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Katie Rodgers, la elegancia de la moda capturada en pocos trazos

Ilustración de Katie Rodgers

Ilustración de Katie Rodgers

No le hacen falta apenas trazos ni pinceladas, practica un estilo vaporoso y flirtea con la abstracción. Las ilustraciones de Katie Rodgers son afiladas y rápidas, parecen a veces una firma, pero nunca deja de adivinarse en ellas una figura humana estilizada y vestida con suma elegancia.

Ilustraciones de Katie Rodgers

Ilustraciones de Katie Rodgers

En el perfil personal de su página web, la artista aparece de medio perfil, vestida con una camisa de leñador que contrasta con las uñas pintadas y el fino pendiente que lleva en la oreja izquierda. En las manos, una paleta cubierta a la mitad de manchas de colores y un pincel de mango rojo. La foto podría ser una radiografía vital: nació en un pueblo de Atlanta (Georgia, EE UU), la única niña de cuatro hermanos, se crió en el rural estadounidense, en un mundo opuesto a la sofisticación de sus ilustraciones. Antes de cumplir los siete años recibió un regalo de su tía, un primer set profesional de acuarelas, una pequeña revolución escondida en un estuche.

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Fotografías duplicadas con Play-Doh

Winogrand - Derecha: versión de Eleanor Macnair

Coney Island, New York, 1952 © Garry Winogrand – Derecha: versión de Eleanor Macnair

La historia empezó como todas, al menos las divertidas: con un reto. La inglesa Eleanor Macnair aceptó el desafío de dos de sus amigos, los editores Gordon MacDonald y Clare Strand. Quizá la noche, que todo lo convierte en posible; quizá el lugar, un pub, una de esas capillas civiles que alojan tanto milagro pagano; quizá la cerveza, cuya luz, como decía la canción, puede guiarnos, llevaron a la primera a recoger el lance que le propusier0n sus amigos: reproducir fotografías famosas en Play-Doh, una de las marcas de pasta de moldear más veteranas y utilizadas por quienes tienen ganas de juego.

Ahora, un año después de la noche en que los dados empezaron a rodar y las manos a amasar, Macnair ha logrado culminar más de un centenar de reproducciones de imágenes clásicas, famosas, icónicas, de culto… Las ha ido colgando en su microblog, Photographs rendered in Play-Doh, una especie de galería fotográfica de sensibilidad preescolar. Lo anoto como cumplido: nada mejor como homenaje que revertir la seriedad en recreo.

'Woman' 1971 © Akira Sato - Derecha: versión de Eleanor Macnair

‘Woman’ 1971 © Akira Sato – Derecha: versión de Eleanor Macnair

Patti Smith, 1979 © Robert Mapplethorpe - Derecha: versión de Eleanor Macnair

Patti Smith, 1979 © Robert Mapplethorpe – Derecha: versión de Eleanor Macnair

Los retadores de Macnair, cuya editorial tiene uno de los lemas más bonitos del sector —«sosteniendo lo insoportable y apoyando lo insustancial»—, acaban de editar en libro Photographs rendered in Play-Doh [144 páginas y un PVP de 19,9 libras esterlinas], publicado en cinco versiones, cada una encuadernada con uno de los colores-matriz de Play-Doh.

El libro recopila el trabajo de emulación de algunas de las fotos favoritas de Macnair y de otras que le propusieron online. La artista sólo ponía dos condiciones para aceptar: nada de porno y tampoco retratos de personas muertas. El éxito popular del blog y el suave encanto del juego de reducir fotos a pequeños murales de masilla hizo que algún fotógrafo de fama se animase a participar: Martin Parr, a quien le encantó la idea, solicitó una reproducción de una de las imágenes de su famosa serie sobre el decadente centro de veraneo inglés de Brighton.

