El hombre bueno

“Haber vivido tranquilo sabiendo que no has hecho daño a nadie, que has tratado con respeto y educación a los demás, cumpliendo tus obligaciones y sabiendo que la gente te apreciaba. ¿Qué más puedes pedir antes de irte?”. Así me hablaba mi abuelo hace siete años, velando a mi abuela en el tanatorio.

Hoy vuelvo a sentarme en el mismo tanatorio, no recuerdo si en la misma sala, velándole a él. Mi abuelo nos ha dejado, en paz y durmiendo, a los 98 años. Un hombre bueno que vivió tranquilo, sin hacer daño a nadie. Cimiento sobre el que me construí y que ahí permanece, sosteniéndome con su ejemplo.

Se ha ido mi abuelo el ferroviario; el segador; el de los cantares en las largas sobremesas de prao asturiano; el que me llevaba a ver nacer xatos; el que siempre disfrutaba jugando con los niños pequeños; el trabajador incansable que siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. Se ha ido pero queda a mi lado para siempre. Igual que mi abuela sigue presente cada vez que me llega el olor de las judías verdes frescas, que veo una hortensia hermosa o preparo frixuelos, mi abuelo estará a mi lado siempre que vea un western (vaqueradas las llamaba), que huela a hierba recién cortada o sienta Gijón bajo mis pies tras una larga ausencia.

Se ha ido y sé que ya deseaba el encuentro con el otro segador, el ineludible. Los puedo imaginar conversando amigablemente camino al encuentro con la abuela. Se ha ido, pero lo atesoro dentro de mí junto a la infancia mágica que me regaló. Gracias abuelo. Descansa, que nada más podías pedir al despedirte.

Querer en todos los colores del arcoíris

Que quiero que quieras a quien quieras. Que te quiero como quiera que tú quieras. Que te quiero querida. Que quiero que quieras decirme a quienes quieres.

Que te quiero tuya, no mía. Queriendo libre. Te quiero siguiendo tu camino, que no quiero que sea el mío ni el que nadie quiera. Y quiero tu camino despejado, sin que haya quien quiera entorpecerlo.

Que te quiero en todos los colores del arcoíris. Y quiero decírtelo de nuevo. Que a querer se enseña queriendo y quiero que sepas que te quiero, hija mía.

(EFE)

Los niños que necesitan atención temprana no pueden seguir siendo los grandes olvidados #DíaAtenciónTemprana

Si un niño en España resulta que tiene alguna alergia alimentaria, inmediatamente recibirá atención médica y seguimiento. Igual sucederá si tiene varicela, asma, se rompe un hueso o, por supuesto, dolencias más graves como una diabetes o un cáncer. El sistema se vuelca con ellos, sin demoras, porque es lo que hay que hacer. Por suerte, en España cuidamos médicamente de nuestra infancia, de toda ella. Por eso resulta inimaginable, insostenible, que cuando un niño de entre cero y seis años con síndrome de Down, autismo, retraso madurativo, parálisis cerebral o algo que no está aún claro y puede acabar quedándose solo en susto, por poner algunos ejemplos habituales, necesita de los servicios de Atención Temprana (fisioterapia, logopedia, estimulación y terapia para que alcance su máximo potencial), la respuesta sea la falta de atención, la espera eterna hasta que se supera la edad para acceder a estos servicios o directamente la invitación para acudir a servicios privados y pagar por ello, aquel que pueda.

Es algo que vengo denunciando desde hace muchos años en este blog. La Atención Temprana debe ser una prioridad, los niños que la necesitan no pueden seguir arrinconados, vendidos a su suerte o los recursos de la familia en la que hayan caído. Necesitan terapias de calidad y sin listas de espera.

«La Atención Temprana debería incluir a todos los niños y niñas de 0 a 6 años que presentan problemas y preocupaciones evolutivas en algún momento de su desarrollo, lo que representa un 10% de la población infantil de esa franja de edad, supondría atender en España a 255.227 niños y niñas. En la actualidad hay CCAA donde se atiende a menos del 1% y en otras ya se ha alcanzado el 10%», reclama la Federación Española de Asociaciones de Profesionales de Atención Temprana-GAT, cuyo presidente, el neurólogo del Hospital Materno Infantil de Zaragoza José Luis Peña Segura, considera que «ha llegado el momento de avanzar hacia un modelo común de Atención Temprana en toda España, con un marco regulador que garantice los contenidos de la prestación, los principios de actuación, el modelo de provisión, las condiciones de acreditación e indicadores de evaluación, así como la financiación regular y suficiente de los servicios. La Red de Atención Temprana cuenta en la actualidad con más de 700 Centros de Desarrollo Infantil y Atención Temprana y más de 4.500 profesionales, pero es todavía insuficiente, no llega a todos los que lo necesitan, o llega de forma precaria. Existen listas de espera y zonas sin cobertura. Todavía el lugar de nacimiento es un factor de desigualdad».

