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Donde no llega el Estado, la ayuda llega

Por Valentina González Villegas Valentina

Soy Valentina, de Casa Amazonía, una organización local de mujeres de Colombia en la que trabajamos a favor de los derechos de niñas, niños, adolescentes, jóvenes y mujeres en regiones donde el conflicto armado impacta de manera radical la vida.

Nuestro trabajo es sobre todo con población indígena, campesina y afro, habitantes de zonas rurales dispersas, del departamento del Putumayo, que hace frontera con Ecuador. Es un lugar bellísimo, rico en recursos naturales y diversidad en todos los sentidos  y por eso mismo también codiciado por fuertes intereses económicos que apuestan por un modelo de desarrollo único, devastador e impositivo.

Retratos de mujeres de Colombia. Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Retratos de mujeres de Colombia. Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Como Casa Amazonía nos hemos propuesto trabajar en esta región promoviendo los derechos de las niñas, niños, adolescentes, jóvenes y mujeres y previniendo las violencias en su contra. Consideramos que un paso fundamental para la prevención es visibilizar lo que sucede, nombrarlo, desnormalizarlo, para esto es necesario generar espacios de confianza, redes de apoyo, procesos organizativos que desde la solidaridad y el afecto propicien transformaciones individuales y colectivas.

En este camino son fundamentales las alianzas, amigas y amigos. En lo nacional hacemos parte de la Mesa de Mujer y Conflicto Armado y la Coalición contra la vinculación de niños, niñas y jóvenes al conflicto armado en Colombia y con esta Coalición hacemos parte de la Campaña ‘Violaciones y otras violencias: Saquen mi cuerpo de la guerra. La Campaña se ha propuesto visibilizar los crímenes de violencia sexual en el marco del conflicto armado en Colombia y en su último informe, se centra en niñas, niños y adolescentes.

Es gracias al apoyo solidario de la cooperación internacional que podemos llegar a estos lugares, donde el Estado no llega, pues en las zonas rurales alejadas y en municipios de no más de 100.000 habitantes, la presencia del Estado se reduce a lo militar, la propuesta social no existe.

Gracias al apoyo solidario de la cooperación internacional logramos que situaciones a las que poco se les da importancia adquieran relevancia, y que ese marco legal y normativo en el que se ha avanzado a favor de los derechos de las mujeres, de las niñas y niños aterrice en estos contextos en los que las violencias, tanto las familiares como las el conflicto persisten y las mujeres de base viven en medio de circunstancias de extrema pobreza que son en sí mismas violencia estructural.

Es articulándonos en campañas, como ‘Violaciones y otras violencias: saquen mi cuerpo de la guerra‘, y procesos más amplios que hacemos incidencia y exigibilidad de derechos. Ese respaldo político y apoyo financiero que la cooperación aporta incrementa la protección para el trabajo en estos contextos, además de permitir el intercambio de experiencias, conocimientos y propuestas y generar redes de apoyo para abordar de manera integral realidades tan dolorosas como la violencia sexual contra mujeres, niñas y niños dentro y fuera de los conflictos armados.

Como dicen nuestras compañeras en este video que hemos realizado en la frontera de Colombia y Ecuador, con las compañeras de LolaMora Producciones y la Federación de Mujeres de Sucumbíos

‘ Resistir, permanecer’

‘Me siento más libre, puedo hacer muchas cosas más, puedo animar a otras mujeres a que sean fuertes, que no se dejen.’

‘En los años de vida que me quedan, yo sí quiero ver algún cambio, por eso trabajo con las niñas y adolescentes. A pesar de todas las violencias que hemos vivido en el Putumayo, es como apostarle a que la vida puede cambiar, creer que hay esperanza.’

Valentina González Villegas trabaja en Corporación Casa Amazonía, organización defensora de los derechos de las mujeres, niñas, niños y adolescentes, en Colombia.

