¿Elementos sobrenaturales en la novela histórica?

Detalle de la cubierta de la novela Oscura Roma (Esfera de los Libros)

Luis Manuel López (Madrid, 1982), historiador y filólogo Clásico, profesor de secundaria y divulgador, acaba de publicar Oscura Roma (Esfera de los Libros), la primera novela de su personaje Marco Lemurio. En ella, nos traslada a una Roma desconocida, la del 67 a.C., donde elementos fantásticos y de terror se mezclan con otros históricos y de intriga. En el siguiente artículo, el autor reflexiona sobre, precisamente, esa mezcla de elementos en apariencia tan dispares.

[ENTREVISTA CON EL AUTOR | Una historia de terror en la Antigua Roma]

Que los géneros narrativos debían regirse por unas normas fijas fue algo que ningún escritor, desde los clásicos hasta el siglo XVIII, se habría cuestionado jamás. De Aristóteles a Horacio, de Quintiliano a los humanistas y los ilustrados, el debate acerca de los géneros siempre giró en torno a dónde estaban sus límites y cómo debían clasificarse las obras literarias. Más tarde llegó el Romanticismo, como un gran vendaval que arrasó todas estas reflexiones, a las que los poetas prendieron fuego sin contemplación, seguidos de las vanguardias, que bailaron sobre las cenizas y los restos de aquellas viejas normas que habían encorsetado la literatura durante más de dos milenios. En el siglo XX la idea generalizada en literatura fue que la originalidad era lo prioritario, que había que matar al padre, al maestro, y crear algo genuinamente nuevo si uno quería que su obra perdurara. Y si en ese proceso se podían destruir un par de géneros literarios o tres, mejor todavía. De este modo, el teatro rompió sus barreras, poesía y novela se mezclaron, los subgéneros se confundieron, lo que antes no era considerado ni arte se elevó a los altares y todos los escritores se entregaron al más maravilloso paroxismo de la creación sin límites. Por supuesto, en medio de esta vorágine de originalidad hubo quien se mantuvo apegado a las estructuras clásicas, cosechando en ocasiones grandes éxitos y demostrando que lo viejo, lo manido, lo ya visto, tiene también un hueco en la modernidad.

¿Qué ocurre en este panorama con la novela histórica? ¿Tiene este subgénero de la narrativa unas normas a las que debe atenerse? ¿Dónde están los límites entre la novela histórica y la de fantasía? ¿Cuántas licencias puede permitirse un escritor que aborde este campo? ¿Ha de ser un objetivo de la novela histórica enseñar (docere) o ha de limitarse a gustar (delectare) a sus lectores?

Lo cierto es que existen tantas respuestas a estas preguntas como estudiosos o aficionados se han atrevido a reflexionar sobre el tema. Si partimos de un punto de vista estricto, la novela histórica ha de ser, o ha de aspirar a ser, una ficción dentro de una realidad. El escritor de novela histórica puede inventarse personajes, puede crear tramas para ellos, relaciones, aventuras, desventuras… Pero todo esto ha de adecuarse a la realidad histórica que con mucho esfuerzo y pasión los historiadores reconstruyen haciendo uso de las fuentes, literarias y materiales, con las que cuentan. Por poner un ejemplo extremo, en una novela histórica que pretenda ceñirse a las normas del género, uno no debería tener la licencia de armar a Leónidas y sus espartanos con fusiles de asalto con los que resistir en las Termópilas. El resultado de algo así podría ser fascinante como experimento literario, pero desde luego no podría catalogarse dentro del género de ficción histórica.

Si se me permite una metáfora, la labor del historiador es semejante a quien intenta hacer un gigantesco puzzle del que tiene sólo unas cuantas piezas. Cada una de estas piezas son los datos que las fuentes nos ofrecen acerca de una época o de una realidad histórica. Es imposible hacer el puzzle completo, pues ni el historiador más concienzudo es capaz de manejar la totalidad de las fuentes. Y aunque alguno tuviera la capacidad de hacerlo, tampoco podría: sencillamente la mayor parte de las piezas se han perdido. Cuanto más antigua es la época que queremos reconstruir, menos piezas tenemos. De este modo, podemos hacernos una idea bastante aproximada de cómo era la Alemania que vivió el ascenso al poder Hitler, pues tenemos una infinidad de fuentes que nos hablan de ello, pero es muy poco, casi nada, lo que sabemos de algunos temas datados en la Prehistoria o la Antigüedad. El historiador intenta reconstruir el puzzle y, una vez ha hecho este enorme esfuerzo, lanza hipótesis para completar los huecos que quedan vacíos.

Es en estas hipótesis, en estos huecos vacíos, donde el escritor de novela histórica puede colarse para desarrollar su apasionante labor. El novelista juega con esos huecos, los rellena con su propia imaginación, creando un mosaico que resulte atractivo a los lectores. De alguna manera, el escritor crea las piezas del puzzle que hemos perdido y las coloca a su propio criterio. Pero, por supuesto, debe ceñirse a los límites que ya hemos señalado: ni puede forzar una de sus piezas para que encaje con una de las reales, ni puede sustituir una pieza real por una inventada por él mismo.

Por suerte para escritores y lectores, y desesperación de historiadores, los espacios en blanco que nos dejan las fuentes son muy numerosos, y el campo para que dejemos volar nuestra imaginación literaria es amplio y fértil. En estos vastos espacios el escritor puede jugar a inventar, a desarrollar personajes y tramas. E incluso puede atreverse a encajar elementos que serían más propios de otros géneros, como son la magia o los elementos sobrenaturales. Aunque esto puede resultar polémico para los críticos más estrictos o los amantes de las novelas históricas puras, lo cierto es que no debería sorprendernos que la magia o los fantasmas hicieran su aparición en algunas novelas históricas. Al fin y al cabo, los seres humanos de todas las épocas han creído en estos elementos sobrenaturales, han convivido con ellos y los han cultivado. De hecho, la mezcla de esoterismo y magia en relatos más o menos históricos es una constante en nuestra tradición literaria. Baste citar la muy racional y estoica Farsalia de Lucano, en la que el poeta narra de forma magistral los hechizos de necromancia llevados a cabo por la bruja Erichto a petición de un general romano.

¿Hacen estos elementos sobrenaturales que nos salgamos de los límites de la novela histórica y entremos en los de la fantasía o el terror? Desde mi punto de vista no. Puede construirse un relato histórico muy bien documentado, en el que cada personaje, cada institución, cada elemento de la cultura material estén analizados al detalle, y en el que al mismo tiempo tengan cabida fantasmas, monstruos y hechiceros. Estos elementos resultan coherentes con el mundo que hemos reconstruido, por lo que su presencia no chirría, no es ajena, a la época que estamos reconstruyendo.

Por supuesto, este es un punto de vista que puede resultar polémico. Los lectores más racionalistas sin duda preferirán que por sus novelas históricas favoritas no desfilen fantasmas ni brujas, y que estos queden relegados a otros géneros. Una vez más, el criterio queda en manos del escritor y del lector, que son en resumidas cuentas quienes de forma soberana deciden acerca de sus gustos.

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