Archivo de mayo, 2013

Una web ‘censa’ con retratos a los habitantes de Nueva York

«¿El momento más feliz de mi vida? Hay dos: cuando mi hijo nació y ayer por la noche«, dice una mujer negra y esbelta de unos cuarenta y tantos. «Cuando mi marido se estaba muriendo le dije ‘Moe, ¿cómo se supone que voy a vivir sin ti?’ Me dijo: ‘Coge el amor que me tienes y extiéndelo a tu alrededor», confiesa una anciana con ojos llorosos y gorro de piel falsa. «No soy un jamón. Soy el cerdo entero», advierte un hombre tatuado y con un fez de estampado de leopardo.

Humans of New York (Humanos de Nueva York) es una tarea que nunca se completará, una página web condenada a seguir creciendo hasta que su autor se rinda agotado. Desde el verano de 2010, Brandon Stanton se emplea en una tarea tan sencilla como imposible: retrata a los habitantes de la ciudad de Nueva York.

'Humans of New York' - Brandon Stanton

‘Humans of New York’ – Brandon Stanton

Al principio tenía la idea de construir un «censo fotográfico» y, consciente de que tener la colección completa no era posible (la Gran Manzana se acerca a los ocho millones y medio de personas), se puso como meta inmortalizar a 10.000 personas y crear un mapa interactivo que las situara en el lugar de la foto. «Pero en algún momento del camino, Humans of  New York empezó a tener un carácter muy diferente», relata Stanton, que recuerda cómo cada vez se dejaba llevar más por lo que aquellas personas le decían.

En los discursos casuales de los transeúntes había frases que contenían una vida, anécdotas cariñosas, deseos inalcanzables, descripciones del momento vital en el que se encontraban, secretos, teorías, celebraciones… El fotógrafo pudo comprobar de primera mano que cuanto más ajena es la persona, menos cuesta hacerla partícipe de confidencias. «Soy un sintecho y un alcohólico, pero tengo un sueño. Quiero ir a pescar». «Si la gente no empieza a prestar atención, viviremos en un estado corporativo fascista». «Los artistas son sanadores y los necesitamos más que nunca en estos tiempos».

Depositario de un creciente número de testimonios orales, se dio cuenta de que no podía hacer enmudecer a sus modelos tras una instantánea y decidió añadir texto a los retratos. Después de haber censado a 5.000 personas, la galería de Stanton se descubre como un receptáculo de personas normales que al final nunca lo son, una muestra de la heterodoxia de la gente común.

Helena Celdrán

'Humans of New York' - Brandon Stanton

‘Humans of New York’ – Brandon Stanton

'Humans of New York' - Brandon Stanton

‘Humans of New York’ – Brandon Stanton

'Humans of New York' - Brandon Stanton

‘Humans of New York’ – Brandon Stanton

'Humans of New York' - Brandon Stanton

‘Humans of New York’ – Brandon Stanton

 

Muere el editor de la primera revista que tomó en serio al rock

Paul Williams (1948-2013)

Paul Williams (1948-2013)

Ha muerto Paul Williams. Tenía 64 años y era periodista.

¿Importa que muera un periodista en una época en que cualquiera aspira a serlo mediante el cacareo social entre sus amistades virtuales?

Empezaré de nuevo: ha muerto Paul Williams, editor de la primera revista temática dedicada a la música rock desde una perspectiva seria, es decir, ajena a la idea de producción comercial y al sonido de cajas registradoras.

¿Importa que muera un editor independiente en un tiempo en que cualquiera se siente con derecho a serlo porque escribe entradas en una bitácora?

Si la audacia y el amor son todavía valores vivos, debería importarnos.

Cubiertas de Crawdaddy!

Cubiertas de Crawdaddy!

Williams era un estudiante universitario del liberal Swarthmore Collegue, cerca de Filadelfia. Tenía 17 años, había nacido en Boston y le gustaban la ciencia ficción y la música de su tiempo. Sentía que el rock se estaba convirtiendo en una forma expresiva compleja, artística y con suficiente cuerpo y público como para merecer más atención de los medios de comunicación y, sobre todo, una aproximación crítica rigurosa, similar a la que reciben otras expresiones artísticas y culturales.

Sin más ayuda que una ilusión infinita ni mayor pretensión que escribir sobre el motivo de su pasión editó, en febrero de 1966, el primer ejemplar de Crawdaddy! —bautizada en honor a la mítica sala de conciertos del mismo nombre de Surrey (Reino Unido) donde tocaban todos los grupos ingleses de los años sesenta y debutaron los Rolling Stones—. Williams escribió todo el ejemplar e imprimió las copias en el mimeógrafo de la universidad. El editorial señalaba:

Tienes en un tus manos la primera revista de crítica de rock and roll. Crawdaddy! no publicará pin-ups ni noticias de agencia: la esencia de esta revista serán los artículos inteligentes sobre música pop.

