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Sobre el bienestar animal en albergues y refugios

Resulta curioso que en dos de las tres entrevistas que he publicado recientemente, elaboradas con motivo del reportaje sobre protección animal que 20minutos publicó en su Anuario del cambio, se hacía incidencia en la necesidad de ‘profesionalizar’ la gestión de la protección animal, de dar un paso adelante para asegurar el bienestar de los animales, la buena experiencia de los adoptantes y evitar devoluciones, hacinamientos…

Irene Herrero, de la Asociación Nacional de Amigos de los Animales, se expresaba así:

¿En qué deberían mejorar las protectoras?

Habría que mejorar las adopciones, que sean realmente responsables. Han salido asociaciones como setas, que no tienen centros, que todo lo hacen por Internet, y hay que intentar yo creo autolimitarnos entre nosotros a gente que realmente funcione bien. Justo esta mañana he hablado con unos adoptantes que me decían “fíjate, a mí me habéis contado todo pero tengo amigos que han adoptado animales y no les han contado nada, ni sobre enfermedades que tenían, su comportamiento y se han encontrado con problemas serios”. Ahora que estamos despegando un poco más necesitamos organizarnos mejor entre nosotros y ser conscientes de que el trabajo que tenemos que hacer, tenemos que hacerlo bien. Menos corazón y más cabeza. El corazón hace falta de base, pero tenemos que profesionalizarnos, hacer las cosas bien y que la gente que adopte tenga una buena experiencia para que repita en un futuro.

Me da la impresión de que Internet es un instrumento maravilloso para la protección animal, pero tiene su doble filo.
Lo malo de Internet es que puedes conseguir un animal demasiado fácil y te lo mandan desde cualquier sitio sin ningún tipo de control. Lo bueno es que tienes acceso a muchos más animales en adopción que antes, que solo tenías la protectora cercana o te ibas a la aventura. Es verdad que tienes un abanico más grande para elegir el animal adecuado, pero hay que saber moverse para que esa protectora o ese particular no te lleve a una adopción fracasada que sea un problema y un sufrimiento para el animal y para la familia.

E Isabel Buil, de Fundación Affinity, contaba lo siguiente:

¿En qué deberían mejorar las protectoras?
Cada vez hay más protectoras que trabajan de una manera más metódica, más ordenada y más profesionalizada. Pero sigue habiendo una tarea importante que hacer en la profesionalización de las protectoras, y eso también pasa por campañas de imagen. La adopción no es una opción mayoritaria en España y a veces la gente no adopta porque le parece que es complicado, que puede traer problemas, que los animales van a estar sucios, no se van a comportar bien, que es algo de segunda… Hay que cambiarlo con campañas de imagen y teniendo determinadas protectoras que sean modelos de conducta, que funcionen muy bien y que sean un ejemplo, con los animales muy bien atendido y unas tasas de éxito en las adopciones altas.

Es complicado gestionar ese voluntarismo no profesional. Y posiblemente lleve bastantes años mejorar la situación, pero hay que aspirar a eso, a que las protectoras sean autosuficientes y que puedan hacer un mejor trabajo, en la recogida de los animales, en su cuidado y en su potencial adoptabilidad. Que los animales están allí el menos tiempo posible ne las mejores posiciones antes de pasar a un hogar.

Es difícil, será lento, habrá que tener en cuenta con frecuencia que lo mejor es enemigo de lo bueno, pero yo también creo que hay que tender a ello. Y justo de esas conversaciones me acordaba cuando vi que la protectora asturiana Amigos del Perro ha organizado un seminario sobre bienestar animal en albergues y refugios que impartirá Nicolás Planterose, un educador canino con amplia experiencia en este tipo de gestión.

Tendrá lugar el fin de semana del 10 y 11 de junio en el Centro Municipal El Llano (Gijón). Tras este enlace hay más información. Y también se puede solicitar en el correo formacion@amigosdelperro.org


Para terminar os dejo con un perro que espera su segunda oportunidad desde Asturias. Max es macho, está castrado, tiene tres años y dos meses. Es decir, es un jovenzuelo aún. Y es grande, salta a la vista.

De este cruce de mastín atigrado me cuentan: «decir que es bueno es quedarse corto, se lleva bien con perros, con gatos, con niños…». Está además acostumbrado a vivir en un piso, es tranquilo en casa, le gusta jugar pero es muy obediente y muy listo y está educado como se puede ver en el vídeo.

Es urgente encontrar una adopción porque está en una casa de acogida en al que ya tienen otros dos perros y dos gatos.

Contacto: 638335000 adopciones@amigosdelperro.org

Los animales no deberían ser la muleta emocional de nadie

Un animal puede ser un apoyo emocional importante en muchas circunstancias, eso es innegable. Pero no creo un animal que deba ser la muleta emocional de nadie. Nosotros somos sus cuidadores. Ellos nos pueden dar mucha compañía, mucho consuelo, mucho amor, pueden ser una presencia muy positiva en nuestra vida… pero no debe haber dependencias lesivas.