 

 

Colombia: 150.000 denuncias, 2 condenas

Por Laura Hurtado laura

En Colombia, la violencia hacia las mujeres es comparable a la de República Democrática de Congo, por sistemática y barbárica. Mujeres descuartizadas, empaladas, niñas de 9 años obligadas a prostituirse‘. Me lo cuenta la periodista Jineth Bedoya que desde los 22 años cubre el conflicto que desangra su país, en el cual las mujeres son usadas como arma de guerra. ‘Según un estudio de Oxfam Intermón más de medio millón de mujeres han sido violadas en la última década, pero puede que el total llegue a los dos millones porque muy pocas se atreven a denunciarlo’. A ella misma le costó 10 años. Con 24 años, mientras estaba investigando un caso de tráfico de armas, fue secuestrada, torturada y violada por 3 paramilitares. Prefirió esconderlo y refugiarse en su trabajo hasta que en 2009 se armó de valor y lo contó públicamente. ‘Lo hice por todas las otras mujeres que han pasado por lo mismo pero que viven en zonas alejadas y que no tienen los recursos para ser escuchadas‘.

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La periodista colombiana Jineth Bedoya en el Congreso Nacional de Mujeres y Paz de Bogotá a finales de 2013. (c) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

‘De repente, sin darme cuenta, me volví activista’, asegura Jineth que ha creado la campaña ‘No es hora de callar’ donde reivindica la importancia de que las mujeres afectadas por cualquier tipo de violencia hablen. Cuenta con el apoyo de ONU Mujeres y el de futbolistas colombianos famosos (Falcao, David Ospina, Abel Aguilar…), con quienes consigue que el mensaje llegue a los hombres, que son, dice, el 98% del problema. ‘Las mujeres que hemos sido marcadas nos quedamos silenciadas. Por miedo a represalias, por vergüenza o porque nadie nos va a hacer caso‘. Y es que la impunidad bordea el 90% de estos casos en Colombia. ‘Con la Ley Justicia y Paz para el desmonte de los paramilitares hubo 150.000 denuncias de violencia sexual y solo 2 condenas‘. Su caso tampoco ha sido resuelto. ‘Francamente, no tengo esperanza que mis violadores acaben en la cárcel‘, suspira esta mujer que ve atónita cómo la intensidad de la guerra en Colombia ha bajado pero no así las violaciones a mujeres. ‘Los grupos armados que antes hacían la guerra ahora son bandas criminales que se dedican a la trata de mujeres, un negocio fácil, que da mucha plata, y que está menos perseguido que el narcotráfico, sentencia Jineth que en mayo de 2013 sacó a la luz un caso de explotación sexual de niñas de entre 13 y 16 años en las zonas mineras de Colombia, ante el que nadie ha hecho nada. ‘El machismo es muy fuerte. Por ejemplo, en las negociaciones actuales entre el Gobierno y las FARC hemos tenido que pelear mucho para que hubiera negociadoras. Al final conseguimos que entraran dos‘, explica.

Por decir todas estas cosas, Jineth está amenazada de muerte. En algunas regiones de su país no puede ni entrar. ‘Cuando tocas temas gordos, te salen enemigos por todas las esquinas. Siento que la bala puede venir de cualquier lado’. Se mueve siempre con un coche blindado y acompañada de 5 escoltas. Lleva 14 años así. ‘Echo de menos algo tan sencillo como pasear por la calle, me confiesa esta mujer, que desde que ‘la marcaron‘ no consigue dormir bien ni recuperar peso. ‘Bailo zumba cada mañana y también escribo. Esas son mis vías de escape‘, asegura con 6 libros publicados. ¿De qué sirve tanto sacrificio? ‘Me siento responsable por todas las mujeres que han pasado por lo mismo. A veces el peso es muy grande, es cierto, pero no voy a dejar el brazo a torcer. No puedo rendirme. Hemos conseguido algunos logros: se ha creado una política de género, una Consejería de Género, el Ministerio de Defensa tiene un protocolo de violencia sexual. No hay recursos pero son primeros pasos. Yo ya sabía que este proceso sería largo‘, concluye.

