La novela histórica es algo muy serio: la batalla contra la historia novelada

Emilio Lara fue una de las más agradables sorpresas que nos trajo la novela histórica española en el año 2016. Este profesor de Historia debutó con La cofradía de la Armada Invencible (Edhasa, 2016) que, para mí fue una de las obras más destacadas del año en el género. Por eso no podía tardar demasiado en escribir en XX Siglos.

Lara nos adentra en su visión del género en este artículo que no os deberíais perder.


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Emilio Lara | Profesor de Historia y escritor | @emiliolaral

Hay un motivo iconográfico que me gusta especialmente: el Noli me tangere, que representa a Jesucristo resucitado extendiendo los brazos para que María Magdalena no lo toque, al no haber ascendido aún a los cielos. Pues bien, ha habido veces en que, al entrar en una buena librería, al ver las atestadas mesas de novedades de novela histórica, tras echar un rápido vistazo, las rodeaba para no tocar los ejemplares, porque en lugar de exponer novelas históricas, contenían historias noveladas o thrillers con barniz pseudohistórico. Y es que la novela histórica es algo muy serio.

La novela histórica tendrá una legión de seguidores desde el s. XIX. Basta con pensar en títulos como Ivanhoe (1819), Los últimos días de Pompeya (1834) o Guerra y Paz (1869). En el s. XX, Robert Graves fijará el canon de este subgénero narrativo con sus colosales Yo, Claudio (1934) y Claudio, el dios y su esposa Mesalina (1935). Marguerite Yourcenar, en Memorias de Adriano (1951) escribirá una obra intimista de gran penetración psicológica cuyas cincuenta primeras páginas son uno de los mejores arranques de este tipo de literatura. Y Umberto Eco, con su archiconocida El nombre de la rosa (1980), no sólo populariza a nivel mundial la novela histórica, sino que concita la admiración de la crítica al conciliar la alta literatura con la cultura popular. A partir de entonces, la novela histórica experimenta una nueva edad dorada, aunque los malos escritores (con independencia de su éxito literario) intenten subirse a ese carro triunfal con sus historias noveladas, que son una versión pobretona de la novela histórica.

Los escritores anglosajones, por tradición y formación académica (en su universidad los Estudios Culturales o Humanidades están muy presentes), han sido y son preeminentes novelistas históricos. Al ya citado Robert Graves añadiría Colleen McCullough, Patrick O’Brian y Hilary Mantel. Ésta última, con En la corte del Lobo (2011) y Una reina en el estrado (2013), ambientadas en la corte de Enrique VIII, ha obtenido el favor del público y los laureles de la crítica merced a un estilo literario denso (el flujo de conciencia, enraizado en la obra de James Joyce), a una impecable recreación histórica y a unos diálogos brillantes. Pocas veces he quedado tan sobrecogido y apabullado con unas novelas como las de esta escritora inglesa, que ya trabaja en la obra que completará la trilogía sobre Thomas Cromwell, ministro principal de Enrique VIII.

Una novela histórica es, en esencia, una historia ambientada en el pasado. Una cronología antigua no es un elemento crucial para calificar de histórica una novela, pues puede ser clasificada como tal si, por ejemplo, se desarrolla en la Edad Contemporánea siempre que cumpla con unos requisitos. Éstos, a mi juicio, serían: la veraz reconstrucción de un mundo perdido (que no necesariamente periclitado), el detallismo al reflejar la vida cotidiana, la verosimilitud de la historia relatada en un marco temporal concreto, el equilibrio narrativo entre personajes reales y ficticios y la fidelidad histórica general, cimentada ésta última en una abundante bibliografía académica consultada que bajo ningún concepto debe notarse para que el lector se sienta apabullado. Esto es importante, porque una buena novela histórica debe huir de un burdo didactismo que lastre el ritmo narrativo, ya que ante todo debe conseguir entretener, y en segundo lugar -claro está- enseñar.

Con estos ingredientes conceptuales el autor ha de escribir una historia en la que prime la creatividad. La inteligente combinación de hechos históricos reales con otros imaginados es lo que valida una novela histórica. El estilo literario, la época elegida, el insertar –o no- elementos detectivescos o de suspense en la trama así como el protagonismo otorgado a personajes reales importantes o humildes, en resumidas cuentas, son elementos secundarios, que atienden más a los gustos personales del escritor y del lector.

En España, hay que destacar el exitazo de En busca del unicornio (1987), de Juan Eslava Galán, una redonda novela histórica de aventuras ambientada en el s. XV que recibió el Premio Planeta y propulsó la carrera literaria del jiennense, uno de los padres de lo que podríamos denominar nueva novela histórica española junto con Arturo Pérez-Reverte, el creador de la saga del capitán Alatriste y de novelas como Hombres buenos (2015), donde el placer por la Historia queda patente en una doble estructura narrativa que permite yuxtaponer dos etapas históricas narrativas: una desarrollada en la actualidad y otra durante el reinado de Carlos III. Ambos autores, con una larga trayectoria a sus espaldas, no sólo han conquistado a varios millones de lectores, sino que han influido en no pocos escritores por su forma de concebir la novelística.

En las últimas hornadas de autores españoles, entre otros, destacaría a Jesús Sánchez Adalid, Francisco Narla y Santiago Posteguillo (sobre todo su trilogía sobre Escipión el Africano), por haber conseguido una voz narrativa propia, elevadas dosis de originalidad y unas sólidas reconstrucciones históricas.

Y vamos a la traca final. ¿Qué entiendo por historia novelada? Pues una novela en la que un conocido episodio histórico es recreado sin aportes imaginativos, con personajes esquemáticos, diálogos simplones, prosa pedestre y nula creatividad narrativa: no hay subtramas ni conflicto. El autor (por falta de talento o prisas editoriales) se limita a hacer una faena de aliño con la intención de darle deglutida al lector una papilla didáctica. Estas obras suelen adolecer de una arquitectura conceptual y manifiestan una lastimosa linealidad argumental. Los lectores suelen dar de lado a estas historias noveladas, cuyos ejemplares terminan en los almacenes para ser reciclados. Pasta de papel para nuevos libros. El barniz historicista no basta para escribir una novela.

Pero hay tantas novelas históricas clásicas por releer y tantos nuevos autores por descubrir y disfrutar, que lo único que hace falta es disponer de tiempo, dejarse aconsejar por la crítica especializada, por el criterio de amigos fiables y por nuestra intuición y experiencia (recomiendo leer la primera página de un libro antes de decidir si lo compramos o no). La suerte está echada.

*Las negritas del texto son del bloguero, no del autor del texto.

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1 comentario

  1. Dice ser Cide Hamete

    Tengo por norma no comprar ninguna novela histórica publicada con posterioridad al año 2000. A no ser que sea recomendado por algún amigo de confianza ni siquiera los hojeo.

    En estos casos lo busco por Internet, comienzo a leerlos en el libro-e y si me interesa los compro.

    Y como dice el autor del artículo, hay muchos títulos clásicos que merecen ser recuperados o releidos.

    Propongo Ramón J. Sender, Imán

    11 marzo 2017 | 11:17

Los comentarios están cerrados.