Hoy es el Día de la Atención Temprana a nivel nacional, es el segundo año que se celebra, coincidiendo con el primer aniversario de la presentación del Libro Blanco de la Atención Temprana. Un día para visibilizar esta necesidad imperiosa y que, en redes sociales, ocupa los hashtags #AhoraMásTemprana y #DíaAtenciónTemprana, que esta Federación invita a que se naveguen y difundan, igual que exige «que la financiación de la Atención Temprana sea pública, prestada a través de centros públicos o concertados, como derecho subjetivo de quien la precise, gratuita, descentralizada y ubicada en la proximidad del lugar de vida de los niños y niñas. Es necesaria una ley o norma estatal de Atención Temprana para todo el país. Y poner las bases para un sistema público que, a través de un programa interdepartamental (servicios sociales, sanidad, educación) cuide el desarrollo personal de todos los niños desde su nacimiento y optimice todos los recursos humanos y materiales».

(GTRES)

A mi hija: las cosas son solo cosas

Todos los padres, al menos los que nos esforzamos por intentar desempeñar ese papel lo mejor que sabemos, procuramos transmitir a nuestros hijos los valores que creemos que mejor os pueden acompañar durante toda vuestra vida. Nos equivocaremos en ocasiones, demasiadas probablemente, pero tengo claro que queda en vuestra mano luego elegir vuestros nortes. Tu vida es tuya. Por ser mi hija no eres mi posesión, tampoco mi proyección al futuro.

Pero claro que intento, hablando contigo cara a cara y con mi ejemplo, que lo que he aprendido te sirva. Como al repetirte ahora algo que llevas escuchándome desde muy pequeña: que las cosas, son solo cosas.

Las cosas son solo cosas hija, procura no llorar por algo que no lloraría por ti, por un objeto inerte, que, si se rompe, se arregla; que se sustituye por otro o, simplemente, se puede olvidar.

Las cosas son cosas y, por supuesto, son útiles, hermosas, incluso imprescindibles. Hay que cuidarlas, porque conseguirlas a veces supone un gran esfuerzo. No podemos vivir sin cosas; que nuestras necesidades estén cubiertas dependen de tener un buen montón de cosas, aunque probablemente menos de las que todos creemos. Hay que darles el valor que tienen. No más.

Las cosas son solo cosas y no deberían definirnos, mucho menos convertirse en un filtro que hace que veamos a los demás de manera distinta, que prejuzguemos sin esforzarnos en conocer.

Las cosas incluso nos pueden causar fogonazos de alegría, pero no es la felicidad que permanece, la de verdad, la duradera. De hecho ese tipo de felicidad más deseable llega cuando te das cuenta de que las cosas son solo cosas, que no merecen nuestras lágrimas, tampoco ser objeto de nuestros mayores anhelos. Nada hay más traicionero que una cosa en la que has depositado tus esperanzas de ser feliz.

Las cosas son solo cosas. No sienten. No padecen. Llora de tristeza, de emoción o de alegría por ti misma, por aquellos que sí sientan y padezcan, por aquellos capaces de sufrir y alegrarse. Pero no dejes que las cosas, las que tienes o las que deseas, dominen tu vida.

No permitas que las cosas tengan ese poder sobre ti, porque las cosas, no son más que cosas.

Ojalá hubiera más unidades especializadas en autismo en hospitales de toda España

Hoy ha tocado la revisión anual de Jaime en el hospital Gregorio Marañon, que incluía análisis de sangre, tomar la tensión, pesarle y medirle.

Jaime se porta fenomenal pese a su autismo, y a ser un niño de dos años en el cuerpo de un gigante de 166 centímetros. Es bueno y tranquilo y, sobre todo, no se monta películas. Si algo no duele, pues no duele. Confía en nosotros y se deja hacer. Ha mirado tranquilamente cómo entraba la aguja en su brazo y salía sangre sin inmutarse.

