La novela histórica y la gente corriente

Le 28 Juillet. La Liberté guidant le peuple / Eugène Delacroix [Public domain]

Emilio Lara (Jaén, 1968), escritor, profesor y flamante premio de la segunda edición del premio Narrativas Históricas Edhasa con Tiempos de esperanza. En este artículo, Lara reflexiona sobre cómo algunos escritores de novela histórica y ficción, hacen posible el rescate de la gente corriente del pasado.

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Los escritores canibalizamos la realidad, la memoria y las vidas ajenas para utilizarlas en nuestras obras, pero además, como los novelistas históricos tenemos vocación de saqueadores de tumbas a lo Indiana Jones, nos gusta vampirizar el pasado. E incluso, como es mi caso, nos aprovechamos de las corrientes historiográficas para darnos ideas.

En 1966, el historiador británico Edward Thompson publicó en The Times Literary Supplement el artículo “La historia desde abajo” en el que abogaba por centrar los estudios históricos no en las élites, sino en las personas corrientes, en la gente poco importante. Esta perspectiva historiográfica tuvo una gran resonancia en el gremio de historiadores, pues a partir de entonces se sucedieron los análisis del pasado centrados en el común de la gente, sin desdeñar, por supuesto, a los grandes personajes, de manera que la batalla de Waterloo dejó de ser analizada exclusivamente a través de las fuentes documentales centradas en Napoleón y Wellington y sus respectivos estados mayores, ya que se agregó el punto de vista de oficiales y soldados a través de los testimonios que dejaron en sus cartas, diarios, memorias y otros registros documentales.

Un ejemplo paradigmático de este giro historiográfico es el libro El queso y los gusanos (1976), en el que Carlo Ginzburg, desde un enfoque microhistórico, reconstruye la vida de un humilde molinero italiano del siglo XVI a través de las actas del juicio al que lo sometió la Inquisición por sus opiniones heterodoxas.

Este rescate de las personas corrientes también se ha hecho en la novelística histórica, algo que, al contraponerse literariamente a las élites y sus modos de vida, da como resultado una potencia narrativa muy apreciada por los lectores.

Compañía K (1933) de William March, publicada en su momento como una obra antibelicista de estricta contemporaneidad, puede ser leída hoy desde una perspectiva de novela histórica. Su fantasmagórico lirismo y originalísimo encadenamiento de testimonios de soldados que lucharon en la Primera Guerra Mundial son un temprano ejemplo de cómo la gente corriente adquiere protagonismo narrativo.

Umberto Eco plasmó magistralmente esta concepción novelística en El nombre de la rosa, al conferirle el protagonismo a un monje franciscano y a su joven discípulo, concediéndole asimismo gran importancia en la trama a la comunidad de frailes del convento en el que se cometen los crímenes.

Pero el famoso catedrático de semiología y propulsor de la novela histórica contemporánea no ha sido el único. Éric Vuillard consiguió el prestigioso Premio Goncourt en 2017 con El orden del día, una novela breve que, por medio de una inteligente voz narrativa, relataba cómo las élites industriales colaboraron con Hitler en su ascenso al poder, y este autor francés, con su siguiente novela —también breve— 14 de julio, en un alarde de ingenio se pasa a la otra trinchera y narra los acontecimientos de aquel día crucial de la Revolución Francesa a través de personas vulgares, de hombres y mujeres (muchos con nombre y apellido) que aportaron su granito de arena en la toma de la Bastilla. Debo decir que aunque el libro no está a la altura de su predecesor, su lectura merece la pena por su intento de renovación novelística.

En España es obligado mencionar Un día de cólera (2007) de Arturo Pérez-Reverte por el largo aliento narrativo conseguido. En esta novela, el escritor y académico reconstruye con pormenor y pulso épico la ristra de acontecimientos que tuvieron lugar el 2 de mayo de 1808 en Madrid, cuando las masas populares y un puñado de soldados se alzaron en armas contra los franceses. La combinación literaria de personajes conocidos con otros anónimos estuvo respaldada por un rastreo en fuentes documentales y bibliográficas, lo que permitió rescatar de las fosas del olvido a muchos madrileños que participaron en la lucha contra las tropas napoleónicas.

Fotograma de la serie Chernobyl (HBO)

La serie televisiva Chernobyl recién emitida, que ha impactado mayoritariamente por su calidad y por su estructura, está basada en la obra Voces de Chernóbil (2015) de Svetlana Alexievich, escritora bielorrusa a la que le concedieron el Premio Nobel de Literatura. Voces de Chernóbil fue el primer libro de ella que leí, y como me resultó una especie de epifanía literaria, los demás fueron cayendo uno tras otro, porque la originalidad de su literatura se basa en una perfecta simbiosis de reportajes y entrevistas periodísticos y en un estilo diáfano que epata por la emoción que consigue. En toda su obra, esta Premio Nobel mantiene la constante de entrevistar a hombres y mujeres corrientes que se vieron involucrados en épocas o acontecimientos capitales: la explosión de la central nuclear, la invasión soviética de Afganistán, la Segunda Guerra Mundial o la desintegración de la URSS.

En mis novelas, junto a grandes personajes históricos, me gusta incorporar a personas corrientes sometidas a pruebas extraordinarias para demostrar que, en las encrucijadas de la vida, los hombres y las mujeres responden de desigual manera, aflorando lo mejor y lo peor de la condición humana. Hice esto en La cofradía de la Armada Invencible y en El relojero de la Puerta del Sol, y en Tiempos de esperanza, al novelar la aventura de los niños cruzados, tuve presente un libro de Svetlana Alexievich que me conmocionó: Últimos testigos, en el que la autora bielorrusa recogía los testimonios —muchos de ellos dramáticos— de los niños que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, pues en la obra coexistían la belleza, la crueldad y el amor, y muchos de los recuerdos evocados provocaban tal impacto emocional, que parecía que el pasado nunca se iba del todo, que pervivía enroscado en el presente.

La novela histórica, que no es otra cosa que una historia ambientada en el pasado, nos proporciona un billete de ida y vuelta a tiempos pretéritos para recordarnos que la historia no es algo que les sucede a los demás y hacen las personas importantes, sino algo que hacemos entre todos.

*Las negritas son del bloguero y no del autor del texto.

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