Dicho esto, os dejo con el último estudio de la Fundación Affinity sobre el vínculo con el animal de compañía en el núcleo familiar, en el que aseguran que la presencia de un perro o gato en el hogar puede ayudar a compensar emocionalmente cambios en la dinámica familiar como, por ejemplo, la marcha de los hijos, lo que se conoce como ‘síndrome del nido vacío’.

El estudio, de carácter cualitativo, ha analizado cinco tipos de familias (parejas con hijos independizados, parejas sin hijos, hogares con hijos, familias monoparentales y singles) para llegar a la conclusión de que tener un animal de compañía no sólo es beneficioso para las personas como individuos, sino que también mejora la dinámica familiar en todas las tipologías de hogares.

Según el Estudio de Fundación Affinity, en un hogar formado por una pareja aún sin hijos, el animal puede representar un entrenamiento para las futuras responsabilidades cuando estos se planteen ser padres. El beneficio que puede aportar el animal es ayudar a crear familia y hacerles madurar como pareja, porque refuerza el vínculo entre ellos y les prepara emocional y estructuralmente para la posible llegada de un nuevo miembro al hogar.

Pero eso sí, que cuando lleguen los niños el animal no pase a ser un juguete roto. Miedos infundados por la seguridad del niño, por la toxoplasmosis o la falta de tiempo tras la llegada del bebé no justifican nunca un abandono. Un perro o un gato pueden vivir entre quince y veinte años, y nuestras circunstancias pueden cambiar mucho y de muchas formas. Un perro o un gato son un miembro de nuestra familia y una responsabilidad que debemos asumir pese a esos cambios.

En un hogar con hijos, se ha observado que el perro o el gato son un nexo de unión, un motivo de orgullo y en cierto modo, el reflejo de esa familia. También puede ser un aliado en la educación de los niños, además de protegerlos y cuidarlos. Como demostró el I Análisis Científico del Vínculo entre personas y animales de compañía de la Fundación Affinity (2013), 8 de cada 10 niños, de entre 9 y 12, años prefieren jugar con su perro o su gato que con videojuegos. Además los lazos afectivos con sus mascotas les ayudan a superar situaciones de miedo o tristeza y son para ellos una fuente de consuelo igual que para los padres. La presencia del animal de compañía en casa puede facilitar que las tareas estén más repartidas.

Los beneficios de tener un perro o gato en el hogar también se han observado en el caso de familias monoparentales y singles. En el caso de las monoparentales, el perro o gato puede convertirse en el aliado del progenitor en la educación y protección de los hijos. En estos casos, el animal proporciona un gran apoyo emocional y ayuda a estrechar vínculos con los más pequeños. En el caso de los singles, que han tomado la opción de estar solos, el animal puede ser un apoyo emocional muy importante.

Y pese a todos los efectos positivos de los que hable esta Fundación, hay que tener muy presente que tener animales no es algo obligatorio. En absoluto. Tampoco algo que beneficie a todos. De hecho, si solo asumiera esa responsabilidad la gente que realmente está preparada para hacerlo, se evitarían muchas situaciones de maltrato y abandono.

Gigi es una mastina que con tan sólo 18 meses ya ha pasado de todo. Apareció cuando tenía un año abandonada a esa edad junto a sus cachorros en el estado que veis en la siguiente foto:

Sus cachorros fueron adoptados, pero ella que era poco más que una cachorra no ha logrado una familia. Ahora está acogida por unos estudiantes, pero antes del verano se marcharan y lo ideal sería lograr para ella una familia.

Aunque pese 40 kilos es una maravilla lo bien que se ha adaptado, hace sus necesidades fuera, se porta genial, le encanta dormir, se lleva bien con otros perros. En definitiva, es un encanto de perrita rechazada simplemente por ser grande y ahora necesita de nuestra ayuda.

Se encuentra en Lugo, pertenece a la Protectora de Lugo
Contacto: voluntariosprotectora@hotmail.com

 

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Su salud no es un lujo, el IVA veterinario no debería ser del 21%

Hace exactamente cuatro años se subió el IVA veterinario de ganado del 8% al 10% y el de animales de compañía al 21% modificando la Ley 37/1992. Una barbaridad que estoy convencida de que se ha traducido en menos esterilizaciones, más abandonos, animales peor atendidos… Pero nadie se va a molestar en hacer los cálculos. No interesa.

Ya es su momento fuimos muchos los que protestamos, porque su salud no es un bien de lujo.

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Coincidiendo con este aniversario, dos diputados de Asociación Parlamentaria en Defensa de los Animales (APDDA),  que está compuesta por diputados y senadores y de la que tengo pendiente hablaros hace tiempo, han registrado un Proposición No de Ley en el Congreso que solicita la rebaja del IVA para servicios veterinarios, del tipo normal, 21%, al tipo reducido, 10%,.

