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La tortura silenciada

Por Carmen López  Carmen López AI

Tortura es que no haya delito, si quien te viola es tu marido. Tortura es someter a una niña a una mutilación genital, a un matrimonio forzado, obligarla a no denunciar una agresión sexual para evitar el rechazo de la comunidad. Tortura es agredir a una mujer para saldar un ‘crimen de honor’. Tortura puede ser que persista la violencia intrafamiliar por el silencio del Estado, la pasividad de los jueces y la impunidad para los agresores.

También lo son la esterilización y los abortos forzados, o que tu gobierno te obligue a llevar a término un embarazo inviable aunque tu vida se pueda quedar por el camino. Tortura es que en un centro de detención no se trate adecuadamente tu embarazo o que te separen de tus hijos e hijas.

Pie de foto: Mary, activista LGBTI en Kenya, uno de los colectivos más vulnerables a la hora de sufrir abusos con impunidad. Copyright: Pete Muller

Pie de foto: Mary, activista LGBTI en Kenya, uno de los colectivos más vulnerables a la hora de sufrir abusos con impunidad. Copyright: Pete Muller

Tortura es que te violen para que aprendas a ‘ser una verdadera mujer’, porque tu orientación sexual no convence a tu agresor o que te hagan exploraciones anales para humillarte por ser homosexual. Tortura es que por ser una persona transgénero te metan en una celda de aislamiento, alegando que quieren ‘protegerte’ o te nieguen tu tratamiento hormonal.

Cuando hablamos de tortura, pensamos en el dolor y el sufrimiento infligidos a personas, en su mayoría hombres, que están bajo la custodia del Estado. La tortura destruye también la identidad y la autoestima de la persona. Mujeres, niñas o personas del colectivo LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales), en su mayoría, escapan de esta concepción de la tortura porque sus agresores no suelen ser agentes estatales. Son las víctimas silenciadas de la tortura.

Pero no importa quién cometa este tipo de actos. La Convención contra la Tortura de Naciones Unidas recuerda que aunque los autores sean agentes no estatales, los Estados son responsables cuando no aplican la “debida diligencia para impedir, investigar, enjuiciar y castigarlos”, y están obligados a rendir cuentas por ello.

Sin embargo, mujeres y niñas en todo el mundo siguen enfrentándose a importantes obstáculos discriminatorios para acceder a la justicia, de ahí las pocas denuncias que se ponen. Personas del colectivo LGBTI, no encuentran mecanismos que prevengan y reparen este tipo de violaciones de sus derechos humanos. En la mayoría de los casos poner una denuncia les enfrenta a nuevos abusos o al estigma social.

En los últimos cinco años, Amnistía Internacional ha denunciado tortura y otros malos tratos en 141 países. La organización ha acusado a gobiernos de todo el mundo de traicionar sus compromisos para acabar con la tortura, tres décadas después de la adopción por la ONU en 1984 de la Convención contra la Tortura. Un convención ratificada por 155 Estados.

La tortura cometida por el Estado o consentida por él sigue viva y goza de buena salud. Amnistía Internacional pone en marcha la campaña Stop Tortura que durante dos años trabajará para que se elaboren mecanismos de prevención eficaces que permitan exigir a los Estados que respondan sobre el uso de la tortura y los malos tratos. Trabajaremos para que la desaparición de la tortura deje de ser una promesa y se convierta en una realidad.

 

Carmen López es periodista de Amnistía Internacional España

Violencia sexual: valor, vida, impunidad

Por Sandra Cava Ortiz Sandra Cava
Desde que tenemos uso de razón interiorizamos un concepto de valor de la vida y asimilamos de manera natural que tiene un valor incalculable, por grande y por difícil de determinar; tan incalculable y enorme que se nos escapa, como intentar contar el número exacto de estrellas en el cielo.

