Las trabajadoras del hogar, las que nos cuidan, merecen los mismos derechos que el resto de trabajadores

Son mayoritariamente mujeres. Más de la mitad no han nacido en España. El 32% vive bajo el umbral de la pobreza. Y son muchas, más de 550.000 trabajadoras, el 5% del total de mujeres empleadas en nuestro país según el extenso informe Esenciales y sin derechos que Oxfam Intermón ha hecho público hoy con motivo del Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar. Otro dato más: un sorprendente 28% de las trabajadoras del hogar de toda la Unión Europea están en nuestro país.

(Pablo Tosco / Oxfam Intermón)

Son mujeres como María, gallega de 54 años que cuenta cómo la Covid-19 ha agravado su situación: «Yo ahora estoy sin trabajo y pregunto en mi entorno: todos los trabajos son sin seguro, sin contrato, incluso en el cuidado de niños y niñas. Si quieres, bien y si no, te dicen: pues mira, hay muchas mujeres así”.

Cuidan a nuestros hijos, a nuestros mayores, a nuestros dependientes. Es decir, dejamos en sus manos a aquellos que más queremos. Gracias a ellas muchas mujeres podemos desarrollar una carrera profesional. Ellas son los cimientos sobre los que se levantan esos referentes que no nos cansamos de decir que son imprescindibles para que nuestras hijas vuelen tan alto como deseen y en la dirección que quieran.

Toda construcción debería asentarse en unas bases firmes. Ni hombres ni mujeres deberían crecer personal y profesionalmente a costa de que otros vivan en una situación de injusticia, de subsistencia o de malos tratos. Y la realidad a día de hoy es que estas mujeres, incluso en el mejor de los casos, no cuentan con derechos laborales tan básicos como el desempleo. La legislación parece haber sido escrita pensando más en el empleador que en ellas, que están en una mayor situación de vulnerabilidad. Una situación que no es deseable que se prolongue. Como cuenta Jessica Guzmán, chilena de 53 años que ha trabajado 15 como interna, “la sociedad debe entender que hay una gran deuda con nosotras. Aunque tengamos necesidad, no somos esclavas, somos trabajadoras y pedimos los mismos derechos”.


«El sistema de dependencia descansa sobre un colchón de trabajadoras baratas», denuncia el informe de Oxfam. Y no puede seguir siendo así. Es cierto que a nivel individual, si necesitamos a estas trabajadoras, podemos hacer mucho: pagar salarios dignos, cumplir la ley existente o tener  con ellas el mismo trato que desearíamos que tuvieran con nosotros. Pero no es suficiente. 

Tener equiparación total de derechos y deberes con el resto de trabajadores. Ese es el objetivo. Y es una petición justa. Los merecen. Los necesitan. Se los debemos. Liliana Marcos, responsable de políticas públicas de la ONG, recuerda que «hace ya casi una década que se planteó equiparar los derechos y obligaciones de las trabajadoras del hogar al resto de asalariadas y que, cada vez que se ha acercado el plazo legal para su integración plena en el Régimen General de la Seguridad Social, se ha pospuesto esta medida». El motivo está más que claro: «Se mantiene sine die a un amplio colectivo de mujeres en la precariedad para que su labor sea asequible para el resto de la población. No es coherente con una sociedad que se dice comprometida con la igualdad de género».

Magaly Rivera: “Me gustaría para el futuro, para las que vienen, la eliminación de la jornada laboral de 24 horas, de la jornada esclava, que tengamos una jornada de 8 horas, las que están regularizadas y las internas. Al menos que se respeten sus descansos, fines de semana y su vida propia”

Jessica Guzmán: “¿Qué me preocupa? ¿Qué mierda voy a hacer a los 60 años? ¿Regresar a mi país después de tantos años? No tengo nada. Aquí tampoco tengo nada. Aquí sola, vieja y con una pensión pobre».

María: “Al principio tuve un trabajo en que cobraba 5 euros la hora con seguro; ¡sin seguro era menos! Lo cogí, no me quedaba otra. La gente que no te asegura es para que luego, al echarte, no puedas reclamar nada, no tengas derechos. ¿Qué me gustaría? Tener derecho a paro».

Gladys: «Estuve 13 años interna, 13 años nefastos. Dormía en un sofá, sin habitación propia, 24 horas atendiendo a la señora… 13 años que supusieron un desequilibrio emocional y psicológico, porque yo de ahí salí loca. Fui a pedir ayuda a las hijas, y me dijeron que no son una ONG. Nosotras las trabajadoras del hogar tenemos problemas psicológicos: esto
no lo recoge ningún artículo de salud laboral, no se nos reconoce como enfermedad”.