 'Guinevere Van Seenus with cigarettes', Paris, 1996 © Paolo Roversi - Derecha: versión de Eleanor Macnair

‘Guinevere Van Seenus with cigarettes’, Paris, 1996 © Paolo Roversi – Derecha: versión de Eleanor Macnair

'Christine Keele', © Lewis Morley, 1963 - Derecha: versión de Eleanor Macnair

‘Christine Keele’, © Lewis Morley, 1963 – Derecha: versión de Eleanor Macnair

Pese al carácter banal de las obras en Play-Doh o acaso por esa misma intención, la colección es anticonvencional y ajena a los escrúpulos del arte fotográfico. Los fotógrafos, al menos algunos, suelen padecer en ocasiones de grandilocuencia y pomposidad. Como los ingenieros, los arquitectos, los abogados o los periodistas, creen manejar un material gnóstico y tener derecho a interpretarlo como filosofía. ¿Cuántas veces hemos leído que la fotografía es «un secreto», la «esencia de la vida», «memento mori«, una «violación»? ¿Cuántas veces se han usado esas justificiones semióticas para disfrazar a fotos carentes de vida?

Con una inversión tan insignificante —la artista gastó un presupuesto de 20 libras esterlinas, unos 26 euros, en masilla— como enorme es el amor puesto en el proyecto, en Photographs rendered in Play-Doh hay fotos inolvidables (el niño-mariposa de Jerome Liebling, el retrato de Tily Losch de E.O. Hoppé, una de las portada de Vogue del maestro Erwin Blumenfeld…)  pero esta vez despojadas de su carga funeraria y amasadas como artículos y escenarios de juego.

Con la honestidad entre divertida y tímida de quien no ha rechazado todavía que cualquier movimiento vital ha de ser un acercamiento al recreo del  alma, Macnair dice: «Siento un amor simple y naíf por las fotos y espero reflejar ese sentimiento en la colección. Es mi extraño homenaje a la fotografía».

Ánxel Grove

'The Butterfly Boy', New York 1949 © Jerome Liebling - Derecha: versión de Eleanor Macnair

‘The Butterfly Boy’, New York 1949 © Jerome Liebling – Derecha: versión de Eleanor Macnair

Sin título, Kolobrzeg, Poland, July 26 1999 © Rineke Dijkstra - Derecha: versión de Eleanor Macnair

Sin título, Kolobrzeg, Poland, July 26 1999 © Rineke Dijkstra – Derecha: versión de Eleanor Macnair

'Abdullahi Mohammed with Gumu', Ogere – Remo, Nigeria, 2007, from 'The Hyena & Other Men' © Pieter Hugo - Derecha: versión de Eleanor Macnair

‘Abdullahi Mohammed with Gumu’, Ogere – Remo, Nigeria, 2007, from ‘The Hyena & Other Men’ © Pieter Hugo – Derecha: versión de Eleanor Macnair

Lee Miller en la bañera de Hitler

Lee Miller en la bañera de Hitler © David E. Scherman

Lee Miller en la bañera de Hitler © David E. Scherman

La foto tiene dos ejes: las fatigadas botas militares que acaban de pisar el campo de concentración de Dachau y, colocado sobre el borde de la bañera, el retrato de Adolf Hitler, presidente y canciller de Alemania e ideólogo máximo del exterminio genocida.

Dispara el obturador David E. Scherman. Posa Lee Miller. Ambos viajan como fotógrafos incrustados en la 45ª División de Infantería del Séptimo Ejército de los EE UU. Él trabaja para Life y ella para Vogue. Son amantes.

La foto no tendría importancia alguna sin tener en cuenta la dirección del apartamento (Prinzenregentplatz, 27, Munich, Alemania) y, sobre todo, la condición jurídica de la estancia: es la residencia de Hitler en la ciudad donde germinó el huevo de la serpiente y el psicópata contagió a toda la nación, que le consideró, por mayoría absoluta, un avatar de Goethe.

Un elemento más para culminar la teatralidad: la fecha. Es el 30 de abril de 1945. El mismo día, en un búnker de Berlín asediado por el ejército bolchevique, Hitler se suicidó.

La imagen es una escenificación: la pareja juega cuando descubre que se ha metido a descansar, dicen que por casualidad pero yo no me lo creo, en la casa de Hitler. Se hacen fotos uno al otro, juzgan la pobreza espirirual de la porcelana de mal gusto, los paisajes de pacotilla en las paredes y las estatuillas seudo clásicas que decoran la vivienda. «Era mediocre, pero tenía todo lo necesario, incluso agua caliente», escribe Miller.

