noches, buen príncipe – Tradujo Valverde

Buenas noches, dulce príncipe – Tradujo Lluis Pasqual

Horacio, amigo de Hamlet – que según algunos críticos representa al público en la obra, el punto de vista de los espectadores puesto que es el único que conoce toda la verdad del príncipe que se va desvelando escena a escena – es uno de mis personajes preferidos de la literatura.

Por leal, por valiente, porque ha de sobrevivir a su amigo y príncipe para contar la verdad de lo ocurrido y honrar su nombre y su memoria. Y, porque gracias a Hamlet, supo que había más cosas en el cielo y la tierra de las que abarcaba su filosofía. Y porque esa frase suya, que me encanta, es taaaaaaaaaan marica:

Good night sweet prince

¿Qué habrá sido de Horacio? ¿Ocuparía un alto cargo en el reinado de Fortinbras? ¿La acabaría cagando Horacio, como todos los demás? Confío en que no, de verdad.

UNA RECOMENDACIÓN: «Hamlet ha muerto«, de Edgardo Scorza.

Y «Hamlet«, dirigido por Lluis Pasqual. Con Eduard Fernández. En Madrid hasta finales de junio, el mismo montaje que estuvo en el Festival de Teatro Iberoamericano de Bogotá.

Bohumil Hrabal


«Yo es que nací en una fábrica de cerveza y desde siempre he tenido una relación especial con lo que la gente puede decir después de haberse tomado unas cervezas.»

Entrevista en AJOBLANCO, nº 59 a Bohumil Hrabal. Enero de 1994.

Cuando Bohumil Hrabal pasó por Barcelona visitó el Parque Güell, donde le hicieron una fotografía que sirvió para ilustrar una entrevista que publicó la revista Ajoblanco en enero de 1994.

El fotógrafo le pidió que fuera él mismo quien decidiera en qué rincón del parque prefería posar para el retrato, y él, sonriendo feliz, se encaramó a a uno de los lagartos que son fuentes y, a horcajadas sobre él, gritó en español «¡aquí, aquí, aquí!» Pero no pudo ser ahí, porque el fotógrafo le tradujo al alemán los carteles que prohibían ter-mi-nan-te-men-te sentarse sobre las esculturas.

«¿Órdenes de Gaudí?», preguntó Hrabal en checo, entre carcajadas. El fotógrafo no lo entendió y siguió gritándole «¡no, no, no!», señalando hacia dos carteles; uno a su derecha y otro tras él.

«¡Aquí, aquí, aquí!»

Pero el fotógrafo ya había subido las escaleras y le señalaba un banco bajo un arco, donde la luz era perfecta. Hrabal se bajó del lagarto y fue hasta el banco, se sentó, cruzó las piernas y miró hacia su derecha, como si tratara de transmitir al fotógrafo su disconformidad con la elección, su enfado.

Fue sólo una fotografía, que apareció, muy pequeña, en la esquina superior derecha de una página par.

(Bohumil Hrabal murió tres años más tarde. Se cayó por la ventana de una habitación de hospital mientras intentaba rescatar una paloma. O se tiró.)

Hotel Existencia

Hay un momento en la última y hermosa novela de Paul Auster (The Brooklyn Follies) – nótese que he dicho hermosa, no buena, y que si hay algún lugar donde jamás deben confundirse belleza con bondad, ése es la literatura – en que Tom le dice a Harry:

¿Cuál es mi Hotel Existencia? No lo sé, pero quizás tiene algo que ver con vivir con otros, con salir de esta ratonera de ciudad y compartir una vida con gente a quien amo y respeto.

Hubo un momento en mi vida, hace ya más de 15 años (como de tantas otras cosas importantes), en que yo me alojé durante largas temporadas en ese hotel, que tenía entonces un nombre diferente; La Fragua, se llamaba. Un lugar donde viví con otros, lejos de la ciudad, con gente a quien amaba y respetaba.

La primera vez que llegué a La Fragua acababa de cumplir 19 años, y fui porque me había enamorado. De Paco, uno de los actores de la compañía teatral para la que entonces trabajaba como asesor literario. La Fragua era su casa, pero era también la de su amiga y socia, Luzdivina – que no me quiso nada al verme aparecer por ahí, porque ella sabía que yo era el mismo que escribía las voluminosas cartas que llegaban allí una vez por semana y que su socio/mi amor, Paco, abría con avidez y se retiraba a leer a solas. Cuando conocí a Luzdivina, ella tampoco me gustó nada a mí; porque ella vivía con Paco, y yo no.