Esos dos diputados, ambos de Esquerra, son Ester Capella  y Joan Capdevila, veterinario de profesión, que sostienen que la subida de los precios en este sector ha provocado “un dramático incremento del abandono de animales, con la consiguiente consideración ética, social y humanitaria”.

El informe de la Fundación Affinity respecto a 2015 que ya os comenté aquí en su momento apuntaba a que el 12% de los abandonos tenían una causa económica.

También se recuerda que “47,8% de los hogares españoles convive un animal de compañía” y que, a pesar de ello, la “disminución de ingresos de las clínicas se estima del 6,3% (2013), según datos de Veterindustria”. El sector veterinario “es el único que en términos fiscales no tributa como otras profesiones consideradas de ámbito sanitario”. Por ello, se prevé este debate para el Pleno del Congreso de los Diputados del 4 de octubre.

Estaré atenta.

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A esta mastina y su cachorra las abandonaron junto a unos contenedores, como si fueran basura

FullSizeRenderEste jueves El Arca de Noé de Córdoba recogió junto a unos contenedores a una perra de gran tamaño junto a su cría de tres meses. Os aseguro que veo muchas barbaridades con frecuencia, pero el abandono de animales en la basura me crispa especialmente porque indica muy bien la consideración que los monstruos a dos patas que les han dejado allí tienen de ellos.

Ya os dije el otro día que no sé cómo alguien que ha abandonado un animal puede mirarse sostenerse la mirada ante el espejo, ojalá el abandono de un animal fuese un estigma visible, una marca en la frente, para no darles la mano, ni dos besos, para no hacer negocios con ellos, ni permitir que participaran en mi vida de ninguna forma. Esas almas grises que caminan a nuestro lado por decenas de miles no merecen otra cosa. Y son legión: 137.000 abandonos registrados en 2015, y ahí no están todos, echad cuentas.

En este caso que ha tenido lugar en Córdoba la perra adulta había sido claramente maltratada, pero al horror se une la ternura de una madre protegiendo a su cachorra, unida a ella de una manera que las fotos dejan bien claro.

La madre, claramente maltratada y con las orejas cortadas con tijeras al ras, estaba tirada en el suelo en estado de shock y no reaccionaba ante ningún estímulo, mientras la cachorra lloraba a su lado.

El panorama fue estremecedor, la madre completamente agotada y desnutrida, solo reaccionó cuando vio que los voluntarios del Arca de Noé de Córdoba cogían a su cría. Sacó fuerzas de donde no las había, para «proteger» a su bebé, pero sin agresividad alguna, solo rogando clemencia. Todos los presentes quedaron muy impactados ante un acto de tal valentía, nobleza y coraje.
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Afortunadamente esta vez, la mano que se alzaba sobre ellas no las iba a maltratar: era una mano amiga que las atendió y salvó la vida.

Ahora descansan y recuperan fuerzas, pero la Asociación necesita acogida y adopción para ellas, así como ayuda económica «para afrontar sus gastos veterinarios y los de muchos otros que, como ellas, sufren el maltrato y el abandono en nuestra ciudad».

Contacto para adoptar, acoger, apadrinar o ayudar económicamente: elarcadenoecordoba@gmail.com

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Dos gigantes bondadosos, dos mastines leoneses, necesitan con urgencia un hogar

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A Yako, a Rufo y al humano al que acompañaban los despiden. Ahora los vigilantes de la empresa no serán seres vivos.

Estos dos mastines leoneses se ven en la calle tras cinco años y medio de trabajo. Es muy urgente que encuentren un hogar temporal, un hueco en algún refugio o corren riesgo de sacrificio. Uno definitivo sería ya un regalo caído del cielo.

Me cuentan que estos gigantes tienen muy buen carácter y que «su compañero humano está desesperado, sus condiciones para tenerlos son inviables pero aun así el dice que si alguien le cede un espacio él se encarga de atenderlos o si algún refugio le ayuda el va igual a ayudar y hacer lo que sea».

Es un caso complicado y contrarreloj, pero hay que intentarlo. Vuestra ayuda difundiendo el caso será bienvenida.

Están con las vacunas al día y castrados. Se encuentran en Madrid.

Contacto: mireino2@yahoo.es 681016820

Capítulo 36 de Mastín: Cinco perros que no eran de nadie y que nadie quería

Todos los viernes desde enero publico en este blog un capítulo de Mastín, una novela juvenil apta para adultos con la protección animal como fondo.

CAPÍTULO 36:

En aquel saloncito no podía entrar más gente. Miguel y Violeta estaban sentados en el pequeño sofá; encaramada en el brazo de un sillón, a su lado, estaba Alicia; Mal se había sentado en el suelo frente a ellos; Mario y Fran ocupaban las dos únicas sillas y Lobo e Irene se apoyaban en un mueble que contenía unos cuantos libros y la escasa vajilla de aquel peculiar hogar.

