Archivo de agosto, 2013

‘Novios de daguerrotipo’, retratos antiguos de hombres atractivos

Lewis Thornton Powell, ahorcado tras ser acusado de conspiración en el asesinato de Lincoln, en un retrato de 1865

Lewis Thornton Powell, ahorcado tras ser acusado de conspiración en el asesinato de Lincoln, en un retrato de 1865

La imagen queda revelada sobre una placa (frecuentemente de cobre) con uno de sus lados cubiertos por una placa de plata destinada a reproducir la foto. La copia es única y frágil y está destinada a permanecer en un estuche o caja protectora: el solo contacto con las huellas digitales la deterioraría sin remedio.

Inventado en 1839 por el francés Louis Daguerre (1787-1851), el daguerrotipo fue el primer procedimiento fotográfico que existió. Aunque Daguerre fue el creador de una técnica que capturaba la imagen de manera eficiente y metódica, el invento venía precedido por intentos previos. La primera fotografía de la historia (Vista desde la ventana en Le Gras, tomada en 1824 por Nicéphore Niepce) no fue un daguerrotipo: Niepce combinó la técnica de la cámara oscura con un soporte que el científico sensibilizó con sales de plata.

El sistema de Daguerre fijaba la imagen en una superficie, al principio con tiempos de exposición muy largos —de 10 minutos—, lo que impedía que saliera nada en movimiento y que predominaran los paisajes y las naturalezas muertas por encima de los retratos. En torno a 1841 el tiempo se redujo a menos de un minuto y los posados se multiplicaron. Fue el procedimiento estrella hasta mediados del siglo XIX, cuando el colodión húmedo de Gustave Le Gray permitió realizar instantáneas en sólo unos segundos y además hacer copias a partir de negativos.

My Daguerreotype Boyfriend (Mi novio de daguerrotipo) es una recopilación de fotos del siglo XIX y de principios del XX que demuestra que la tarea documental no está reñida con la banalidad. El autor o autores del microblog anónimo de Tumblr reúnen algunos ejemplos curiosos de las primeras décadas de la fotografía (y otros que escapan de esas fechas pero resultan igualmente interesantes) aplicando un método de selección muy particular: escogen a los retratados exclusivamente por su belleza o atractivo, sin importar si el modelo es un alto mando militar, un universitario recién licenciado, un ladrón, un héroe de guerra, un científico o un intelectual.

Fred, admirador de la abuela Velma

Fred, admirador de la abuela Velma

Entre los notables hay sorprendentes retratos de juventud de Theodore Roosevelt —presidente de los EE UU de 1901 a 1909—, del escultor francés Auguste Rodin e incluso el premio Nobel de medicina Santiago Ramón y Cajal sin camiseta. También figura en la galería el compositor y pianista alemán Johannes Brahms cuando tenía en torno a 20 años y cautivó con su talento al también compositor Robert Schumann y con su físico a la mujer de Schumann, Clara, afamada compositora y pianista, con la que tuvo una apasionado romance que duró toda la vida y del que aún quedan muchas incógnitas.

La página además es un receptáculo para fotos de las que se desconoce tanto al autor como al retratado y cuenta con varias instantáneas que los internautas han mandado de sus álbumes familiares. El tataranieto de Alva Wilder (1842-1918) manda un posado de su antepasado de ojos claros y cuenta que luchó en el bando del norte en la Guerra Civil estadounidense. Una mujer se pregunta quién es el apuesto hombre de la foto que atesoraba su abuela Velma, un retrato en el que un tal Fred escribió detrás que la quería.

Los ladrones y criminales tienen un espacio en la colección, con imágenes tan famosas como la del atractivo Lewis Thornton Powell, uno de los cuatro hombres que fueron ahorcados por conspirar en el asesinato de Abraham Lincoln. En una escala más modesta, dos fotografías policiales de 1908 descubren a Daniel Tohill, un ladrón neozelandés de poca monta que mira a la cámara como si se tratara de un actor de cine.

Helena Celdrán

El poeta romántico rumano Mihai Eminescu en 1860, a los 19 años

El poeta romántico rumano Mihai Eminescu en 1860, a los 19 años

Sir Sandford Fleming, explorador e ingeniero escocés-canadiense (1827-1915)

Sir Sandford Fleming, explorador e ingeniero escocés-canadiense (1827-1915)

Theodore Roosevelt a los 21 años

Theodore Roosevelt a los 21 años

Santiago Ramón y Cajal en 1876

Santiago Ramón y Cajal en 1876

Everett Shinn, pintor realista estadounidense, en 1901

Everett Shinn, pintor realista estadounidense, en 1901

Alva Wilder (1842-1918), soldado en la Guerra Civil estadounidense

Alva Wilder (1842-1918), soldado en la Guerra Civil estadounidense

El ladrón neozelandés Daniel Tohill en 1908 a los 27 años

El ladrón neozelandés Daniel Tohill en 1908 a los 27 años

 

El hombre que tomó esta foto convalecía de dolorosas heridas de guerras

"A Walk to the Paradise Garden" - W. Eugene Smith, 1946

«A Walk to the Paradise Garden» – W. Eugene Smith, 1946

El hombre que hizo la foto —quizá una de las imágenes que mejor abrevian la esperanza, el descubrimiento y el optimismo— sufría terribles dolores en cada articulación del cuerpo. Cargar con la cámara era un esfuerzo titánico y la simple acción de apretar el disparador no resultaba concebible sin sentir en las manos un padecimiento extremo. Era de tal magnitud el enfrentamiento con el dolor que W. Eugene Smith se refiere a la foto, pese la placidez del tema, como un «esfuerzo fotográfico».