Ana María: » ¿Qué pasa cuando enfermas? Yo ni siquiera conocía dónde era el ambulatorio. La consulta es en Zestoa, pero vivo en Urretxu. Con 2 horas libres de 16h a 18h, no da tiempo a ir y volver en bus, y no me dan permiso. No pude ir al médico».

 

Por último, quiero traer aquí un fragmento de un texto que escribí hace exactamente diez años. La lucha por lograr que se valore su trabajo y tengan los mismos derechos que cualquier trabajador es larga. Y ha habido avances, pero mínimos, claramente insuficientes.

“La liberación de unas mujeres se produce a costa de la opresión de otras”. Esa cita del libro Sirviendo a la clase media de Gregson y Lowe la leí en la primera novela de mi compañera María Fernanda Ampuero, Lo que aprendí en la peluquería. No pude evitar pensar en la razón que tenía.

Yo soy una mujer trabajadora. Y puedo serlo gracias a otra mujer trabajadora. Todas las mañanas, hasta que yo regreso a casa a la hora de comer y desde que me incorporé de nuevo al trabajo cuando Jaime casi tenía seis meses, mis hijos están en las excelentes manos de Flor. Flor es ecuatoriana, como Mafer. Es muy inteligente, cariñosa y una buena amiga. La conozco desde hace doce años. Tiene apenas un par de años más que yo y ha pasado por varios tragos francamente duros. Tuvo que dejar su país y a su familia siguiendo a su marido a este país buscando con todo el derecho un futuro mejor, se vio obligada a separarse de sus hijas cuanto eran pequeñas (no puedo ni imaginar lo duro que tuvo que ser) y a trabajar en lo que salía.

Si hubiera nacido en otro lugar o con otras circunstancias su vida habría sido y sería muy distinta. Pese a toda su buena cabeza no tuvo oportunidad de estudiar y encontrar una profesión cualificada, algo que ella se está esforzando por ofrecer a sus hijas. Ahora no está oprimida ni mucho menos. No podría mirarme a mi misma al espejo por las mañanas si así fuera. Hoy en este post quiero acordarme y agradecer a todas las flores que nos permiten a muchas madres recientes compaginar nuestra profesión con la maternidad, igual que en otras ocasiones quise acordarme y agradecer por lo mismo a los abuelos.

Hoy en este post quiero acordarme y agradecer a todas las flores que nos permiten a muchas madres recientes compaginar nuestra profesión con la maternidad, igual que en otras ocasiones quise acordarme y agradecer por lo mismo a los abuelos. Todas esas mujeres que cuidan a nuestros niños mientras nosotras trabajamos. Mujeres que en algunos casos tienen a sus propios hijos lejos. Y por último me sumo a una justa reinvidicación por regularizar la situación de las empleadas del hogar ya que se rigen por una normativa laboral vigente que data de los años 70 y es completamente favorable al empleador. Por ejemplo, no tienen derecho a paro, vacaciones, derecho a contrato… En 2007 el gobierno prometió que antes de que acabara su legislatura lo solventaría. Aún estamos esperando.

Conciliación y corresponsabilidad tienen que ir de la mano

He hablado mucho de conciliar, he reflexionado mucho sobre la conciliación. La conciliación que no es solo una reivindicación vinculada a tener otros (niños, mayores o personas con discapacidad) a los que cuidar, pero que se hace especialmente patente en esas circunstancias. La conciliación, cuyo fomento puede llegar a ser motor de impulso económico. La conciliación, ante la que surgen numerosas barreras mentales y estructurales.

(GTRES)

Todos lo hemos hecho especialmente, imagino, a lo largo del último año. También ayer mismo, que fue el día de la conciliación, escuché el término en numerosas ocasiones, sobre todo en tono reivindicativo y de la mano de Laura Baena, fundadora del Club de Malasmadres, que acudió a la Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados para poner de nuevo sobre la mesa la necesidad de contar con un Pacto de Estado por la conciliación, consensuado por partidos, empresas, sindicatos y familias, «con medidas concretas para acabar con la desigualdad a la que se enfrentan miles de mujeres madres, destapadas especialmente desde que estalló la pandemia».