Podría haber sido peor. Eso había dicho Mal. Menos mal que estaba Miguel allí durmiendo. Menos mal que los perros se habían puesto a ladrar y le habían despertado. No habían sido unos gamberros, tampoco unos borrachos en busca de diversión a costa de lo que se les cruzara por delante. Los que habían acudido sabían lo que se hacían. Habían aparcado una furgoneta al lado de la protectora y accedido por la parte más alejada de la casa en la que vivía Miguel, saltando del techo del vehículo a los tejados de las casetas. Habían ido derechos a por los pitbulls. Cinco se habían llevado a toda velocidad, dejándolos caer desde lo alto del murete al suelo, metiéndolos en la trasera de la furgoneta y saliendo por patas en cuanto vieron que se encendía luz en la casa.

– Tenía que haber ido a oscuras, así hubiera pillado a esos hijos de puta – repetía Miguel sacudiendo la cabeza, con un acento eslavo más acusado de lo normal, sobre todo cuando profería insultos.

– Si hubieras ido a oscuras y te los hubieras encontrado de frente, tal vez tendríamos algo peor que lamentar – dijo Alicia, que también había acudido a la llamada del guardés. Violeta, siempre silenciosa, se limitaba a asentir mirando a su marido.

– Tengo que poner alambre de espino sobre el muro. O unos cristales rotos, que será más barato – dijo Miguel – No puede volver a pasar –

– No le des más vueltas. Gracias a ti no se han llevado más perros y no ha habido destrozos ni gamberradas – apuntó Mal – Deberíais acostaros e intentar dormir algo. Y nosotros también tendríamos que irnos. Aquí ya no podemos hacer nada más –

Pero nadie hizo amago de moverse. Aquello parecía un velatorio. De la ira se había pasado a la impotencia, y con ella había llegado el desánimo.

Allí dentro hacía un calor infernal. Martín salió de la habitación atestada. Resultaba curioso como aquel lugar conocido parecía otro distinto en plena noche. Las puertas de la perrera seguían abiertas y él estaba agotado, física y mentalmente. ¿Por qué tanto y tan distinto en una noche? Otra vez sentía que unas pocas horas contenían una vida entera. Se sentó en aquella tierra seca, con la pared apoyada en el muro. Sacó el móvil y mandó un mensaje a su madre avisando que volvería pronto; las flechas azules no tardaron en aparecer. Cuando había hablado con ella contándole lo que había pasado, había insistido en que durmiera, que estaba bien, que no pasaba nada; pero sabía que era inútil y que ella esperaría despierta hasta que llegase, aunque no saliera de su cuarto y se conformase con oír las vueltas de llave en la puerta de casa. Martín guardó de nuevo el móvil y miró al frente. El firmamento allí nunca era negro del todo, apenas había estrellas. Desde allí podía ver parte de la silueta de la gran ciudad de la que habían venido, la culpable de ese cielo gris y enfermo, como se sentía él en aquel momento. Ascuas de una rabia que se había agotado pronto.

La Policía se había ido al poco de llegar Martín, y al chico le daba la impresión de que poco iban a poder hacer. Cinco perros robados. Cinco perros que no eran de nadie, que nadie quería, que casi con toda seguridad serían usados para peleas. A Martín seguía sin entrarle en la cabeza que hubiera hombres que disfrutaran viendo como dos perros se destrozaban, que apostaran sobre la sangre de los animales. Era incapaz de comprenderlo, pero era incapaz de no creerlo. Durante aquellos meses había visto con sus propios ojos demasiados perros procedentes de ese mundo, animales con las orejas casi cortadas al ras de mala manera, con marcas de mordiscos, con el cuello en carne viva. Algunos realmente complicados de manejar, incapaces de relacionarse con otros perros, pero la mayoría sorprendentemente nobles. Los cinco perros que se habían llevado eran así, sociables y dóciles. Los recordaba bien, había dos hembras de color canela que habían aparecido vagando juntas por la carretera, un stanford procedente de un decomiso, otro casi cachorro que era cruce con algo de caza y que había nacido en la protectora y uno blanco y negro, como Logan. Pitbulls, cruces de pitbulls y de otras razas de presa. Perros como cualquier otro con la maldición de una mordida poderosa y un aspecto imponente. Aunque no solo esos le servían a los hijos de puta que los querían para pelear. Le habían contado que también usaban perros grandes de cualquier raza, incluso pequeños como entrenamiento de los futuros campeones. No solo eso, por lo visto en otras regiones había una modalidad de peleas en la que apostaban a ver cuántas ratas mataba un perro pequeño. Le habían contado también que no era la primera vez que robaban animales. Antes de que Miguel y Violeta fueran a vivir allí, y precisamente por eso lo hicieron, habían entrado una noche y se habían llevado todos los galgos que tenían, las pocas cosas medio útiles que había en la oficina y habían metido tres perros en las gateras solo por divertirse; ningún gato había resultado herido, pero uno de los perros se llevó un buen arañazo en un ojo y el hocico. Le habían contado que casi todas las perreras y protectoras habían sufrido robos, intentos de robo e incursiones de gamberros, en algunos casos dignas de una película de terror. Le habían contado que hacía unos seis años unos monstruos habían entrado en una protectora valenciana y habían torturado y violado a una pobre mastina, la habían dejado allí, destrozada y moribunda para que los voluntarios se encontraran con el horror a la mañana siguiente. ¡La habían violado! Tampoco eso le cabía en la cabeza, pero también eso lo creía. Regina se llamaba aquella pobre perra le había dicho Alicia.