Paul Williams en los primeros años de Crawdaddy!

Paul Williams en los primeros años de Crawdaddy!

La revista, casi un año y medio más joven que la publicación de la mafia hippie de San Francisco Rolling Stone —que suele llevarse los honores de ser la primera—, consiguió el milagro de mantenerse y ser fiel a las intenciones editoriales. De protofanzine pasó a publicación como dios manda, con nómina de colaboradores pagados —entre ellos el escritor William Burroughs y el activista yippie Abbie Hoffman— y distribución basada en las subscripciones y envío por correo. Para consolidarla, Williams se dedicó a remitir ejemplares a todo cuanto músico estimaba y, para pasmo del sector periodístico serio, Bob Dylan concedió una entrevista exclusiva a Crawdaddy!. ¿Resultado? En tres años la circulación era de 250.000 ejemplares y ningún músico rechazaba una llamada.

No fue el único ejemplo de la visión de Williams: en 1972, mucho antes de que el resto del mundo se enterara, su revista publicó el primer reportaje amplio sobre un músico que empezaba, un tal Bruce Springsteen. El resto del sector de los media se enteró de la grandeza del Boss años más tarde.

Paul Williams escucha música en el hospital

Paul Williams escucha música en el hospital

Autor de más de una veintena de libros —entre ellos una muy bien documentada trilogía sobre Dylan, considerada una de las obras de referencia biográfica inexcusables sobre el artista [está editada en español]— y amigo personal y responsable del renacer público del autor de ciencia ficción Philip K. Dick, al que empujó a abandonar la reclusión y regresar a la escritura en 1975, Williams era admitido en todos los círculos porque amaba lo que hacía y carecía de los intereses ocultos de los periodistas mainstream. No era complaciente pero tampoco buscaba el escándalo y amaba al rock más allá de toda duda.

Pero el dinámico Wiliams tuvo mala suerte con la vida. A consecuencia de un accidente de bicicleta en 1995, sufrió una grave lesión cerebral que derivó en demencia. Sus últimos años fueron hospitalarios y de desconexión creciente con el mundo. Su segunda esposa, la cantautora anti-folk Cindy Lee Berryhill, le cuidó y reunió dinero para pagar a los médicos. Contó la experiencia en el blog Amado extraño, una crónica de amor, espanto y desolación, a partrir del cual sabemos que, pese a los ataques de agresividad, la descordinación vital y la existencia en el umbral de la locura, Williams se calmaba escuchando música.

En alguna ocasión alguien preguntó a este íntegro periodista cómo era capaz de seguir escribiendo con pasión sobre rock sin perder el empuje. «Pienso en la gente que me leerá en el futuro», contestó Williams.

Ánxel Grove

La ‘cocina rotatoria’, un escenario para el caos

'Rotating Kitchen' - Zeger Reyers

‘Rotating Kitchen’ – Zeger Reyers

En una cocina pequeña, pero bien equipada, limpia y ordenada, donde una mujer hace gazpacho dando sorbos de vez en cuando a una copa de vino. Ajena al movimiento de los visitantes de la Kunsthalle de Düsseldorf (Alemania), la cocinera termina y abandona el cubo en el que la estancia está construida. Inesperadamente la habitación empieza a ladearse. El estruendo de las botellas, los botes y los utensilios son sólo el comienzo de la decandencia del escenario, que pronto se transforma en un recipiente sucio y de objetos rotos.

Rotating Kitchen (Cocina rotatoria) puede verse como una extravagancia sin sentido, un experimento de ciencias de nivel básico o —como lo ve su creador, el artista afincado en Holanda Zeger Reyers (1966)— una instalación artística que reflexiona sobre el desperdicio de comida en nuesta sociedad y sobre el micromundo que genera el propio destrozo de la obra. El gran cubo estuvo girando con lentitud durante tres meses, hasta que apenas se distinguía nada de la estancia original.

Reyers explora en sus trabajos cómo la naturaleza y las reacciones físicas más elementales afectan al mundo artificial creado por el ser humano. Según el artista necesitamos «crear diferentes ambientes para cualquier situación» y por eso tenemos la urgencia de inventar «coches, neveras, calefacción central» y otros objetos que nos ayuden a «manipular» nuestro entorno. «En este modelo hecho por el hombre (…) no hay ni una sola célula, ni siquiera una molécula» que siga su curso natural», dice en su página web. La cocina de Rotating Kitchen es rebelde e incontrolable, un espacio para el caos en nuestro orden inventado que sólo necesita de la ley de la gravedad para escapar de nuestro dominio.