En definitiva, hemos hablado, reflexionado y reivindicado mucho sobre conciliación. Lo seguimos haciendo. Pero al menos yo no me había paseado por la RAE para ver cómo describe a este verbo tan difícil de conjugar en todos los sentidos. Me he encontrado con que la segunda acepción, «hacer compatibles dos o más cosas», y me atrevería que es la que solemos tener presente cuando abordamos esta problemática, que ha alcanzado una nueva dimensión durante la gestión de la pandemia de Covid-19. Pero hay otra, la primera, que reza así: «Poner de acuerdo a dos o más personas o cosas».

Me gusta más porque evoca otro término clave en la consecución, no solo de la conciliación, sino de la construcción de una sociedad mejor para todos a muchos niveles, que es la corresponsabilidad. Con la única acepción en la RAE de «responsabilidad compartida», estoy convencida de que va a ser la piedra de toque que transforme la realidad, haciéndola más justa e igualitaria. Y soy optimista, tengo fe en que se irá alcanzando. Tengo los suficientes años como para haber visto un tiempo en el que este término era inexistente en cualquier conversación, en el que los hombres que se equiparaban en los cuidados a sus parejas, eran de una rareza casi mitológica. Incluso aunque deseasen corresponsabilizarse, chocaban con sistemas que no lo contemplaban, con una sociedad en la que la incomprensión era la moneda de cambio. Hoy día estamos estrenando unos permisos de paternidad igualitarios, una vieja reivindicación que ya podemos celebrar y va a suponer un auténtico cambio de paradigma; también estamos viendo florecer una forma creciente de entender a quién corresponde, criar, ayudar a crecer y cuidar.

Y la corresponsabilidad no solo hace referencia a los hombres, a nuestros compañeros, también involucra a las empresas, a las instituciones. Por suerte, en ese plano también se están viendo avances. Es cierto que el camino por delante es largo, con trabas, pavimentado en angustia y oportunidades perdidas. Pero es visible que avanzamos a poco que miremos.

Así tal vez logremos alcanzar la tercera acepción del verbo, «granjear un ánimo o un sentimiento determinados», sintiéndonos a gusto, felices manejando los diferentes ámbitos de nuestra vida, aspirando a la realización y la aceptación, en lugar de a la frustración por no llegar a todo.

(GTRES)

Felicidades a los padres que entienden que cuidar también es cosa suya

Felicidades a los padres que se involucran, que entienden que criar, que cuidar, también es cosa suya. También a aquellos que lo hicieron hace años o décadas. Que nadie crea que eso que ahora se llama «nuevas paternidades» no tuvo representantes en todas las generaciones previas.

Felicidades a los padres que van a llevar a los niños al colegio, que los recogen adolescentes tras las fiestas, que se sientan con ellos a estudiar Historia o Matemáticas.

Felicidades a los padres que saben que dar ejemplo es la mejor manera de enseñar.

Felicidades a los padres que están adentrándose con ilusión, con ganas, en la paternidad en pandemia, sin participar en el proceso del embarazo y del parto como querrían.

Felicidades a los padres tienen bajo control las expectativas que depositan en sus hijos, que saben que solo les pueden pedir que sean felices y buenas personas.

Felicidades a los padres que se equivocan, que no quieren ser perfectos. No hace falta que lo sean.

Felicidades a los padres que están ahí, con los que siempre se puede contar cuando se les necesita.

Felicidades a los padres, ya abuelos, que criaron con amor a sus hijos, que sostienen, que ayudan, y que llevan un año aguantándose las ganas de abrazar a sus nietos, que incluso no han podido siquiera verlos de cerca en todo este tiempo.

PD. Felicidades especialmente a ti, porque sin tenerte a mi lado tal vez no hubiera tenido hijos. Tú tenías claro que los querías, yo dudaba tanto que, al lado de otro sin vocación de padre, tal vez solo hubiera tenido perros y gatos. Quisiste, quise, y eso me convirtió en la persona que soy ahora e hizo que nacieran dos seres humanos únicos, valiosos e irrepetibles sin los que soy incapaz de concebir el mundo. Gracias porque todos estos años hemos avanzado igualando el paso, corresponsabilizándonos y haciendo equipo sin fisuras.

Vacunas para los terapeutas

Justo hace una semana subí una foto en la que esperaba con Jaime esperando para entrar a su sesión de todos los martes de integración sensorial, una terapia que le encanta, mantenemos desde hace varios años y le viene fenomenal.