– Adiós –

Martín se incorporó sobresaltado.

– Adiós – respondió sin pensar.

Lobo lo miró con una sonrisa imperceptible, de nuevo con ese aire de “sé lo que estás pensando”. Luego se cerró la chaqueta, se puso el casco, arrancó aquella moto que parecía sacada de Sons of Anarchy y desapareció por el camino que conectaba la perrera con la Nacional. Martín se lo quedó mirando como si fuera la versión de extrarradio del final de una vieja película de vaqueros, en la que el protagonista se perdía cabalgando y levantando polvo por el horizonte. Se lo quedó mirando como un gilipollas, decidió el chico sacudiendo la cabeza y buscando cualquier otra cosa en la que centrar su atención.

– Nosotros también nos vamos – dijo Irene poniéndole la mano en el brazo – Creo que Alicia se encarga de llevaros a ti y a Mal a casa-

– Ha sido un placer conocerte. Y también ha sido una noche de sábado rara de cojones – dijo Mario.

Mastín se despidió de ellos. También lo hicieron Mal y Alicia, que habían dejado al matrimonio de guardeses recobrando la calma y el sueño perdidos. Mal cerró las puertas mientras Alicia maniobraba con su coche para enfilar la carretera.

El breve camino a casa transcurrió en silencio, no había mucho más que decir, estaban cansados y la madrugada invitaba a la introspección. Alicia los dejó al pie del portal. Martín abrió la puerta y dejó que Mal pasara, y ella pasó, muy cerca, con su vestido corto y el maquillaje borrado. El portal estaba agradablemente fresco, una suerte de panteón de mármol que velaba el sueño de todos sus vecinos. Mal se dirigió a las escaleras sin encender la luz y Martín la siguió. No eran como aquellas otras escaleras, Martín apenas veía nada, pero ella sí era la misma y el chico no pudo evitar recordar la sensación de su piel en la punta de sus dedos apenas un par de horas antes, el sonido de aquel suspiro que había querido oír. Mal se detuvo frente a su puerta, al otro lado ya se sentía a Trancos esperando. La chica se giró para despedirse y Martín no lo pensó. Por segunda vez, casi en el mismo sitio que la primera, la besó. Un beso temeroso al rechazo, a no encontrar respuesta. No fue así en esta ocasión. Ella respondió primero con sus labios, luego con su cuerpo, apretándolo contra el suyo. ¡Era tan pequeña! ¡Parecía tan frágil entre sus brazos! Pero no lo era. En aquellos instantes podría haber logrado que él hiciese lo que fuera. Martín se atrevió a enredar las manos en su pelo, sintiendo las de ella aferrando sus brazos. Y allí estuvieron, besándose, perdidos el uno en el otro contra la puerta tras la que el galgo se había tumbado, sin importar el cansancio, los años que tuvieran, la rabia y la impotencia de momentos antes.

Pararon y Martín vio que ella mantenía los ojos cerrados.

– ¿Porque no abres los ojos? – susurró en la quietud del descansillo.

– No tienes la voz de un niño, ni el tamaño de un niño, ni las manos de un niño – dijo ella buscando sus manos – con los ojos cerrados puedo imaginar que he encontrado mi hombre de treinta años perfecto –

– Bueno, has encontrado a uno de casi dieciocho que está loco por ti – dijo él sobre su pelo.

– Me costó mucho no responder a aquel primer beso, no creas que no. Tuve que luchar contra mi misma para no reaccionar – confesó ella abriendo al fin los ojos para mirarle.

– Ahora no tienes que hacerlo – dijo él besándola de nuevo.

11 ARGOS PROTE

1 ARGOS SEÑALA Argos me lo presentan como el mastín más bueno del mundo. Está en Salamanca, en el refugio de la Protectora de Animales de Salamanca (ASPAP).

A Argos lo rescataron con una señal de tráfico enorme colgada del cuello, que le habían puesto para que no se escapara (tremendo), sin comida ni agua por que su dueño insistía en que «los perros aguantan bien sin comer», en un lugar cochambroso. «Encontramos un precioso mastín muy jovencito que en cuánto nos vió empezó a mover el rabo y a poner su cabeza contra los barrotes de la puerta para recibir una caricia de dos extrañas».

Argos es noble, bueno, cariñoso, obediente, le encantan los niños, «es muy delicado cuando le damos las chuches y sobre todo el perro ideal para dar abrazos».