La imagen es publicada en Vogue, donde Miller había trabajado como modelo estelar años antes. Algunos consideran que se trata de una jugada incorrecta, provocadora, fuera de lugar… Poco importa ya.

Cuando Miller recibe la noticia de la muerte del Führer, anota con el desapego habitual:

«Bueno, está bien, está muerto. Nunca había estado realmente vivo para mí hasta hoy. Había sido un una máquina del mal, un monstruo, durante todos estos años, pero nunca lo consideré real hasta que visité los lugares que hizo famosos, hablé con gente que lo conoció, excavé en los chismes y comí y dormí en su casa. Entoces se convirtió en menos fabuloso y, por lo tanto más terrible, sobre todo por la evidencia de que tenía algunos hábitos casi humanos…, como un mono que te avergüenza y humilla con sus gestos, como una caricatura«.

Toma deshechada de Lee Miller en la bañera de Hitler © David E. Scherman

Toma desechada de Lee Miller en la bañera de Hitler © David E. Scherman

La página web que explota el legado fotográfico de Miller ha publicado alguna otra foto de la sesión de la bañera. No añaden nada, son simples descartes. No han aparecido, si es que existen, las tomas tantas veces mencionadas por la cultura popular de Lee desnuda o de su novio dándose también un baño.

«Me limpiaba de la suciedad de Dachau».

El pie de foto justificativo de la modelo no es más que una fábula y sigo creyendo que la foto escenifica una metáfora torpe y gruesa, que las botas están colocadas en el lugar perfecto para equilibrar la composición, que esa no era la ubicación original del retrato de Hitler, traído en última instancia para dar crédito de realidad… También pienso que la pareja tenía derecho a la travesura.

Resulta imposible aislar la foto de la bañera de Hitler de la historia de la modelo, no por melodramática menos turbadora: víctima de una violación a los siete años cometida por un amigo de la familia —con contagio de gonorrea añadido—; modelo publicitaria de algunos de los mejores fotógrafos de su tiempo, entre ellos Edward Steichen, que la retrató en 1928 en el primer anuncio de tampones en el que apareció una mujer; amante, musa y ayudante de Man Ray, con quien mantuvo una relación apasionada y loca de retroalimentación [inserto tras la entrada algunas fotos sobradamente conocidas del tándem: aunque Ray pasa por ser autor y Miller la modelo, nunca quedó claro del todo quién hizo qué y algunos sostienen que fue ella, por ejemplo, quien inventó las solarizaciones]; compañera de aventuras sexuales de Charles Chaplin y Pablo Picasso; espiada por los servicios secretos ingleses porque frecuentaba la amistad de comunistas…

Lee Miller retratada por su padre, Theodore Miller

Lee Miller retratada por su padre, Theodore Miller

Las fotos de Munich en la bañera de Hitler no fueron las primeras de Miller en una escenografía de alicatado blanco.

Años antes, en Nueva York, poco después de la violación —que no fue denunciada, al parecer, para evitar el escándalo—, su padre, Theodore Miller, un tipo que pasaba por liberal y artista, comezó a hacer fotos de la niña desnuda. La familia sostiene que se trataba de un ceremonial para devolver a la cría la autoconfianza.

Las sesiones paterno filiales prosiguieron hasta que Lee tuvo 20 años.

Una de las fotos la muestra sentada en una forzada postura, como encajada, en una pequeña bañera.

Algunas historias piden a gritos la resurrección de Sigmund Freud y Carl Jung.

Ánxel Grove

El mítico reportero humanitario que retrató a Asma Al Assad como «una rosa en el desierto»

Asma al-Assad (Foto: James Nachtwey)

Asma Al Assad (Foto: James Nachtwey)

La modelo es Asma Al Asad, «una rosa en el desierto», según proclamaba la revista Vogue, referente mensual de lo chic, en un reportaje publicado en febrero de 2011.