Imagen: Jovana Sáenz, víctima de violación y desplazamiento forzado (c) Pablo Tosco / Oxfam

Imagen: Jovana Sáenz, víctima de violación y desplazamiento forzado (c) Pablo Tosco / Oxfam

Pero en algunos lugares, bajo algunos contextos, este cielo pierde su inmensidad y el valor de la vida pasa a ser calculable, medible, e incluso inexistente. Y cuando digo vida me refiero al sentido más amplio de la palabra, incluyendo tus decisiones, tus derechos, tu libertad, tu cuerpo.
Algunas zonas de Colombia parecen ser uno de estos lugares. Una sociedad de herencia machista y patriarcal que parece naturalizar la violencia hacia las mujeres, exacerbada por un contexto de conflicto armado que dura ya más de 50 años.
Todos hemos escuchado historias de maltrato, de violencia, más cercanas o menos, pero cuando pude escuchar las voces de las mujeres víctimas de violencia sexual en Colombia se me encogió el corazón. Siento que nunca entenderás una historia así como cuando la escuchas cara a cara, de mujer a mujer, cuando el aire que contiene su dolor es el mismo que tú respiras.
Con el paso de los días conocíamos mujeres, mujeres urbanas o rurales, afros o indígenas, intentábamos entender las historias y aprendíamos de todas ellas. Algunas nos decían “yo quiero hablar, aunque no sé si aguantaré las lágrimas”; por dentro pensaba si ante historias tan crudas aguantaría yo.Es difícil contener las lágrimas escuchando a Jovana Sáenz,  compañera de Angélica Bello en la lucha por los derechos de las mujeres. La guerrilla asesinó a gran parte de su familia y sufrió dos veces desplazamiento forzado. En Bogotá se vinculó a Afrodes, la asociación de afrodescendientes de desplazados y allí empiezó una fuerte actividad con mujeres, a través del auto 092 , una resolución judicial que protege a las mujeres víctimas del desplazamiento forzado. En este punto comenzaron las amenazas, los golpes y las persecuciones, hasta que un día fue acorralada y violada me hicieron lo que quisieron y me dijeron que si seguíamos jodiendo con el auto 092 harían lo mismo con todas las compañeras, sólo escuchaba insultos, risas. Después de esto recibí burlas en lugar de apoyo, explica.

Muchas mujeres, como Jovana,  habían sufrido algún tipo de violencia sexual, su cuerpo se había convertido en un botín de guerra, en un trofeo para el disfrute de diferentes agentes armados; otras habían sido violadas; otras maltratadas y torturadas; y todas ellas se sentían humilladas, avergonzadas, manchadas y discriminadas por haber sufrido esta violencia y por ser mujeres. Algunas debían sumar la violencia de los diferentes agentes armados a la propia violencia intrafamiliar.

Las historias se iban sumando y aumentaban su dureza, ¿cuánto dolor soporta el cuerpo y la mente de una mujer? Parece que después de días escuchando tanta violencia entendí la generalización, la normalidad de una situación que al principio me impactó por fuerte, dura y supuestamente aislada.

Imagen: María Eugenia Sánchez, directora de la Casa de la Mujer junto a víctimas y colaboradoras (c) Pablo Tosco / Oxfam

Algunas de estas mujeres ya no tienen fuerzas y no ven esperanza, pero muchas otras siguen luchando, dicen que no han logrado romperlas. Se apoyan en diferentes organizaciones para recibir apoyo, conocer otras historias, entender que deben denunciar y que pueden superar el daño sufrido. La casa de la mujer o Afrodes son algunas de estas organizaciones.

En un día como hoy, el Día de la Eliminación de la violencia contra la Mujer, toma especial relevancia la necesidad de solucionar un hecho que no es aislado y que goza de total impunidad. Las víctimas de estos crímenes exigen verdad, justicia y reparación pero no lo consiguen. En este sentido, y para entender la magnitud de este problema, en la actualidad se debate en el Congreso de la República de Colombia si la violencia sexual en el conflicto armado se considera crimen de lesa humanidad.
La definición establece que deben ser crímenes inhumanos, generalizados y sistemáticos dirigidos a la población civil. Las voces de las 489.000 mujeres que han sufrido violencia en Colombia entre 2001 y 2009 parecen contar historias que siguen esta definición.
Sandra Cava forma parte del equipo de comunicación de Oxfam Intermón