Helena Celdrán

El fotógrafo que prefiere los «terribles errores» de una cámara de plástico

Thomas Alleman es un fotógrafo comercial estadounidense. No hay ánimo peyorativo en el adjetivo comercial: cada uno se gana la vida como puede y a él le gusta —y le compensa económicamente después de quince años de ejercicio y una muy sólida reputación— firmar reportajes para revistas ilustradas con nombres que tienen potencia balística (Time, People, Business Week…), pero si Alleman pasa a la historia no lo hará por esos trabajos de mayúscula importancia y producción esmerada, circuntancias que en el mundo de la fotografía comercial están maridadas con la posesión de un equipo digital valorado en cifras de, cuando menos, seis dígitos.

Un pedazo de plástico

Un pedazo de plástico

Lo mejor de Alleman, su prueba de vida, ha salido de una cámara de juguete.

Las fotos con las que el reportero se convierte en un poeta y danza el infinito vals de la luz y la sombra son tomadas con una Holga, la cámara de medio formato que se puede comprar por unos 25 euros. Con ese pedazo de plástico negro en las manos, Alleman es un chamán, un héroe, un niño iluminado…

Fabricada desde 1982, sin licencia ni franquicia, en Hong Kong (la diseñó un tal TM Lee del que nada se sabe y, por supuesto, no tiene Twitter), ha habido maniobras del lobby pijo de Lomography para hacerse con la distribuición mundial exclusiva de la Holga pero hay demasiados talleres en China fabricando las cámaras cada uno por su lado y tanta diversificación no permite el monopolio. Todo objeto es un objeto político y la Holga, en los tiempos de Instagram y los smarthpones, es procomún y proletaria.

Es claro que tener en las manos esta cámara de precio popular y aspecto algo torpe —100% plástica, básica, cuadrada, una especie de ladrillo— no garantiza que funcione la mecánica de fluidos del ars poetica fotográfico, porque si tienes los sentimientos de un rodamiento de plomo, harás fotos plomizas y siempre conviene que llegues al momento de hacer la foto con el alma rota y el corazón supurando, porque, amigo mío, ningún filtro va a hacer el trabajo por ti.

La herida de Allman fue el 11-S. Tras los ataques con los aviones tripulados se sintió perdido y dejó de entender. Necesitado de una mirada de mayor suavidad, de fidelidad baja, empezó a caminar y conducir sin rumbo por la ciudad en la que vive, la megalópolis de Los Ángeles.

Nunca llevaba consigo ninguna de las cámaras para matar con precio de seis dígitos: consideraba que era grosero proponer la alta tecnología como forma de luto y optó por la Holga que hasta entonces consideraba un objeto decorativo, una contradicción. La hermosa serie Sunshine & Noir es el resultado de aquellos viajes nómadas en busca de soledad y muda reflexión.

Con la «muy primitiva tecnología» y los «terribles errores» de la Holga —un adminículo de baja precisión, con distorsiones, superposiciones caprichosas  y entradas no menos azarosas de luz (una copia plástica del alma humana, vaya)—, Alleman aprendió nuevamente a ejercer el derecho a la mirada, sometida a fallos, distracciones y melancólicos retrocesos. No ha roto el compromiso y con la Holga ha retratado Los Ángeles, Nueva York, Mongolia y otros lugares.

Lo que para algunos podría ser un resultado disfuncional empezó a convertirse en el abecedario visual de un niño sorprendido. Ahora Alleman suele dejar siempre en casa a las cámaras serias. No le hace falta nada más que un trozo de plástico negro.

Ánxel Grove

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

© Thomas Alleman

Obras de arte reinterpretadas con 140 círculos

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En un primer momento, en el conjunto ordenado de puntos no parece haber nada más que una caprichosa combinación de colores, pero tras observar las filas y las columnas como un todo y alejándose un poco del monitor del ordenador, se comienza a perfilar famosas obras de arte como La persistencia de la memoria de Dalí, El grito de Munch o El beso de Klimt.

El diseñador gráfico Gary Andrew Clarke (Leicester-Inglaterra, 1970) comenzó en 2009 con la serie Art Remixed (Arte remezclado), una colección de grandes éxitos de la historia del arte interpretados con círculos, esquematizados al máximo pero aún así reconocibles para el espectador.