Pero no es solo eso. También hay que agradecer que en el colegio especial al que va hayan simulado revisiones médicas para desensibilizar a todos sus alumnos. Algo que no entra precisamente en el currículum escolar de su hermana, que estudia en un colegio público convencional. Muchos niños con TEA han tenido malas experiencias cuando les han sacado sangre o explorado en las unidades normales de ambulatorios y hospitales, con esperas y prisas, y hay que trabajar para revertirlo.

Y así llegamos al tercer factor clave en que la visita de hoy haya ido como la seda, tal vez el más importante en el fondo, que es el buen hacer de la gente que trabaja en la unidad especializada en autismo de este hospital madrileño. Están más que preparadas (hablo en femenino porque hay una mayoría abrumadora de mujeres), y tienen todo perfectamente organizado.

Hemos llegado a unas instalaciones repletas de pictogramas en las que reinaba la calma con un Jaime en ayunas y con mucha hambre quince minutos antes. No hemos tenido que esperar nada, tres enfermeras sonrientes han llegado al instante, sabiendo cómo dirigirse a él y cómo gestionar la situación, tanto si iba bien como si se torcía. Disponían además de una sala para ello pensada al detalle, con una máquina que mide con láser y pesa a toda velocidad.

Ojalá hubiera más unidades como la AMI TEA del Gregorio Marañón en más hospitales de toda España, para que todas las personas con las dificultades de Jaime y sus familias tuvieran una atención semejante. Como no hace mucho reconocía el Gobierno en su estrategia de trastornos del espectro autista, que dudo que llegue a traducirse en nada sólido y ambicioso, apenas existen en España.

Y tras ese deseo, llega una reflexión. Nadie en su sano juicio pone en duda el buen hacer de estas unidades especializadas en los hospitales y mucho menos las tacha de discriminatorias, de ser lugares en los que se aísla. Nadie clama porque la inclusión pase por tenerles de nuevo atendidos dónde el resto de la población y preparar para ello todo aspecto de todos los ambulatorios y hospitales.

Una atención experta para aquellos que la necesitan siempre es deseable. En la sanidad y también en la educación. Y no es sencillo formar a especialistas, menos aún generalizar esa formación. Se puede pensar en cómo mejorar esa atención experta, por supuesto, pero pedir que se elimine y convertir la deseable inclusión en una bandera con la que perseguir objetivos ajenos al bienestar de las personas que se pretende incluir no es de recibo.

Inclusión sí, por supuesto. Inclusión bien hecha y con medios para todos aquellos para los que sea la mejor opción, algo que estamos aún muy lejos de conseguir y por lo que hay que batallar. Pero centros especializados también. La discapacidad es muy diversa y no puede haber una respuesta única a tantas necesidades distintas.

No tienes ni idea de lo que le pasa a esa persona que no espera la cola en un parque de atracciones

Cuando tienes una discapacidad invisible a los ojos de los demás y  te dan algún trato preferente, por ejemplo no hacer cola en un parque de atracciones, las miradas de reproche, incluso los improperios, son algo frecuente. Se habló mucho de ello hace año y poco, cuando estábamos confinados y los adultos y niños con una discapacidad, un trastorno o una enfermedad mental que les permitía salir a pasear pero cuya condición no era visible se encontraron con insultos y amenazas desde ventanas y balcones.

Miraditas, sí. Insultos, incluso también. Una agresión física que te mande al hospital no es tan frecuente, pero sucedió el pasado dos de mayo, día de la madre, en el Parque Warner de Madrid. Jimmy, de 11 años, tiene autismo y, por tanto, la opción de subir en las atracciones acompañado y sin tener que esperar. Pero no va en silla de ruedas, no lleva bastón ni perro guía al lado,  nada en su rostro denota su condición. En una de esas atracciones un hombre que esperaba junto a dos amigos le increpó llamándole «mongolito» al explicarle porqué no se ponía a la cola. Al volver a encontrarse de nuevo al «hombre malo» en otra atracción diferente, el niño se puso muy nervioso y cuando la madre trató de mediar, el denunciado dijo “¿eres la madre del mongol?”, para después lanzarla al suelo al suelo dándole tal paliza que la médico forense del juzgado, al ver el parte de lesiones,  paralizó el juicio rápido y decidió que fuera juzgado como presunto autor de un delito grave.

Es raro que sucesos así ocurran, pero cuando pasan es preciso alzar la voz para que cale de una vez en la sociedad la necesidad de ser prudentes; de que nos entre en la cabeza que tal vez lo obvio no sea lo evidente; de que la empatía debería acompañarnos en todo momento; de no creernos el centro del universo y aprender a relativizar; de reivindicar la amabilidad como una virtud que conduce a un civismo que mejora la sociedad para todos.