La primavera de 1946 no había llegado con paz para el padre del fotoensayo. Durante los últimos dos años intentaba superar las secuelas de las heridas causadas por un mortero japonés en Okinawa, donde retrataba el frente del Pacífico de la II Guerra Mundial. Había estado a punto de morir pero sólo recordaba el momento como un impacto radical al que siguió la pérdida de toda consciencia. El vía crucis llegó luego con las operaciones repetidas y la rehabilitación que parecía no avanzar. Los calmantes no lograban paliar el tormento de un cuerpo descoyuntado. «Fueron dos años de dolor y desconsuelo, los peores de mi vida, una crisis física y personal de dimensión aterradora», recordaría el fotógrafo con el tiempo.

Para medir el alcance de la tortura cotidiana que padecía Smith debemos considerar de quién estamos hablando. Todo lo contrario a un quejica —hijo de padre suicida tras la quiebra económica de 1929, freelancer sin estudios capaz de lanzarse a la selva de Nueva York y encontrar hueco laboral, reportero antisfacista que en un momento de «revelación» decidió dejar de seguir a los soldados y limitarse a la aflicción de los civiles inocentes atacados por la maquinaria bélica…—, el fotógrafo estadounidense no era amigo del lamento y sabía bien, a los 28 años, que los caminos están sembrados de espinas. «Nunca hice una foto, buena o mala, sin pagar el precio de un gran tormento emocional», había declarado.

Sin embargo, aquella mañana de la primavera de 1946, Smith se sentía a punto de abdicar. «No estaba seguro de si sería capaz de volver a fotografiar de nuevo», escribió más tarde sobre el día en que tomó la imagen de los niños, sus hijos, Pat y Juanita. Para nuestra felicidad y la del arte fotográfico decidió que valía la pena probar y saber si era capaz, pese al pánico y las secuelas físicas, de recitar de nuevo «un soneto a la vida y al valor para seguir viviendo».

Trastabillando, luchando contra las «iniquidades técnicas de la cámara», intentando que el dolor se quedase dentro o, mejor, se licuase con la luz, siguió a los críos en una improvisada y pequeña excursión por el jardín que servía de pórtico a una zona boscosa. El relato tiene la cadencia de una epopeya: «Compuse el ajuste, intenté hacerlo, pero una oleda repentina de dolor en el brazo y la espalda me paralizó. Disparé una vez tras un verdadero esfuerzo y el dolor regresó aún más violentamente. Tuve una arcada, un sabor espantoso me subió por la garganta y llegó a la boca… Intenté disparar de nuevo, luchando contra mí mismo. Cada vez que apretaba el disparador el dolor regresaba acrecentado».

Finalmente, Pat y Juanita superaron el círculo de vegetación para entrar de la mano y sin miedo en una zona de luz y sorpresa. Smith hizo la foto definitiva. Lo supo desde el instante en que accionó el mecanismo de la cámara. «Sabía que esa la foto. No era perfecta y quizá no fuese importante para el resto del mundo, pero flotaba en la eternidad. Las ondas de choque que acosaban mi cuerpo y mi mente seguían buscándome, lacerando mi carne, pero fui consciente de que espiritual y físicamente había dado un primer paso para alejarme de mis dos años perdidos en el dolor».

A Walk to the Paradise Garden (Un paseo por el jardín del Paraíso), el título de la imagen, juega con el ideal de aventura que reside en la congelada fracción de segundo de la imagen. Para Smith el afán de descubrimiento fue textual: en 1948 firmó The Country Doctor, donde acompañó a un jóven médico rural en el área de Dénver; tres años después publicó Nurse Midwife, en el que siguió a la comadrona negra que ayudaba a nacer a niños blancos en un área con fuerte presencia del Klu Klux Klan, y también en 1951 entró en la España doliente del franquismo engañando al Gobierno de la dictadura y preparó para Life el reportaje Spanish Village, el primero que exploró la tristeza profunda de un pueblo rural tras la Guerra Civil.

Los problemas no se solucionaron milagrosamente con la foto de Pat y Juanita. Smith empezó a consumir anfetaminas y beber mucho alcohol. Trabajaba con la intensidad de cuatro hombres, como buscando respuestas finales en cada foto.

Cuando el reportero murió de un ataque fulminante al corazón en 1978, a los 59 años, en la cuenta corriente tenía 18 dólares. Algunos idiotas le acusaron de haber sacrificado su vida en busca de un ideal sin saber que lo había encontrado años antes en un jardín de la mano de la curiosidad de dos críos valientes.

Ánxel Grove

Rostros humanos engullidos por la pintura

Una de las fotos de 'Skin', de Rosanna Jones

‘Skin’ – Rosanna Jones

Los tonos pastel atrapan a la figura humana, la disuelven en una nebulosa de manchas. El rostro lucha por salir y las manos sólo empeoran la situación hundiendo el rostro en pintura. A veces la boca es la única superviviente de la cara original,  engullida por manchas de color carne.

La inglesa Rosanna Jones, de 18 años, hace un sencillo pero efectivo experimento en Skin (Piel), un proyecto pensado para una exposición de fin de curso en el que une la fotografía y la pintura.

