La Historia como herramienta de la Fantasía: así se encontraron sumerios y vikingos en Neimhaim

Neimhaim: el azor y los cuervos (FOTO: PALOMA MIRALLES)

Este sábado 7 de diciembre tendrá lugar en Valencia la gala de los Premios Ignotus, otorgados por la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror (AEFCFT), donde se darán a conocer los libros más destacados de género publicados en 2018. Entre los nominados a la categoría de Mejor Novela se encuentra Neimhaim. El azor y los cuervos (Plaza&Janés), novela de fantasía nórdica que también fue finalista a los European Science Fiction Awards de este año, en el mismo apartado. Escrita por la periodista y escritora Aranzazu Serrano Lorenzo, esta obra viene avalada por una gran acogida de ventas y crítica; supone una ruptura con los tópicos que envuelven a la figura del héroe y se atreve a redefinirlo según los cánones más modernos. Pero además destaca por una sorprendente novedad: se atreve a introducir la cultura sumeria en una novela de fantasía épica, contraponiendo dos culturas tan separadas en sus tradiciones como en el tiempo como la mesopotámica y la vikinga. ¿Una locura? Tal vez no tanto… En el siguiente artículo, la autora explica cómo fue ese proceso

Todo comenzó hace cuarenta siglos …

Hace aproximadamente 4.000 años alguien tomó un buril y escribió una historia sobre unas tablillas de barro. Aquellas pequeñas raspaduras organizadas por líneas hablaban de un rey guerrero y bravo que emprendió un viaje maravilloso en busca de la inmortalidad. Se enfrentaba a bestias monstruosas, recorría lugares fabulosos, conocía a gente singular y sufría con toda intensidad el noble sentimiento del compañerismo y la amistad… Aquella narración sentó los cimientos de las epopeyas griegas y su eco todavía resuena en la actualidad. Su protagonista se llamaba Gilgamesh. Hasta donde hoy sabemos, se trata de la primera obra literaria de la humanidad.

Por eso, cuando los altos literatos o encumbrados escritores menosprecian la fantasía o la califican de “cuentos para niños”, me gusta recordar que la primera historia escrita por un ser humano, fue, precisamente, una aventura de género fantástico adulto (con sacerdotisas del sexo incluidas). Gilgamesh está presente, de alguna u otra forma, en todas las historias de héroes, caballeros y dragones que vinieron después, a lo largo de cuarenta siglos: desde El Cid, el rey Arturo y la Canción de Rolán hasta El Señor de los Anillos y Juego de tronos.

España es un país particularmente hostil con este tipo de literatura. Quizás la burla despiadada del Quijote y la ridiculización de su amor por las novelas de caballería están grabadas a fuego en nuestro ADN intelectual. Porque ese menosprecio todavía está muy presente en nuestros días, de forma que la literatura fantástica se considera un género “menor”, inferior a otros como el realismo o la novela negra.

Y si además el autor o autora de una obra de fantasía ha nacido en España se presupone que su obra siempre estará por debajo en calidad a la de un escritor o escritora anglosajón. Se trata de un prejuicio especialmente injusto e injustificado, cuando contamos desde hace siglos en nuestro país con excelentes plumas «fantásticas»: desde Gustavo Adolfo Bécquer al duque de Rivas, pasando por Emilia Pardo Bazán, Ana María Matute y Laura Gallego.

Curiosamente, destacados literatos contemporáneos de novela histórica como León Arsenal o Javier Negrete también han caminado por el género fantástico, un dato nada casual. La inmensa mayoría de amantes de la fantasía son también grandes apasionados de la historia.

Aun así, hay quien todavía se sorprende al descubrir que escribir una novela fantástica implica, en más de un caso, una profunda labor de documentación histórica. En la labor de construcción de un mundo fantástico (el llamado worldbuilding) muchos autores y autoras se sumergen en profundidad en una cultura histórica real, para después emprender un segundo trabajo no menos dificultoso: modelarlo de forma consistente para  levantar un nuevo universo, tejido con mimbres de una realidad pasada y conocida, pero con reglas nuevas.

La historia, una herramienta perfecta para la fantasía

Utilizar la historia como herramienta para la Fantasía no es fruto de un capricho aleatorio ni de un placer personal (que también), sino que responde a una lógica narrativa de peso: nada ofrece mayor consistencia, veracidad y congruencia que algo que existió en la realidad.  Como sabemos, en muchos casos la realidad supera a la ficción.