Por suerte acude a un colegio de Educación Especial, especializado en autismo, en el que saben cómo trabajar con él y estimularle, porque desde que la Covid-19 irrumpiera en nuestras vidas con la fuerza de un tsunami, es la única terapia que sigue recibiendo.

Lo que más lamento es que ya no pueda ir la piscina, a la que acudía dos veces por semana y que disfruta mucho. Jaime es un niño de agua, feliz cuando está ese elemento. Pero nadar se vio interrumpido hace casi un año por la pandemia y no ha podido volver a retomarlo. E incluso la terapia de integración sensorial ha tenido una continuidad relativa entre coronavirus, cierres perimetrales, confinamientos autoimpuestos y Filomena.

Demasiados niños y adultos con discapacidad, con necesidades especiales, están viendo comprometido el alcanzar todo su todo su potencial por culpa de la actual situación, a la que ojalá nos esforzásemos todos por poner remedio.

También es verdad que hay muchos otros que han podido retomarlas, en gran medida gracias al empeño de los profesionales que las imparten, que se han arremangado, se han puesto las pilas (y las mascarillas) y hecho de tripas corazón, para poder seguir ofertándolas.

A mi parecer, todas esas personas que se dedican a este tipo de intervenciones (psicólogos, terapeutas ocupacionales, logopedas…) deberían ser vacunados de forma prioritaria.

Cuando hacía esta reflexión en redes sociales, pedía otras experiencias respecto a estas intervenciones, tan necesarias. Os comparto algunas:

ydeverdadtienestres. Rodri está ahora mismo sin nada más allá del cole. Una pena

zwu1978.  excepto la piscina sigue con todo.

Cris. Mi hijo no ha podido seguir con la de habilidades sociales ,que tanta falta me hace y tan bien me hacía…

unamamaarquitecta. La emperatriz va a integración sensorial los jueves a una sesión de 50 minutos y las sesiones de estimulación que hacía en otro centro las hacemos on-line porque son más de “trabajar jugando”, esas son miércoles y viernes..La natación también queremos retomarla cuando vuelva todo a la normalidad..

yolanblue. Sigue sus terapias con normalidad. Psicóloga y logopeda. Deporte este año hemos descubierto el atletismo

consultamgh. Alonso no está recibiendo ninguna… también la piscina es lo que más echa de menos del mundo

Miriam. Erika tiene terapia ocupacional y fisio en la asociación. Ha dado un bajón tremendo en todo, especialmente en movilidad y lenguaje. También echa mucho de menos la piscina

dahadi2017. Nosotros seguimos con terapia pero todas las interrupciones que hemos tenido están pasando factura. Mucho ánimo!

Mercedes. Justo hoy he estado hablando con una amiga que también tiene un niño con autismo de los problemas de comportamiento que tiene mi hijo últimamente y me ha recomendado la integración sensorial ;-). Creo que la probaremos… Nosotros, salvo la piscina, que no tenemos desde marzo, seguimos en atención temprana tres días a la semana. Los meses que estuvimos sin terapia, y el mes y pico que hemos estado ahora entre la navidad, la nieve y una cuarentena lo hemos notado muchísimo para mal. A veces parece que se estancan, que las terapias no son todo lo efectivas que deberían… y luego llega una pandemia y te das cuenta de lo necesarias que son…

jessypebel. Nosotros empezamos con las terapias justo después del confinamiento y por suerte de momento las tiene todas tanto por privado como la sesión de la Junta,y que duren!!

Maripaz. Igual que mi Jaime.. lo que más lamentamos su piscina adaptada. Mantenemos las terapias de Logopeda…Talleres cognitivos..y audición y lenguaje. También teníamos Multideporte..pero ahora ya no.

Rosa. Nosotros seguimos también solamente con al terapia de integración sensorial. Aquí pararon solo al principio en el confinamiento total, luego se ha considerado actividad de primera necesidad. La piscina, también interrumpida. Logopedia en el cole, desde Marzo a final de curso nada. Se retomó el primer trimestre de este curso, pero el CREDA la dio de alta en Navidad

patriciacanavate. En Andalucía solo se interrumpieron las terapias durante el confinamiento domiciliario de Marzo, pero después han continuado con normalidad. Con sus medidas de seguridad por supuesto pero siguen yendo a logopedia y psicología.