Jineth Bedoya es portavoz de la campaña “Violaciones y otras violencias: saquen mi cuerpo de la guerra” que lideran 10 organizaciones colombianas con el apoyo de Oxfam Intermón.

Laura Hurtado es periodista y trabaja en Oxfam Intermón.

Germinar del otro lado del río

Por Susana Arroyo   Susana Arroyo

Hace 19 años Analiva salió de su casa para nunca más volver. Con una muda encima y una prole de 8 a cuestas, ella y su marido caminaron  una noche y un día hasta llegar a las orillas del Río San Miguel, en la frontera  con Ecuador. Atrás quedaban el ejército, los paramilitares, la guerrilla y su natal Policarpa, en Nariño, Colombia. Delante esperaba un país ajeno. Nada menos. Nada más.

María Analiva Narváez está casada con Plinio Hurtado y hoy vive como refugiada en una pequeña comunidad del lado ecuatoriano del río,  en la provincia de Sucumbíos. “Teníamos que irnos. Mataron a dos de nuestros hijos, uno tenía nueve años y el otro no llegaba a los 20”. Me contó su historia en los bajos de su casa, después de recoger yucas y meter la ropa. Era mediodía y la humedad caliente y pegajosa anunciaba al aguacero. “A veces hay que dejarlo todo para que no se dejen tu vida. ¿Qué cómo estamos ahora? Pobres, pero tranquilos”.  Su mirada era, es, la definición de la melancolía.

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Analiva y su marido (c) Susana Arroyo / Oxfam

La suya es la historia de otras miles de familias desplazadas, una historia de siempre volver a empezar. “Y de repente un día estaba yo parada en una tierra que no era mía, mirando el pedacito donde teníamos que levantar una casa o algo que se le pareciera”. Analiva y su familia empezaron con un rancho y hoy tienen una casa de madera, sobre pilotes, que ya no se inunda cuando sube el caudal. Ambas fueron hechas con alimentos. Sí, con ese poder que tiene la comida -y la gente- para transformarlo todo.

Sembraron arroz, plátano y yuca. Cosecharon tres comidas al día, materiales de construcción, medicamentos, combustible y hasta dinero para pagar -en caso de vida o muerte- los 100 euros que cuesta un viaje en bote express hasta Lago Agrio, la capital de provincia. Hoy su pueblo tiene escuela, agua potable y una asociación comunitaria que conoce sus derechos y sabe cómo reclamarlos.

Llegará el día de la tierra propia, los seguros agrícolas y el acceso justo a salud y servicios públicos. Quizá venga con el cotizado cacao que hoy estamos cultivando juntos. La meta es venderlo dentro y fuera del país, generar ingresos, cuidar la selva, demostrar que se puede y se debe producir de forma más justa.

Antes de verse obligada a dejar su tierra, Analiva era una apreciada jornalera agrícola que soñaba lo mismo que usted o que yo – salud, trabajo, casa propia, felicidad para los nuestros. Y lo perdió todo, menos la buena mano. Por todo y a pesar de todo ella sigue sembrando y cosechando acaso el más grande de los sueños: sobrevivir… no importa el lado del río.

 

Susana Arroyo es responsable de comunicación de Oxfam en América Latina. Tica de nacimiento, vive en Lima. Desea que cambiar el mundo nos valga la alegría, no la pena.

En el Día Internacional de las Personas Migrantes: ¡Salud, compañeras!

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

No conmemoramos hoy el Día Internacional de las Personas Migrantes simplemente porque la ONU lo proponga un año más.  De hecho, la conmoción de Lampedusa amenaza con ahogar nuestro empeño, y la indignación de Melilla podría cortar de raíz cualquier brote de celebración así como siega sin piedad la carne y la ilusión de tanta gente.

Si, a pesar de todo, seguimos aferradas a la esperanza es porque todos los días constatamos que es muy cierto aquello que la ONU declaró en su asamblea general del pasado mes de octubre: «la importante contribución de los migrantes y la migración al desarrollo de los países de origen, tránsito y destino».  Esta «importante contribución» permanece invisibilizada o, lo que es peor, es deformada impunemente cuando se presenta a los inmigrantes como un lastre social del que necesitamos deshacernos. A la afirmación de la ONU sumemos el dato de que las mujeres y las niñas representan la mitad de los migrantes internacionales… ¡y que empiece la fiesta por estas compañeras que día a día colaboran a mejorar nuestro país y el suyo!