El resultado parece más la intervención sobre un cuerpo que sobre una superficie plana y recuerda a ideas como la de Alexa Meade y Sheila Vand, que juegan en sus instantáneas a «comprimir espacios en 3D en plano en 2D» llenando una bañera de leche y pintura y utilizándola como fondo para hacer fotos en cenital de Vand con el cuerpo pintado.

Para su temprana colección de imágenes, Jones menciona haberse inspirado en una frase del escritor y noble francés François de La Rochefoucauld (1613-1680) extraida de una de sus obras más conocidas: Maximes (Máximas), un volumen de cientos de frases para la reflexión. «Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos para los demás, que al final nos disfrazamos para nosotros mismos». Como complemento a la cita, Rosanna también se apoya en el trabajo del fotógrafo estadounidense Rik Garrett y a la serie Symbiosis (Simbiosis), una colección de imágenes de cuerpos desnudos que el autor ‘funde’ con pintura creando una masa.

Helena Celdrán

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¿Y si Jim Morrison se hubiese quedado en España?

La última vez que entró en un estudio de grabación, Jim Morrison estaba absolutamente borracho. No era extraño: llevaba varios años bebiendo de manera constante, casi científica, y consideraba al alcohol una forma de «capitulación lenta» contraria a la determinación instantánea del suicidio, porque cuando bebes, decía, «es tu elección cada vez que tomas un sorbito». La canción de arriba, si es que merece esa consideración dada la pobreza de la pieza, se titula Orange County Suite, fue grabada en París en 1971 con un grupo de músicos callejeros y está dedicada a la novia del cantante, la procaz y peligrosa Pamela Courson, que acompañaba a Morrison en la capital francesa, lugar que eligieron muy literariamente para escapar del pasado y acaso intentar eludir el futuro inevitable.

Jim Morrison en París, 1971 - Foto © Hervé Muller

Jim Morrison en París, 1971 – Foto © Hervé Muller

Unos meses antes de grabar el disparate —incluido en el disco no oficial The Lost Paris Tapes: The Private Tapes Of James Douglas Morrison, editado en 1994 y muy querido por los muchos fanáticos de Morrison, tropa empecinada en considerar al cantante y poeta como una de las potenciales reencarnaciones de Jesucristo—, Morrison había tosido sangre. El médico le advirtó del precario estado de salud que arrastraba y le aconsejó dejar por un tiempo el clima húmedo de París y optar por una estancia redentora en lugares secos. También le propuso que redujera el consumo de whisky y cigarrillos —encendía un Marlboro con la colilla del anterior y se ventilaba cuatro cajetillas al día, inhalando cada vez con un hambre de niño inclusero—.

Quizá la elección de España como balneario para una cura temporal estuvo condicionada por la evocación de Spanish Caravan (Caravana española), editada en 1968 en Waiting for the Sun, el tercer álbum de The Doors, el grupo en el que Morrison jugaba el papel de muñeco sexual atacante y letrista belicoso con aspiraciones poéticas. La letra del tema, sobre un arreglo basado en la cita musical de Asturias (Leyenda), uno de los opus de Albéniz que toda academia de guitarra incluye en su temario, es tan pintoresca como un folleto de tour para jubilados sajones: Llévame, caravana, llévame lejos / Llévame a Portugal, llévame a España / Andalucía con campos llenos de trigo (…) / Los vientos alisios encontrarán galeones perdidos en el mar / Sé que hay un tesoro aguardándome / Plata y oro en las montañas de España.

Jim Morrison en París, 1971 - Foto © Hervé Muller

Jim Morrison en París, 1971 – Foto © Hervé Muller

Tal vez esperando confirmar que en España había caravanas y vientros vientos ecuatoriales y en Andalucía trigales —disparates que debemos achacar al romanticismo a la Byron que Morrison cultivaba o a los proverbiales y pésimos programas educativos de geografía humana que se imparten en los EE UU—, Morrison y Courson alquilaron un Peugeot el nueve de abril de 1971 y pusieron rumbo hacia el sur.

De las tres semanas siguientes hay referencias, aunque bastante parcas, en muchas de las biografías dedicadas al ídolo [en Internet puede consultarse el ensayo Jim Morrison’s Quiet Days in Paris, de Rainer Moddemann]: paso por Limoges y Touluse, desvío hacia Andorra con la posible intención de merodear por los Pirineos, estancia de unos días en Madrid y llegada a Granada.

Sabemos que en el Museo del Prado Morrison pasó unas cuantas horas ante El Jardín de las Delicias, el enigmático y moralizante tríptico pintado por El Bosco para desarrollar plásticamente un refrán flamenco que el desmejorado cantante podía asumir e interiorizar como reflexión propia: “La felicidad es como el vidrio, se rompe pronto”. También es conocido el paso por Granada, la melancólica noche de whisky en la taberna-cueva Zíngara, en el Sacromonte, donde pidió a los dueños que pusieran canciones de Janis Joplin, otra descarriada que había muerto, seis meses antes, en soledad, y el amanecer casi místico en la Alhambra.

Jim Morrison y Pamela Courson. Junio, 1971 - Foto: © Alain Ronay

Jim Morrison y Pamela Courson. Junio, 1971 – Foto: © Alain Ronay

El viaje concluyó al otro lado del Estrecho. Cruzaron a Tánger en ferry vía Algeciras y luego condujeron hacia Casablanca, Marrakech y Fez. Devolvieron el coche y el 3 de mayo tomaron un avión de regreso a Paris.