Así es como George R.R. Martin sorprendió a muchos con su sangrienta Boda roja en Juego de tronos, cuando en Escocia se produjeron hasta en dos ocasiones unos hechos similares: la llamada “Cena negra” (en el año 1440) donde fueron traicionados el sexto Conde de Douglas y su hermano menor, y la masacre de Glencoe (1692) donde 38 miembros del clan MacDonald fueron asesinados por los Campbell tras unos festejos. Como muchos y muchas ya saben, detrás de la enconada rivalidad de los Lannister y los Stark están las familias inglesas de Lancaster y York; tras los Siete Reinos de Poniente, la geografía inglesa, con su muro de Adriano y los pictos (los salvajes) que viven al otro lado. Y es fácil ver a Gengis Kan y los mogoles en Khal Drogo y los jinetes dothraki.   

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También es bien conocido que Tolkien, atormentado por sus experiencias como soldado de trinchera en la Primera Guerra Mundial y por los cambios de la revolución industrial, volcó su desasosiego en un mundo imaginado, la Tierra Media. Y a nadie parece asombrarle que en este universo de El Señor de los Anillos convivan con toda naturalidad una cultura inspirada en la cultura germánica-nórdica, como los rohirrim (con su palacio vikingo de Edoras y su poderosa reminiscencia de Beowulf), con los Hobbits, que no son otra cosa sino los bucólicos habitantes de la campiña inglesa de Birmingham.

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Tal es la magia de la fantasía; la llave que nos abre las puertas de un campo infinito, y nos permite jugar con la historia ideando, por ejemplo, un encuentro entre los últimos descendientes de los sumerios y una cultura inspirada en el pueblo vikingo. Un choque entre el ancestral y cálido sur con el impulsivo, frío y joven norte. Un contraste extremo que para mí no podía ser más interesante, porque a pesar de sus obvias diferencias, sumerios y vikingos comparten increíbles semejanzas.   

Así es como di forma al mundo nórdico de Neimhaim. El azor y los cuervos.

Lo que hace de Neimhaim algo único en la Fantasía

A diferencia de la fantasía épica «clásica», cuyos mundos están basados en medievo occidental europeo, el mundo ficticio de Neimhaim se deja seducir por un medievo diferente, más norteño y apenas explorado en la literatura de género fantástico: la era vikinga.

Detalle del mapa del libro de Neimhaim: el azor y los cuervos (FOTO: PALOMA MIRALLES)

Los detalles cotidianos, costumbres, vestimenta, alimentación, creencias… Todo sirve para alimentar el background y aportar consistencia y verosimilitud a un mundo nacido de la imaginación, de forma que resulta creíble (y casi palpable) para el lector.

La cultura escandinava sirve para dar forma a un indómito pueblo de guerreros: los Kranyal.

En contraposición a estos, conviven en el mismo territorio los Djendel, que evocan el misticismo de los druidas celtas y su arraigada relación con la naturaleza.

Ambos, los aguerridos Kranyal y los pacíficos Djendel, salvan con más o menos dificultades sus enormes diferencias para establecer una alianza insólita que da origen al reino de Neimhaim.

Pero su estabilidad se ve en serio peligro cuando a sus costas llega un extraño pueblo del sur arropado por el estandarte del uro, soldados de barbas hirsutas untadas con aceite, gentes refinadas y cultas. Son los últimos descendientes de una antigua civilización, antaño espléndida pero ya perdida, que lucha de forma agónica por sobrevivir: los Kĕngir.

Kengir o Kengi era el nombre que recibía la tierra de Sumer en su propio idioma, la lengua sumeria. Me pareció una palabra llena de misterio ancestral, por eso me basé en este vocablo para definir a este pueblo de Neimhaim basado en la antigua Mesopotamia.

Mientras escribía Neimhaim. El azor y los cuervos (entre 2016 y 2017) tuvieron lugar terribles acontecimientos en Oriente Medio: monumentos de incalculable valor histórico en Palmira, Hatra, Nínive o Nimrod, vestigios irremplazables que llevaban en pie más de 3.000 años, fueron destruidos sin piedad por fanáticos religiosos. Esta dolorosísima pérdida, la rabia y la impotencia, me llevó a brindar un homenaje a la cultura sumeria en este libro, y de paso, meditar sobre el declive e inevitable ocaso de las civilizaciones (incluida la nuestra).