Para las fotos eligieron a James Nachtwey, uno de los reporteros de guerra y asuntos humanitarios más prestigiosos del mundo. Retrató a la mujer según un cumplimiento estricto de las reglas doradas de la composición fotográfica y con maneras de maestro: el ensueño del atardecer sobre Damasco, la mirada de severa pero femenina preocupación, el pelo al viento de una universitaria y bien educada europea (King’s College londinense) en Siria

El reportaje, firmado por otra primera espada, la periodista fashion Joan Juliet Buck, comienza dejando en claro que el tono será épico-laudatorio: «Asma Al Asad es glamurosa, joven y muy chic, la más fresca y magnética de las primera damas (…), el elemento luminoso en un país lleno de zonas de sombra».

La familia Al Assad (Foto: James Natchwey)

La familia Al Assad (Foto: James Nachtwey)

Unos días después de la publicación del amplio reportaje de Vogue (3.200 palabras), las tropas y los esbirros del presidente Bashar Al Assad, marido de la fresca señora británico-siria, empezaron a regar de sangre el país con precisión y constancia. El recuento de muertos alcanza proporciones de tragedia global (aunque nada o casi nada parece importar a la comunidad occidental la sangre derramada en aquella esquina): 60.000 es la última cifra, casi 20 muertos por cada palabra impresa en el exclusivo papel couché de la revista chic.

Vogue retiró el reportaje de su web en cuanto las matanzas proliferaron y las lógicas críticas empezaron a brotar. Se supo entonces que la pieza periodística era parte de una campaña de la familia Al Assad y el régimen sirio para venderse en Occidente, diseñada por una agencia inglesa de relaciones públicas. La reportera Buck movió influencias y afirmó que la habían engañado. No consta, sin embargo, que haya devuelto el dinero que le pagaron por el trabajo.

Ruanda, 1994 (Foto: James Nachtwey, 1994)

Ruanda, 1994 (Foto: James Nachtwey, 1994)

La foto de la izquierda es una de las más poderosas de la historia reciente del fotoperiodismo. Es también una declaración de ética profesional y merece pertenecer al imaginario colectivo por lo que dice del mundo que construimos. El joven hutu con la cara marcada a machetazos por negarse a participar en el genocidio de Ruanda fue retratado en 1994 por James Nachtwey, el mismo fotógrafo que firmó las fotos de Vogue de la familia Al Assad.

Emblema de reportero comprometido, humanitario y sensible, el estadounidense ha mostrado el mundo como infierno —su gran fotolibro antológico de 2000 utiliza el término, Infernoy se ha empeñado en mostrar la atrocidad en sus muchas facetas: desde los psiquiátricos-cárceles de Rumanía hasta los crímenes contra el planeta o las consecuencias de la opulencia cínica de Occidente.

Su página web, que merece una visita frecuente para saber dónde vivimos y cómo nos tratamos los unos a los otros, está presidida por una declaración algo jactanciosa pero necesaria: «He sido un testigo y estas fotos son mi testimonio. Los sucesos que he registrado no deben ser olvidados ni repetidos».

Receptor de todos los premios, entre ellos el de la Paz de Dresde —que le entregó el cineasta Win Wenders—, equivalante al Nobel de fotógrafía, Natchwey cobró 25.000 dólares (casi 19.000 euros) por la sesión de fotos con los Al Assad, a los que retrató con pericia y aguda intención ideológica: familiares, bellos, gente normal destinada por el azar a regir un país…

Los Al Assad con algunos amigos

Los Al Assad con algunos amigos

El fotógrafo nunca ha pedido perdón por la falacia que empaña toda su carrera y tampoco hay constancia de que haya devuelto el dinero. El corolario de esta historia podría ser: los testigos también pueden ser comprados para que fabriquen testimonios a la carta.

Por mucho que Vogue haya retirado de su web el reportaje («oops, la página que buscabas no ha sido encontrada», dice el otrora glamouroso enlace), cualquier foto, he ahí su poder y belleza, tiene un efecto retardado comparable al de algunos artefactos bélicos. Pueden comprobarlo en el combo de imágenes de la izquierda. Pertenecen al album del mundo como infierno y carnaval, al mundo de las manos manchadas de sangre que simulan no estar manchadas de sangre.