 María Alexandra Vásquez (abogada) y Catalina Villa (psicóloga), miembros del Equipo Técnico de Pueblos Unidos. Foto: Marga Saldaña

María Alexandra Vásquez (abogada) y Catalina Villa (psicóloga), miembros del Equipo Técnico de Pueblos Unidos. Foto: Marga Saldaña

Desde luego que no puede tratarse de una fiesta fácil cuando a muchas y a muchos la decisión de migrar les cuesta su propia vida. Las sombras de los muertos nos persiguen, impidiéndonos dejar para mañana la lucha abierta por condiciones de vida más justas y más dignas. Pero, además de ser un día para la denuncia y la reinvindicación, el 18 de diciembre quiere poner en valor «decenas de pequeñas grandes historias de dignidad, sacrificio, solidaridad, aprecio común, acogida y agradecimiento que contribuyen a hacer más densa esa urdimbre de vínculos entre vecinos y vecinas llegados de tantos lugares distintos. (…) Hoy celebramos todas esas historias como pequeños triunfos de humanidad compartida en un contexto de decisiones políticas que las hace improbables (Declaración del Servicio Jesuita a Migrantes).

Me gustaría destacar hoy dos de esas «pequeñas grandes historias», dos figuras que desde la penumbra acompañan con su solidaridad y buen hacer a tantos migrantes que acuden a nuestro Centro Pueblos Unidos. Porque también ellas, Catalina y María Alexandra, son migrantes. Ambas dejaron un día sus países de origen, Colombia y Venezuela, y llegaron a España con un buen caudal de profesionalidad y un futuro incierto por delante. Lo que aportan a nuestra tarea común es mucho más un conjunto de conocimientos especializados en las áreas de la Psicología y el Derecho, aunque las dos trabajan concienzudamente y se desvelan por sus programas. Su formación como psicóloga clínica, enraizada en su propia experiencia migratoria, dota a Cata de una sensibilidad muy particular para detectar el dolor, procurar que cada persona encuentre caminos de sanación y crecimiento, y promover grupos de mujeres que mutamente se ayudan a hacerse un hueco en la sociedad española. Por su parte, María Alexandra ejerce su profesión de abogada con una fina intuición para percibir la injusticia que sufren las personas más vulnerables, sobre todo las trabajadoras domésticas, y con la férrea voluntad de defender sus derechos cueste lo que cueste. Nuestro equipo no sería el mismo sin ellas.

A pesar de que toda celebración se nos ha vuelto difícil, hoy es un día para brindar por  esas mujeres migrantes que constantemente se superan a sí mismas y contribuyen a que la vida sea un poco mejor. Por María, por Cata, por tantas que conocemos y por las que en el anonimato sostienen el peso del mundo. ¡Salud, compañeras!

Margarita Saldaña. Trabajo en el  Centro Pueblos Unidos. Miro con atención la vida que se esconde en los dobleces de la historia, donde con demasiada frecuencia nos encontramos las mujeres. Compañera de todos los que buscan un mundo más justo.

Violencia sexual: valor, vida, impunidad

Por Sandra Cava Ortiz Sandra Cava
Desde que tenemos uso de razón interiorizamos un concepto de valor de la vida y asimilamos de manera natural que tiene un valor incalculable, por grande y por difícil de determinar; tan incalculable y enorme que se nos escapa, como intentar contar el número exacto de estrellas en el cielo.