Hace cuatro años publicaba en este mismo blog una entrada titulada «no tienes ni idea de lo que le pasa a ese niño que molesta». Me siento obligada a recuperarla un día como hoy. Recuperarla y ampliarla, porque no tienes ni idea de lo que le pasa a esa persona que no espera la cola en un parque de atracciones, o a esa otra que sale caminando tan contenta de un coche con tarjeta de movilidad reducida, o a aquella que se sienta en la zona reservada para personas con discapacidad en un espectáculo.

No tienes ni idea y tampoco tienes la placa de sheriff del condado. 

Mi hijo, con autismo y discapacidad intelectual, en la Warner hace bastantes años.

Juzgar es más rápido que intentar comprender. Juzgar es más fácil que reflexionar, ponerse en el lugar del otro, entender que hay matices, que las realidades son complejas. Juzgar es rápido, fácil y nos genera satisfacción o desahogo, así que nos da igual que dañe a otros y descartamos sin pensar que podamos estar equivocados en nuestros juicios.

Puede pasar en la calle, en un restaurante, haciendo alguna cola… La cosa es que ese niño te molesta. Llora, juega chocando los cubiertos, canturrea, salta aleteando los brazos, suelta un grito, se tira al suelo, intenta alcanzar un móvil ajeno, invade tu espacio personal, no para quieto. La conclusión llega pronto. Está consentido. Es un maleducado. ¡Cómo le permiten comportarse así! Si yo fuera su padre, su madre o su abuelo se iba a enterar, se le iban a quitar las tonterías en un momentito.

Tal vez mires con desaprobación a ese niño o a los adultos que están con él. Tal vez despotriques sin mirar a nadie en particular. Tal vez protestes dirigiéndote a ellos. Tal vez eleves tus quejas al dueño del restaurante, del museo o del hotel. Si ese niño llorase, saltase, chocase los cubiertos o gritase estando en una silla de ruedas, con una discapacidad visible, tal vez te molestaría igual pero es probable que callaras. Pero es que este niño es normal, parece normal. Y no te das cuenta de que no tienes ni idea de lo que le pasa a ese niño que te molesta. Tal vez tenga autismo, tal vez tenga algún otro de los muchos trastornos que alteran la conducta y que no dan la cara. Sería preferible la amabilidad, la empatía, saber que no sabemos en realidad lo que esconde un comportamiento.

Muchos padres de niños con autismo no se atreven casi a salir de casa y acudir a restaurantes, a centros comerciales… Y una de las causas, no la única, es la incomprensión que perciben con frecuencia. No creas que lo sabes todo. No siempre lo obvio es lo cierto.

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El paso del colegio al instituto

En marzo de 2009 (sí, ha llovido ya), andaba contándoos por este blog nuestras reglas a la hora de elegir colegio. Qué es lo que para nosotros era importante, qué priorizábamos, a la hora de buscar el centro en el que Julia estaría escolarizada los siguientes ocho años de su vida. Releyéndolo ahora no deja de ser curioso observar que, la pobre, ni pinchaba ni cortaba. Y es lógico, tenía solo cuatro años. Éramos nosotros los que ponderábamos si mejor público o si el estar cerca de casa andando era imprescindible.

Esta primavera nos hemos visto en una posición semejante, y a la vez muy distinta. Julia tiene que pasar el año próximo al instituto, ese salto sin red, que tanto vértigo da, de ser los mayores de los pequeños a convertirse en los más pequeños del corral. Y es curioso como ahora lo más importante es escuchar a nuestra hija, tener en cuenta su opinión tras visitar las jornadas de puertas abiertas virtuales de los posibles centros, saber dónde irán sus mejores amigos.

Sí, la cercanía puede ser también importante; que sea un centro bilingüe o no; público o concertad; incluso los itinerarios de los que disponga en Bachillerato, una vez superen la Secundaria; pero al final lo importante es respetar sus deseos.

No hace mucho publicamos en 20minutos un tema titulado Del colegio al instituto: ¿cuáles son los aspectos más importantes a tener en cuenta a la hora de elegir nuevo centro?, en el que Nani F. Cores recogía una serie de recomendaciones, no muchas, entre las que destacaba precisamente «tener en cuenta las preferencias de nuestro hijo a nivel personal».

Nosotros ya hemos enviado la solicitud de manera telemática. Mantenemos los dedos cruzados, como en aquella primavera de 2009, esperando que la suerte (y la combinación de plazas disponibles y puntos que tenemos) nos abran la puerta del instituto que hemos solicitado. No tardaremos en saberlo.