see_o_lee. Mi niño me lo han diagnosticado con TEA (por privado) en Irlanda. No lo ha visto un solo profesional por publico, no me lo han querido ni pesar ni medir porque no están pasando consulta. Me llegó una carta de intervención temprana diciendo que la lista de espera es de 3 años. Lo poquito que hemos hecho con el fueron 3 sesiones de speech therapy y unas cuantas de ABA por privado … y yo, su mamá, me hice un curso de sensory play y me lo monté en casa porque está claro que las personas con discapacidad quedaron completamente olvidadas aquí …

Sara. terapias por web. excepto piscina, claro. Van bien. Dejadez total desde centro escolar ni palabras por mail de acompañamiento. Lo mas frio el silencio de sus profesionales de aula tea. No enviaron un email o llamada de cortesía o interés por su alumno desde marzo . El vacío por su parte , resulta francamente muy duro. Muestra un total desinterés y afecto.

Carolina. Al final este aislamiento por la covid es un obstáculo para seguir avanzando con todo lo que se ha trabajado con ellos

Anna. Aquí somos de agua. La piscina municipal – cerrada. Nos queda el mar i el surf…però el postoperatorio no le permite aun jugar con las olas. Así que…ni esto ni nada mas

Liliana. Mi hijo 1ero tenia terapia en casa lenguaje y ocupacional luego de varios meses empezo de manera presencial fisica, lenguaje y ocupacional en el centro pero solo duro un mes ya que se molesto tanto salir a las terapias qe retrocedió mucho y la calle y sus ruidos lo afectan demasiado…ahora estamos nuevamente en cuarentena por la 2da ola y tiene solo terapia fisica en casa y esta feliz denuevo… parece qe se acostumbró a no ir tan lejos de casa.

Ana María. A mi por suerte sigue teniedo audicion y lenguaje, y reeducacion conductual, la piscina es lo que ha dejado de ir, pero esperemos que pase la pandemia y pueda volver.

No era un número más

No era un número más entre los muchos muertos notificados a diario por Covid. Era mi tío Eduardo. Hoy nos ha dejado, tras muchas semanas en la UCI, en las que cada día que estaba un poquito mejor nos agarrábamos a la esperanza y los días que los médicos no daban buenas noticias queríamos creer que estaban equivocados.

No era un número más. Era un hombre de risa fácil, que disfrutaba del buen vino, la buena comida y la buena compañía, cuya voz profunda resonaba con cantares asturianos. Siempre te recordaré en aquellas interminables sobremesas familiares, compitiendo a canciones con mi abuelo.

No era un número más. Era un hombre con curiosidad, que coleccionaba ediciones de El Quijote, que pintaba (mi mejor retrato siempre será en el que me dibujaste de niña), al que le gustaban la zarzuela y los perros, mis perros, pero era lo suficientemente coherente como para no tenerlos porque sabía la dedicación que exigían.

Retrato de mi tío estudiando, cuando era joven.

No era un número más. Era un hombre guapo a sus muchos años, que parecían menos. Cuando de niña miraba su foto de bodas, tanto él como mi tía Begoña me parecían tan deslumbrantes como estrellas de cine.

No era un número más. Era un hombre loco de amor por mi tía, por sus hijas, por sus nietos, por los suyos, demasiados de los cuales nos veremos obligados a despedirle como mejor sepamos en la distancia. Yo escribiendo ahora, que es lo que siempre me ayuda a curarme.

No era un número más. Era Eduardo, el discutidor, el divertido, generoso y amable.

Me cuesta mucho hablar de él en pasado, la herida está abierta y sangra.

Hasta ayer aún me decía a mí misma que este verano volveríamos a jugar a las cartas, volvería a verte con un orujo de hierbas en la mano disfrutando de la vida, que es algo que siempre se te dio bien.

Este verano, cuando esa herida haya cauterizado, te prometo que volveré al prao y beberé ese orujo a tu salud; yo que nunca lo probaba por mucho que me insistieras.

Te prometo que siempre vivirás dentro de nosotros.

El cáncer y las palabras

Luchar, pelear, vencer… Llevo muchos años en este blog usando esos términos cuando he querido hablar del cáncer. Del cáncer y los niños con demasiada frecuencia, dos sustantivos que jamás deberíamos ver juntos. Del cáncer en general, que no respeta a nada ni a nadie. No creo que haya un solo ser humano pisando este planeta que no haya sufrido por el cáncer, por haberlo tenido, por haber visto sufrir a alguien que amaba por su culpa.

