La televisión ha creado un mundo esquizofrénico en el que entre el individuo y lo global no hay nada. Alain Touraine

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Ingrid Superstar

Aquí estoy. A punto de meterme en un fregado. Otro más. Bocazas soy, oye. Con lo guapo que estaría calladito o mesándome los cabellos por la entrevista del sábado pasado a Falete en La Noria para que diera detalles de la reciente muerte de su padre. Un ascazo.

Pero no. Hoy voy a otra. Al estupor e indignación que me han provocado las imágenes de la Betancourt en la gruta de Lourdes. Transida de misticismo, rebozadita de dios y flipando con la virgencita, virgencita, que me quede como estoy.

Con todos mis respetos. No tanto. No entiendo nada. O casi. Entiendo que en seis años de secuestro te dé tiempo a todo. A hacerte beata, uribista o maestra en ejercicios de perineo. Todo vale, por supuesto. No me gustaría verme en una de esas. Pero de ahí, a convertirte en mascota viviente de una estafa reaccionaria, media un trecho.

¿Que Ingrid hizo una promesa y la quiere cumplir? ¿Que tras su cruel cautiverio ha recuperado la fe en el señor? Fenomenal. El mundo está lleno de capillas discretas que no se aprovechan de sus fieles tullidos para colocarles merchandising. Incluso Pitita Ridruejo -¡grande!- tiene una en su casa. Que lo sepas, Ingrid.

¿Qué será lo siguiente? ¿Betancourt ante la virgen de El Escorial? Miedo me da.

A este paso, la mejor forma de acabar con las putas FARC será reconvirtiéndolas en una factoría de contenidos. Que alguien les proponga liberar a todos los secuestrados a cambio de que firmen un contrato de cesión de derechos de imagen y los vayan colocando por todos los realities del mundo: OT, GH,… Entre eso y el narcotráfico podrían retirarse con dignidad del negocio del secuestro y el asesinato. Es una idea. Disparatada. Pero Pastrana las tuvo peores, y ahí está: intimísimo de Aznar .

Durante un tiempo, Ingrid representó la razón contra la barbarie. Ahora pudiera parecer que acabar con el horror es una cuestión de fe, milagros y fanatismo. Qué pena. Qué desastre. Qué dolor. Lo siento mucho, Colombia.