Ánxel Grove

«¿Por qué no pintas un mapa del mundo en la habitación de tus hijos para que no crezcan como provincianos?»

Diana Vreeland (Foto: Horst P. Horst, 1979)

Diana Vreeland (Foto: Horst P. Horst, 1979)

No hay constancia de que esa señora alargada y excéntrica que ordenó al decorador de su apartamento: «quiero que parezca un jardín, pero un jardín en el infierno», haya tomado alguna foto durante su paso por el mundo, en el que permaneció entre 1903 y 1989. Hay pruebas suficientes para considerar que influyó en la historia de la fotografía tanto o más que los grandes fotógrafos del siglo XX.

Diana Vreeland, la Divina V, como ella prefería ser conocida, fue la santa patrona de la Youthquakeuna mezcla de las palabras inglesas, youth, juventud, y earthquake, terremoto—, la edad de oro de las revistas Harper’s Bazaar y Vogue, de la que fue editora en jefe entre entre 1963 y 1971, cuando la publicación se rindió a la estruendosa belleza de los años sesenta. Luego se encargó de montar el primer departamento de moda de un museo, en el MET de Nueva York.

Era locuaz y sabía construir lemas con tanta profundidad y, desde luego, más gracia, que los teóricos del estructuralismo: «uno puede tener fantasía cuando no se tiene nada más», «el biquini es lo más importante que ha sucedido desde la bomba atómica», «la elegancia real está en la mente, si la tienes, el resto viene solo», «¿por qué no pintas un mapa del mundo en la habitación de tus hijos para que no crezcan con un punto de vista provinciano?»…

Durante la gestión de Vreeland, Vogue fue una revolución intelectual y para los sentidos: ¿quién no recuerda la primera aparición en la revista de Edie Sedgwick, Twiggy o la gran Veruschka y los editoriales de moda de Richard Avedon, Irving Penn, Cecil Beaton y Norman Parkinson?

Este fin de semana se estrena el documental Diana Vreeland: The Eye Has To Travel (Diana Vreeland: el ojo debe viajar), dirigo por Lisa Immordino Vreeland, nieta política de la primera gran gurú de la moda y la forma de presentarla.

No sé si la pieza revelará algo nuevo sobre la Divina V, de la que todo o casi todo está documentado, pero hay un elemento que justifica la visión: casi toda la locución está narrada por ella misma, a partir de las centenares de horas de entrevistas y declaraciones que grabó para su anecdotario-biografía D.V. (1984).

Escucharla carraspeando, deglutiendo las palabras desde el fondo del alma en un inglés brumoso y de acento afrancesado, valdrá la pena: «Odio el narcisismo, pero adoro la vanidad»; «los vaqueros son la cosa más bella desde las góndolas»; «en un Balenciaga eres la única mujer en la habitación, las demás dejan de existir»; «el color rosa es el azul marino de la India»; «lo mejor de Londres es París»; «nunca temas ser vulgar sino ser aburrido»…

Ánxel Grove

La ‘retronostalgia’ del ‘Swinging London’

Frank Habicht - "My heart leaps up when I behold"

Frank Habicht - "My heart leaps up when I behold"

Propuesta de resumen abreviado del Swinging London.

Primero, un mandamiento de la suma sacerdotisa Mary Quant: «Una mujer es tan joven como sus rodillas». Es inncesario añadir que la señora Quant vendía minifaldas.

Segundo, una canción: Itchycoo Park, de los siempre bien planchados Small Faces. La letra pringa como melaza y tiene el grado exacto de himno para el campo de fútbol: Be nice and have fun in the sun / It’s all too beatiful (Sé amable y disfruta al sol / Todo es tan hermoso).

Tercero: un símbolo femenino. Jean Shrimpton, La Gamba (The Shrimp). Una patada al canon de la voluptuosidad: piernas extralargas, figura delgada, melena con flequillo, pestañas ténues pero extremas, cejas arqueadas y —algunos pecados nunca cambian— labios sensuales.