Ganar al cáncer, combatirlo, derrotarlo. Hace ya tiempo que no uso esos términos. Es cierto que hay que enfrentarse al cáncer. No deja de ser verdad que esta otra vieja pandemia tiene algo de guerra, de incesantes batallas en las que la ciencia es la esperanza de la victoria. Pero no quiero usar términos bélicos, no quiero que parezca que los que se han ido perdieron, no lo consiguieron, fueron vencidos, se rindieron.

Nos lo piden los más afectados. También los trabajan a diario por su cura. Los pacientes de cáncer no son culpables de nada, no podemos hacer que se sientan responsables de no superar la enfermedad.

El cáncer infantil es la primera causa de muerte por enfermedad de 1 a 14 años, aunque apenas suponga un 2% del cáncer de adultos. El cáncer infantil se llevó la vida de Lucía, una amiga y compañera de mi hija, el verano de 2018, cuando apenas tenía nueve años.  Ni Lucía ni ninguno de los niños o adultos que han muerto por cáncer fueron derrotados. En absoluto. Ya no están con nosotros y siempre los recordaremos, que es algo muy distinto.

Muchos de los enfermos de cáncer tampoco quieren ser tratados de héroes, luchadores o campeones. Simplemente manejan lo mejor que pueden la enfermedad, quieren sobrevivir como cualquiera que se viera en su situación. Lo que nos están pidiendo es normalizar en lo posible la manera en la que hablamos del cáncer, evitar eufemismos, también grandilocuencias. Es una enfermedad, que puede ser muy grave, sí. Ya está.

Stan Goldberg, especialista en comunicación y profesor emérito de trastornos de la comunicación en la Universidad Estatal de San Francisco, tuvo cáncer a los 57 años y escribió un libro titulado Loving, Supporting, and Caring for the Cancer Patient (Amar, apoyar y cuidar al paciente con cáncer) en el que hacía varias recomendaciones sobre qué no decir a una persona con cáncer. Hay más, pero creo que las más importantes se podrían resumir en:

  • No destacar los cambios físicos que puede estar experimentando.
  • No sugerir que sus hábitos le han conducido a tener cáncer.
  • No forzarle a mantener una actitud positiva.
  • No hablarle de productos o tratamientos no refrendados por la ciencia.
  • No indagar sobre el pronóstico ni compartir otras experiencias de enfermos de cáncer que conocemos.

Hablar con naturalidad, ofrecer nuestro apoyo, mostrar un interés sano, reconocer que no sabemos qué decir cuando es así sería la actitud correcta.

Son recomendaciones extrapolables a las personas más cercanas a ese enfermo y afectadas por tanto también en mayor medida por el cáncer.  A los padres de niños con cáncer.

Poco a poco y entre todos…

(GTRES)

No todos los niños son capaces de recibir educación a distancia

Hay niños para los que las clases telemáticas no son una opción, y no me refiero a aquellos que no tienen equipos informáticos o conexión, me refiero a otros de los que se ha hablado mucho menos: niños para los que conectarse y aprender a través de una pantalla es algo inviable, da igual la plataforma que se emplee.

Jaime, mi hijo, es uno de esos niños. Tiene autismo, discapacidad intelectual y acude a un centro especial, especializado en TEA. Si no hay asistencia al colegio, si no hay presenciales, para él es como estar de vacaciones, es imposible que avance en los objetivos del curso.

No es culpa de sus profesores, dispuestos a echar una mano, a proponer tareas (las que los padres seamos capaces y podamos llevar a cabo), a solucionar problemáticas que puedan surgir. Simplemente, no tiene capacidad suficiente para trabajar en remoto, ni siquiera con ayuda.

No es el caso de todos los niños de Especial. Los hay con más capacidades y mejor preparados para las clases telemáticas. Pero una mayoría no pueden, sencillamente no es posible que accedan a ese derecho fundamental que es la educación si no acuden a los centros.


Pienso en los niños de la etapa de Infantil, los más pequeños, y me da la impresión de que pueden encontrarse con dificultades semejantes. Para ellos la interacción directa es imprescindible.

Puede que no pase gran cosa por una semana perdida, más allá de la conciliación personal y laboral de sus padres o tutores que en muchos casos puede suponer un drama, aunque ese podría ser otro tema. Pero el miedo que esta relativamente breve interrupción de las clases por el temporal de nieve suscita, es que nos veamos de nuevo confinados más tiempo por la Covid rampante.

