Mi novio y yo volvemos a casa en autobús desde la Plaza de Cataluña. Cargo a mi espalda la mochila, con mi ordenador portátil, un par de libros, la agenda donde apunto los movimientos del sospechoso a quien sigo la pista por Barcelona,… tantas cosas que prefiero no descargar en el suelo. Viajo de pie, junto a él, que se sienta frente a un obeso anciano con gruesas gafas a través de las que mira por la ventana donde apoya su muleta, mientras la mano de mi novio acaricia la mía, que me aferra a la barra vertical del autobús.
Cuando pasamos frente a la Fundación Caja Madrid, le digo a mi novio que acaba de empezar un ciclo de flamenco allí, que esta semana actuará Chano Lobato, el cantaor. Entonces, el anciano nos mira y nos dice que acaban de inaugurar un ciclo de flamenco ahí. Separo mi mano de la de mi novio, y le digo que sí, que esta semana actuará Chano Lobato, y le digo que el ciclo tiene una pinta estupenda…
– No, no… si a mí el flamenco no me gusta, no pienso ir a verlo; pero es que acaba de terminar un ciclo de jazz y después del ciclo de jazz sé que empezaba uno de flamenco…
– Ya…
– Es que me daban un homenaje, porque yo tuve una embolia, que me paralizó medio cuerpo; el saxofón ya no, pero el clarinete he podido volverlo a tocar. Y la gente aplaudía como loca y decía «mira el viejo,cómo les da caña a los jóvenes», porque yo me sentía muy fuerte y les di caña. Lo que pasa es que me empezó a doler la mano y les dije que me perdonaran, pero que había sufrido una embolia y me dolía la mano, y no podía tocar más. Y la gente aplaudía como loca.
– ¿Era usted músico de jazz?
– Me dio una embolia que me paralizó medio cuerpo, estuve dos meses en coma, con la boca paralizada aquí en un lado, comiendo con tubos, pero me recuperé, y pude volver a tocar el clarinete.
– Increíble,… ¿y cómo? ¿con rehabilitación?
– Y con mucha fuerza de voluntad, y claro, con rehabilitación. Y que tengo un organismo muy fuerte. Trece horas de operación. El cirujano me dijo que chavales con traumatismos craneoencefálicos, que se habían dado un golpe con el coche y se habían abierto la cabeza, a la hora de estarles operando les había tenido que tapar y ya, porque el corazón no había aguantado y yo, ya ve, trece horas de operación.
– Qué maravilla…
– Yo creo que la embolia me dio del disgusto. De perder a mi mujer y a mis hijos. Mi mujer y mis hijos se mataron en el coche, un viernes yendo a Salou, un camión se los llevó por delante, un trailer, giró la parte de atrás y los estampó. En el funeral me dio un infarto y al mes la embolia.
– Qué horror…
– Todavía siento el disgusto. Y he vuelto a andar, con esta muleta, y a tocar el clarinete, y me visto solo, me baño solo… siempre con mucho cuidado, pero ya ve, me puedo valer. Aunque me quedan secuelas de la embolia: la soledad y la tristeza me quedan. Vivo solo y ya ve. Las mujeres viudas y divorciadas se han pasado todas a la otra acera y no quieren saber nada de los hombres…
– Estarán escarmentadas.
– El otro día se lo dije a una, aquí, que casi me pega: «ustedes son inferiores a nosotros», y ella que no, que no. ¿Qué no? El marido que la explotaba, ¡QUE LA EXPLOTABA!, pero bien que anda ella viviendo de la pensión del muerto y gastándoselo todo con las amigas, que son todas unas alcahuetas…
– Jajajajaja…
– Escarmentadas, pero viviendo a costa del muerto… Yo tengo una señora que me cuida. Más bruta que un arao, que no le veo la cara… todo el día encerrada en su cuarto, pero el día que le tengo que pagar sí que me mira a la cara. ¿Ustedes están casados?
Y en ese momento, mi novio, en un arranque de fantasía ecuménica, interviene con expresión tierna, mira al anciano, me mira y espeta: «Todavía no.» Momento que yo aprovecho para dejar bien claro que NO, que esto no es una entrañable escena de telefilme. «No, no estamos casados.»
– Pues háganme caso, y picoteen con unas y con otras, eso es lo mejor, Hoy en día, los negocios de relax son los mejores negocios y las señoras que trabajan allí ganan una millonada. Y los hombres, que tienen mujeres tan ocupadas que no hacen el amor con ellos, van allí.
– Claro, es como llamar al fontanero: el buen trabajo lo hace un buen profesional.
– Sí, sí… como el fontanero… y la gente mayor que puede, también va.
– Claro, por qué no… ¿es nuestra parada ya? Que le vaya muy bien, señor.
– Que tengan buena noche.
– Igualmente.
«Yo creo que la música ayuda a saber. No a entender, porque en realidad no entiendo nada.» EL PERSEGUIDOR, Julio Cortázar