Contacto: Asociacion Salmantina Protectora de Animales y Plantas protectora_salmantina@hotmail.com

10 ARGOS PROTE

Bruce, Ángel y un plan animalista en Madrid este sábado

Este sábado hay uno de esos eventos animalistas que merece la pena visitar si andamos por la zona. Un lugar estupendo para ir con o sin niños, impregnarnos del espíritu proteccionista, pasarlo bien y ayudar en lo que esté en nuestra mano. En el cartel podéis ver toda la información. Lo organiza aiBa en el parque de Valdemoro, un lugar estupendo que supone un extra.

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También os dejo dos de los mas urgentes que tienen en la protectora. Buscan adoptantes para ellos, padrinos en su defecto ya que el pago de residencia les está ahogando y son perros que necesitan ya una familia responsable.

El evento se puede compartir directamente desde el facebook de la asociación.

Contacto: aiba.adopciones@gmail.com
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No es cierto que en los pisos solo se puedan tener perros pequeños

IMG-20150908-WA0030_resizedNo es cierto que en un piso sólo puede haber perros pequeños. Lo he escuchado muchas veces y soy consciente de que es una de las falsas creencias más habituales. No es cierto, igual que pasa con la gente, lo mas importante es el carácter del animal. Pero es una falsa creencia que conduce a que fantásticos perros de gran tamaño se pudran en perreras y protectoras con muchas menos posibilidades de encontrar un hogar.

Lo he dicho ya aquí varias veces, hay perros pequeños que son puro nervio y tienden a ser como diablos de tasmania en miniatura, todo bullicio y destrozo. En cambio hay canes de tamaño mediano o grande con complejo de alfombra que no darán ni gota de guerra.

Yo he convivivido con un hombre de más de noventa kilos en un piso de noventa metros cuadrados y os aseguro que podía estaba allí perfectamente, igual que el cruce de pitbull que teníamos por entonces. Mis mejores amigos tenían un mastín enorme en un piso de un dormitorio y luego tuvieron un golden retriever tamaño XL.

Y sí, todos los perros necesitan pasear y hacer ejercicio por su salud física y mental, pero un pequeño terrier puede necesitar más ejercicio que un enorme mastín.
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¿Nos ayudáis a encontrar al monstruo que apaleó, ahorcó y tiró a un contenedor a esta cachorra?

imageLa apaleó, la ahorcó, la envolvió en plásticos y la tiró a un contenedor dándola por muerta. Es una cachorra de siete meses cruce de mastín (¿tal vez con labrador?) que ya debía sobrarle. La pobre perra fue descubierta por la Policía Local de Peñarroya-Pueblonuevo (Córdoba) el pasado 1 de junio.

Pacma (Partido Contra el Maltrato Animal) ha presentado denuncia, pero es preciso dar con el monstruo a dos patas y para ello ha pedido la colaboración ciudadana para localizarle y ayudar así a las autoridades.

Dorothea ha sobrevivido a duras penas. Ha perdido su ojo izquierdo, el otro podrá salvarse pero está en muy mal estado y tiene una fractura en su pómulo izquierdo fruto de la paliza que recibió.
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Si alguien conoce al monstruo que perpetró esta barbaridad, que avise a Pacma en el correo cordoba@pacma.es, que le están buscando y no para desearle precisamente un buen fin de semana.

Aunque den con él no se llevará el castigo que merecería, pero al menos no se irá de rositas. Por favor, ayudadnos a difundir su imagen y esta petición de ayuda.

Alguien capaz de hacer eso a un cachorro también es peligroso para otros seres humanos.

Si queréis saber más sobre la perrita, ofrecerle un hogar, apadrinarla o ayudar con los gastos veterinarios, está siendo atendida por la protectora Huellas Felices.

Contacto: refugiohuellasfelices@gmail.com 647851467

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Martín encuentra a un mastín

Esta es la sexta entrega del folletín animalista que estoy publicando en este blog todos los viernes. Un libro por partes con el que quiero aprender y experimentar una nueva forma de escribir. Quiero hacer una buena novela juvenil, apta para todos los públicos, con el marco de la protección animal para dar a conocer y concienciar sobre esta realidad. Continuará el próximo viernes.

 

SEXTA PARTE

– ¿Es que este es el sitio oficial para abandonar perros? – preguntó alargando la mano. El mastín acercó su trufa enorme y olisqueó los dedos extendidos. Luego volvió a tumbarse trabajosamente. Era un animal imponente, de pelo espeso y con una cabeza enorme. Logan parecía pequeño a su lado.

– No sé qué le pasa, pero no puede caminar. Te has fijado en lo raro que apoyaba los cuartos traseros. Y también se ha tumbado de forma muy extraña. No creo que podamos llevarlo con nosotros – comentó su madre, que se había apoyado en un pino cercano y observaba al mastín dubitativa.