Dos meses exactos después Morrison murió a los 27 años —»estáis bebiendo con el número tres», había anunciado a sus compañeros de parranda tras los fallecimientos de Jimi Hendrix y Joplin, del club de los 27—. Todavía oscilan las teorías sobre las circunstancias del deceso: ataque al corazón en la bañera tras una noche de alcohol esta vez culminada con heroína, droga que llevaba meses sin usar; sobredosis accidental, e incluso muerte en otro lugar, un garito al que había ido a comprar caballo para la novia, voraz consumidora, y traslado subrepticio del cadáver al apartamento para evitar incómodas preguntas policiales.

El viaje por España del adorado cantante de los Doors me interesa por los amplios espacios que deja abiertos y que están pidiendo a gritos una narración de no ficción. Quiero imaginar al par de millonarios —los Doors era una caja registradora muy saludable— vagando por la aridez castellana, deteniéndose en las villas de adobe centenario y mutismo palpitante que duele en los oídos, enfrentándose al sombrío encuentro con una pareja de la Guardia Civil con capotes, paladeando vino más recio que el whisky amanerado, fumando hachís liado con Bisonte rubio, admitiendo que Albéniz era bastante vulgar, comprobando que Goya estaba más alucinado que El Bosco y que El Greco le ganaba a ambos, entrando en una iglesia donde unas señoras con piel de cera rezan el rosario con la misma cadencia con la que cantan gospel en Alabama otras señoras con piel de carbón, comprando en un bar de camioneros una cinta de Camarón para convertirla en banda sonora en loop del viaje entero, buscándose la vida para encontrar heroína para Pamela en la España aún franquista de 1971…

Me gusta preguntarme, aún sabiendo que no hay respuesta, que nueva historia se abriría si en determinado momento Jim y Pan hubieran dedidido, como dicta la lógica, que París es un despojo para tarjetas postales y mejor nos quedamos aquí…

El 25 de abril de 1974, en un epílogo presentido, Pamela Courson murió tras inyectarse heroína en un apartamento de Los Ángeles, la «ciudad de la noche» de la que había escapado con Morrison. También tenía 27 años y su cadáver no fue enterrado, como ella deseaba, en el cementerio parisino de Père Lachaise donde había sido sepultado su novio. Aunque la pereja no estaba legalmente casada, los padres de Courson —que le habían retirado la palabra a la hija años antes por merodear con un «degenerado» como Morrison— se afilaron los dientes, lograron que los tribunales reconocieran la unión como un matrimonio de hecho y, por tanto, legalizaron su papel como herederos de la mitad del legado millonario de Morrison. Ambas familias, los Morrison y los Courson, litigaron con saña durante décadas.

Ánxel Grove

Esculturas clásicas para lavarse las manos

Tres esculturas de Meekyoung Shin

La estatuilla del muchacho cretense, la afrodita romana sin brazos, el buda deteriorado y sonriente; los jarrones chinos de complejos motivos florales… Las obras de la coreana Meekyoung Shin (1967) son guiños cercanos a la reproducción fiel, referencias a momentos pasados de esplendor del arte occidental y oriental. La artista, que estudió en Seúl y en Londres, siempre ha querido combinar las dos culturas, nutrirse de lo mejor de cada una y jugar a combinarlas de un modo poco convencional.

Hay una gran particularidad en la obra de Shin: están hechas de jabón. Esculpe el material dándole acabados muy diferentes que simulan la piedra, el mármol, la porcelana, el bronce, el cristal… «Siempre es interesante ver cómo la gente reacciona a mis trabajos. Suelen sorprenderse de que de un material tan inesperado salga algo tan meticuloso, pero para mí es más importante que entiendan el significado que hay detrás», declara en una entrevista. La escultora considera que en su obra colisionan oriente y occidente, que se unen el pasado y el presente, «lo opulento y lo simple».

Toilet Project, 2013 (YSP women's) - Meekyoung Shin - Courtesy of YSP - Photo: Jim Varney

Toilet Project, 2013 (YSP women’s) – Meekyoung Shin – Courtesy of YSP – Photo: Jim Varney

El Yorkshire Sculpture Park (Parque de esculturas de Yorkshire) de Wakefield, la ciudad más poblada del oeste de Yorkshire (Inglaterra), es un espacio al aire libre en el que las obras conviven con las praderas y los árboles sin mayor pretensión que ser descubiertas por el camino. El centro es uno de los 15 museos y galerías británicos que participan en Toilet Project (Proyecto cuarto de baño) la última iniciativa de Shin.

La idea consiste en colocar en cada lavabo una de las estatuas de inspiración clásica y que los visitantes se laven las manos enjabonándose previamente con ellas, palpando y disfrutando de los volúmenes de la pieza.

Hechas con jabón vegetal y sin aceite de palma, las esculturas permanecerán hasta octubre en los baños. Shin preve que con su uso continuado se erosionarán y perderán detalles, la circunstancia las convertirá entonces en «objetos con una historia única». El conjunto de obras se expodrá en noviembre en el Centro Cultural Coreano de Londres, donde se mostrará el antes y el después de cada pieza tras haber sido desgastada por las manos de los asistentes durante tres meses.

Helena Celdrán

Toilet Project, 2013 (YSP men's). Meekyoung Shin - Courtesy of YSP - Photo: Jim Varney

Toilet Project, 2013 (YSP men’s). Meekyoung Shin – Courtesy of YSP – Photo: Jim Varney

15 italianos y una chica sola: ¿una foto simbólica del acoso callejero?