Más allá de la elección de centro, que habrá familias para las que supondrá un quebradero de cabeza y otras para las que no habrá nada que pensar, está el miedo de mandar a nuestros niños (porque por muy preadolescentes que sean, siguen siendo nuestros niños y parece que era ayer cuando les veíamos dar sus primeros pasos), a un entorno desconocido, más exigente académicamente, con chavales que ya son adultos compartiendo espacio con ellos, que apenas tienen doce años, incluso once en algunos casos.

Pensamos que nosotros teníamos ese cambio dos años más tarde, a los catorce y se nos junta con ese miedo al lobo feroz de la adolescencia del que tal vez deberíamos ir liberándonos. Tener hijos es empezar a pensar que el mar está lleno de tiburones, ya os lo contaba en mi primer post en noviembre de 2007.

En realidad deberíamos mentalizarnos de que no va a pasar nada, que aparecerán nuevas amistades, nuevos aprendizajes, tal vez los primeros amores, un montón de oportunidades para que nuestros niños crezcan también por dentro, se construyan. Deberíamos trabajar para ver este cambio como algo emocionante, libre de miedos, y transmitírselo así a ellos, que a fin de cuentas son los protagonistas de ese necesario paso hacia delante, y más vale que lo encaren de una manera positiva y con confianza en si mismos.

Yo estoy en ello. Sabiendo que mi papel es el de dejar a mi hija volar cada vez más alto, más sola; el de ser su faro, su red de seguridad, el fondeadero siempre disponible si lo necesita.

(GTRES)

¿Cuánto más tendremos que esperar para que vacunen a los varones contra el Virus del Papiloma Humano?

Hace poco tocaron vacunas en casa. No las del Covid-19, que por mucho que nos ocupen y preocupen más que ninguna otra, no son las únicas necesarias. Julia ha cumplido doce años y salió de la revisión propia de su edad con dos inyecciones en un brazo y una en el otro. Y aprovecho para meter cuña de responsabilidad cívica antes de continuar: no os saltéis revisiones y vacunas de nuestros niños por favor. No lo hagáis por mucha pandemia y desinformación que haya, que si las vacunas de la Covid-19 son un lío, las de los niños no se quedan atrás. Es un bosque en el que resulta fácil perderse y conviene confiar en que el profesional de la salud que nos atiende.

Una de esas tres banderillas que le pusieron a mi hija era la que combate el virus del papiloma humano. Un virus que en las niñas puede desembocar en una enfermedad potencialmente mortal. En España se diagnostican unos 2.000 casos de cáncer de cuello uterino por año que se traducen entre 700 y 800 muertes. Por eso a ellas las vacunan, pero no a ellos que son en la mayoría de los casos los transmisores (aunque también pueden desarrollar verrugas genitales y cáncer). Si queréis saber más sobre el Virus del Papiloma Humano o VPH, podéis leer esta entrada en el muy recomendable blog de mis compañeros Dos pediatras en casa del pasado 4 de marzo, que fue el día internacional de esta enfermedad. Y en ese mismo post reivindicaban lo yo también querría, lo que distintas organizaciones médicas como al Asociación Española de Pediatría, piden.

A día de hoy, en España esta vacuna se administra de forma financiada por las comunidades autónomas a las niñas al cumplir los 12 años. Sin embargo, no debería ponerse el foco solo en las mujeres, ya que son los varones la principal vía de contagio de las mujeres, además de que no es despreciable la incidencia de verrugas genitales o de diversos tipos de cáncer que ellos pueden sufrir, sobre todo de pene y de ano (estos últimos más frecuentes en el caso de hombres que practican sexo con hombres). Creemos que no hace falta decir que la vacunación en los varones parece cuanto menos útil a la hora de evitar contagios, tanto en los propios hombres como en las mujeres, y por tanto debería ser una prioridad vacunar tanto a las mujeres como a los varones.

A Jaime, que tiene ahora catorce años, no se la puse. Con un autismo severo y una discapacidad intelectual también importante, no existe ninguna posibilidad de que tenga relaciones sexuales consentidas con otra persona. No va a ser transmisor del virus, lo que no quiere decir que no tenga derecho a disfrutar de su sexualidad y, para estar preparados, ya he asistido a un par de seminarios sobre el tema. Pero lo cierto es que, a día de hoy, es feliz escuchando a los chicos de Cantajuego y jugando al cucutrás.