Imagen: Jovana Sáenz, víctima de violación y desplazamiento forzado (c) Pablo Tosco / Oxfam

Imagen: Jovana Sáenz, víctima de violación y desplazamiento forzado (c) Pablo Tosco / Oxfam

Pero en algunos lugares, bajo algunos contextos, este cielo pierde su inmensidad y el valor de la vida pasa a ser calculable, medible, e incluso inexistente. Y cuando digo vida me refiero al sentido más amplio de la palabra, incluyendo tus decisiones, tus derechos, tu libertad, tu cuerpo.
Algunas zonas de Colombia parecen ser uno de estos lugares. Una sociedad de herencia machista y patriarcal que parece naturalizar la violencia hacia las mujeres, exacerbada por un contexto de conflicto armado que dura ya más de 50 años.
Todos hemos escuchado historias de maltrato, de violencia, más cercanas o menos, pero cuando pude escuchar las voces de las mujeres víctimas de violencia sexual en Colombia se me encogió el corazón. Siento que nunca entenderás una historia así como cuando la escuchas cara a cara, de mujer a mujer, cuando el aire que contiene su dolor es el mismo que tú respiras.
Con el paso de los días conocíamos mujeres, mujeres urbanas o rurales, afros o indígenas, intentábamos entender las historias y aprendíamos de todas ellas. Algunas nos decían “yo quiero hablar, aunque no sé si aguantaré las lágrimas”; por dentro pensaba si ante historias tan crudas aguantaría yo.Es difícil contener las lágrimas escuchando a Jovana Sáenz,  compañera de Angélica Bello en la lucha por los derechos de las mujeres. La guerrilla asesinó a gran parte de su familia y sufrió dos veces desplazamiento forzado. En Bogotá se vinculó a Afrodes, la asociación de afrodescendientes de desplazados y allí empiezó una fuerte actividad con mujeres, a través del auto 092 , una resolución judicial que protege a las mujeres víctimas del desplazamiento forzado. En este punto comenzaron las amenazas, los golpes y las persecuciones, hasta que un día fue acorralada y violada me hicieron lo que quisieron y me dijeron que si seguíamos jodiendo con el auto 092 harían lo mismo con todas las compañeras, sólo escuchaba insultos, risas. Después de esto recibí burlas en lugar de apoyo, explica.

Muchas mujeres, como Jovana,  habían sufrido algún tipo de violencia sexual, su cuerpo se había convertido en un botín de guerra, en un trofeo para el disfrute de diferentes agentes armados; otras habían sido violadas; otras maltratadas y torturadas; y todas ellas se sentían humilladas, avergonzadas, manchadas y discriminadas por haber sufrido esta violencia y por ser mujeres. Algunas debían sumar la violencia de los diferentes agentes armados a la propia violencia intrafamiliar.

Las historias se iban sumando y aumentaban su dureza, ¿cuánto dolor soporta el cuerpo y la mente de una mujer? Parece que después de días escuchando tanta violencia entendí la generalización, la normalidad de una situación que al principio me impactó por fuerte, dura y supuestamente aislada.

Imagen: María Eugenia Sánchez, directora de la Casa de la Mujer junto a víctimas y colaboradoras (c) Pablo Tosco / Oxfam

Algunas de estas mujeres ya no tienen fuerzas y no ven esperanza, pero muchas otras siguen luchando, dicen que no han logrado romperlas. Se apoyan en diferentes organizaciones para recibir apoyo, conocer otras historias, entender que deben denunciar y que pueden superar el daño sufrido. La casa de la mujer o Afrodes son algunas de estas organizaciones.

En un día como hoy, el Día de la Eliminación de la violencia contra la Mujer, toma especial relevancia la necesidad de solucionar un hecho que no es aislado y que goza de total impunidad. Las víctimas de estos crímenes exigen verdad, justicia y reparación pero no lo consiguen. En este sentido, y para entender la magnitud de este problema, en la actualidad se debate en el Congreso de la República de Colombia si la violencia sexual en el conflicto armado se considera crimen de lesa humanidad.
La definición establece que deben ser crímenes inhumanos, generalizados y sistemáticos dirigidos a la población civil. Las voces de las 489.000 mujeres que han sufrido violencia en Colombia entre 2001 y 2009 parecen contar historias que siguen esta definición.
Sandra Cava forma parte del equipo de comunicación de Oxfam Intermón

Desde Colombia: más allá del dolor

Por Sole Giménez Sole Giménez

Hoy escribo desde la tranquila ciudadela amurallada de Cartagena de Indias después de una semana inolvidable en Bogotá visitando y conociendo de primera mano la problemática de la violencia sexual dentro del marco del conflicto armado.