"American Girl in Italy", 1951 © Ruth Orkin

«American Girl in Italy», 1951 © Ruth Orkin

Quince hombres y una chica. Es conveniente apuntar, aunque acaso quede claro por el porte presumido y cargado de requiebros, que ellos son italianos. Algunos gesticulan a la muchacha, otros parecen decirle algo, todos la miran con ánimo de aduaneros…

Los ojos de ella están congelados en un parpadeo, pero mantiene el paso. Las sandalias, los pies desnudos y el vuelo del vestido oscuro son casi solemnes. Hay cierto fastidio en el gesto y un ánimo de buscar seguridad en las manos, ambas cerradas:  la izquierda, sosteniendo el bolso y un cartapacio; la derecha, apretada en el pañuelo, parece proteger el pecho.

Quince machitos y una mujer en una esquina de Florencia en el tiempo lejano de 1951. La foto, American Girl in Italy (Una chica estadounidense en Italia), ha circulado mucho desde entonces como corresponde a una imagen poderosa. Frecuentemente se presentó como ejemplo del hostigamiento que sufren las mujeres cuando caminan solas por las calles de algunos países, entre ellos, en los primeros lugares del galanteo no solicitado, Italia.

Demos la palabra a la muchacha entre quince italianos: «Algunos han querido ver en la foto un símbolo del acoso a las mujeres. He peleado todos estos años contra esa idea. ¡No es un símbol de acoso, es un símbolo de una chica pasándolo estupendamente bien!«.

Ninalee Craig (Foto: Keith Beaty  /  Toronto Star)

Ninalee Craig (Foto: Keith Beaty / Toronto Star)

Ninalee Craig, que ahora tiene 85 años, diez nietos y siete bisnietos, fue la protagonista de la icónica imagen y de la serie a la que pertenece, Don’t be Afraid to Travel Alone (No tengas miedo de viajar sola), realizada por Ruth Orkin (1921-1985), una fotógrafa de mirada sencilla pero avispada.

Las dos mujeres —Orkin tenía 29 años y Craig, 23— se habían conocido al coincidir por casualidad en la misma pensión de Florencia. La fotógrafa, que regresaba de trabajar en Israel, había decidido tomarse unos días de descanso, y Craig estaba en medio de la gran aventura de su juventud: un viaje de seis meses por Francia, España y Italia con presupuesto limitadísimo y en la compañía exclusiva de sí misma. A Orkin, fascinada por la elegante desenvoltura y el garbo de Craig, se le iluminaron los ojos. «Venga, salgamos a hacer fotos en la calle y echarnos unas risas», propuso.

El resultado es una colección en la que conviven la ingenuidad y una levísima picardía. Fueron tomadas en solamente dos horas y muestran a Craig flirteando en una cafetería, preguntando una dirección a un carabinieri, asombrada ante una escultura de Miguel Ángel, aburrida en una plaza, descansando en el dintel de un portal… Son fotos sin trastorno, dulces, de una candidez simple y una belleza sin sombras.

La más famosa de la serie, la de los 15 hombres acometiendo a la elegante muchacha sola, fue la única que realmente trascendió. Llegó a proponerse como prototipo moralizante de la mala educación masculina y sufrió amputaciones ideológicas de animo corrector: al hombre del paraguas que silba a la izquierda de la modelo le borraban la incoveniente mano que parece llevarse a la entrepierna.

Hoja de contactos de Ruth Orkin

Hoja de contactos de Ruth Orkin

La hoja de contactos de Orkin demuestra que la fotógrafa no desperdiciaba demasiada película y que la serie tuvo la gracia de la naturalidad. También descarta la tesis, sostenida durante años, de que la polémica imagen del acoso callejero fuese preparada, un posado.

Craig ha atestiguado que apenas hicieron dos tomas, que la tropa de desocupados estaba ahí y que la fotógrafa sólo pidió a un par de ellos que por favor no mirasen a la cámara durante el segundo disparo.

«Muy pocos de aquellos hombres tenían empleo. Italia todavía se estaba recuperando de las consecuencias de la guerra que había devastado al país», recuerda la modelo. «Puedo asegurar que ninguno de ellos intentó acosarme, ninguno cruzó la línea».

Ánxel Grove

El ‘Bestiario Moderno’ del pintor al que todos olvidaron

Pinturas de Domenico Gnoli

Pinturas de Domenico Gnoli

El estilo pictórico de Domenico Gnoli (1933-1970) es inusual y atractivo, plano y brillante, una combinación de surrealismo contenido y candidez. Cerradísimos planos de una trenza, el nudo de una corbata, el cuello de una camisa femenina, el plano cenital de una cama de matrimonio en la que se adivina la silueta de dos cuerpos en reposo… Todo tiene un ánimo lúdico y a la vez ceremonioso.

Tras acudir tres días a la Academia de Bellas Artes de Roma, como si supiera que no iba a vivir lo suficiente como para hacer todo lo que tenía en mente, decidió no perder más tiempo y ponerse a diseñar escenarios y trajes para teatro. En su corta carrera, el artista triunfó como escenógrafo y trabajó en teatros de varias ciudades italianas, Londres y París. Además, era ilustrador y pintor. Gnoli —al que ya trajimos a este blog para hablar de sus inusuales cuadros— era atractivo, tenía talento y no sufría traspies. Como si se tratara de una broma de mal gusto, unas semanas antes de cumplir los 37 años y en un momento de creciente éxito profesional, murió de un cáncer fulminante.