En ese caso nos veríamos como la primavera pasada, con un largo periodo de tiempo apenas aprovechado, cargado de problemáticas, con ese derecho a la educación en coma temporal. Y no sé cómo podría subsanarse, porque no es cuestión de invertir en plataformas, sino de entender que la educación presencial es, para muchos de nuestros niños, insustituible.

Ojalá nuestros gestores, en sus futuras decisiones, no olviden tener sus necesidades presentes.

(EP/ARCHIVO)

Gracias a los profesores y padres que están picando y paleando nieve para hacer accesibles y transitables los colegios

Me hubiera gustado tener un arranque de curso escolar tranquilo tras las vacaciones de Navidad. Imaginaba que no lo sería por el aumento de casos de Covid-19 tras las celebraciones navideñas. Y ahí tenemos esa realidad que muchos augurábamos estallándonos en la cara, con la incidencia disparada, al igual que la presión hospitalaria, y el medidas más restrictivas, incluso confinamientos estrictos, sobre la mesa. Lo que no esperaba es que el inicio de las clases también se viera en solfa por Filomena, por la nevada del siglo que ha dejado gran parte de España trasmutada en Noruega.

Los colegios en la Comunidad de Madrid tendrían que reabrir sus puertas el próximo lunes (*actualización, se ha retrasado al miércoles*), pero nuestros gobernantes ya nos están avanzando que va a ser difícil que sea así en todos. Nada que padres y profesores no supiéramos. Los grupos de whatsapp bullen estos días con imágenes de los accesos y el interior de los colegios que, por ser normalmente espacios abiertos y poco o nada transitados estos días, asemejan la estepa siberiana.

Hay colegios por todas las regiones de España afectadas por el temporal que están contratando por su cuenta y riesgo operarios, excavadoras y quitanieves, sobre todo los centros concertados y privados. Y los hay que están diciendo a los padres que escriban al ayuntamiento reclamando la limpieza y seguridad que corresponde para poder iniciar las clases. Pero incluso en muchos de esos, sigue solicitándose ese trabajo colaborativo de docentes y padres.


Contrarreloj, en multitud de colegios son los mismos profesores (y conserjes, directores…) los que se han arremangado y puesto a picar y palear nieve y hielo, con la ayuda de los padres que podían y querían echar una mano.

Eugenio García, director del Colegio Cardenal Xavierre-FESD de Zaragoza, quita la nieve y el hielo que cubre el patio de recreo. (EFE/Javier Cebollada)

Están abriendo caminos para los niños, que precisamente como son niños querrán jugar sobre el manto blanco que sin duda aún permanecerá en muchos puntos la semana que viene y es probable que unos cuantos acaben en la enfermería. Están dedicando un tiempo y un esfuerzo que se les agradece y aplaude desde esos mismos grupos de Whastapp. Porque, la verdad, es de agradecer y aplaudir que se arremanguen de esa manera.


Pero al tiempo que nos caldea el corazón su esfuerzo, es legítimo preguntarse si deben los padres y profesores asumir esa responsabilidad que compete a las administraciones públicas de hacer accesibles y transitables los colegios.

Por un lado, como me decía una madre cuyo colegio ha solicitado esa ayuda al AMPA, se puede considerar que es nuestro deber social ayudar, si está en nuestra mano, pensando sobre todo en los niños, su derecho a la educación y siendo conscientes de que las administraciones públicas están desbordadas, pero es posible que se creen tensiones o distinciones entre los que ayudaron y los que no, ¿y qué pasa si se hacen daño en el proceso?.

Por otro, como me decía una profe, deslomarse haciendo algo así es ya pecar de tontos. Si no se pueden abrir el lunes, pues tendrán que abrirse cuando los responsables de limpiarlo lo tengan preparado.

Porque no hablamos solo de limpiar. Hay colegios en los que han caído árboles, o corren peligro de caer; en los que los techos se han visto dañados o podrían dañarse; en los que las tuberías se han congelado, la calefacción o la red eléctrica no funciona. Ayer mismo hablaban de 370 incidencias detectadas.

Daños en un colegio de Madrid ocasionados por ‘Filomena’ (EP)

Es viernes y demasiados no sabemos aún cuándo nuestros hijos podrán ir al colegio. O si nosotros podremos llevarles (abrigados como esquimales, para contrarrestar la conjunción de los protocolos anticovid y la ola de frío).


Estamos viviendo un máster en gestión de la incertidumbre que nunca jamás hubiéramos imaginado.