– Tal vez le hayan atropellado y tenga algo roto – dijo Martín poniéndose en cuclillas para verse en aquellos ojos oscuros y tranquilos. Posó una mano con delicadeza sobre el robusto cráneo del animal, que pareció indiferente a la caricia.

– Creo que lo mejor es que vayamos por el coche, intentemos que suba y le llevemos a la perrera. Anda, vamos – decidió su madre apartándose del árbol.

– No pienso moverme de aquí – replicó Martín con firmeza. – Puedes ir tú, yo me quedo con él esperándote –

– ¿Qué estás diciendo? No puedes quedarte aquí solo, cada vez hace más frío. En media hora estaremos de vuelta. Venga, vamos –

– Te estoy diciendo que no, mamá. No pienso tener otro perro perdido o abandonado en mi conciencia. Puedo quedarme aquí con Logan, que creo que el pobre agradecerá librarse de la caminata de vuelta a casa –

– Pero si vamos a volver enseguida. Y ese pobre animal no es capaz de irse a ningún sitio. Mira, si quieres puedes dejarlo atado al árbol para asegurarte – objetó ella mientras sacaba el collar y la correa viejos que había traído en el bolso.

Martín no respondió, se limitó a sentarse en el suelo, junto al mastín, sin dejar de acariciarle. El perrazo cerró los ojos y apretó la cabeza contra el muslo del chico. Tal vez no era tan indiferente a las caricias como parecía. Logan eligió ese momento para tumbarse frente a ellos. Su madre dirigió un suspiro a las copas de los pinos y le lanzó una bola hecha con la correa y el collar al regazo.

– Si algún encapuchado me viola de camino a casa, eso sí que pesará en tu conciencia –

– No va a pasar, estoy completamente tranquilo. Y si alguien intenta algo, pobrecito – contestó él sacando la lengua y luego riendo mientras esquivaba con éxito relativo la piña húmeda y vetusta que su madre le lanzó a la cabeza.

– Intentaré acercarle al aparcamiento para que no tengas que meter el coche por estos caminos – gritó a la figura que se alejaba.

Esperó unos diez minutos de aquella manera, con Logan sesteando a medio metro y examinando al mastín que tenía a su vera. No se sentía aún con la confianza suficiente para levantarle el belfo y mirar sus dientes, pero algo le decía que vería unas piezas amarillas y gastadas. La cabeza era casi completamente blanca, así que no había canas delatoras de su edad como en el hocico y en torno a los ojos de Logan, pero nada en él recordaba a un cachorro. Tenía una pequeña cicatriz cerca de la oreja y semillas y palitos enredados en el pelo, se entretuvo quitando algunos. Era agradable notar el calor suave que irradiaba el perro en sus manos desnudas. No tenía collar, pero al recorrer su cuello con las manos se notaba en el pelaje que lo había llevado. Cuando probó a ponerle el viejo de Logan, el mastín levantó la cabeza y le miró atento. Le valía, pero por los pelos. Lo tuvo que abrochar en el último agujero. Luego enganchó la correa y se puso en pie. El mastín se incorporó a su lado como pudo.

– Bueno, parece que sabes perfectamente lo que es pasear con una correa. Vamos a ver si somos capaces de llegar al parking, no tenemos prisa –

Resultaba angustioso verle avanzar, pero el mastín no se quejó en ningún momento. No parecía por su actitud que le doliera especialmente. Tenía los cuartos traseros muy delgados, casi sin fuerza. Una de las patas la arrastraba más que usarla para andar. Martín se dio cuente de que tenía la zona exterior de la almohadilla en carne viva y se detuvo para envolvérsela como pudo con su cuello de forro polar. Iban muy despacio, seguidos por Logan.

– Vamos tío duro, que nos queda poco. Enseguida llegamos – le animó Martín en cuanto avistó el aparcamiento. Su madre aún no había llegado, pero no pararon hasta llegar a la zona de los coches. El perro cada vez perdía más las patas traseras al andar y le daba miedo que no llegasen nunca si se detenían.

– Ser un perro pequeño tiene sus ventajas – comentó a su pequeño séquito cuadrúpedo mientras se sentaba en un bordillo – Podría haberos traído en brazos a los dos sin mayor problema. De hecho podría haberos llevado en brazos hasta la perrera. Pero a mí me gustan los perros grandes. Yo soy grande, no me pegaría un perro pequeño –

Logan le miraba como si entendiera, sentado con los ojos y las orejas atentas. Jadeaba en exceso para el poco ejercicio que habían hecho y la temperatura que hacía. El mastín había vuelto a tumbarse. Y el frío cortaba. Martín pensó por un momento en recuperar su cuello, pero lo descartó rápidamente y se arrebujó en el abrigo. También descartó sacar el móvil para matar la espera, prefería tener las manos en los bolsillos. Por suerte su madre tardó apenas unos cinco minutos en llegar con su viejo Ford Focus blanco y, por supuesto, intacta. Traía un paquete de salchichas, una bolsa con pienso, un bol y una botella de agua. Probablemente con la maternidad se desarrollaba el empeño por procurar que nadie a su alrededor pasara hambre y sed.

