El hombre bueno

“Haber vivido tranquilo sabiendo que no has hecho daño a nadie, que has tratado con respeto y educación a los demás, cumpliendo tus obligaciones y sabiendo que la gente te apreciaba. ¿Qué más puedes pedir antes de irte?”. Así me hablaba mi abuelo hace siete años, velando a mi abuela en el tanatorio.

Hoy vuelvo a sentarme en el mismo tanatorio, no recuerdo si en la misma sala, velándole a él. Mi abuelo nos ha dejado, en paz y durmiendo, a los 98 años. Un hombre bueno que vivió tranquilo, sin hacer daño a nadie. Cimiento sobre el que me construí y que ahí permanece, sosteniéndome con su ejemplo.

Se ha ido mi abuelo el ferroviario; el segador; el de los cantares en las largas sobremesas de prao asturiano; el que me llevaba a ver nacer xatos; el que siempre disfrutaba jugando con los niños pequeños; el trabajador incansable que siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. Se ha ido pero queda a mi lado para siempre. Igual que mi abuela sigue presente cada vez que me llega el olor de las judías verdes frescas, que veo una hortensia hermosa o preparo frixuelos, mi abuelo estará a mi lado siempre que vea un western (vaqueradas las llamaba), que huela a hierba recién cortada o sienta Gijón bajo mis pies tras una larga ausencia.

Se ha ido y sé que ya deseaba el encuentro con el otro segador, el ineludible. Los puedo imaginar conversando amigablemente camino al encuentro con la abuela. Se ha ido, pero lo atesoro dentro de mí junto a la infancia mágica que me regaló. Gracias abuelo. Descansa, que nada más podías pedir al despedirte.

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