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La capa de Jaime

Érase un bebé, un niño, un adolescente. Tirando a tranquilo, también a perezoso; con pelo de surfista y sonrisa de Han Solo. Comilón y dormilón; ajeno a los animales que le rodean por casa y amante de la música.

Érase una vez Jaime bebé, diminuto y redondo, aferrándose a un aspito con sus manos pequeñitas.

Érase una vez Jaime niño, pedaleando hacia atrás en su primera bicicleta con ruedines sin importarle el no avanzar.

Érase una vez Jaime, de anchas espaldas y músculos poderosos, al que no le importaba llegar a ser tan alto como la luna pese a tenerla cada vez más cerca.

Y érase innumerables veces rostros que, cuando miran a Jaime, no lo ven.

No vieron al Jaime bebé. No vieron a Jaime crecer hasta convertirse en un muchacho más alto que su madre. Solo ven la capa que lleva siempre a cuestas. Solo son capaces de distinguir la discapacidad, que creen que lo define, que lo envuelve y oculta a sus ojos.

Les pasa igual con Javier, al que le cuesta mirarte y le vuelven loco los perros. Con Clara, a la que le fascina el golpear de la lluvia en la ventana y no sabe parar quieta. Con Alicia, que es paciente y no para hasta lograr lo que quiere. Con Pedro, que adora los trenes y siempre quiere estar al aire libre.

Los miran y no ven más que las capas que los cubren. Capas a veces tan pesadas que necesitan mucha ayuda para poder avanzar con ellas. Capas en otras ocasiones livianas, apenas perceptibles en muchas situaciones.

Capas que ocultan el hecho de que todos ellos son seres maravillosos, únicos. Como tú, como yo.

Capas que se pueden volver invisibles, para no eclipsar a las personas que las llevan, a poco que el que mira quiera que así sea.

Jaime, Javier, Clara, Alicia o Pedro no son su discapacidad. No merecen que les miremos y no les veamos como son.

(GTRES)

Hoy, 3 de diciembre, es el Día Internacional de las Personas con Discapacidad.

Padres valientes, padres de niños con diabetes

(FEDE)

Los conozco bien. Son padres que recibieron el diagnóstico de Diabetes tipo 1 de sus niños, lo que más querían en el mundo, cuando tenían incluso meses. Son padres que lloraron, se secaron las lágrimas, se arremangaron, se formaron, cometieron errores, aprendieron de ellos y se arrogaron la enorme responsabilidad de la salud presente y futura de sus hijos.

Son padres que tuvieron que hacer un máster acelerado en diabetología sabiendo que todos los días tendrían que tomar varias decisiones al día trascendentales para que sus hijos crecieran sanos.

Son padres que apartan los miedos, avanzan paso a paso y miran al futuro con esperanza en los avances médicos.

Son padres que aprendieron a hacer diluciones de insulina con precisión de alquimistas; a inmovilizar a sus hijos para pincharlos con una jeringuilla, para ponerles la bomba de insulina o el sensor (¡bendita tecnología!), haciendo oídos sordos a sus llantos y llorando por dentro; que tuvieron que imponer muchos noes y restricciones con todo el dolor de su corazón.

Son padres que viven contando cuántos hidratos tiene una merienda de bocadillo de queso y mandarina, o una comida de macarrones con tomate y un plátano de postre, para saber cuánta insulina poner a sus hijos.

Son padres que claman porque haya enfermeras en los colegios, por encontrarse con maestros que les ayuden

Son padres transmutados en el páncreas de sus hijos, que han tenido en muchos casos que priorizar a su familia sobre su carrera profesional, cuando no renunciar completamente a ella.

Son padres guardianes, que siempre están pendientes, que de noche vigilan prescindiendo del sueño.

Son padres vampiros, que calientan los deditos de sus niños para que fluya la sangre antes de pincharlos y asegurarse de que todo va bien.

Son padres que bromean cuando ven series sobre apocalipsis zombis con que el primer sitio al que tendrían que salir corriendo a proveerse es a una farmacia.

Son padres maestros, que enseñan lo aprendido a sus hijos, según se hacen mayores; que inculcan en ellos la responsabilidad de cuidarse; que explican también todo lo necesario a los abuelos, tíos o hermanos mayores que también quieren y pueden echar una mano.

Son padres valientes de niños valientes, que necesitan de toda la ayuda y el ánimo que podamos darles.

Noviembre es el mes de la concienciación de la diabetes, tanto de la tipo 1 como de la 2, cuyo día mundial tiene lugar el día 14.