Los kĕngir de Neimhaim son también un último vestigio a punto de desaparecer, y se aferra a su pasado con una fuerza desesperada. Cada recién nacido recibe el nombre de una ciudad perdida para que nunca olviden su pasado, así nos encontramos con personajes llamados Lagash, Ugarit o Eridu… Y luego está Ênhedu-Innana, su mística reina, encarnación terrenal de la diosa Innana. La reina Ênhedu está basada en un personaje trascendental de la historia de la civilización y también de la literatura: la suma sacerdotisa Enheduanna, también princesa de Ur, considerada el “primer escritor” de la humanidad, ya que fue la primera persona de la historia (que se sepa) que firmó su obra literaria con su nombre.   

Semejanzas extraordinarias… (o quizás no tanto)

No deja de resultar curioso que hoy en día sepamos con mucha más certeza cómo era el día a día, las costumbres, leyes y creencias de los sumerios, que vivieron hace más de 7.000 años, que de los vikingos, cuya era acabó hace apenas 800 años. La diferencia está en una sola cosa: la escritura.

Los sumerios fueron los primeros en muchas cosas, la escritura es solo una de ellas. Levantaron los estamentos sociales y la distribución de las ciudades, inventaron la rueda y  dividieron el tiempo tal y como hoy lo conocemos, en un sistema numérico de 12 y 60. Sus conocimientos de astronomía, matemáticas, geometría y alquimia fueron la base con la que sabios egipcios, fenicios y griegos levantaron nuestra cultura occidental. Muchas de sus leyes aún perviven, al igual que algunos aspectos de su religión. El diluvio universal es uno de sus mitos más populares, incorporado después a la religión judeocristiana. Sus dioses fueron el germen de las grandes mitologías occidentales: desde la babilonia a la egipcia y la fenicia, de la griega a la romana, y finalmente, a la nórdica.

No es de extrañar, por tanto, que entre las costumbres de vikingos y sumerios haya semejanzas notables, que me encantó trasladar al libro. Para empezar, sus diosas Freya e Innana (Ishtar para los babilonios) son en realidad la misma deidad: una figura poderosa que encarna la sexualidad, el amor y la vida en su faceta más natural y salvaje, pero también la guerra y la muerte. Lo mismo podría decirse de sus diosas de la muerte, Hela para los escandinavos y Ereshkigal para los sumerios: ambas gobiernan el inframundo, una región oscura, fría e inhóspita donde vagan los muertos.

Otra curiosa casualidad más: en la mayoría de religiones o mitologías la luna es una emanación femenina en tanto que el sol es una figura masculina. La cultura vikinga y sumeria son una rara excepción: en ambas este género se invierte, y la luna tiene una personificación masculina: Nannar para los sumerios y Máni para los vikingos y germánicos.

En Neimhaim. El azor y los cuervos el lector también se encontrará en la trama otro raro paralelismo, esta vez entre la tradición sumeria y la celta (que encarnan los Djendel): la ceremonia del hierosgamo o hierogamia.

En ciertos momentos del año, que solía coincidir con solsticios, equinoccios o momentos relacionadas con la prosperidad, como la siembra o la recogida de la cosecha, tenía lugar una ceremonia en la que un hombre y una mujer representaban “el matrimonio sagrado” entre dioses. Normalmente eran sacerdotes, sacerdotisas o incluso reyes los que participaban en este ritual, que implicaba una cópula y a veces también era acompañada de una orgía sagrada. Esta ceremonia estaba llamada a propiciar las buenas cosechas, la fecundidad del ganado y de su propio pueblo, en una lucha constante contra la alta mortalidad infantil.

A lo largo de este viaje a Neimhaim he dejado pistas y guiños a muchas otras cosas curiosas, hechos o personajes históricos que me gusta resaltar, pero esta vez os invito a descubrirlas por vuestra cuenta. Entrad libres de prejuicios a este mundo que nunca existió, pero que, como ocurre con muchos otros libros de fantasía, no es sino un reflejo inquietante de la realidad que vivimos.

¡Os espero en Neimhaim!

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