Domenico Gnoli en Mallorca en 1969

Domenico Gnoli en Mallorca en 1969

Olvidado de manera inexplicable, a diferencia de otros autores santificados por su temprana muerte, no es una figura conocida ni celebrada, en Internet apenas se encuentran un puñado de referencias a su paso por el mundo. En 2001 se organizó una retrospectiva en una galería de Módena y en 2012 una exposición monográfica en una galería de Nueva York, los libros con obra del artista son escasos y en su mayoría están descatalogados; no hay biografías sobre él.

De entre la producción ampliamente desconocida del autor italiano hay una colección de ilustraciones en tinta que creó en 1968 —dos años antes de morir— y tituló Bestiario Moderno. La serie, también llamada Cos’è un mostro (¿Qué es un monstruo?) es un enigmático compendio de dibujo en blanco y negro de animales inventados, híbridos de aves, mamíferos y peces. Los escenarios aumentan el aura surrealista de los trabajos: las criaturas ni siquiera posan en un hábitat natural, se encuentran perdidas en salas de estar, bañeras, dormitorios, ascensores…

Acorde con el profundo olvido de la obra de Gnoli, el bestiario —que imaginaba a un serio rinoceronte gallináceo o a un angustiado pez con concha de caracol y cuerno de unicornio boqueando sobre un sofá— no fue publicado hasta 1983 y ahora sencillamente no se encuentra. Estas ilustraciones (existen más) son las únicas que circulan por la red, silenciosas y ocultas como un puercoespín con patas y pico de ave en un armario.

Helena Celdrán

Domenico Gnoli - closet

Domenico Gnoli - fish-snail

Domenico Gnoli - cat

Domenico Gnoli - rhino

Domenico Gnoli - sole

Domenico Gnoli - turtle

El disco en el que Violeta Parra daba «gracias a la vida» anunciando un tiro en la sien

"Las últimas composiciones" (Violeta Parra, 1966)

«Las últimas composiciones» (Violeta Parra, 1966)

El disco, editado en noviembre de 1966, es una advertencia de muerte. La negrura está escondida entre los surcos y amarrada como una dentellada de perro al alma de la mujer que aparece en la cubierta —con la mirada en ningún sitio, apuntando al exterior del plano, sin querer encontrarse con los ojos de nadie— en una foto de un blanco y negro lavado al que parecen haber vaciado de contraste o acaso de vida.

La mujer, desgreñada como siempre, enemiga de las obligaciones estúpidas de peinarse, arreglarse, bañarse, lavarse, acomodarse para los demás, sostiene el charango —cinco cuerdas dobles como mandamientos repetidos, para que resuenen duplicados en los espacios sin fin del altiplano— pero podría estar sosteniendo una piedra. No hay ánimo, no queda brío para otra cosa. Violeta Parra acaba de cumplir 49 años y sabe que el calendario no marcará 50.

Violeta Parra (1917-1967)

Violeta Parra (1917-1967)

Cuando aparece el disco, que se titula, por si quedaran dudas de la voluntad testamentaria, Las últimas composiciones [el vínculo permite escuchar el álbum completo], la primera canción conmueve a todo aquel que la escucha. Se titula Gracias a la vida y la consideran de manera instantánea un «himno humanista», un aleluya a los dones que nos consiente la genética biológica: la vista, el sonido, el lenguaje, la marcha, el corazón, la risa, el llanto…

Quizá entre los muchos que han versionado la pieza en este casi medio siglo —el habitual elenco de  extraviados que se apuntan al voluntariado universalista con voluntad partisana una vez al año, una comparsa a la que cabe otorgar la condición de alucinación: Raphael, Joan Baez, Nana Mouskouri, Plácido Domningo, María Jiménez, Pasión Vega, Rosario Flores, Richard Clayderman…— alguno se haya quedado trabado en el cuarto de los cinco endecasílabos de la letra. Es un miserere sobre lo inútil de avanzar cuando no hay voluntad ni destino:

Gracias a la vida que me ha dado tanto,
Me ha dado la marcha de mis pies cansados,
Con ellos anduve ciudades y charcos,
Playas y desiertos, montañas y llanos,
Y la casa tuya, tu calle y tu patio.

Otras canciones del disco avisan del revólver, de las venas cortadas, del me voy de aquí, con una textualidad todavía más manifiesta.

En Run Run se fue pa’l Norte describe la oquedad interior:

Vacía como el hueco
del mundo terrenal.

En Rin del angelito toca y canta inmisericorde, como dando patadas con la cadencia de un pelotón de fusilamiento, y habla de un niño muerto en el que ella misma se proyecta:

Cuando se muere la carne
el alma busca en la altura
la explicación de su vida
cortada con tal premura,
la explicación de su muerte
prisionera en una tumba.
Cuando se muere la carne
el alma se queda oscura.

En Maldigo del alto cielo conjuga una relación de condenas que lo abarca todo: el fuego del horno, los «estatutos del tiempo / con sus bocharnos», la cordillera de los Andes, la paz y la guerra, lo cierto y lo falso, los jardines de la primavera y el color del otoño, «el invierno entero» y «el verano embustero», la bandera y «cualquier emblema», el ancho mar, «el cosmos y sus planetas / la tierra y todas sus grietas»…

La cosmogonía blasfema descubre al fin a una mujer despechada por amor:

Maldigo luna y paisaje,
los valles y los desiertos,
maldigo muerto por muerto
y el vivo de rey a paje,
el ave con su plumaje
yo la maldigo a porfía,
las aulas, las sacristías
porque me aflige un dolor,
maldigo el vocablo amor
con toda su porquería,
cuánto será mi dolor.

