Un podenco con miedo a los hombres

– ¡Guarra, eso es lo que eres!. ¡Una guarra!. ¡Putos perros! ¿Y ahora qué? ¿Lo vas a limpiar? ¡Hasta los cojones me tenéis!-
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Volvía a casa con Logan cuando se encontró con la escena en su portal. Por un lado, la chica del galgo, que esa mañana llevaba un segundo perro color canela más pequeño, intentando explicarse con calma y, por otro, el gilipollas del bajo. Aparentemente uno de los perros se había meado nada más pisar la calle y había salpicado el mármol del portal. Todo un drama, vamos. Como para estar a gritos a las ocho de la mañana.

Se sentía predispuesto a favor de la chica de los perros aunque no la conociera de nada. De entrada era una chica, eso ya le daba muchos puntos. Y era de su tribu de amantes de los perros. El del bajo, en cambio, era un amargado que cuando a su madre se le caía alguna braga al patio, en lugar de llamar al timbre para devolverla como cualquier persona normal o esperar a que su madre bajase a buscarla, la dejaba colgada en el picaporte. El típico al que todo le parecía mal, le molestaba hasta que respirasen y gritaba por cualquier cosa. En verano, que tenían las ventanas abiertas, era frecuente oírle perder las formas con su mujer. Se había jubilado un par de años antes y no sabía como matar la bilis y el aburrimiento para desgracia de su pobre señora, que era un poquito estirada, todo había que decirlo. Al menos esa era la teoría de su madre, a la que le había puesto la cruz desde que hicieran obra en casa, tras morir su padre. Los ruidos eran insoportables decía, como si vivir en comunidad no supusiera a veces sufrir los inconvenientes de las reformas de algún vecino. Y se quejaba continuamente de unas plantas que decía que se le murieron por culpa del polvo que caía al patio y que su madre se negó a pagar. A Martín no le saludaba si podía evitarlo desde que cumplió los catorce años. De hecho, últimamente le miraba cuando se cruzaban en el portal como si fuera un delincuente juvenil. No se lo tomaba como algo personal, sospechaba que era de esos que miraban a todos los adolescentes como si fueran unos gamberros.

Por un momento valoró dar otra vuelta a la manzana a ver si así ya había acabado el rifirrafe cuando volviera. Luego se lo pensó mejor. Hacía frío y no tenía porqué cambiar sus planes por aquel imbécil, así que estiró sus escuálidos ciento ochenta y cinco centímetros lo mejor que supo, cuadró las espaldas deseando tener algo más que cuadrar y dirigió sus zancadas a la puerta decidido a dar algún motivo a esas miraditas.

– Buenos días Ernesto. ¿Dándote a conocer a la nueva vecina? – preguntó mirando de frente al hombre. El tipo le sostuvo la mirada desde abajo, pero todo su lenguaje corporal había cambiado. “Claro, con la chica del galgo sí que nos ponemos chulos, pero con el chaval del pitbull te lo piensas”, pensó Martín agradeciendo una vez más la altura que le legó su padre. Ernesto se limitó a resoplar, dirigirles una mirada asesina y alejarse a paso vivo por la acera de enfrente.

– No te preocupes por él, es un imbécil – dijo a su nueva vecina, que la verdad es que, ahora que se fijaba, no parecía preocupada en absoluto.

– Gracias. Hago todo lo posible para evitar que se meen en los portales, pero esta vez ha sido imposible. Creo que lo que más le cabreó es verme felicitarle tras el pis, pero es que justo este enano está aprendiendo ahora a hacer sus cosas en la calle y hay que premiarle estos intentos – dijo señalando al perro más pequeño. – Estaba intentando explicárselo. Además, son cuatro gotas – concluyó encogiéndose de hombros.

– No le des ninguna importancia. Tiene malos modos con todo el mundo. Con gente así solo sirve ponerse un poco chulo y pasar de ellos. Pero es el único así, los demás del bloque son gente muy normal. Ya irás conociendo a los vecinos –

– No se la doy. Y no creo, no tengo especial interés – replicó ella con una sonrisa que se intuía cargada de intención tras la bufanda.

– Yo me llamo Martín, vivo en el tercero –

– Vale – se limitó a decir ella sin deshacer aquella sonrisilla.

day_335_4Mientras hablaban Logan había estado olisqueando y saludando con mucha dignidad al galgo, tras lo cual se dirigió al perrillo canela, que se puso inmediatamente en posición de juego. No hace mucho tiempo Logan hubiera respondido de la misma manera. Le encantaba jugar con los perros más pequeños que él, pese a que no tenía mucha oportunidad de hacerlo porque un gran porcentaje de dueños de perros pequeños en cuanto veían aparecer al perrazo negro con bozal se los llevaban a tirones de correa o bajo el sobaco. Pero los años le pesaban cada día mas y ahora se limitó a saludar al perrillo moviendo la cola amistosamente y dedicándole lo que Martín llamaba “su sonrisa perruna”. Era un chucho flaquito y simpático, con aspecto frágil y atlético a la vez. Martín extendió la mano para acariciarle e inmediatamente el perro detuvo el juego y se encogió, con el rabo entre las patas y las orejas gachas, aterrorizado.