Me cuesta poner palabras a las intensas emociones que hemos vivido todos los que hemos tenido la suerte de hacer este viaje al corazón herido de las mujeres colombianas. Porque ¿cómo explicar sólo con unas cuantas palabras todos los matices, todas las historias, todo el dolor, el sufrimiento, la frustración, el miedo, la angustia y la rabia que estas mujeres nos han transmitido no solo de palabra sino con sus gestos comedidos, sus miradas, sus silencios preñados y sus lágrimas?

Ellas que representan a cientos de miles de mujeres, niños y niñas que el fuego abrasador del conflicto armado ha ido quemando en esta tierra los últimos casi sesenta años, nos han hecho ver el poco valor que tiene la vida cuando hay una tierra rica y deseada, cuando una ideología, unos intereses comerciales, unos valores patrióticos o un deseo de poder ciega a los hombres y los hace anteponer esas tristes razones a lo verdaderamente importante: las personas.

No importa demasiado el motivo, y en Colombia hay muchos, ellas aquí siempre han salido perdiendo. Han perdido sus casas, su tierra, sus familias, sus hijos, hasta el sentido de su propio cuerpo y su razón de ser.

Lo han perdido todo menos la esperanza. Sí, la esperanza es el brillo que hay en el fondo de sus fuertes miradas, esperanza de que lo que ellas han sufrido no le pase nunca a nadie más, esperanza de que todo al fin y al cabo puede y debe cambiar. Sólo es cuestión de tiempo y voluntad. Ellas han tenido el valor de superar el sufrimiento y hacerle frente uniendose y reforzandose las unas a las otras de tal manera que hoy en Colombia hay un hermoso entramado de asociaciones de mujeres  que crece día a día recogiendo todas y cada una de sus diferencias, tejiéndolas y  unificandolas en una sola voz.

Y esta voz es la que piden que sea escuchada en su propio país, por sus propios hermanos. La voz de las mujeres que se sienten y son más que simples víctimas olvidadas pues su voz lejos de quedarse sólo en el tan justificado lamento es una voz llena de ideas de futuro, de propuestas sociales, culturales incluso económicas y políticas  con perpectivas renovadas, de deseos de avances colectivos hacia el respeto, la integración, la rectificación y la paz.

Es una voz que ha sabido de alguna manera no quedarse en el rencor y el odio que suscitan los demonios del conflicto armado , si no que ha sabido dar un paso adelante hacia el necesario cambio de perspectiva que  traerá esta tan necesaria paz.  Ellas son la avanzadilla del cambio, el ejemplo a seguir, las heroínas de esta tierra colombiana que el día que sea capaz de enfrentarse a la verguenza que siente por los horrores cometidos, se dará cuenta que  ellas son su verdadera fuerza.

Mujeres valientes, aguerridas, con una fortaleza y una  voluntad inquebrantable que serian la envidia de cualquier país. Colombia entera debe escuchar sus voces cargadas de futuro y sentirse orgullosa de tenerlas aquí trabajando día a día por esta tierra y por sus gentes.

Colombia entera  ha de oírlas y por supuesto en este momento histórico de diálogo, sus propuestas y su ejemplo deben ser escuchados en Bogotá y en la Habana, en la tierra como en el cielo.

 

 

 

Violaciones y otras violencias: el cuerpo de las mujeres en la guerra

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Esta semana he sentido la inmensa emoción de conocer a Yolanda Perea, una de las muchas mujeres víctimas de la peor parte del conflicto armado en Colombia. El testimonio y la fuerza vital de Yolanda impresionan. ¿Cómo puede volver a sonreír una mujer que desde niña fue víctima de una brutal agresión y desde entonces lo ha perdido todo?

