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El mítico reportero humanitario que retrató a Asma Al Assad como «una rosa en el desierto»

Asma al-Assad (Foto: James Nachtwey)

Asma Al Assad (Foto: James Nachtwey)

La modelo es Asma Al Asad, «una rosa en el desierto», según proclamaba la revista Vogue, referente mensual de lo chic, en un reportaje publicado en febrero de 2011.

Para las fotos eligieron a James Nachtwey, uno de los reporteros de guerra y asuntos humanitarios más prestigiosos del mundo. Retrató a la mujer según un cumplimiento estricto de las reglas doradas de la composición fotográfica y con maneras de maestro: el ensueño del atardecer sobre Damasco, la mirada de severa pero femenina preocupación, el pelo al viento de una universitaria y bien educada europea (King’s College londinense) en Siria

El reportaje, firmado por otra primera espada, la periodista fashion Joan Juliet Buck, comienza dejando en claro que el tono será épico-laudatorio: «Asma Al Asad es glamurosa, joven y muy chic, la más fresca y magnética de las primera damas (…), el elemento luminoso en un país lleno de zonas de sombra».

La familia Al Assad (Foto: James Natchwey)

La familia Al Assad (Foto: James Nachtwey)

Unos días después de la publicación del amplio reportaje de Vogue (3.200 palabras), las tropas y los esbirros del presidente Bashar Al Assad, marido de la fresca señora británico-siria, empezaron a regar de sangre el país con precisión y constancia. El recuento de muertos alcanza proporciones de tragedia global (aunque nada o casi nada parece importar a la comunidad occidental la sangre derramada en aquella esquina): 60.000 es la última cifra, casi 20 muertos por cada palabra impresa en el exclusivo papel couché de la revista chic.

Vogue retiró el reportaje de su web en cuanto las matanzas proliferaron y las lógicas críticas empezaron a brotar. Se supo entonces que la pieza periodística era parte de una campaña de la familia Al Assad y el régimen sirio para venderse en Occidente, diseñada por una agencia inglesa de relaciones públicas. La reportera Buck movió influencias y afirmó que la habían engañado. No consta, sin embargo, que haya devuelto el dinero que le pagaron por el trabajo.

Ruanda, 1994 (Foto: James Nachtwey, 1994)

Ruanda, 1994 (Foto: James Nachtwey, 1994)

La foto de la izquierda es una de las más poderosas de la historia reciente del fotoperiodismo. Es también una declaración de ética profesional y merece pertenecer al imaginario colectivo por lo que dice del mundo que construimos. El joven hutu con la cara marcada a machetazos por negarse a participar en el genocidio de Ruanda fue retratado en 1994 por James Nachtwey, el mismo fotógrafo que firmó las fotos de Vogue de la familia Al Assad.

Emblema de reportero comprometido, humanitario y sensible, el estadounidense ha mostrado el mundo como infierno —su gran fotolibro antológico de 2000 utiliza el término, Infernoy se ha empeñado en mostrar la atrocidad en sus muchas facetas: desde los psiquiátricos-cárceles de Rumanía hasta los crímenes contra el planeta o las consecuencias de la opulencia cínica de Occidente.

Su página web, que merece una visita frecuente para saber dónde vivimos y cómo nos tratamos los unos a los otros, está presidida por una declaración algo jactanciosa pero necesaria: «He sido un testigo y estas fotos son mi testimonio. Los sucesos que he registrado no deben ser olvidados ni repetidos».

Receptor de todos los premios, entre ellos el de la Paz de Dresde —que le entregó el cineasta Win Wenders—, equivalante al Nobel de fotógrafía, Natchwey cobró 25.000 dólares (casi 19.000 euros) por la sesión de fotos con los Al Assad, a los que retrató con pericia y aguda intención ideológica: familiares, bellos, gente normal destinada por el azar a regir un país…

Los Al Assad con algunos amigos

Los Al Assad con algunos amigos

El fotógrafo nunca ha pedido perdón por la falacia que empaña toda su carrera y tampoco hay constancia de que haya devuelto el dinero. El corolario de esta historia podría ser: los testigos también pueden ser comprados para que fabriquen testimonios a la carta.

Por mucho que Vogue haya retirado de su web el reportaje («oops, la página que buscabas no ha sido encontrada», dice el otrora glamouroso enlace), cualquier foto, he ahí su poder y belleza, tiene un efecto retardado comparable al de algunos artefactos bélicos. Pueden comprobarlo en el combo de imágenes de la izquierda. Pertenecen al album del mundo como infierno y carnaval, al mundo de las manos manchadas de sangre que simulan no estar manchadas de sangre.

Ánxel Grove

¿Son «inmorales» las fotos en blanco y negro?

Color y blanco y negro

Color y blanco y negro

De las fotos de arriba tenemos muy presente, por fresca y cotidiana, a la situada a la derecha. La hizo Samuel Aranda (Santa Coloma de Gramanet, 1979) y la publicó hace unos días, junto con otras sobre la miseria interior del país, el diario The New York Times en el reportaje In Spain, Austerity and Hunger (En España, austeridad y hambre).