Amante de la geometría, el autor explora siempre el modo de crear «encuentros insinuantes» entre las formas y el color con un resultado lúdico. En su página web se amontonan las láminas abstractas de tonos planos y atractivos que se entrelazan con ayuda de las figuras. El significado no tiene cabida en el juego, pero la ilustración sigue siendo divertida. Refiriéndose a la falta de contenido dramático de sus obras, Clarke cita al veterano artista minimalista y abstracto Frank Stella: «Lo que ves es lo que ves».

En el caso de la serie Art Remixed sin embargo sí hay una misión para el espectador, que debe completar mentalmente la imagen disfrazada siempre en 140 puntos de colores, descifrar una especie de tweet pictórico para rescatar a la Gioconda de Leonardo da Vinci, a la Marilyn de Andy Warhol o al hombre que se oculta tras una manzana en El hijo del hombre de René Magritte.

Helena Celdrán

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Los Blues Brothers obligan a Brian Wilson a hacer surf

La explotación del enfermo, el distinto o el raro forma parte inseparable del negocio del rock. Uno de los últimos ejemplos es Daniel Johnston, aplaudido como rey oustider por un público que nunca le invitaría a comer y por un buen montón de famosetes con gusto por la bohemia y las camisetas con el lema «me gusta el loco» (entre ellos Tom Waits, Wilco, Beck, Yo La Tengo, M. Ward, Bright Eyes, Sonic Youth y Kurt Cobain). Enfermo dolorido, maniaco-depresivo, disociado, incapaz de valerse por sí mismo, víctima de delirios y ataques de violencia, a Johnston le vale de poco la veneración: son sus padres, un par de ancianos cristianos integristas  quienes le cuidan a diario son su padre, un anciano cristiano integrista, y un hermano de Daniel. Ambos vigilan que tome la medicación, se encargan de darle de comer…

La historia no es nueva. El vídeo que abre la entada es uno de los más despiadados episodios de canibalización insensible que empuercan la historia de la música poprock, donde estar majara parece en ocasiones ser un valor muy provechoso financieramente, sin que medie la consideración del dolor que sufre el enfermo.

"La curación del hermano Brian". Portada de la revista Rolling Stone

«La curación del hermano Brian». Portada de la revista Rolling Stone

Se trata de un sketch en tono de comedia rodado en el año 1976 en el que los actores Dan Aykroyd  y John Belushi (1949-1982) encarnan a una pareja de agentes de policía que entran en la casa de Brian Wilson, líder de los Beach Boys, para comunicarle que es «culpable» de no hacer surf y obligarlo a coger algunas olas.

El músico, que sufría un severo síndrome maniaco-depresivo desde hacía años, tenía un temor reverancial por el océano, apenas sabía nadar y jamás se había subido en una tabla de surf —pese a ser el compositor de Surfer Girl, Catch a Wave y otros himnos de la surf-music— fue presionado para que aceptase la humillación por su familia y el resto del grupo, empeñados en vender la campaña Brian Is Back! (¡Brian ha regresado!) para que la caja registradora volviese a registrar ingresos.

La pareja de cómicos, mundialmente famosa unos años más tarde por la película The Blues Brothers (John Landis, 1980), lleva al acusado a la mítica playa de Malibú, donde el asustado Wilson, vestido con albornoz, es zarandeado por las olas.

Pese al empeño (el grupo gastó una fortuna en vender la curación del loco comprando espacio en revistas y cadenas de televisión para entrevistas en las que Wilson no pasaba de algunos gestos de asentimiento), la historia no acabó bien: el disco de regreso de Brian, 15 Big Ones, fue un desastre, y el terapeuta que contraron para que resintonizase al enfermo, Eugene Landy, era un cantamañanas sin titulación que intentó hacerse dueño de la voluntad del paciente.

Hay un bonito colofón para esta triste fábula. Unos meses más tarde, antes del final de 1976, demostrando que los locos pueden tener el don de la iluminación, Wilson grabó una de las canciones más sinceras de su carrera. Estaba solo en casa, sin guardianes, y la cantó al piano. Se titula Still I Dream of It:

Joven y hermoso
Como un árbol recién plantado
Hacía frente a la vida
Pero cometí errores
¿Aprenderé alguna vez de las lecciones
que me enseña el camino?
Estoy convencido
La hipnosis de nuestras mentes
Nos puede transportar muy lejos

Fue un momento aislado de libertad y visión cristalina. Hasta el día de hoy, Wilson sigue siendo manipulado por su familia para sacar rendimiento económico al ángel roto.