Cuarto, un símbolo masculino. Mick Jagger, dandy, vicioso, millonario, con agenda social repleta y un Aston Martin en las antiguas caballerizas de la mansión. Tenía ventitantos y ya necesitaba asesores contables.

Frank Habicht - "Mick Jagger profile"

Frank Habicht - "Mick Jagger profile"

Quinto, un icono gráfico. La Union Jack. Un símbolo patriotico del siglo XVII para una supuesta revolución. Muy british: vamos a ponernos hasta las cejas, pero el té, ni un minuto después de las 5 de la tarde.

Sexto: ¿vamos esta tarde otra vez a Carnaby Street?.

Séptimo: una película. Modesty Blaise (Joseph Losey, 1966). No compensa ni el tiempo de bajada desde un torrent.

Octavo: una serie de televisión. The Avengers (Los vengadores), cuyos actores tienen gran importancia en los estampados de los bolsos de la fauna modernaria de hoy. Ella llevaba catsuit y él —ya les hablé del té a las cinco, ¿verdad?— bombín y paraguas.

Noveno: gurús. Los Beatles, primera industria nacional en importación de divisas e intocables moralmente pese a que actuaban en países sometidos a dictaduras donde se reprimían las libertades de pensamiento y expresión: la España de Francisco Franco (1965) y la Filipinas de Ferdinand Marcos (1966).

Décimo: una crónica condensada. «Parecía que nadie estaba fuera de la burbuja, observando qué raro, superficial, egocéntrico e incluso horrible era todo«, escribió el periodista Christopher Booker.

Frank Habicht - "Live it to the hilt!"

Frank Habicht - "Live it to the hilt!"

Retratándo el elenco al completo —siempre hay excepciones: a los Beatles nunca consiguió hacerles una foto, el manager Brian Epstein filtraba a los fotógrafos segúnlos dictados del capricho personal— estaba Frank Habicht.

Nacido en Hamburgo (Alemania) en 1938, lo tenía todo para triunfar en el Swinging London: gracia, caradura y belleza física, un valor que los ingleses tienen bastante en cuenta, acaso porque en general son de un rojizo que se inclina hacia lo desagradable. Habicht tenía la edad justa (ventitantos, un pasaporte a la gloria entonces), el aspecto justo (pelo ensortijado, labios carnosos, cierta catadura de truhán) y estaba en el lugar justo.

Las fotos que hizo como freelance durante los años en que la capital inglesa era el lugar más dinámico del mundo —sobre todo según los editores de moda, entre ellos la gran manejadora Diana Vreeland, boss de Vogue— son hoy un agradable pasatiempo para ejercer la retronostalgia, eso que Simon Reynolds llama el «melancólico languidecer por un tiempo idílico perdido de la propia vida» y que queda tan adecuado colgado de la pared del vestidor.

Una falsa motorista sostiene un cigarrillo en la comisura de los labios como una falsa fumadora, una chica desnuda avanza hacia un señor —¡bingo!, con bombín— montado en un caballo, los asistentes a un marriage a la mode —que viene a ser una boda pero en ropa interior— posan con descuidado cuidado…

Frank Habicht - "Bare essentials"

Frank Habicht - "Bare essentials"

El gran Paul Strand opinaba que la fotografía debe ser un «registro de tu vida». Según esa acertada y simple máxima, la vida de Habicht fue una pose.

En su página web —una de ésas que están escritas en tercera persona, lo cual nos otorga la visión de fantaciencia del fotógrafo tratándose a sí mismo de él, como siendo capaz de desgajarse en dos entes diferenciados—, Habicht afirma que sus imágenes capturan el «espíritu deshinbido» de un tiempo arcádico y «documentan socialmente a la juventud de Londres». Aprovecha para intentar vender el par de libros que ha publicado con el mismo mensaje.

Ni un mohín de disgusto, ni un atisbo de angustia, ni una sola expresión de la náusea de la existencia y el terrario de insectos de la vida… Esto no es un inventario, es un álbum de vacaciones, un flashback manipulado. Excepción —siempre las hay, nada es rígido—: la foto de la manifestación pacifista con la actriz troskista Vanessa Redgrave al frente.