Luzdivina estaba enamorada de Paco, yo estaba enamorado de Paco, pero Paco no estaba enamorado de ninguno de los dos. De eso nos enteramos meses más tarde, juntos en la cocina, fregando los platos de un almuerzo de treinta personas que acabábamos de dar, entre abrazos de llanto y abrazos de risa, y abrazos de llanto, porque ya daba igual a quien amase Paco, porque Paco se nos iba a morir a los dos…

¿Qué era La Fragua? La Fragua era un alojamiento de turismo rural que nació antes de que se pusiera de moda el turismo rural.

La Fragua era un refugio y un espacio terapeútico, por el que, durante un verano, llegamos a desfilar:

– un grupo de muchachos con síndrome de down, que fueron allí con sus monitores a pasar sus vacaciones (y a flipar entre gritos y sobresaltos ante los caballos y las vacas que pasaban frente a nuestro jardín, cada atardecer, de vuelta a su granja),

– un grupo de presos en tercer grado de la cárcel de Segovia, también de vacaciones – mezcladas con rehabilitación de sus politoxicomanías -,

– una periodista alcohólica que escribía un libro sobre la historia de los perfumes (con quien tuve el placer y el privilegio de co-escribir el capítulo dedicado al perfume y la literatura),

– un grupo de ancianas norteamericanas millonarias que habían ido a aprender español y a recitar a Lorca de corrido,

– un grupo de autoapoyo budista de seropositivos,

– el alcalde del pueblo (y su armario de dos cuerpos),

Luzdivina, Paco y yo (que no desfilamos: pasamos allí todo el verano).

Entonces, yo tenía 20 años, y siempre pensé que escribiría una novela de ese verano.

Que relataría la noche en que nos fuimos de verbena a un pueblo de al lado, con los presos y los muchachos con síndrome de down, y bailamos pasodobles en la plaza, abrazados, bajo la asustada mirada de los nativos segovianos, que veían cómo en su propia plaza, los hombres bailaban con hombres, los hombres tatuados bailaban con los hombres con síndrome de down. Las maricas manifiestas (Paco y yo) bailábamos pasodobles con los hombres tatuados y con los hombres con síndrome de down.

Nunca escribí esa novela.

Pasaron algunos años y se puso de moda el turismo rural, tan de moda que las administraciones empezaron a legislar sobre turismo rural, y Paco y Luzdivina descubrieron que tendrían que reconstruir toda La Fragua para que cumpliera con la normativa que entonces comenzaron a exigir; era imposible, el negocio no daba para tanto, y tuvieron que cerrarla. Y se acabó. El Hotel Existencia se cerró.

Diez años después de mi primera visita a La Fragua, Paco murió. De sida. Y Luzdivina y yo nos acordamos de esa tarde en la cocina en que lloramos, nos reímos, lloramos. Unos días después de su entierro, Luzdivina me llamó para preguntarme qué quería que hiciera con todas mis cartas, que Paco guardaba en un cajón. «Quémalas.»

¿Cuál es mi Hotel Existencia? No lo sé, pero quizás tiene algo que ver con vivir con otros, con salir de esta ratonera de ciudad y compartir una vida con gente a quien amo y respeto.

Nunca escribí esa novela, pero la escribió Michael Cunningham, de alguna manera, en A Home at the End of the World. Y Auster ha vuelto a escribirla – de otra – en The Brooklyn Follies.

¿Y yo, qué? Yo no he vuelto a ser un ser humano decente desde que dejé el Hotel Existencia. Ya lo habréis podido leer aquí…

Mercedes Milá versus William H. Hays

Hoy hace 76 años que se impuso en EEUU el Código Hays, ese mojigato código deontológico que rigió la moral de la industria cinematográfica norteamericana hasta el final de los 60 y cuyos principios guían la línea del «periodismo de investigación» de Mercedes Milá y su «Diario de…» Fijaos, lectores:

– La venganza, en tiempos modernos, no deberá justificarse

Diario de… mi vecino terrorista

– El tráfico de drogas ilegales no deberá mostrarse nunca

Diario de… tráfico de drogas

– Las perversiones sexuales o cualquier relación con ellas están prohibidas

Diario de… mafias de sexo

– Las ceremonias de cualquier religión deben ser mostradas de modo cuidadoso y respetuoso

Diario de… el negocio de la fe

– El uso de la bandera será siempre profundamente respetuoso

Diario de… una trama golpista

– Asuntos a evitar:

  • operaciones quirúrgicas

    Diario de… cirugía estética

  • brutalidad

    Diario de… la ultraderecha

    Dadme una palanca y moveré El Mundo.

    Dadme el Código Hays y movilizaré a Mercedes Milá.

    Dadme un Lexatín.

  • Heidi Fleiss, esa emprendedora

    En 1997, la famosísima «Madame de Hollywood«, fue sentenciada a 3 años de cárcel; cuatro años después de que su negocio de prostitución femenina de lujo quedara al descubierto y los tabloides se hubieran llenado de nombres de famosos, supuestos clientes de sus chicas (Charlie Sheen – que aseguró haberse gastado 53.000 dólares en sus servicios – Jack Nicholson, Billy Idol, Mick Jagger o hasta el mismísimo Arnold Schwarzenegger).

