Cómo escribir una novela histórica (I): la idea

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Por José Manuel Aparicio | Escritor, autor de Banderizos, premio de Novela Histórica Ciudad de Úbeda 2015 y fundador de Mundopalabras | @Escritor_JMA | Artículo del taller de novela histórica de XX Siglos que arranca una pequeña serie mensual.

Resto de entregas: los personajes | la actitud | el método  | la estructura | errores | recomendaciones | publicar 

Este sencillo curso de iniciación a la novela histórica no pretende ser dogmático, ni mucho menos. Es cierto que hay unos conceptos básicos que, a mi entender, debería tener en cuenta toda persona que quiera dedicarse a la escritura de novelas de forma profesional. A partir de ahí, cada uno desarrollará su método de trabajo. Como suele decirse, cada maestrillo tiene su librillo. Lo importante es tener uno, ponerlo en práctica de modo constante y de forma permeable para adquirir nuevos conocimientos o revisar los que ya tiene.

La mayor parte de los conceptos que vas a aprender en este cursillo los obtuve de mi maestro, el profesor de narrativa Ramón Alcaraz García. Sirva también como homenaje a una profesión, la de enseñar, en la que se desenvuelve con gran oficio y pasión.

EL PROCESO CREATIVO. LA IDEA

En el proceso de escritura de cualquier texto encontramos tres fases:

INVENCIÓN  (Idea)             DISPOSICIÓN  (estructura)             ELOCUCIÓN (forma)

En la novela asumimos dos papeles fundamentales. Uno es el de “arquitecto” de una obra, que vamos a diseñar de una manera sistemática, de principio a fin. Partiremos de la creación de una idea inicial, que iremos desarrollando y dando complejidad, transformando y puliendo en todos sus detalles hasta llegar al resultado final. El otro papel es el de “obrero”, por una razón fundamental que caracteriza a la novela: su extensión. El porcentaje de funciones asumidas es lógico en la novela: un poco de «arquitecto» y mucho de «obrero». Por eso el trabajo de estructura es especialmente importante en una novela, porque como obreros podemos dedicar mucho tiempo que será trabajo perdido si ese diseño no es sólido.

Antes de pasar a la etapa de forma (escribir, desarrollar, completar folios y folios…), es muy importante haber madurado bien las ideas, y que estén correctamente ordenadas y encajadas en un armazón sólido. Si, por ejemplo, cuando trabajamos un relato, este no funciona, perderemos poco tiempo y a lo sumo romperemos unas pocas páginas. Pero ese es un lujo que no podemos permitirnos en la novela, no solo por el hecho de romper pocas o muchas páginas, sino porque cualquier hecho no previsto va a obligarnos a reestructurar de nuevo todo. Esta cuestión, que es válida para novelas de cualquier género, lo es más aún en el histórico. En él debemos conjugar no solo lo que acontece a los personajes, también hemos de tener en cuenta aquellos hechos históricos reales que se entrelazan con los de ficción. Obtener el equilibro entre ambos no es tarea fácil. Debemos ser muy cuidadosos con la integración de unos y otros para conseguir un producto eficaz en lo narrativo con unas bases de rigor histórico suficientes.

Volvamos al concepto de la idea general. A veces ni siquiera esta existe. Si no somos capaces de tener una idea que podamos resumir en unas pocas líneas, es probable que lo que tengamos sea solo un deseo, un punto de partida que no es suficiente para aventurarnos a ningún desarrollo. Es muy importante disponer de un punto de inicio y otro de llegada. En nuestra novela algo ocurre, un núcleo central en torno al cual se mueven los personajes, los hechos, las descripciones, las acciones, los detalles… ¿Lo tienes? Eso es lo que llamamos argumento o tramas. Y a partir de ahí es cuando se comienza a desglosar esa idea central, la que va a poner en movimiento toda la novela. No lo olvidemos: Dicha idea central en novela histórica ha de conjugarse con el contexto histórico en el que tiene lugar. El decorado temporal suele afectar mucho a la estructura narrativa y a la idea general, que ha de poder desarrollarse de forma veraz. No podemos poner a un soldado romano en una misión para asesinar al jefe de una tribu australiana. No, al menos, si queremos ser rigurosos con el contexto temporal y que nuestra novela pueda considerarse histórica.

De nada nos sirve un planteamiento del tipo: “Un vasallo tiene problemas con su señor, que le hacen cuestionarse su valía como servidor e incluso la relación con el linaje al que es fiel. Se encuentra al borde de la traición, pero un hecho extraordinario va a cambiar su vida y encontrará la solución de todos sus problemas”. Es un error comenzar la novela sin saber cuál es ese hecho extraordinario, y sin saber esa solución. Muchos escritores que comienzan se aventuran a narrar los problemas y la vida de ese vasallo. Muestran lo que hace en su casa, en el castillo del señor, va de un lado a otro, se relaciona con otros personajes, detalles y más detalles. Todo será un trabajo en balde si no existe ese hecho extraordinario. Es posible que la idea llegue, pero lo más probable es que no, y si llega (caso muy improbable), será necesario reescribirlo todo, partir de cero. Otro error es querer aprovechar, cueste lo que cueste, lo que ya se ha escrito.

Importante: Sin idea básica concreta y completa, no hay novela.

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