Pero si Jaime no hubiera tenido autismo, si hubiera sido un chaval de catorce años neurotípico, os aseguro que, por responsabilidad hacia él y también por responsabilidad social, habría pagado la vacuna del papiloma humano para que se la pusieran en nuestro centro de salud.

Si un chaval tiene entre 9 y doce años, hay que poner dos dosis. Si son mayores la recomendación puede subir a tres dosis. Aún quedándonos solo con dos, estamos hablando de que cada dosis de Cervarix cuesta algo más de 120 euros , la de Gardasil unos 155 y Gardasil 9, la que más cepas cubre, unos 172 euros. Sobre la diferencia entre ellas, pido ya desde aquí a Gonzalo y Elena, Dos pediatras en casa, un post explicándolas. Pero volviendo a lo que a mí me ocupa, la cuestión es que la inmunización de un niño oscila entre los 240 y los 344 euros. Imaginad aquellas familias con más de un hijo varón que quieran vacunarles. Muchas, directamente no podrán. De nuevo estamos creando diferencias en algo tan sensible como la salud en función de si puedes y quieres pagar, o no.

No puede ser que si hay una enfermedad que afecta a todos, hombres y mujeres, y tenemos a nuestro alcance vacunas para combatirla, solo se incluya en esa estrategia a las mujeres. Es una reivindicación vieja ya, pero mientras en España no se decidan a incluirla en el calendario vacunal para todos, niños y niñas, habrá que seguir exigiéndolo. Muchos países de nuestro entorno, como Francia, Alemania, Reino Unido, Italia o Bélgica ya han dado ese paso. ¿Cuánto más tendremos que esperar?    

 

(Angelo Esslinger / Pixabay)

 

Puy du Fou de Toledo, el parque temático del que los niños salen preguntando por ‘Fuenteovejuna’ y el ‘Cantar del mío Cid’

El Puy du Fou francés es verde y agua, el de Toledo es pardo y cielo, terrones abiertos, polvo y promesas. Paisajes y emociones diferentes, ni mejores ni peores. El galo, inaugurado hace más de cuarenta años, está en la flor de la vida, fuerte y orgulloso, un parque que para su disfrute requiere de varios días, tiene hoteles temáticos al pie, acumula premios y visitantes satisfechos que repiten. El castellano, que acumula cinco años de preparativos, es un niño que empieza a caminar; un pequeño saludable, divertido y prometedor, que tendrá que aprender de sus errores y de la experiencia de su hermano mayor, al tiempo que sigue creciendo.

Arrancó hace dos años con un espectáculo nocturno, un anticipo que ya han disfrutado más de 120.000 personas. Hace exactamente dos semanas abrió oficialmente sus puertas con cuatro espectáculos, los primeros que invitan a pasar allí el día. Y allí estuvimos, en familia, para conocerlos y contarlo, y con el bagaje que nos da haber disfrutado ya en cuatro ocasiones del Puy du Fou (pidifú) francés.

Ambos comparten el concepto de dar espectáculo, sin las clásicas atracciones de otros parques; igual que tienen el objetivo común de despertar el interés por la Historia de la región que ocupan. Un acercamiento poco académico, aunque haya académicos asesorando sus creaciones. Como bien apuntó en la inauguración el consejero delegado del parque español, Erwan de la Villéon, «no pretendemos acercar la Historia de una manera intelectual, sino de una manera emocionante. Nuestro mayor anhelo es que nuestros visitantes salgan de los espectáculos frotándose los ojos por haber soñado en vivo».

Con nosotros lo consiguieron sin duda alguna ya desde el primer espectáculo en el que entramo: La pluma y la espada. Se inspira en Lope de Vega y en su obra Fuenteovejuna para encandilarnos durante casi media hora con bailes, luchas de espada, piruetas, níveos caballos españoles y espectaculares cambios de escenario. Emulando con tino y bajo techo (en Toledo el sol puede apretar, y mucho) la fórmula perfeccionada en Francia, comparte el espíritu de aquellas películas de aventuras de la primera mitad del siglo pasado, como Robin de los bosques de Errol Flynn, El halcón y la flecha de Burt Lancaster o Scaramouche de Stewart Granger.Los adultos nos sentimos niños de nuevo al presenciarlo; los niños quedan atrapados en su vistosa sucesión de sorpresas. Nuestro favorito, sin duda, de las cuatro apuestas (todas ellas con una preparación de entre dos y tres años) con las que arranca esta nueva fase del parque.