    Hace ya algunos años que la Fleiss cumplió su condena y no ha perdido el tiempo: publicó varios libros, vendió la historia de su vida a la Paramount para una película, editó un DVD titulado ‘Sex Tips‘ en colaboración con su amiga Victoria Sellers (hija de Peter Sellers), lanzó una línea de ropa y complementos…

    … y ahora prepara un nuevo proyecto: la Stud Farm (algo así como «La Granja de los Macizos«), un prostíbulo en Nevada exclusivamente para mujeres, donde trabajarán 20 muchachos a una tarifa de 250 dólares la hora y sobre cuya creación prepara un documental la HBO.

    Si alguno de vosotros, lectores, estáis interesados en formar parte del personal masculino de la Granja de Heidi (joder, cómo ha cambiado el cuento), podéis enviar vuestros datos online a través de su web.

    Eso sí – en agradecimiento por la información – si conseguís el trabajo, prometedme que seré el primero en enterarme de la identidad de vuestras clientas famosas.

    Gracias.

    Almodóvar y Hermoso

    Pedro Almodóvar, director de cine. A partir de ahora, Almodóvar.

    Borja Hermoso, crítico de cine de El Mundo y autor del blog James Blog. A partir de ahora, Hermoso.

    26 de Septiembre de 2005:

    Hermoso felicita el cumpleaños a Almodóvar a través de una carta abierta en su blog , en la que pude leer lindezas tales como estas:

  • «eres uno de los cineastas más sobrevalorados de la historia del cine.»
  • «Que me aspen si no estoy malditamente equivocado al confesar que algunas de tus películas y de tus personajes me acercan más a los hermanos Calatrava o a Zori y Santos que a Capra o Wilder

    01 de Marzo de 2006:

    Hermoso, tras ver «Volver«, la última película de Almodóvar que se estrena en España el próximo viernes 17 de marzo, vuelve a escribirle una carta en su blog:

  • «Hoy quiero hablarte del presente.Y el presente me enseña una película primorosa. Hoy no puedo escribirte que me pareces un cineasta sobrevalorado, y me siento feliz de no poder hacerlo, porque estoy aún bajo los efectos de tu regreso, de tu ‘Volver’. He visto y oído en dos horas tantas cosas relacionadas con el rescate de los sentimientos, con la superación de sus miedos, con la exhibición pudorosa del cariño y con la carne trémula de todo amor filial, que no acierto a aprehenderlo todo de golpe, me falta resuello: tendré que volver a ‘Volver’.»

    Y yo – disculpad que me entrometa en este apasionado duelo epistolar – me pregunto el porqué de esta segunda carta de Hermoso y – en mi enorme ingenuidad, que me salva a diario la vida – obtengo dos respuestas, quizás complementarias:

  • Hermoso ama realmente el cine. Lo ama y lo respeta. Y tras ver «Volver» en su pase de prensa, quedó tan impresionado que no tuvo más remedio que escribir su segunda misiva.
  • Hermoso ha creído contemplar en «Volver» extractos reales del alma de su director, de un alma que le ha conmovido tanto que no soporta pensar que su carta de septiembre sea lo último que se hayan dicho; necesita otras palabras.

    Sé que hay otras respuestas. Más acertadas, menos ingenuas. Pero a mí me confortan estas.

  • De Bastián Baltasar Bux a Harry Potter

    Hay un camino no tan largo, que va desde el rincón en que Bastián se esconde para escapar del maltrato de sus compañeros y lee su Historia Interminable, hasta el Colegio Hogwarts, donde Harry se refugia de sus horribles tíos y primo, y aprende a defenderse de las fuerzas oscuras.

    De Bastián a Harry hay un sendero de ladrillos amarillos que son libros y ayudaron a tantos niños a evadirse e imaginar un mundo diferente. A ir incluso más allá cuando crecimos:

    Para muchas personas, el proceso de socialización no funciona. Los valores que adquieren de las bienintencionadas autoridades no van con ellos. Y son esas personas las que muy a menudo se convierten en lectores obsesivos.

    No leen para informarse, ni leen por evasión. No, ellos leen para integrarse, pero no en su ciudad o su pueblo, sino en otro mundo con valores diferentes. Esas personas pretenden revisar, o incluso desplazar, la influencia que sus padres tuvieron en ellos. Quieren adoptar valores que perciben como superiores o, simplemente, más acordes con sus naturalezas.

    Why read?, de Mark Edmundson

    Bastian y Harry son dos niños que se salvan a través del descubrimiento de los libros, del conocimiento y la fantasía. Y que en su refugio están a punto de perecer, aunque finalmente logran salir victoriosos de sus pruebas.