No me sorprende saber que el autor de estas fotos frías de un tiempo en apariencia caliente vive desde los años ochenta en una remota isla de Nueva Zelanda y se dedica a retratar paisajes y arrecifes de coral. Quizá en esa labor no necesite mentir: un atardecer no se desnuda aunque el fotógrafo se lo ordene.

Ánxel Grove

Frank Habitch - "Peace Message (Vanessa Redgrave)"

Frank Habitch - "Peace Message (Vanessa Redgrave)"

Frank Habicht - "Marriage a la mode"

Frank Habicht - "Marriage a la mode"

Frank Habicht - "Amazed to be"

Frank Habicht - "Amazed to be"

Araki, Gaga y el efecto tampón

Lady Gaga por Araki

Lady Gaga por Araki

Nobuyoshi Araki es un fotógrafo japonés con una imagen de marca más notable que su obra. Cuelga en suspensión a sus modelos, atadas previamente según las artes del shibari. Se vende bajo un seudónimo, Arākī

Stefani Joanne Angelina Germanotta es una cantante estadounidense con una imagen de marca más notable que su obra. Canta malas canciones, pero las trafica con las artes de la mercadotecnia. Se vende bajo un seudónimo, Lady Gaga.

Que estos dos elementos se hayan cruzado era inevitable. El pop se fagocita, Japón es trendy sin discusión posible y el escándalo se vende cada día más barato.

Hace dos años, el fotógrafo hizo un editorial de moda con Mamá Monstruo para la edición japonesa de la revista Vogue. Era muy soft y bien educado. Araki sólo aprieta los nudos cuando le pagan, lo cual podría leerse en su sentido shibari: a Araki sólo se pone duro cuando le pagan.

Lady Gaga por Araki

Lady Gaga por Araki

Este verano comenzaron a circular por el pozo negro y anónimo de internet (sientes la coz, pero no te enteras de quién te la ha dado) unas cuantas Polaroid de las sesiones. Las publicaron algunas webs de famoseo, como Daily Fill, cuyo elenco perpetuo es una exhibición de atrocidades: Bieber, Fox, West, Knowles y sus compañías, sean de placenta o de cama.

Las fotos -pésimas, sin gracia, ni siquiera masturbatorias- han sido comidilla, santo y seña, trending topic y demás maneras 2.0 de decir que han ultimado una buena caja.

No podemos olvidar -ni ese derecho nos consienten: el dulce placer del olvido-, que Lady Gaga es muy atrevida. Cuando no hay vídeoclip, filete de cadera. Cuando no hay carne, twitteo feminista. Cuando no hay twitteo, un episodio de los Simpson; cuando no hay dibujo animado entreguista (quien os ha visto y quién os ve, familia amarilla) unas fotos de hace dos años. La táctica es arrinconarte y mantenerte sin respiro.

Lady Gaga por Araki

Lady Gaga por Araki

La Polaroid de la derecha de este último par ha sido especialmente comentada, meneada, trajinada y repartida en eso que llaman la comunidad de usuarios de internet (además de la sed de justicia social y de reconocer que el Barcelona le da mil vueltas jugando al fútbol a los niñatos de Serrano de Mourinho, ¿qué demonios tenemos en común usted y yo, yo y un congoleño, un congoleño y un peruano para que nos metan en la misma comunidad?).

La foto, he leído, muestra el sexo de Stefani Joanne Angelina Germanotta. He aumentado el grado de miopía intentándolo, lo juro, he llevado el efecto lupa hasta el extremo de sus posibilidades y sigo sin ver otra cosa que un efecto-tampón (perdón por las alusiones: se llama así) de Photoshop aplicado sobre esa zona de nadie que la señora Gaga, con todo el derecho, hurta a la visión del mundo.

¿Por qué traigo estas seis mezquinas Polaroid a Xpo, la sección de fotografía de todos los jueves en este blog? ¿Admitimos como respuesta válida: porque la basura merece la difusión para ser reconocida como basura?

Ánxel Grove