Maldigo por fin lo blanco,
lo negro con lo amarillo,
obispos y monaguillos,
ministros y predicandos
yo los maldigo llorando;
lo libre y lo prisionero,
lo dulce y lo pendenciero
le pongo mi maldición
en griego y en español
por culpa de un traicionero,
cuánto será mi dolor.

Cortejo fúnebre de Violeta Parra en La Carpa

Cortejo fúnebre de Violeta Parra en La Carpa

El 5 de febrero de 1967, sólo unos meses después de grabar esta colección de canciones ahogadas por la depresión, Violeta Parra se pegó un tiro mortal en la sien derecha. Eligió para la escenificación de la ceremonia suicida que anunciaban sus canciones últimas La Carpa de La Reina, el centro cultural que había montado en 1965 en un barrio del oriente de Santigo de Chile con la intención de convertirlo en una «universidad del folclore» y, al tiempo, un medio para salir de la pobreza. La aventura —un barrizal en los húmedos inviernos australes, con vendavales que rompían la lona— había sido un desastre: poco público, desinterés social, presión policial…

El amante más duradero de la cantante, el musicólogo suizo Gilbert Favre, cansado de la miseria y los arrebatos de mal genio y celos de Parra, se había marchado a Bolivia. Ella fue detrás para buscarlo y lo encontró casado con otra mujer. Aprovechó el despecho para comprar un revólver. Dijo que era para defenderse de los maleantes que frecuentaban La Carpa.

En el teatro Plaisance. París, Francia. 1963

En el teatro Plaisance. París, Francia. 1963

La mayor parte de las reseñas biográficas de Parra han suprimido las aristas y tiñen a la persona de santidad —valga como ejemplo del tono imperante la entrada en español de la Wikipedia: «un legado de esfuerzo y sacrificio a Chile y el mundo»—. Alguna, como la biografía novelada Yo, Violeta de Mónica Echeverría, aspira a desnudar al personaje de santidad, porque la folclorista, dice la autora, era una mujer agria, de mal carácter, devoradora de hombres a los que maltrataba y «con las iras a flor de piel» a la que han «transformado» en «una especie de Virgen María inmaculada y santa».

Sus hijos, Ángel e Isabel, Los Parra de Chile, nunca han mencionado la palabra suicidio en las muchas referencias a la madre. Su hermano, el antipoeta NicanorPremio Cervantes de 2011—, tampoco lo hace en la victoriosa égloga Defensa de Violeta Parra: Violeta de los Andes / Flor de la cordillera de la costa / Eres un manantial inagotable / De vida humana.

Para encontrar una crónica fiel de la derrota vital tenemos que acudir a la propia Violeta Parra, que alguna vez se retrató en estos términos: «En mi vida me ha tocado muy seco todo y muy salado, pero así es la vida exactamente, una pelotera que no la entiende nadie. El invierno se ha metido en el fondo de mi alma y dudo que en alguna parte haya primavera; ya no hago nada de nada, ni barrer siquiera. No quiero ver nada de nada, entonces pongo la cama delante de mi puerta y me voy», escribió en algún momento».

Edición española de "Las últimas composiciones"

Edición española de «Las últimas composiciones»

Para colmar la beatificación de la cantante universal y ocultar la verdad de un disco fúnebre, muchas ediciones posteriores del álbum que era advertencia de muerte fueron manipuladas con una cubierta penosamente falseada donde la cantante flota sobre un paisaje andino astral.

Nos queda ejercer la justicia de escuchar Gracias a la vida y las demás canciones de autoaniquilamiento de Las últimas composiciones, uno de los grandes discos de la historia, como lo que son: constancias de una inmisericorde derrota, ecos previos del estampido de un balazo contra la sien derecha.

Ánxel Grove

Los espejos mecánicos de Daniel Rozin

'Angles Mirror' - Daniel Rozin

«Los espejos nos permiten observarnos a nosotros mismos de la misma manera en que observamos a otros. (…) A pesar de su sencillez, un espejo es un objeto profundamente complejo, tiene la capacidad de mostrar a una multitud de espectadores un reflejo único y no hay dos personas que vean la misma imagen aunque la estén viendo juntas», dice Daniel Rozin (Jerusalén-Israel, 1961) en una entrevista.

El artista residente en Nueva York  hace «espejos mecánicos», conjuntos de objetos que en origen no provocan reflejos y que de un modo u otro reproducen la imagen y los movimientos de quien permanece frente a ellos. Las «instalaciones interactivas» interpretan la presencia humana invitando al espectador a jugar con la obra y amplían el concepto del lo que debe ser un espejo.

Desde finales de los años noventa utiliza sus creaciones para examinar el modo en que construimos una imagen, el instante en que reconocemos mediante ilusiones ópticas y combinaciones una figura reconocible. El Espejo de madera, uno de sus primeros proyectos, reflejaba las imágenes con un mosaico de tonos marrones; Rozin sigue con la tónica en sus últimas dos instalaciones, protagonizadas por abanicos y simples piezas alargadas de plástico que recuerdan a las manillas de un reloj.