Yolanda Perea, en un encuentro en Madrid el pasado miércoles

Yolanda Perea, en un encuentro en Madrid el pasado miércoles. Imagen: Belén de la Banda

Yolanda vivía con su gran familia en una próspera finca la región del Chocó, en Colombia, y un día, con 11 años, fue violada por quien ella llama un actor armado. Su madre protestó ante el responsable, y pocos días más tarde varios miembros del mismo grupo llegaron a la finca y organizaron un tiroteo. Yolanda y parte de su familia echaron a correr hacia el monte. En ese tiroteo mataron a su madre y a su hermana, hirieron a su tío, reclutaron forzadamente a uno de sus hermanos con 14 años.

Los supervivientes tuvieron que salir de su tierra bajo amenazas cumplidas de muerte. Desplazamiento, sufrimiento, persecuciones. Varias veces trató de regresar y de nuevo tuvo que huir. Cuanto intentó organizar su vida de nuevo, el recuerdo de su trauma era tan fuerte que veía por todas partes los ojos de su victimario. Necesitó apoyo psicológico. Ha tenido un niño y una niña. Su primera casa, hecha de maderas y construida en un lote prestado, la tuvo gracias a un proyecto con apoyo de Oxfam. Se la entregaron un día antes de que naciera su hija. Pero duró poco tiempo: cuando intentó que más personas de su entorno consiguieran tierras para vivir y cultivar, de nuevo comenzó a recibir amenazas y tuvo que huir nuevamente. Aún así, sigue trabajando a través de una organización creada en memoria de su madre asesinada, que tiene como objetivo apoyar a las mujeres, niños y niñas en su entorno. Y puede sonreír porque para estas personas ella es un rayo de luz.

En el caso de Yolanda, recibió una reparación que apenas le dio para pagar al abogado y cuidar la salud de su hermano. ‘Yo quiero saber por qué el actor armado  mató a mi mamá, por qué hizo lo que hizo, para que yo pueda dejar de sentirme culpable. Yo sé que no voy a  recuperar a mi familia, me hace falta mi mamá, pero yo no estoy en la misma condición de cuando vivía en mi casa, cuando todos estábamos juntos y éramos felices. Yo no me siento reparada. Yo siento que me han dejado sola con un problema que yo no busqué. No se trata de que nos den unos pesos. Necesitamos tener una casa, un trabajo, una atención psicológica a fondo, salud, apoyo para nuestros hijos. Yo sigo teniendo miedo. Cuando pongo una denuncia me dicen que el riesgo es muy bajo. No investigan desde qué teléfono me llaman para amenazarme.’

En Colombia, dice Diana Arango, de Oxfam,  hay 40 mil mujeres como Yolanda, que han sufrido violencia, desplazamiento, han perdido a sus seres queridos. ‘Entre 2001 y 2009, más de 489 mil mujeres han sido víctimas de algún tipo de violencia sexual, pero el 92% de las mujeres no denuncia: son culpadas por su comunidad, el actor armado sigue amenazándolas, y no tienen confianza con las instituciones del Estado y su capacidad de respuesta cuando van a denunciar‘. Junto con una decena de organizaciones de mujeres y de derechos humanos denuncian esta situación con la campaña Violaciones y otras violencias: saquen mi cuerpo de la guerra que buscan mostrar cómo el cuerpo de las mujeres sigue siendo arma de guerra y lograr que el Gobierno peruano tome medidas.

Todos los días en Colombia se producen nuevas víctimas: desplazamientos, violencia sexual, desapariciones forzadas y algunas ejecuciones extrajudiciales. Las instituciones encargadas de proteger, reconocer la verdad, reparar el daño que han sufrido, asegurar que se hace justicia con sus agresores, no están dando la respuesta adecuada. La impunidad es un motor para que cada día sigan surgiendo nuevas víctimas.  No es posible cerrar los ojos ante esta tragedia. Tenemos que ayudarlas para sacar el cuerpo de todas las  mujeres de la guerra.

 

Belén de la Banda, periodista, trabaja en Intermón Oxfam.