Allende la mar oceána es un recorrido muy disfrutable, muy bien pensado y llevado a término (con un hermano mellizo de distinta temática en el Puy du Fou francés), que comienza con Cristóbal Colón consiguiendo el apoyo de la reina Isabel de Castilla y termina con la llegada a playas americanas. Conviene recorrerlo sin prisa, fijándose bien en todos los detalles, porque están cuidados al extremo; escuchando atentos los audios que narran el viaje de exploración y atendiendo al trabajo de los actores que iremos encontrando durante nuestro paseo por la Historia. Dos veces estuvimos, y en cada uno de los recorridos descubrimos nuevos elementos. En la segunda visita nos encontramos con trabajadores del parque metiendo prisa a los visitantes. No deberían, por mucho que quieran aligerar las colas y la afluencia de personas y aunque lo hagan con sonrisa y educación, porque caminarlo apresurado reduce el disfrute.

El último cantar, también techado y basado en las andanzas de El cantar del mío Cid, es otra experiencia única que a nosotros tal vez nos impactó algo menos porque, tras visitar el parque francés, nos perdimos el factor sorpresa de su impresionante escenario giratorio; tal vez también influyó que en la puesta en escena se podrían restar paseos de los actores protagonistas (Jimena hace kilómetros con cada día de función) y a añadir algo más de miga a la historia, a la que le falta un je ne sais pas. Me temo que cuando estás acostumbrado a tener siempre sobresalientes, el notable alto sabe a poco.

El último espectáculo, el único al aire libre por razones obvias, es Cetrería de Reyes. Probablemente el que menos sorprenda en general, pese al esfuerzo por crear una conversación entre dos mandatarios de la España enfrentada durante la reconquista. Un agradable rato con rapaces sobrevolándonos, de los más originales que se pueden presenciar y en el que el serpentario es, sin duda alguna, la estrella que más brilla. Estoy convencida de que irá mejorando con el tiempo y el entrenamiento de las aves.

¿Qué más para hacer en Puy du fou? Pues comer, por supuesto. Hay diferentes opciones y es posible alimentarse bien y también a precios razonables, aunque no en todos los establecimientos estos conceptos coinciden. Tenemos desde mesones en los que darse un festín de comida manchega a una jaima con comida árabe, pasando también por puestos con opciones veganas, vegetarianas y para celíacos (deliciosas las pastas sin gluten de la tienda de comida gourmet).

Podemos pasear por los talleres que hay en las zonas de tiendas y restauración en los que distintos artesanos nos muestran cómo trabajan el hierro, el esparto, la pluma o la cerámica.

Y conocer a los animales que alberga, especies ganaderas que merecen especial protección y que en el Puy du Fou quieren contribuir a salvaguardar.

¿Merece la pena la visita en familia al Puy du Fou de Toledo? Por supuesto. Es divertido, sorprende y además es, potencialmente, una experiencia educativa, una sacudida a la curiosidad. Os aseguro que puede aprovecharse para que nuestros niños, para que también los adultos, nos fijemos en nuestra Historia y nuestros clásicos. Con nuestra hija de doce años recién cumplidos estuvimos hablando, tras cada espectáculo, de quién era Lope de Vega, de lo que cuenta Fuenteovejuna, de todo lo que hay en el anónimo Cantar del mío Cid. Y si tuvimos esas conversaciones, fue porque ella nos preguntó según se bajó (figuradamente) el telón de cada una de las funciones.

Probablemente los niños pueden disfrutar del parque a partir de unos seis o siete años. Antes de esa edad, es poco probable que le saquen todo el partido. Las personas con discapacidad también cuentan con facilidades, para moverse, para ver los espectáculos desde sitios preferentes y para no tener que hacer colas. De hecho, que los impulsores del Puy de Fou tienen a las personas con especiales dificultades presentes se evidenció el día de la inauguración, porque el encargado de abrir las puertas, el invitado de honor, fue Carlos, un niño en silla de ruedas.

Una  sugerencia para los dueños del parque relacionada con el público infantil sería incluir zonas de juegos tematizadas cercanas a los lugares de cola. Esperar pudiendo correr, trepar y saltar facilitará las esperas tanto a pequeños como a mayores. Imagino que entra en sus planes, porque el parque francés las tiene. Igual que otras ofertas de entretenimiento para los niños como laberintos inspirados en cuentos clásicos o teatros de guiñoles.

