Anoche me perdí el preestreno del nuevo programa de Nuria Roca en CUATRO. Y es que yo soy más de estrenos oficiales a su hora diaria, de ortodoxias y hábitos cotidianos. De ahí, que la emisión de hoy por la tarde no me la haya querido perder, incluso a riesgo de tragarme la mitad del primer episodio de una nueva serie de la cadena que intentaré volver a ver mañana para cerciorarme de si son ellos o soy yo, y que han estrenado justo antes del semiestreno del programa de decoración emocional donde la Roca echa el rato.
REFORMA SORPRESA es una especie de ‘Queer eye for the straight guy’ -lo que en España fracasó bajo el nombre de EL EQUIPO G- pero con menos pluma, más brillos y rollo emocional. Por lo menos, el que he visto yo hoy, donde a un muchacho abatido tras la reciente muerte de los padres deciden sacarle de su tristeza con una redecoración de la casa paterna donde él aun vive, quitarle sus recuerdos de enmedio para reubicar su nueva etapa en un decorado más propio de una serie española de medio pelo con pretensiones que de una persona con un mínimo de sentido común. Y todo con buenísima intención y malos materiales.
Sin embargo, no es esto lo más interesante del programa. Ni siquiera Nuria Roca ha sido lo más destacable. No. Lo mejor del estreno de hoy ha sido vivir en primer plano la lucha de clases -en todos los sentidos- entre una decoradora vestida de Custo, un jefe de obras macizo y una cuadrilla que, gracias a la magia de las cámaras, se ha contenido para no taladrar a esta señora con una broca de la Black&Decker. El mal rollo entre los trabajadores y la ideóloga del engendro decorativo, la muestra definitiva de cuánta tontería se esconde bajo la apariencia de una interiorista y la certeza de que NUNCA, NUNCA, NUNCA haremos la revolución, ni sirve de nada gritar ¡ARMAS P’AL PUEBLO!
De verdad os lo digo: si este grupo de operarios que he visto hoy en la tele, bien provistos de objetos contundentes y punzantes, no ha sido capaz de cargarse a la decoradora tirana, eso significa que estamos todos domesticados. Que pueden hacer de nosotros lo que quieran. Hemos perdido la batalla. Somos esclavos. Qué desolación (¡No, Nuria Roca, no hace falta que vengas a redecorarme mi pisito de 50m2 para que se me pase la depresión, gracias cielo corazón cariño!)