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Las pantallas y tú. ¿Lo virtual te llena o te vacía?

La revolución digital está alterando nuestra forma de ser y relacionarnos de formas insospechadas, casi sin darnos cuenta de ello. Con la digitalización, a grosso modo existen dos fuerzas contrapuestas. La primera es la fuerza que nos aísla los unos de los otros, aumenta el ruido interior y erosiona nuestra capacidad colectiva a través de dispositivos de distracción masiva. Esta fuerza nos convierte en adictos a las pantallas y a sus comunicaciones despersonalizadas, como articula Byung-Chul Han en su brillante ensayo En el enjambre.

Por otra parte, la digitalización facilita conectar con otros, compartir información y organizarse en grupos con una intención compartida, como por ejemplo el recién emergido movimiento Adolescencia libre de móviles.

La pregunta, ¿Cuál de las dos fuerzas gana, la de la distracción y la fragmentación o la fuerza de la conexión con los otros y con uno mismo? Es una pregunta que cada uno debe responder y que varía en función del momento personal y ciertamente colectivo. Robert D. Putnam advertía hace ya más de dos décadas en su célebre estudio, la tendencia a la reducción de todas las formas de contacto personal en EEUU, algo que dañaba la movilización social necesaria para una democracia sana. La digitalización con su inherente disminución del contacto personal nos empuja aún más al empobrecimiento colectivo.

En este sentido, no es casualidad que en una gran mayoría de mis programas de coaching, cuando la persona lleva la luz de la consciencia a su vida, emerjan de forma espontánea ganas de reducir el tiempo a actividades virtuales: paso demasiado tiempo en twitter, esto me altera y quiero dejarlo; me gustaría retomar la lectura en lugar de ver series cada noche, etcétera, son expresiones que escucho a menudo y sobre las que animo a tomar cartas en el asunto.

El profundo impacto de lo virtual se explica mediante dos vectores. El primero es la calidad de lo que ingerimos a través de las pantallas. El segundo es que el tiempo que pasamos en ellas.

(Alexander Grey, UNSPLASH)

Lo consumido a través de pantallas asemeja a lo que comemos. Hay comida que nos sienta bien y otra que daña nuestro organismo. Y de igual forma, dependiendo de la cantidad consumida y del momento, tendrá un efecto u otro. No es lo mismo comerse un plato de fabada antes de ir a dormir que hacerlo un domingo para comer. Sustituye la fabada por una película de horror y aplica lo mismo. Sin embargo, a otro nivel que con la comida, los contenidos que consumimos a través de pantallas comparten una intención: hacernos consumir más. No es un secreto que lo virtual tenga en su ADN un programa diseñado por expertos en persuasión conductual para engancharnos a sus contenidos.

Por otro lado, el tiempo que pasamos en actividades virtuales nos resta tiempo para hacer otras cosas, casi siempre más saludables y enriquecedoras, como compartir tiempo con personas queridas, hacer deporte, aprender algo, practicar una afición…

Hacerse consciente del impacto de lo virtual en la vida de uno y en los que le rodean es una de las cuestiones que, parafraseando al poeta Martí Pol, tenemos que afrontar por ser del tiempo en el que nos ha tocado vivir. Una lucha que, orgullosos o cobardes, no podemos desertar, pues tu lugar, no puede ocuparlo nadie más que tú.

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Un antídoto frente a lo irreversible

En la película Irreversible, Monica Bellucci representa junto a su entonces pareja Vincent Cassel, a una joven pareja enamorada. Ella está embarazada, aunque todavía no se le nota. Salen de fiesta y ella decide volver sola, a lo que es brutalmente violada. Lo que más me impactó de la película fue el ir y venir del director, del futuro al pasado y otra vez al futuro. Su punto: la irreversibilidad de lo que nos ocurre.

Hace un par de días que a raíz de un accidente familiar, reflexiono sobre la irreversibilidad de la vida. Es fácil tener la sensación que la vida es un camino lineal que podemos recorrer hacia adelante, y si se nos olvida algo podemos volver atrás. Sin embargo, casi todo lo que nos ocurre en la vida o lo que hacemos, tanto lo bueno, como lo difícil es irreversible. Te detectan un cáncer y te tienen que extirpar un pecho para salvarte. Tu cuerpo ya no volverá a ser como antes. Estalla la guerra en tu país, como ocurre en Ucrania, pierdes tu trabajo, tu casa, tus posesiones y te ves forzado a empezar de nuevo como refugiado en otro país. Pasarán años antes de que puedas volver y cuando lo hagas nada será igual. Tu pareja te ha sido infiel lo que es irreversible. Puedes decidir obsesionarte en lo injusto que es, o seguir con la vida, dejándole o perdonándole. A raíz de cualquier shock es fácil quedarse anclado en lo ocurrido, en el pasado. Y mientras nos quedamos allí, en lo que  nos pasó, la vida nos pasa…de largo.

Si pudiera volver atrás y cambiar esto o aquello. Pero no, no podemos. En el espejismo del tiempo, la vida solo va hacia adelante. Y cuando un golpe muy grande nos enroca en «lo que pasó», respirarlo, integrarlo y volver a fluir con el río de la vida es lo más sabio que podemos hacer. Para saber si estás enrocado es muy fácil: tu mente está dando vueltas a lo que pasó, porque pasó, como pudiste haberlo evitado, o cualquier versión de esto,  mientras que parte de tu cuerpo está bloqueado. Para volver al río de la vida es preciso relajar el cuerpo para soltar el trauma, y dejar de pensar en aquello, llevando la atención al momento presente. Hacerlo no una vez, sino las que haga falta siempre con amabilidad, como nos recuerda el mindfulness.

La irreversibilidad de la vida se me antoja como un escritor chiflado que nos tatúa a fuego lo que nos va ocurriendo, en nuestros cuerpos y en nuestras mentes. No podemos elegir el dibujo de los tatuajes pero podemos elegir el significado que les damos y la forma en cómo los llevamos. Pongamos por caso lo ocurrido a la víctima de la presunta agresión sexual de Dani Alves. En caso de ser verdad la agresión, la joven no va a poder cambiar lo ocurrido. Su cuerpo y su mente pueden sanar y curarse pese a la agresión pero no la olvidarán. Sin embargo, haciendo valer la verdad frente a lo ocurrido, con ánimo de que se haga justicia y rechazando la indemnización de la defensa para comprar su silencio, la joven ha tomado valientemente su inalienable poder. Al hacerlo se ha convertido en un agente de cambio, inspirando así a otras personas que han sido agredidas.

La irreversibilidad de la vida como un escritor chiflado que nos tatúa lo que ocurre en el cuerpo y la mente (Kristian Angelo, UNSPLASH)

Pero no solo lo malo nos puede atrapar cual telaraña maldita. También lo bueno. En mis programas de coaching a menudo acompaño a personas que se han quedado ancladas en la época dorada de un puesto de trabajo, una relación sentimental o cualquier otro momento vital que ya no existe. Y la trampa es la misma. Nos dejamos secuestrar inconscientemente por lo bueno que nos pasó como excusa para no estar presentes a lo que somos, a lo que sentimos, a lo que nos llama, a lo que ocurre ahora.

El antídoto de nuevo es soltar. Bendecir y soltar. Aceptar y soltar. Curarse lo suficiente y soltar. Plantándonos así en el fuego del momento presente, en el que a pesar del dolor, las injusticias o las bendiciones recibidas, como escribía Martí y Pol, todo está por hacer y todo es posible.

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