– Eh, pequeñajo. No te asustes, que no te voy a hacer nada –

– No se lo tengas en cuenta, no es nada personal. No se fía de los de tu sexo –

– ¿Le dan miedo los hombres? – preguntó sorprendido.

– Sí, y también los niños – replicó ella arqueando una ceja de tal forma que convertía la pulla en una kalashnikov apuntándole directamente entre los ojos.

Por un momento Martín estuvo a punto de replicar -yo no soy ningún niño, tengo diecisiete años- pero supo contenerse a tiempo. Esa frase le ubicaba en doce años mentales. Eso con suerte. Decidió ignorar el comentario elegantemente. Tampoco ella debía ser mucho más mayor. Obviamente, para estar viviendo sola tenía que ser mayor de edad. Pero no podía tener más de veinte o veintiún años decidió mirando aquel rostro maquillado por el frío.

– Lucas lo ha pasado muy mal a manos de su anterior dueño, que le zurraba de lo lindo. O de sus anteriores dueños, que a saber la historia que arrastra el pobre, solo sabemos que hubo palos y hambre. Lo del miedo a los hombres les pasa a muchos perros de protectora: eran hombres los que les maltrataron y les cuesta volver a coger confianza en ellos, pero lo acaban logrando – explicó ella.

– ¿Lo has adoptado en una protectora, entonces? –

– No, Trancos sí es mío – dijo señalando al galgo con la barbilla para no sacar las manos del abrigo – pero a este podenquito lo tengo de invitado, en acogida hasta que encuentre un hogar-

– Ah, genial –

– Bueno, vamos a seguir con el paseo. Adiós – dijo entonces ella girándose en dirección al raquítico parque urbano del barrio.

– Hum. Yo no había acabado el mío. ¿Te importa que te acompañe? –

Entonces ella se volvió con elevando el arqueamiento de la ceja tantos grados que Martín se arrepintió inmediatamente de haber hablado y carraspeó un poco antes de recular.

– Bueno, la verdad es que con la charla se me ha hecho un poco tarde. Más vale que espabile o voy a llegar tarde a clase –

– Eso, anda, date prisa no sea que llegues tarde al instituto – rio ella antes de desaparecer.

Pocos minutos más tarde, mientras corría para no llegar demasiado tarde sabiendo de sobra que ese día no alcanzaría a Manu, no dejaba de decirse que había sido un gilipollas. Y no fue hasta llegar casi al recinto vallado del centro de enseñanza que se relajó forzándose a recordar lo que algunas veces le había dicho su madre: “aquel que no se haya llamado imbécil a gritos internos a sí mismo unas cuantas veces, es que realmente es un imbécil integral”.

***

Esta es la tercera entrega del folletín animalista que estoy publicando en este blog todos los viernes. Una novela por entregas con la que quiero aprender y experimentar una nueva forma de escribir. Quiero hacer una buena novela juvenil, apta para todos los públicos, con el marco de la protección animal para dar a conocer y concienciar sobre esta realidad. Continuará el próximo viernes. Si no podéis esperar ya sabéis que podéis comprar mi primera novela, Galatea, una novela de ciencia ficción solidaria con los perros y gatos abandonados, ya que la mitad de los beneficios irán destinados a ellos.

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A Samsa y Day, las podencas de las imágenes, las encontró una voluntaria de Apamag hace un año. Aunque están acogidas en sitios distintos, tienen verdadera pasión la una por la otra y son encantadoras. Por eso, aunque es muy complicado, quieren encontrar para ellas un hogar en el que puedan estar juntas.

Pesan unos siete kilos y se entregan con su cartilla al día, todas sus vacunas, identificados, desparasitados, esterilizados y con contrato de adopción.

Contacto: adopciones@apamag.org 644490072

5 comentarios

  1. Dice ser Carla

    Genial!! Me encanta!! Podrías hacer más de una entrega por semana, ¿no?

    06 febrero 2015 | 9:19

  2. Dice ser maria jose

    Se bien de lo que habla la chica, tambien nos pasa en la nuestra que hay perretes que se aterrorizan con los hombres.
    Me ha gustado, muy bien redactado. Y.. Yo tb tengo un vecino gilipollas.

    06 febrero 2015 | 16:14

  3. Dice ser claudio

    Muy bonito y muy buen objetivo. Enhorabuena

    06 febrero 2015 | 17:14

  4. Dice ser Claro, claro...

    Si a alguien no le gustan los perros e increpa a una persona que no ha evitado que un perro se mee en un portal es un imbecil y un gilipollas……
    Como se te ve el plumero Melisa…….

    06 febrero 2015 | 21:36

  5. Dice ser LOLA AMIGO

    Gracias por esta novela por entregas … me siento totalmente reflejada en las situaciones que cuentas, por algunas he pasado, por otras han pasado perros que conozco …. sigue así … creo que no soy la única que está enganchada a este blog. Un abrazo y nos vemos pronto!!!

    09 febrero 2015 | 11:53

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