– Sube a Logan en los asientos traseros. Creo que el mastín irá mejor tumbado en el maletero, pero tendremos que subirle entre los dos hasta ahí arriba sin hacerle daño – explicó mientras veían comer y beber al animal.

Costó, pero menos de lo que parecía. El perro ayudó y, por suerte, en las patas delanteras sí tenía fuerza. Martín solo tuvo que ayudarle sosteniendo la parte de atrás.

– Eres un perro listo. Y un tío duro, de nuevo no se te ha oído una queja. Y es imposible que no te duela –

La perrera municipal estaba en las afueras, relativamente cerca del polígono industrial y una estación de tren en desuso. Andando les habría llevado unos veinte minutos andando a buen ritmo, en coche llegaron en menos de diez. Su madre dejó el Focus encaramado de mala manera en la cuesta que había junto a una furgoneta polvorienta. Tras bajar del coche entendió porqué tenía que estar lejos de la población: el coro de ladridos era notable y se incrementó cuando llamaron al timbre. Esperaron un rato y volvieron a llamar. Y así hasta tres veces. Estaban a punto de irse cuando oyeron unos pasos y una llave girando dentro de una cerradura.

– Hola, nos hemos encontrado a un perro en el pinar mientras paseábamos al nuestro. Creemos que está herido en las patas de atrás. Lo tenemos en el coche – explicó su madre a la mujer que abrió la puerta. Parecía diez o quince años más joven que su madre, Martín la echó unos cuarenta, aunque se le daba bastante mal calcular la edad de las mujeres mayores. Les saludó con amabilidad, pero no parecía especialmente contenta de verlos. Salió del recinto para acompañarlos hasta el coche. Llevaba un mono de trabajo, un jersey grueso de lana y botas de goma verde como las que usan los jardineros.

– Vaya, no eres precisamente pequeño – dijo la mujer hablando con el perro. Miró de reojo al pitbull – Y parece que te llevas bien con otros machos. Eso está bien, facilita las cosas. Vamos a ver qué es lo que te pasa – añadió cogiendo la correa y animándole a bajar. El perro descendió cómo pudo, perdiendo el control de las patas traseras y aterrizando sobre la cadera izquierda sin una sola queja para luego volver a ponerse en pie. Martín y su madre dejaron a Logan dentro del coche cerrado y siguieron a la mujer hasta un pequeño despacho. Allí cogió un lector de chips y recorrió el cuello del animal sin éxito. No había ningún chip que diera información sobre su propietario.

– Voy a llevármelo a uno de los cheniles. Esperad un minuto aquí sentados que pronto vendrá una compañera a recoger la ficha, solo tenéis que poner dónde lo habéis encontrado, el nombre, DNI y la dirección. Poco más. No implica que asumáis ninguna responsabilidad, es simplemente una formalidad, una especie de registro de entrada como cuando llegas a un hotel- explicó afable.

A Martín le hubiera gustado despedirse del perrazo, pero cuando quiso reaccionar la mujer ya había desaparecido con el mastín renqueante. Se quedó mirando el pasillo por el que se había marchado mientras su madre completaba el formulario.

– Hola. Antes de nada, gracias por no dejarle tirado en el pinar –

Mastín se giró hacia aquella voz familiar. Era la chica del galgo. Estaba sentada al otro lado del escritorio. Su madre le devolvió el agradecimiento sin saber que eran vecinas. Ella dirigió una fugaz mirada de reconocimiento a un sorprendido Martín, pero no dijo nada. Se limitó a coger el papel y lo leyó rápidamente.

– Vaya, vaya. Martín nos trae un mastín – concluyó con una sonrisa escondida en la comisura de la boca.

– Supongo que sí – contestó él, notando la voz forzada y maldiciéndose por soltar semejante obviedad.

– Puedes darme un nombre para que le pongamos si quieres –

– ¡Bruce Willis! – exclamó sin pensar.

Su madre le miró sorprendida. A su vecina se le rebeló aquella sonrisilla oculta, mostrándose esplendorosa.

– La verdad es que es un nombre que le pega a un mastín. Sí señor, un buen nombre. A ver si le trae suerte – dijo escribiéndolo en el formulario – Hay perros que lo tienen especialmente difícil, y me temo que tu Bruce Willis es uno de ellos –

El primero de los mastines que ilustra este post es Brey, tiene nueve años, pesa unos 45 kilos y es muy tranquilo y mimoso.

Vera, la segunda, tiene una cojera debido a una fractura mal curada. Es tranquila, reservada, juguetona cuando quiere, guardiana de lo suyo, busca el cariño y es muy dulce. Pesa 45 kilos y tiene ocho años.

El último es Arroyo, con cerca de cinco años y cincuenta kilos. Pasea perfectamente con correa.

Están en el Albergue de Serín (Gijón). Contacto: 636157439