Nosotros volveremos, probablemente acompañados de otras familias amigas con niños. Dado que tenemos el parque a menos de una hora de Madrid, probablemente dedicaremos un día a la visita diurna, viendo dos de los espectáculos por la mañana y los otros dos tras la comida (importantísimo al entrar estudiar bien los horarios antes de nada para planificar la jornada). Y otro día iremos al espectáculo nocturno. Si nos pillara más lejos lo haríamos todo en una única visita, pero planteado así puede acabar siendo agotador, sobre todo para los más pequeños.

Las entradas permiten hacer esa visita dividida, ya que se venden por separado: 27 euros la diurna y 24 euros el nocturno El Sueño de Toledo (del que ya os habló con todo lujo de detalles mi compañero David Yagüe en su blog sobre libros e Historia). A mi parecer merece además la pena pagar por el pase que permite ahorrarse las colas, que son doce euros más. Sobre todo si la visita se produce en esos días tórridos castellanos que todos sabemos que experimentará en cantidad abundante el parque.

Ese, el calor, va a ser el mayor reto del Puy du fou de Toledo. En Toledo hace mucho, muchísimo calor, durante gran parte de los meses que el parque estará abierto. Recomiendo desde ya a los visitantes procurar visitarlo los días que el sol no apriete y aplaste. Y si la cosa está caliente, ir bien surtidos de agua y gorras o paraguas que les puedan ayudar a tener sombra en las colas. Si no cambian las cosas, quitando el interior de los tres espectáculos techados, tiendas y restaurantes, apenas hay dónde huir del sol. La vegetación plantada aún no ha crecido (Filomena tampoco ayudó) y en cualquier caso no tiene pinta de que vaya a ser de la que da ningún cobijo. Espero que los gestores del parque se planteen buscar alguna forma de procurar sombra a los visitantes e incluso sistemas de agua vaporizada para refrescarse.

El otro enemigo, la pandemia causada por la covid-19 que les ha obligado a realizar un inversión importante en sistemas de renovación de aire, limitar aforos al 30% y trabajar en evitar aglomeraciones, acabará pasando. Además de imponer cierres perimetrales que obliga a esperar a que las cosas mejores para muchos visitantes de otras Comunidades Autónomas. Al menos eso de que la situación pandémica mejore en un plazo razonable esperamos todos. Lo cierto es que se puede visitar el parque de manera segura. El aforo está limitado, tanto el de acceso general al parque como a los espectáculos. Y gran parte de la visita transcurre al aire libre, dónde abundan los geles hidroalcólicos y el mantener la distancia con los no convivientes es algo que compete a la responsabilidad individual.

Cuando hace siete años visitamos por vez primera el Puy du Fou francés y salimos maravillados tras pasar allí dos días que nos supieron a poco, recuerdo que fantaseábamos con lo estupendo que sería contar con algo así en España. La especulación tenía sentido, porque tuve la oportunidad de hablar brevemente con Nicolas de Villiers, entonces director artístico del parque, que me estuvo confirmando la expansión de este concepto de parque temático por Holanda, Inglaterra y Rusia y su probable desembarco también en el sur de España, siempre adaptándolo a la historia local.

Al confirmarse hace cuatro años que el proyecto y que su ubicación sería en Toledo, todos los que en mi familia hemos estado en el parque francés recibimos la noticia como un niño la mañana de Reyes. Este año, al fin, pese a la pandemia, pese a todo, por fin pisamos el despertar de aquello con lo que soñamos. Puy du Fou puede crecer, convertirse en un lugar mucho más grande, tan lleno de espectáculos inspirados en la Historia que tres días no basten para verlos todos y que active la economía y la vida de la zona en la que se encuentra. Para lograrlo, para crecer, necesita nuestro apoyo. Yo creo, sinceramente, que lo merece.

Un día para visibilizar la diversidad y las reivindicaciones de las personas con autismo

Hoy es el Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo. Un día para llenar las redes sociales de imágenes, vídeos y textos que muestren la diversidad de este trastorno; para contar lo necesario que es ver al individuo antes que al trastorno; para reivindicar un diagnóstico pronto, una atención temprana sin esperas, terapias adecuadas y de calidad, recursos en la escolarización y una estrategia efectiva de inserción laboral.

Enseñemos, divulguemos, exijamos. Debemos hacernos ver. Lo que no se ve, no existe, y es demasiado fácil que el Trastorno del Espectro Autista (TEA) pase desapercibido a menos que te toque de cerca.

Iluminemos este 2 de abril de azul el mundo
y que el resplandor permanezca todo el año.

Desde 20minutos hemos preparado distintos contenidos para visibilizar a las personas con autismo y aquello que reclaman: