¿Quién teme al lobo feroz de la adolescencia de sus hijos?

Todo comenzó con este texto de la psicóloga María Jesús Campos en su recomendable blog.

Os recomiendo su lectura completa, pero os dejo, para hacer boca, un fragmento de su arranque.

Ese cambio de etapa que a los padres y madres, en un porcentaje significativo, les suele dar vértigo por diversos motivos (lo que escuchan, leen, ven en menores cercanos…).

Y ojo, una de las cosas que digo en las charlas que doy sobre este tema es que no hay que tener miedo desproporcionado ni dramatizar (porque a veces se va de las manos), hay que informarse, buscar ayuda si nos encontramos perdidos o desbordados e ir afrontando las situaciones. Anticipar cómo se va a vivir en la casa, dando por hecho conductas y conflictos, sin haber llegado el momento, hace que se genere una predisposición y unas actuaciones que pueden no corresponder con la realidad.

Al tuit de la psicóloga contestó María González (@mariagsanguino en twitter): “Igual deberíamos respetarlos un poco más, ella (su hija) me dice que a veces habláis de nosotros como si no estuviéramos presentes, nos criticáis y es algo muy extendido. Es el sentimiento de muchos adolescentes”.

Y creo que ambas tienen tanta razón, que merecía la pena traer aquí la reflexión.

Es cierto, parece que sea pandemia entre la gran mayoría de los padres temer a la adolescencia de nuestros hijos. Desde que aún van en pañales nos escuchan bromear sobre el terror que nos produce esa etapa, sobre lo mala que es la adolescencia, sobre los peligros que trae y lo egoístas que se hacen, sobre las broncas que tendremos, sobre las pocas ganas que tenemos de que llegue.

¡Qué viene el lobo! ¡Qué viene el lobo!

Y lo peor es que esos comentarios los hacemos delante de nuestros hijos.

No lo dirán, no lo racionalizarán, pero puede ir calándoles el hecho de que en la adolescencia les querremos menos o que, al menos, sus padres los veremos como algo ajeno y molesto. Crecerán sintiéndose una bomba de nitroglicerina con temporizador, porque así lo asumen sus progenitores. Sintiéndose, en cierta medida, traicionados por nosotros. Es fácil acabar estallando; es fácil acabar, como poco, sintiéndose algo cabreados.

También a nosotros nos va calando que será una etapa difícil, que nuestros hijos se alejaran, que nos darán problemas, que cualquier otra fase de la infancia es mejor,que se convertirán en extraños, que perderemos a nuestros queridos niños, cuando no tiene porqué ser así.

Estamos pavimentando el camino a una profecía autocumplida.

También tener un recién nacido es una situación desconocida, que asociamos con llantos, falta de sueño, un reto vital respecto a horarios, planes… pero se recibe con expectación y alegría. Leemos todo tipo de libros y nos preparamos felices para lo que venga.

¿Por qué no hacer lo mismo con la adolescencia? ¿Por qué temer a nuestros propios hijos? ¿Por qué tanto miedo a verles crecer cuando es lo natural? ¿Por qué no afrontarlo como un reto que puede traer de la mano momentos divertidos, una evolución del amor que les tenemos?

A fin de cuentas nosotros también fuimos adolescentes. Y hay todo tipo de adolescencias, tantas como personas.

Cuando hablamos de la adolescencia con temor estamos olvidando o minimizando el hecho de que nuestros hijos son, todos ellos, individuos diferentes.

Me acuerdo de adolescentes a los que he visto entrenar o arbitrar a niños más pequeños que ellos en diferentes deportes con cariño y consideración, incluso aunque implique madrugar los fines de semana. Recuerdo las colas de adolescentes ante determinadas casetas de la feria del libro. Tengo presentes también a los que he visto haciendo voluntariados o viniendo al periódico interesados en el periodismo, porque ya están haciendo planes de futuro.

Pienso en esa etapa de encontrarse a sí mismos, de empezar a hacerse adultos, del descubrimiento del amor y del sexo, de tropezar y levantarse, y me resulta hasta tierno.

Nuestra función será otra, será la de ser la red de seguridad de mis pequeños trapecistas. Estar preparados para lo venga, sin malos augurios, dejándoles volar cada vez más lejos. Y bien está que así sea.

No sé vosotros, pero yo me niego a temer al lobo feroz de la adolescencia de mis hijos.

(GTRES)

1 comentario · Escribe aquí tu comentario

  1. Creo que todos los padres y madres, aquí es donde se ve si todo ese trabajo se tuerce… puff, toquemos madera… con lo complicado que debe serlo en esta época…

    08 abril 2019 | 10:41

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