Fan Mirror (Espejo abanico) se compone de 153 abanicos de Corea, China, Taiwán, Japón y España montados sobre una estructura que a su vez forma un gran abanico de más de cuatro metros de largo. Cada ejemplar tiene un pequeño motor controlado por ordenador y conectado a una cámara para que reaccione al movimiento cuando el espectador se aproxima. Angles Mirror (Espejo de ángulos) proporciona siluetas más precisas con 465 pequeñas tiras de plástico que giran según los impulsos de una cámara.

El artista se nutre de las sensaciones que nos causa la visión de nuestra imagen, y aprovecha la base «intuitiva y emocional» del rito de mirarnos. Declara que ese punto de partida le sirve para sorprender al espectador cuando la superficie —denominada como espejo— promete reflejar el aspecto propio y sin embargo «se comporta de manera diferente a la que estamos acostumbrados a esperar».

Helena Celdrán

¿Cómo es posible que Oriol Maspons haya muerto sin ganar el Premio Nacional de Fotografía?

Oriol Maspons (1928-2013) Foto: Colita

Oriol Maspons (1928-2013) Foto: Colita

«Los fotógrafos de entonces nos colgamos de la oreja de la cultura y nos fue muy bien». El enunciado, que Oriol Maspons pronunció en 2008 durante la inaguración de una de sus últimas exposiciones, tiene sabor a paradoja.

El mejor fotógrafo español del siglo XX, murió hace unos días, a los 84 años, sin que su obra y docencia vital hayan sido reconocidas por quienes se dicen administradores de la cultura y deben ser, por exigencias del cargo público que ocupan, responsables de reconocer a quienes han entregado su vida al arte, es decir, a los demás ciudadanos.

Desde 1994 el Ministerio de Cultura otorga cada año el Premio Nacional de Fotografía —desgajado del Premio Nacional de Artes Plásticas para conceder a las fotos, tardía pero justamente, categoría artística—. El premio, dotado con 30.000 euros, es una forma, dice el ministerio, de «reconocimiento de la sociedad a las personas como recompensa a la meritoria labor de los galardonados, que con su creación artística contribuyen al enriquecimiento del patrimonio cultural de España«.

Maspóns dejó el mundo sin que su nombre figure en una lista de premiados poblada de medianías y arribistas. Es un contrasentido y duele saber que el viejo maestro, como comentó ayer su hijo Álex en el funeral en Barcelona, se haya largado anhelando el reconocimiento de la máxima institución cultural del país.

La muerte de Maspons es también el final de un modo de vida y un estilo, no tanto fotográfico como espiritual. Escasamente competitivo («ganaba lo suficiente y no ahorraba nada»), bastante hippie y canalla («me metí en esto para ligar»), alejado de toda ínfula —cuando le preguntaban qué «proyecto» era su favorito decía que «eso de los proyectos sólo se aplica a los arquitectos»— y carente de prejuicios («no he visto nunca nada como una chica negra montada a caballo: hace poco intenté hacer la foto pero me cobraban 300.000 pelas y no encontré espónsor»), fue lo suficientemente valiente como para dejar un empleo como agente de seguros y establecerse como fotógrafo en Barcelona en el durísimo tiempo de carbón de 1956.

Desde entonces fue el gran ojo público de una España sometida pero contradictoria donde los poblados gitanos de Granada se yuxtaponían con la vida loca de la Barcelona afiebrada de la izquierda divina y las siluetas del yugo y las flechas sembradas por los caminos quedaban licuadas por la llegada del turismo y sus luminosas novedades.

Maspons hizo retratos de estudio que todavía parecen tomados ayer; reportajes neorrealistas; cubiertas de libros; fotos documentales en la edad de oro, con frecuencia menospreciada —todavía se lleva mal el maridaje de la carne con el periodismo—, de la revista Interviú del postfranquismo, y fusiló con intención inteligente y socarrona a las «chicas pijas» de los sesenta —los títulos son una bofetada a la insoportable corrección contemporánea: Ex pijas venidas a menos, Pollita refrescándose, Cachas mocetona normanda desayunando, Experta maniquí francesa haciendo el gato en un tejado...—.

Para quienes necesiten de apuntes curriculares conviene anotar que fue el primer fotógrafo español al que compró obras, en 1958, el MoMA de Nueva York.

En un encuentro digital en 2006 con los lectores del diario El País, alguien pidió consejo a Maspons sobre la posibilidad de estudiar fotografía en un momento en el empezaban a  pintar bastos. «Yo también me decepcionaría un poco con la foto tal y como está», respondió. «Han desaparecido las grandes revistas y las portadas de novelas y libros… Con Internet, los directores de arte prefieren robar las fotografías. La fotografía ha pasado un poco de moda, igual que los fotógrafos. Los nuevos, tendrán que abrir camino, porque ha desaparecido el hábitat en el que nos movíamos, igual que hay animales, como la rana, que desaparecen por que no encuentran donde croar… Nosotros tampoco sabemos donde croar».

Que este docente de la mirada que repartió dignidad, ganas de broma y, sobre todo, maravillosas imágenes —buenas fotos, esa es la simple ecuación— durante más de medio siglo haya muerto sin ser reconocido por el Ministerio de Cultura, por cuya gestión han pasado con similar ceguera seudo socialistas y seudo demócratas, define bien a las claras dónde está el límite entre la política y la vida.

Pese a que contradigo el anhelo de un muerto, prefiero a Maspons no consagrado por esas peligrosas bendiciones. La cultura que se colgó de la oreja, la que predicaba la libertad y el goce de la vida, es demasiado peligrosa para el Premio Nacional de Fotografía.

Ánxel Grove