Ánxel Grove

Un trabalenguas visual con sólo un par de manos

La mano izquierda tiene un reloj en la muñeca y una anotación en el envés: «comprar tinta»; la derecha tiene una araña tatuada. El truco permite al espectador darse cuenta de que el par de manos que se reproduce es siempre el mismo y el comienzo es más o menos claro, pero pronto las acciones son demasiado rápidas y es fácil perderse, la espiral de imágenes que manipulan los dedos es cada vez más compleja y la mente no sabe interpretar el despiste.

Willie Witte, el autor del trabalenguas visual, hace documentales y en sus ratos libres explora las posibilidades del montaje de vídeo. En Screengrab (que se podría traducir por agarrar la pantalla) desarrolla un proceso con el que todavía está experimentando: imprime fotogramas (frames) de la misma grabación y con las imágenes congeladas construye transiciones que seguramente cautivarían  a M.C. Escher. Según Witte, el vídeo no contiene imágenes generadas por ordenador, sólo material grabado con una cámara y montado para crear las ilusiones.

Helena Celdrán

El fotógrafo ‘yé-yé’ que entró y salió de la fama en silencio

Marianne Faithfull  © Roger Kasparian

Marianne Faithfull © Roger Kasparian

Roger Kasparian (París, 1938) no ha merecido la suerte de pasar a la historia. Era un personaje secundario en la penumbra del abigarrado mundo de la fotografía de músicos durante los fértiles años sesenta y sólo ahora ha sido recuperado de ese papel de relleno con la exposición Roger Kasparian: The Sixties en las Snap Galleries de Londres.

El mundo era entonces menos complejo y Kasparian, hijo de un fotógrafo armenio dueño de un estudio en las afueras de París, entró en la nómina de los paparazzi de la capital francesa una noche de noviembre de 1961 por la simple razón de que tenía coche. Había conocido por casualidad a un reportero de Paris Jour que necesitaba transporte para acercarse a un club donde, le había soplado, estaban de juerga algunos famosos.

Kasparian se ofreció a servir de transportrista y entró en el garito con su nuevo amigo, que le dejó una cámara y le dió un consejo: «En cuanto veas a algún famoso, dispara». Tuvo la suerte de los principiantes y logró retratar al cineasta Claude Chabrol, que estaba de farra con un grupo de amigos. Los editores de Paris Jour compraron las fotos a la mañana siguiente, sin saber que la decisión quizá salvaba la vida de Kasparian, que ya había sido obligado a alistarse en el Ejército para ser enviado a la Guerra de Argelia y sólo podía eludir el servicio militar bélico demostrando que trabajaba.

Serge Gainbourg © Roger Kasparian

Serge Gainbourg © Roger Kasparian

A lo largo del resto de la década de los sesenta, el fotógrafo se especializó en celebridades, sobre todo musicales. Empezó con los yé-yés franceses —así les llamaban los medios, usando el mismo término que importaríamos en España al poco—: Johnny Hallyday, Françoise Hardy, Serge Gainsbourgh… y siguió con la avalancha derivada del corredor de abastecimiento mútuo entre París y Londres que traía a Francia a las rutilantes estrellas del pop rock inglés.

Kasparian estaba siempre al quite y terminó por ser contratado como fotógrafo de plantilla de Musicorama, el show musical de la radio Europe 1 que se grababa en directo en el mítico teatro Olympia del Boulevard des Capucines.

La exposición de Londres muestra fotos de, entre otros, The Beatles, The Rolling Stones, Little Stevie Wonder, The Kinks, The Who, The Troggs, The Beach Boys, The Animals

Con la misma moderación con que había llegado al negocio, Kasparian lo dejó. En 1970, cuando la inocencia de la década anterior dió paso a la profesionalización y todos sus males añadidos (managers, derechos, permisos, contratos, mafias…), el fotógrafo yé-yé regresó al estudio de su padre y se dedicó a hacer fotos de bodas, bautizos y otros ritos sociales.

Ánxel Grove

The Who live at La Locomotive @ Roger Kasparian

The Who live at La Locomotive @ Roger Kasparian

Van Morrison © Roger Kasparian

Van Morrison © Roger Kasparian

The Beach Boys © Roger Kasparian

The Beach Boys © Roger Kasparian

The Beatles, live 1965 © Roger Kasparian

The Beatles, live 1965 © Roger Kasparian

Keith Richards © Roger Kasparian

Keith Richards © Roger Kasparian

Francoise Hardy © Roger Kasparian

Françoise Hardy © Roger Kasparian