La de la izquierda la hizo un sargento de la Aviación de los EE UU —Michel Michaud, su nombre consta— el 16 de marzo de 2003 en las Islas Azores, donde los cuatro clientes del mismo sastre se reunieron para organizar una guerra ilegal, sucia, contraria al derecho internacional, basada en pruebas falsas, apoyada por grandes grupos industriales y financieros y causante hasta la fecha de más de un millón de muertos y casi dos millones de refugiados. De los cuatro, el más débil e inculto, que ya es decir con George Bush en la pelea, es José María Aznar, a la derecha, presidente de España. Entonces y ahora es un importante cómplice del sindicato invisible del hiperpatriotismo y la edificación de estados dirigidos según pautas ultraconservadoras y deshumanizadas.

Cada jueves en este blog hablo de fotografía, por tanto pregunto: ¿qué foto es más inmoral?

Mientras Don Juan Carlos de Borbón, con la obstinación de todo aficionado cinegético, sea cual sea su nivel, se iba directo a la redacción del New York Times tras la publicación de las fotos en blanco y negro de Aranda para mostrar su real protesta en persona porque le habían hecho pupa en la marca España, algunos cófrades del Tea Party español en la sombra —no puedo hipervincularlos, sus púlpitos son para lectores de pago— hablan desde sus comederos, casi siempre blogs muy bien pagados por empresas que se dicen periodísticas pero actuan como negociados de la Stasi, sobre la «inmoralidad» del reportaje fotográfico del Times porque está publicado en blanco y negro. El hambre y la miseria serían más pasables, con perfil de colores; tendrían matices y bokeh,  parecen dar a entender.

Hace pocos años, en 2005, los jefes de Arte de los principales diarios de pago españoles hablaban en un debate universitario de la «connotación de credibilidad» y «seriedad» del blanco y negro y el «sensacionalismo» asociado al color. Tal como se nos ha ido de las manos la realidad por la aceleración tecnológica, aquella reunión suena a medieval, pero resulta jocoso encontrar esta predicción en boca del representante de ABC: «La prensa es sensacionalista o amarilla en función de sus contenidos, no en función de sus formas. Son los contenidos los que clasifican este tipo de prensa. El color no».

El reportaje de Aranda, según ABC «apocalíptico» y conformado por «rebuscadas imágenes de exclusión social», fue atacado desde el diario conservador y progubernamental español como dando una castiza bofetada: «ABC constata que el New York Times confirma que progresismo y sensacionalismo pueden resultar compatibles» e intenta «ocultar una realidad doméstica que, en plena campaña electoral estadounidense, se le ha traspapelado».

¿Cómo lo constataron? ¿Enviaron a una reportera literaria y un fotoperiodista a recorrer EE UU como hizo el Times para su reportaje español? No, que no están las cuentas para ese modelo con lo barato que es el e-periodismo. ¿Publicaron fotos propias y a color? No, todas en blanco y negro y de agencia, sin fecha, sin intención editorial y con pies de foto de circunstancias, sin nombres propios, sin alma, sin verdad.

Volvamos al asunto: ¿qué foto es más inmoral: Bush, Blair, Aznar y Barroso jugando al Risk o un ciudadano rebuscando en un contenedor? Sea cual sea la respuesta, incluso si opinan, como yo, que ambas son inmorales —aunque los actores de la primera van con premeditación alevosa y el de la segunda está empujado por la pobreza—, ¿tiene algo que ver en la calificación ética que una sea en color y otra en blanco y negro?

«Algo así como Campos de Níjar, pero sin Goytisolo. Ni siquiera el Times es capaz de resistirse a la españolada. El ejemplo más reciente es esa colección de fotografías del especialista en piedades Samuel Aranda, cuyo reportaje sobre la pobreza en España solo prueba la inmoralidad del blanco y negro (…) La clave del oficio del periodismo no es más que la de practicar con acierto la figura de la sinécdoque. Y caer en el miserabilismo para describir la España de hoy es tan preciso y riguroso como caer en la tauromaquia», dice con el salero habitual y el rifle cargado con la munición de siempre Arcadi Espada, uno de los más contumaces críticos con el blanco y negro.

En algún lugar de sus muchos cuadernos, Franz Kafka escribió que «fotografiamos para cerrar los ojos». Algunos escriben abriéndolos tanto que dejan abierta una ventana a través de la cual queda a la vista su ropa interior. Suele ser de colores. Pero siempre del mismo. No es blanco ni tampoco negro.

Ánxel Grove

Manuel Lourerio, inmigrante cubano, en su casa rodante cerca de Barcelona, en la que vive desde hace año y medio. Trabajaba en la construcción y le despidieron (Foto: Samuel Aranda para The New York Times)

Manuel Lourerio, inmigrante cubano, en su casa rodante cerca de Barcelona, en la que vive desde hace año y medio. Trabajaba en la construcción y le despidieron (Foto: Samuel Aranda para The New York Times)

Comedor de beneficencia en Gerona, donde el Ayuntamiento ha anunciado que cerrará los contenedores de basura para evitar que la gente rebusque en ellos (Foto: Samuel Aranda para The New York Times)

Comedor de beneficencia en Gerona, donde el Ayuntamiento ha anunciado que cerrará los contenedores de basura para evitar que la gente rebusque en ellos (Foto: Samuel Aranda para The New York Times)