    No sé si por suerte o por desgracia, no vimos crecer a Bastián. A Harry sí; mañana, se publica en España la sexta entrega de sus aventuras, la segunda que lo muestra adolescente, más airado, menos humilde, temerario.

    No será Gran Literatura, pero sí un placer leer a Harry Potter y pensar en jóvenes lectores que – frente a la devaluación del valor del conocimiento en estos tiempos que corren (algunos días por encima de mis maltrechos miembros) – se encuentran con un héroe que supera sus trabajos gracias a lo aprendido en los libros y en sus clases, que ayuda y se deja ayudar por los demás, que cree en el compañerismo y en la lealtad.

    Un gustazo pensar que algunos adultos recordarán a Bastián Baltasar Bux y pensarán en regalar «La Historia Interminable» a los entusiastas lectores de Potter.

    Y a partir de ahí, todos los demás.

    Hervé Guibert

    Cuando ya nadie se acuerda de Guibert, yo leo la última novela que escribió: «El protocolo compasivo«, que termina con este párrafo:

    Hoy, 13 de agosto de 1990, acabo mi libro. La cifra 13 trae suerte. Hay una clara mejoría en mis análisis, Claudette sonríe (¿estará mintiéndome?). He empezado a rodar una película. Mi primera película.

    Hervé Guibert murió en diciembre de 1991. La novela se publicó en España en marzo de 1992.

    En 1990 había publicado su obra más popular: «Al amigo que no me salvó la vida«, en la que, además de rebelarse con rabia contra el SIDA que acabaría con él, desvelaba los detalles de la agonía de su amante, el filósofo Michel Foucault.

    Yo vi la «película» de la que habla. En televisión. La «película» que rodó con una cámara de vídeo y en la que retrataba su convivencia cotidiana con la enfermedad. Pero no recuerdo nada.

    Guibert, en sus últimos años, conoció y visitó al pintor español Miguel Barceló en su estudio de París, y pensó en proponerle que le retratara desnudo, que titulara el cuadro «Desnudo enfermo con SIDA». No lo hizo.

    Tampoco se fotografió desnudo. Escribió:

    Llevo dos años sin dejarme fotografiar y nunca me he dejado sacar una foto desnudo, Gorka me lo propuso, (…), pero siempre me he negado.

    Diez años antes Gorka se había dejado fotografiar por él:

    Ya nadie se acuerda de Hervé Guibert, después de poco más de 15 años de su muerte. De lo valiente que fue al denunciar las aberrantes estrategias de los laboratorios farmaceúticos, los médicos y los gobiernos en su hipócrita lucha contra el SIDA. De cómo consiguió transmitir en sus dos últimas novelas – una rara literatura médica emocional – la angustia por la enfermedad, la muerte, el rechazo, la impotencia y el miedo.

    O tal vez sí se acuerden de él, pero no le perdonen su obra «bárbara y delicada», tal y como la describió. La escribió:

    Cuando veo el hermoso cuerpo desnudo, carnoso, de un albañil en una obra, no sólo me gustaría lamer, sino también morder, jalar, jamar, masticar, tragar. No descuartizaría, según la moda japonesa, a uno de esos obreros para apretujarlo en mi congelador: me gustaría comerme la carne cruda y vibrante, cálida, dulce e infecta.

    Odio

    Leo en un artículo de este mismo periódico que, según un reciente informe del COGAM, un tercio de los escolares no considera negativo el maltrato a los homosexuales. Y se me cae el alma a los pies.

    Leo los comentarios a propósito de ese artículo y el alma caída se me llena de huellas de pisotones, de mierdas de perro, de aguas fecales, de palomas muertas y quemaduras de asfalto.

    Y me pregunto qué coño hago yo aquí.

    Porque una de las peores consecuencias de sentir el odio ajeno abalanzarse sobre uno es la dificultad para la ironía; porque enfrentarme a ese desprecio, a ese «asco» (en sus propias palabras), me obliga a la pesada tarea de tomarme en serio, de no ceder ni un milímetro de mi espacio moral a su agresión. Me condena a un autocontrol inquisitorial, a cuidar mucho de cómo hago uso del término «marica», a disculparme con Esteban Cortázar por bromear acerca de su pluma adolescente (aunque dejara claro que es de un calibre muy similar a la que porto yo desde pequeño y que no me reportó, desde luego, demasiadas alegrías.)

    El odio de los demás me desplaza hacia un espacio mucho más pequeño del que me gustaría ocupar, me empuja a la corrección política por contraste a sus insultos gratuitos, me impide escribir lo que pensaba escribir hoy. Me entristece.

    El odio de los demás también es un personaje: un ser enorme, oscuro, amenazante, despiadado y tan pestilente que su presencia me obliga a levantar ambas manos del teclado del ordenador para taparme la boca y la nariz, y me impide escribir, hablar…